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sábado, 3 de enero de 2015

¡ADORAMUS TE!

     ¡Adorar! He aquí el homenaje supremo que la criatura rinde a su Criador. Adorar, dice Bossuet, es reconocer en Dios la mas alta soberanía y en nosotros la mas profunda dependencia. Reconocer su todo y nuestra poquedad; hacer que nuestra nada se humille ante el Infinito.
     La naturaleza, en inefable concierto, adora a Dios. Un grito unánime, inmenso, incesante, prorrumpe desde las entrañas de la creación y llega hasta el trono del Hacedor para pregonar su grandeza y su poder. Toda la música de las esferas canta la gloria de Dios.
     Tu, hombre, mundo abreviado, debes de interpretar la adoración universal y tu personal adoración de criatura escogida.
     Une tu oración a la adoración de cristo, Dios y Hombre verdadero, Pontífice Máximo, que concentra en sí todo lo creado para ofrecerlo al Padre Soberano.
     ¡Adorar! No hay operación que sea tan propia de la criatura como adorar a su Creador. Es ponerse la limitación ante el Infinito, la pequeñez ante la grandeza, la impotencia ante el Poderío, el soplo humano ante el huracán de la gloria inmensa, el corazón chiquito ante el océano del amor misericordioso.
     Al mundo infatuado, al mundo enloquecido y febricitante, le urge recobrar el sentido y la idea de la trascendencia de Dios.
     Menos hablar de humanismo y más practicar el teocentrismo.
     ¡Que bella, que necesaria la alabanza de los puros adoradores, de los escasos contemplativos!.
     ¡Que bueno y seguro, en estos días de disipación, extraversión y vértigo, ese centrarse en Dios, que no cambia! ¡Ese afincarse en la raíz -Ego sum Radix-, y desde la raíz vivificar la Iglesia, y a través de la Iglesia, el mundo!
     Adora tú, pobrecita criatura, nada de pecado, nada de naturaleza, nada de gracia; adora a tu Dios, Perfección absoluta, soberana Grandeza.
     "Todas las cosas, enseña San francisco de Sales, han sido creadas para la adoración. Cuando Dios crea al ángel y al hombre, los crea para que le alaben eternamente".
     Hay actos de adoración. y debes hacerlos a menudo. Hay un estado de adoración. Ese debe ser tu estado, esa tu vida.
     Debes, 1°, Ver a Dios en todas partes. La tierra está llena de su gloria y atestigua su presencia. Las criaturas son escaleras, tránsitos para llegar a Él.
     2°, Verlo siempre grande. Así aparece hasta en las cosas pequeñas. El mundo de los microbios, de las células y del átomo pregona la grandeza de Dios.
     3°, Ver que Dios es la grandeza y el valor de cuanto existe. Omnia per ipsum et sine Ipso factum est nihil!
     4°, Verlo siempre y en todas partes como el primero en todo.
     5°, Considerarlo como tu Fin y Fin de sí mismo.
     6°, Verlo cerca de ti y en ti mismo, por la gracia que habita en nuestros corazones.
     Adóralo, pues. que tu voluntad se humille gozosamente y se rinda sumisamente a tu Creador y Soberano.
     Sal de ti mismo, de ese mundillo de tus mezquindades, de tus aspiraciones alicortas y de tus peticiones comineras. Ni siquiera el salvarte es el fin supremo. Alza la vista a Dios. El fin supremo es su gloria. Dios es espíritu. ¡Adóralo en espíritu y verdad!.
     Traspasa las fronteras de tu mundillo interior y del mundo universo y ponte a meditar en Dios y ámalo, porque su gloria es inmensa y eterna.
     ¿Has reparado alguna vez en aquella fórmula profunda del gloria in excelsis: Te damos gracias por tu grande gloria? Es un grito sublime de adoración.
     La oración de petición, que tanto te ocupa, que muchas veces es la única que practicas, interesado y mezquino, acabará con el fin de los tiempos; pero la adoración, como la Caridad, durará por toda la eternidad.
     Señor, reconozco que a menudo mi oración se reduce a una mera introspección psicológica y a un egoísta catálogo de peticiones. Hoy quiero decirte con todos los millares de sacerdotes y de fieles participantes en la adoración augusta de la Misa: Adoramus Te, glorificamus Te! Hoy quiero olvidarme de mí para decirte: ¡Te adoro! ¡Te amo!
R.P. Carlos E. Mesa C.M.F.
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