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miércoles, 15 de febrero de 2012

La mala crianza de los hijos es la perdición de los pueblos, y la ruina común del mundo.

No es imposible que de malos padres procedan hijos buenos, santos y justos, porque de los ingratos hebreos nacieron algunos en el pueblo santo de Dios, que no siguieron las perversas operaciones de sus malos padres, a los cuales dijo el Señor, que sus hijos serian sus mayores fiscales y jueces, y de ellos serian condenados en el dia novísimo.
Esta verdad constante se halla confirmada con el profeta Ezequiel, el cual dice claramente, que si el hijo viere las malas obras de su padre, y temiere a Dios nuestro Señor, y no siguiere los malos pasos de su padre, sino que ajustare la vida racional conforme a la divina ley, no perecerá en la iniquidad de su mal padre, sino que salvará su alma con sus buenas obras.
No obstante, lo que regularmente sucede es, que los hijos ya son menos buenos que sus padres. Esto se vió en Roboan, hijo de Salomon. Su padre hizo en el templo santo del Señor los escudos de oro, y el hijo ya los hizo de bronce, como se dice en el sagrado texto; porque en los hijos comunmente mas se disminuyen que se aumentan las buenas obras de los padres.
Lo regular y mas común es, que de padres impíos y malos proceden los hijos viciosos y perdidos, indignos de memoria, sino es para su infamia; porque de ellos se origina la perdición de los pueblos (Eccl., XLIV, 9).
Estos son los hijos de abominación, que aumentan la vileza y desafuero de sus padres, de los cuales se compuso una casa infame de impiedad, que solo sirvió de escandalosa fama en el pueblo: ellos fueron impíos, y macularon a sus vecinos con su vida perversa; y despues de su viciosa vida dejaron con su generación infeliz la memoria ignominiosa de su mal proceder.
Así perece el impío padre con aflicción pésima, según el Sabio habla de su mala muerte, muy conforme a su desastrada vida; y dice dejará un hijo heredero de sus iniquidades, el cual destruirá todos sus bienes temporales, y acabará su vida en calamidad y miseria.
Semejantes infelices padres son aquellos estultos y necios, de los cuales dice el profeta Ezequiel, que se perdieron a sí mismos, y perdieron a sus hijos, y aun podemos añadir, que de su parte perdieron a su pueblo, y aun a todo el mundo; porque los malos padres, que criaron mal sus hijos, fueron desde el principio del mundo la ruina y perdición del universo.
Muchas veces sucede cumplirse esta práctica verdad que los padres impíos y malos crian los hijos tan perversos, que exceden a sus malos padres en sus vicios y pecados, como se dice en el sagrado libro de los Jueces; y de esta prava generación se contaminan los pueblos, y se pierde la tierra.
Si alguna vez, por la infinita misericordia de Dios, de tales impíos padres nacen algunos hijos que no siguen los vicios de quien los engendró, tienen por lo menos la queja justificada de que viven en oprobio, por la infamia de sus malos padres, como se dice en el sagrado libro del Eclesiástico; porque el descrédito del padre le hereda el hijo, como también el honor.
Lo común en el mundo es, que el padre malo abre camino para los pecados de los hijos; y el Espíritu Santo dice, que de esc viciado principio redundan muchísimas feas culpas, de lo cual están llenas las divinas Escrituras.
Del infeliz Abias dice el sagrado texto, que aprendió de su padre el obrar mal. Lo mismo se dice del perverso Amon, y a cada paso se hallarán otros semejantes ejemplares; porque esto es lo común en las generaciones de los hombres terrenos y mundanos, que los malos padres crian mal los hijos, y así se pierden los pueblos.
Esto decia Cristo Señor nuestro de los perversos hebreos, que criando mal a sus hijos, estos aumentaban las iniquidades de sus malos padres, y cumplían sus malos deseos, por lo cual el Señor les decia, que eran hijos del diablo: Vos ex patre diabolo estis (Joan., VIII, 44); porque el demonio, viéndose perdido, quiere perder a los demás, y muchas veces lo consigue.
Estas son las inmundas raíces, de las cuales dice el Espíritu Santo, que nacen hasta en las duras piedras (Eccl., XI, 15); porque mas fácilmente crece la yerba mala que la buena, y suele quebrantar los fuertes edificios, y perderlos; y así hace la mala semilla de los impíos pecadores, arraigándose de modo, que no se acaba hasta que arruina la casa desventurada, donde nacieron para su mal, y aun los vecinos participan de su perdición.
Esta práctica verdad conocieron los antiguos filósofos con la luz natural; y por esto trabajaron tanto para que en las repúblicas se celase con eficacia la buena crianza de los hijos, viendo por la experiencia, que los pueblos se perdían por el fatal descuido o malicia de los malos padres, como lo escribe Platón en sus libros, que tratan del bien común de la república.
Aristóteles concibió tan altamente lo mucho que importa a los pueblos la buena crianza de los hijos desde sus primeros años, que llegó a decir no se podia hacer mayor beneficio a una república, que el instruir bien a los mozos de ella; ni mayor daño, que criarlos viciosos y malos.
El insigne Plutarco, maestro escogido del emperador Trajano, hizo tan grave juicio de este principal asunto de la buena crianza de los niños y jóvenes del pueblo, que escribió sobre ello un librito entero, en el cual con íntimo dolor y grande sentimiento se lastima, y llora el pernicioso descuido que ordinariamente tienen los malos padres en la buena crianza de sus hijos.
El grande escritor Alejandro refiere, que los persas celaron tanto este negocio importante de la buena crianza de los jóvenes del pueblo, que no fiándose solo del cuidado de sus padres, señalaron dos varones, los mejores y mas principales de la república, para la puntual ejecución de este magisterio, los cuales enseñaban á los niños hasta que fuesen adultos todas las ciencias necesarias y convenientes para ser personas, y apartarlos de los vicios.
Los célebres lacedemonios constituyeron también un magistrado particular para este mismo propósito; porque lo tenian por cosa tan importante y necesaria, que sin ella juzgaban ser perdida y arruinada toda su república, y acabada toda su gloria y estimación humana.
En confirmación de esto refiere Plutarco, que habiendo vencido Antipatro a los lacedemonios, y pidiéndoles en rehenes y en prendas confidenciales cincuenta muchachos, respondieron, que si querían viejos y mujeres, se los darían doblados; pero que jóvenes no se los darían, porque criándose fuera de su república con libertad, cuando volviesen a su patria serian indóciles y mal criados, y echarían a perder a los otros con sus malas costumbres.
De los habitadores de la India meridional también se refiere, que celaban con tantas véras la buena instrucción y crianza de sus hijos, que luego en naciendo les daban un maestro y curador público, que desde entonces los atendiese, y en teniendo uso de razón les fuese enseñando letras y buenas costumbres, para que la república no se perdiese por ellos.
Eliano dice de los atenienses, hicieron ley inviolable, que si los padres eran descuidados en la buena crianza de sus hijos, no tuviesen los hijos obligación de sustentar en la vejez a sus malos padres, para obligarlos con esta pena a que cuidasen bien de la puntual educación de sus hijos, de la cual fiaban la conservación del pueblo; juzgando discretamente, que sin esta racional diligencia se perderían luego.
Aun dice mas el citado Plutarco, que los lacedemonios, celosos del bien común de su república, hicieron rigurosa ley y determinación, que si el hijo del vecino caía en algún delito, no le castigasen a él, sino a su padre, que le habia criado mal; excusando en el hijo la inconsideración, y agravando en el padre su mucho descuido.
Todos estos naturales filósofoscomprendieronfirmemente, que la perdición de los pueblos y de los reinos consistía en la mala crianza de los hijos. Asi lo han entendido también los santos padres de la Iglesia católica, los cuales ordenaron y juzgaron por conveniente, que el santo sacramento del Bautismo se dire a los niños luego en naciendo, y se le dieran padrinos, que desde entonces tuviesen la obligación de catequizarlos cuando rayase en ellos el uso de la razón, como lo refiere San Dionisio Areopagita.
San Gregorio el grande prueba con eficacia el mismo asunto de la necesaria perdición de los pueblos por la mala crianza de los hijos; y diré, que como de los jóvenes han de llegar algunos con el tiempo a gobernar la república, es cosa muy cierta, que cuales hayan sido en su juventud, así serán despues, como lo dice la divina Escritura; y cuales fueren sus costumbres, tales las enseñarán; y si son malas, perderán el pueblo, porque este regularmente sigue la condicion de quien le gobierna; como también lo dice el sagrado texto (Eccl., XXX, 3).
En el sacrosanto concilio Tridentino tenemos otra poderosa confirmación de esta misma verdad; pues en él se manda encarecidamente, que los prelados instituyan colegios, y hagan seminarios, en los cuales se crien los jóvenes en santo temor de Dios desde la tierna edad; porque como la edad de los mancebos es inclinada a seguir los deleites del mundo, no perseverarán perfectamente en la disciplina eclesiástica, si no son ejercitados en la virtud desde sus tiernos años, ántes que se pierdan con los malos hábitos de los vicios.
La experiencia cuotidiana nos enseña todo lo que los santos padres y los sagrados concilios nos dicen sobre esta materia; porque claramente conocemos, que los hijos jugadores, tramposos, holgazanes, ladrones y torpes, y las hijas disolutas, perdidas y escandalosas, regularmente han tomado su perdición de la mala crianza que han tenido en sus primeros años; y así lo gritan cada dia los predicadores apostólicos; pero como el remedio no se pone en su cura principal, no se quita el efecto.
En la lengua de los padres está 1a vida o la muerte espiritual de sus hijos, toda la felicidad de las casas, todo el bien universal de la república, toda la paz y provecho del reino, la salvación de innumerables almas, el aumento de las virtudes, y la reputación de las buenas costumbres (Prov., XVIII, 21).
Si los padres no ponen la mano en la buena crianza de sus hijos, en vano trabajan los tribunales, nada valen las leyes, inútiles son los decretos, poco enmiendan los castigos, nada remedian los destierros, nada consiguen las horcas. Bien pueden callar los predicadores, que poco bien harán con sus voces. Bien pueden enmudecer los confesores, porque sacarán poco o ningún provecho; y el Espíritu Santo dice, que no se haga sermón donde no hay quien le atienda (Eccl., XXXII, 6).
Al contrario, si los padres de familia se conviniesen todos en un dia feliz para reformar cada uno su casa, en ese dia estaba reformado todo el mundo. Y dado que esto no puede ser, moralmente hablando, cuide cada uno de reformar su casa, y por su parte estará ya reformado lodo el mundo. Esta fué la discretísima razón que san Pedro de Alcántara dió a un noble caballero que se lamentaba mucho de la perdición espiritual de muchos pueblos, (In Vit. S. Pet. Alc.)
Lo que es cierto, y nos lo dice la divina Escritura, es, que la perdición universal del mundo sucedió por la mala crianza de los hijos, y relajación de la juventud, tomando su orígen de los que mas cuidaron de hacerse ricos y poderosos, que de criar bien sus hijos; estos se hicieron gigantes y soberbios, y corrompieron la tierra con sus vicios, de tal manera, que fue conveniente lavarla con el diluvio universal, y acabar con ellos y con sus feos vicios.
Y aun despues de este general castigo, dice el santo profeta Jeremías, que determinó el Altísimo entregar cierta ciudad a los caldeos y babilonios, para que la destruyesen a sangre y fuego; porque la juventud de ella se prevaricó con perversas costumbres, y esta fue la causa de la perdición de toda la república.
Ya tenemos comprobado, que la mala crianza de los hijos destruye las casas, acaba los pueblos, y pierde a todo el universo mundo. El remedio será la buena educación de los hijos; porque todos los males se curan con sus contrarios, como dice san Gregorio. Adonde está la causa principal del daño, se ha de poner el remedio; porque en vano se quieren quitar los malos efectos, sin quitarles la causa que los produce y los conserva.
Un sabio de Aténas enseñó a todo el senado esta sana doctrina con un símbolo misterioso. Preguntó a todos los senadores, ¿qué medio hallarian para restaurar una manzana podrida, y volverla sana? No daban en el punto, y el sabio dijo, era el único remedio sacarla las petitas, volverlas a sembrar, y cuidar de su cultivo. Y concluyó diciendo, que la manzana podrida era la república viciada, y que su remedio consistía en criar bien los nuevos hijos, que serian las nuevas plantas del pueblo; y en creciendo sin vicios, se renovaría con ellos toda la república (Ap. P. Parr., II, pl. 32)
Lo que se dice de todo un pueblo se entiende mejor de sola una casa; porque de lo mas a lo menos, y de lo universal a lo particular vale la consecuencia legítima en buena filosofia. Si la casa se perdió por la mala crianza de los hijos, hagase plante nueva, y cuídese de su virtuoso cultivo, y se hallará restaurada. Dios lo inspire a todos los padres. Amén.

R. P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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