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martes, 22 de noviembre de 2011

Catecismo sobre la Misa (9)

CAPITULO VII
MISA DE LOS FIELES
PARTE SEGUNDA
Números 221-230

221. CONSAGRACION.

I. RELATO DE LA ULTIMA CENA.
¿Cómo se obra la Consagración?
La Consagración se obra mediante el RELATO LITURGICO de la ULTIMA CENA.
AL DECIR «RELATO LITURGICO» entendemos:
a) Que la Consagraciónacto esencial y como el corazón y núcleo del Sacrificio de la Misa —, ES UNA REPRODUCCION FIEL Y EXACTA DE LA ULTIMA CENA: véanse nn. 3 y 4.
b) Que el sacerdote, en este acto, no hace más que obrar en nombre y en lugar de Jesucristo, CON SU PODER Y AUTORIDAD: véase n. 9, y
c) Que al referir el hecho y las circunstancias históricas de la Ultima Cena, reproduciendo al vivo los gestos y acciones de Jesucristo y repitiendo con toda exactitud las mismas palabras y la misma fórmula consecratoria que empleó Jesús, EL CELEBRANTE NO ES UN MERO NARRADOR, sino que sus palabras, como palabras de Jesús, SON TAN EFICACES Y CREADORAS que obran la misma maravillosa conversión total, o transubstanciación, que obraron en la última Cena las palabras de Aquél... «Tomad y comed... PORQUE ESTE ES MI CUERPO...»

¿Cómo se compuso este RELATO LITURGICO?
Se compuso con elementos suministrados principalmente por los Evangelistas y por S. Pablo: Mt. XXVI, 25-28; Mc. XIV, 22-24; Lc., 19-20 y I Cor. II, 23-25; y también por algún que otro pequeño detalle añadido por la TRADICION APOSTOLICA.
Comparando, en efecto, el RELATO LITURGICO de la Cena del Señor que figura en el Canon, con las narraciones que del mismo hecho nos ofrecen los escritores sagrados, observamos: a) que aquél, aunque está entretejido con los textos bíblicos de éstos últimos, no reproduce, sin embargo, todas y cada una de sus expresiones, sino solamente las necesarias para el rito sacramental y su descripción; y b) que la tradición apostólica, comentando sobria y cariñosamente estos textos, para ella tan queridos, añadió por su cuenta algunos pocos elementos, detalles preciosos que vienen a completar el cuadro incomparable de la CENA DEL SEÑOR. Tales detalles son, p. e., «en sus santas y venerables manos», «Levantados sus ojos al cielo, a Ti, Dios Padre suyo poderoso» (Cfr.: Jo. 11, 41; Mt. XIV, 19; Mc. VI, 41; Lc. IX, 16...), «precioso cáliz», que es del salmo 22, 5, y, en fin, «misterio de fe», expresión esta última que, según parece, era una llamada de atención, que en estos momentos daba al pueblo un diácono y que después, al multiplicarse las Misas rezadas, tuvo que decirla el mismo celebrante, quedando, por fin, intercalada, y como entre paréntesis, en la fórmula consecratoria del vino.

II. CONSAGRACION DEL PAN Y DEL VINO.
Es el Jueves Santo. NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, en este día, VISPERA DE SU PASION, TOMO EL PAN EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS (el celebrante también toma la Hostia con los dedos pulgares e índices, pues sólo ellos la tocarán desde ahora), Y LEVANTADOS LOS OJOS AL CIELO (el celebrante también los levanta), A TI, DIOS, PADRE, SUYO, OMNIPOTENTE, DANDOTE GRACIAS (el celebrante, en un gesto de agradecimiento, inclina reverente la cabeza), LO BENDIJO (el celebrante también bendice con la señal de la Cruz el pan que sostiene en sus manos), LO PARTIO Y LO DIO A SUS DISCIPULOS, DICIENDO (estas acciones de Jesús, la Fracción del Pan y su distribución o Comunión, tendrán lugar después): TOMAD Y COMED TODOS DE EL... Y ahora, el sacerdote, inclinándose sobre el altar y apoyándose en él, atentamente, con voz silenciosa y clara, pronuncia las cinco palabras divinamente eficaces y creadoras:

PORQUE ESTE ES MI CUERPO

Al instante el sacerdote cae de rodillas para adorar a la Majestad de Dios, humildemente oculta en la Hostia consagrada; se levanta, la muestra al pueblo, la deposita sobre los Corporales y vuelve a adorarla.
En seguida, para consagrar el vino, descubre el Cáliz y prosigue el RELATO LITURGICO:
DE MODO SEMEJANTE, DESPUES DE HABER CENADO, TOMANDO ESTE PRECIOSO CALIZ EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS (el celebrante toma también el Cáliz con ambas manos), DANDOTE IGUALMENTE GRACIAS (el celebrante inclina la cabeza), LO BENDIJO (el celebrante bendice el Cáliz) Y LO DIO A SUS DISCIPULOS, DICIENDO: TOMAD Y BEBED TODOS DE EL.
Y apoyándose, como antes, en el altar, pronuncia las palabras consecratorias del vino:

PORQUE ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: (MISTERIO DE FE) QUE SERA DERRAMADO POR VOSOTROS Y POR MUCHOS PARA EL PERDON DE LOS PECADOS. CUANTAS VECES HICIEREIS ESTO, HACEDLO EN MEMORIA MIA

Mientras dice estas últimas palabras el celebrante, doblando como antes la rodilla derecha, adora la sangre de la Divina Víctima, levanta después el Cáliz para que también el pueblo la adore, y cubriendo luego el Cáliz con la Palia y haciendo una última genuflexión, prosigue con los brazos abiertos la Plegaria Eucarística.

LA ELEVACION DE LAS SAGRADAS ESPECIES
A principios del siglo XIII suscitóse entre los teólogos de la Universidad de París esta controversia: «¿Las palabras esenciales para la consagración del pan—ESTE ES MI CUERPO — producen inmediatamente sn efecto cuando se acaban de pronunciar, o no lo producen hasta que se han terminado de pronunciar las palabras esenciales para la consagración del vino, ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE...?» La respuesta segura y cierta a esta pregunta la dio, del modo más claro y popular, el Obispo de París — Eudes de Sully (1199-1208) — ordenando a todos sus sacerdotes que inmediatamente después de pronunciar las palabras consecratorias del pan elevasen la Sagrada Forma para que el pueblo adorase a Jesucristo, ya realmente presente en ella. A esta elevación de la Hostia, que pronto se extendió a toda la Iglesia, siguió, naturalmente, la del Cáliz — hacia el siglo XIV— y el toque de la campanilla, que es también de fines del siglo XIII; la incensación, del siglo XIV, y, en fin, la genuflexión del celebrante aparece prescrita por vez primera en el Misal de S. PIO V.
La antigua plegaria eucarística o Canon primitivo, sin los mementos ni plegarias sacrifícales que ahora encierra, venía a ser toda ella, por así decirlo, una continua consagración o narración consecratoria: no había, pues, necesidad, como ahora, de llamar la atención hacia este momento culminante de la misa, y por eso, solamente al terminar la gran plegaria o Canon es cuando el sacerdote, que, como ya se sabe (V. n. 82), celebraba vuelto al pueblo, mostraba a éste las Sagradas Especies, diciendo estas palabras, que al mismo tiempo eran una invitación a la Comunión: He aquí el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta elevación, como en seguida veremos, sigue todavía hoy ocupando el mismo lugar; pero al introducirse las anteriores elevaciones fue quedando en la penumbra hasta reducirse a la mínima expresión que presenta ahora: v. n. 228.

¿Qué deben hacer los fieles durante la Consagración? Las rúbricas no prescriben nada más que el arrodillarse.
«En ciertas regiones, la gente se persigna y se golpea tres veces el pecho. La señal de la Cruz tiene, ciertamente, un sentido: pretende expresar que nos apropiamos la realización de la muerte sacrifical de Cristo. Pero golpearse el pecho no tiene aquí ningún sentido; es un gesto de penitencia que no está ciertamente en su lugar en este momento. Del mismo modo la inclinación de la cabeza durante la elevación es un contrasentido, ya que las especies se muestran al pueblo para que las mire. Actualmente se va imponiendo cada vez más la costumbre de omitir todo signo y aun toda palabra durante la Elevación de las especies; y va introduciéndose la práctica muy litúrgica de levantar los ojos hacia la Hostia y el Cáliz en las Elevaciones, y de inclinar la cabeza a las genuflexiones del sacerdote. Tengamos bien presente, en efecto, que en el Canon y generalmente en la Misa, la ofrenda sacrifical es el punto más importante, mientras que la adoración de las Santas Especies es secundaria. Habituémonos a considerar sobre todo el acto sacrifical. La Misa no es ni una devoción a la Eucaristía, ni una adoración de la Eucaristía: es el Sacrificio de Cristo, al mismo tiempo que nuestro Sacrificio... Hay que realizar un trabajo de educación para llevar a nuestra generación a una manera diferente de ver.» Parsch: o. c. pp. 214-215.

Muy atinadas nos parecen estas observaciones del sabio liturgista austríaco, y por eso las hemos dejado traducidas aquí, casi al pie de la letra; pero si alguna jaculatoria quiere espontáneamente brotar de nuestros labios en estos momentos, no nos olvidemos de aquella rotunda afirmación de fe y de amor en que prorrumpió el apóstol Santo Tomás ante las llagas de su Divino Maestro: «SEÑOR MIO Y DIOS MIO».
(Indulgenciada por PIO X — siete años, plenaria semanal — mirando a la S. Hostia durante la Elevación o, también, en la Exposición solemne).

222. PLEGARIAS DESPUES DE LA CONSAGRACION.
Ofrecimiento de la Víctima
Plegar. Memor. "UNDE ET MEMORES"
Aceptación de la Víctima
Plegar, sacr. III "SUPRA QUAE"
Entrega de la Víctima:

Plegar, sacr. IV "SUPPLICES"
Frutos del Sacrificio:
PARA LOS DIFUNTOS: MEMENTO IV "MEMENTO ETIAM" PARA NOSOTROS: MEMENTO V "NOBIS QUOQUE"

223. PLEGARIA MEMORIAL: OFRECIMIENTO DE LA VICTIMA.
¿Por qué se llama «memorial» esta plegaria?
Se llama «memorial» — en griego, memoria o recordación — por las palabras con que comienza: «Unde et MEMORES... Por tanto, RECORDANDO».
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PLEGARIA MEMORIAL
Por tanto, recordando, Señor, nosotros tus siervos y también tu pueblo santo, la dichosa Pasión del mismo Cristo, Hijo tuyo, Señor nuestro, y su Resurrección de entre los muertos y su gloriosa Ascensión a los cielos, ofrecemos a tu excelsa Majestad de tus dones y dádivas la Hostia pura, la Hostia santa, la Hostia inmaculada, el Pan santo de vida eterna y el Cáliz de salud perpetua.

Esta oración es: a) un precioso comentario de las últimas palabras con que ha terminado el Relato Litúrgico de la Consagración: «Cuantas veces hiciereis esto, hacedlo en memoria mia": con ellas está unida lógica y gramaticalmente... «Unde Por tanto...»; b) el testimonio de que la Iglesia cumple con fidelidad y cariño este postrer encargo de su Divino Maestro, encargo divinamente fecundo que dió origen al sacerdocio católico y fundó el Sacrificio de la Nueva Ley; c) un compendio admirable de las sublimes excelencias de la Misa (véanse nn. 3-16), es un recuerdo de Jesús... Por tanto, recordando... la Pasión... su Resurrección... y Ascensión...; es el Sacrificio de la Iglesia Católica... «Ofrecemos esta Hostia o Sacrificio...»: es el Convite del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo... «Él Pan santo de la vida eterna y el Cáliz de perpetua salud».

En esta oración, también se expresa una vez más — véase n. 208 — que el Sacrificio de la Misa, no sólo es MEMORIAL principalmente de la Pasión y Muerte de N. S. Jesucristo, conforme a lo que San Pablo escribe inmediatamente después del Relato de la Cena: «Pues cuantas veces comiereis de este pan y bebiereis de este Cáliz, anunciaréis o representaréis la muerte del Señor», 1 Cor. II, 26, sino también de toda su obra redentora, compendiada aquí en sus tres grandes actos: PASION, a la que se llama dichosa, beata, por sus frutos dichosos, RESURRECCION Y ASCENSION a los cielos: cfr. n. 13.
Probablemente de origen apostólico, esta oración ya aparece en la anáfora o Canon más antiguo, en el de Hipólito, hacia el año 200. En ella se nombra,como en el HANC IGITUR, a las dos clases de personas que componen la familia de Dios en la tierra: NOS SERVI TUI, NOSOTROS SIERVOS TUYOS, al clero o sacerdocio católico que se designa a sí mismo con toda humildad, con el nombre de «siervo»; y «PLEBS TUA SANCTA, TU PUEBLO SANTO», a los fieles, a quienes aquel clero designa con el epíteto más honorífico: SANTO. Así se llamaba a los fieles en la Iglesia primitiva. SANTO, DE HECHO quiere significar aquí: a) haber recibido el germen de santidad, al ser incorporados en el Cuerpo místico de Jesucristo y al ingresar en la familia de Dios y de los Santos; y b) estar separados del mundo y ser propiedad de Dios.
Plebs, pueblo, es el viejo título romano que conservaron al principio las nacientes comunidades cristianas. San Cipriano endereza su carta al Clero et plebibus de León-Astorga y Mérida; y en Elvira se abre el primer Concilio Español, adstante omni plebe, en presencia de todo el pueblo. G. Villada, Histor. Beles, de España: t. I, Parte I, p. 210.
La expresión: DE TUIS DONIS AC DATIS, DE TUS DONES Y DADIVAS, se refiere al Cuerpo y a la Sangre de Jesucristo: Dios nos los dió y a Dios se los devolvemos...

¿Qué significación encierran las Cruces que traza ahora el sacerdote después de la Consagración?
«El sacerdote, después de la consagración — nos responde Santo Tomás de Aquino—, no usa la señal de la Cruz para bendecir y consagrar (como antes) la Oblata, sino solamente para recordar la virtud de la Cruz y la representación de la Pasión de Jesús: Summ. Theol. III, 83, 5 ad 4. Estas Cruces son otras tantas repetidas y solemnes afirmaciones de la identidad del Sacrificio de la Cruz y de la del Sacrificio de la Misa.
Los Cartujos y los Dominicos recitan esta oración con los brazos extendidos en forma de Cruz: es un rito del siglo XII, que prescribían algunos misales anteriores al de PIO V, y que estos Religiosos siguen conservando, porque conservan todavía la Liturgia de aquellos tiempos. Cfr. n. 122.

PLEGARIAS SACRIFICALES III Y IV:
ACEPTACION Y ENTREGA DE LA VICTIMA

224. Con la Víctima divina, ya sacramentalmente inmolada, sobre el altar (véanse nn. 12-14), nuestras plegarias después de la Consagración, tienden:
1. A OFRECER a la «preclara o excelsa Majestad de Dios esta Hostia pura, santa e inmaculada». Eso acabamos de hacer en la Plegaria Memorial,
2. A lograr que «sobre estos clones se digne el Señor mirar con rostro propicio y sereno y ACEPTARLOS, así como se dignó ACEPTAR los dones de Abel y los sacrificios de Abrahán y de Melquisedec; sacrificios que, sin embargo, eran incomparablemente inferiores y sólo fueron anuncios balbucientes y figuras toscas e imperfectas de este otro único y verdadero Sacrificio... SACRIFICIO SANTO, HOSTIA INMACULADA. (A este fin se dirige la Plegaria sacrifical III: Supra quae. Sobre los cuales...)
Esta plegaria pertenece también al antiguo Canon romano: su rico contenido, los tres preciosos Sacrificios y las disposiciones interiores de sus célebres protagonistas: la inocencia de Abel, la Fe y obediencia de Abrahán y la regia generosidad de Melquisedec, brindan al comentarista de la Misa interesantísimas aplicaciones; y
3. A rogar humildemente (por eso el celebrante reza esta oración profundamente inclinado sobre el altar) a Dios Todopoderoso que ordene sean llevados estos dones por manos de su SANTO ANGEL a su sublime altar del cielo, para, que una vez allí, entregada nuestra Ofrenda, todos cuantos participamos de este altar — de la tierra—(besa el altar, símbolo de Cristo, con un beso eucarístico que exhala el alma, deseosa de unirse por la Comunión con la Divina Víctima) recibiéremos el sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo (traza la señal de la Cruz sobre la Hostia y sobre el Cáliz), seamos colmados (se santigua) de toda bendición celestial y de toda gracia... En estas últimas palabras encontramos la más hermosa definición de la COMUNION.
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PLEGARIA SACRIFICAL III
Sobre los cuales dones dígnate mirar con rostro propicio y sereno y aceptarlos así como te dignaste aceptar los dones de Abel y el su crificio de nuestro patriarca Abrahán y el que te ofreció tu sumo sacerdote, Melquisedec — SACRIFICIO SANTO, Hostia inmaculada.

¿Qué es comulgar? COMULGAR ES PARTICIPAR DEL ALTAR —del Santo Sacrificio de la Misa—, RECIBIENDO EL CUERPO Y LA SANGRE DE JESUCRISTO PARA SER COLMADOS DE TODA BENDICION Y DE TODA GRACIA CELESTIAL. Cfr. n. 44.
Hay en esta última plegaria sacrifical, una de las más sublimes de toda nuestra liturgia, misteriosas bellezas que en vano han tratado de explicar los más sabios liturgistas... ¿Quién es, por ejemplo, este SANTO ANGEL encargado de presentar ante la Majestad de Dios nuestro Sacrificio? ¿Es S. Miguel, el Arcángel Protector de la Iglesia, o es tal vez nuestro Angel de la Guarda?... ¿O se trata de una invitación o llamada a los ángeles en general, pues por la Santa Escritura, p. e., en el libro de Tobías 12, 12, sabemos que ellos llevan a la presencia de Dios nuestras oraciones y buenas obras?... Si este SANTO ANGEL es el ESPIRITU SANTO — nótese que ángel, en griego, es lo mismo que ENVIADO, y que en algunas liturgias se dice solamente ESPIRITU —, entonces tendríamos en esta plegaria una EPICLESIS, es decir, una solemne invocación al ESPIRITU SANTO para que, transformándola en el Cuerpo y Sangre de N. S. Jesucristo, lleve y presente nuestra Ofrenda y nos obtenga los frutos de la Comunión o participación en la Victima inmolada. En este caso también nuestro Canon romano tendría — cosa muy discutida entre los doctos — esta célebre oración, que poseen y colocan en este mismo lugar, después de la Consagración, las liturgias antiguas y, todavía hoy, las orientales... Lo que parece más probable es que aquí se alude a esta visión del Apocalipsis: «Vino entonces otro Angel y púsose ante el altar con un incensario de oro; y diéronsele muchos perfumes, compuestos de las oraciones de todos los santos, para que los ofreciese sobre el ALTAR DE ORO COLOCADO ANTE EL TRONO DE DIOS. Y el humo de los perfumes o aromas encendidos de las oraciones de los santos SUBIO POR LA MANO DEL ANGEL AL ACATAMIENTO DE DIOS». Apoc. 8, 3-4.
Otra oración que también presenta algunos caracteres de la EPICLESIS tradicional, es la Plegaria Sacrifica! II: «QUAM OBLATIONEM»: v. n. 220, Cfr. 201.-
Reanúdase ahora la LECTURA DE LOS DIPTICOS, comenzada antes de la Consagración: v. n. 217; por eso se dice en este MEMENTO IV: «Memento ETIAM, Acuérdate TAMBIEN», y en el siguiente: «Nobis QUOQUE, TAMBIEN a nosotros», uniéndose con el Memento de los vivos y con el de los Santos.
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PLEGARIA SACRIFICAL IV Humildemente te suplicamos, Omnipotente Dios, que ordenes sean llevados estos dones por manos de tu Santo Angel a tu sublime altar, unte la presencia de tu divina Majestad, para que todos cuantos, participando de este altar, recibiéremos el sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda bendición y de toda gracia celestial. Por el mismo Cristo, nuestro Señor. Amén.

225. MEMENTO IV: FRUTOS DEL SACRIFICIO.
a) Para los DIFUNTOS. Ya el celebrante había ofrecido— en. el Ofertorio, n. 197 — la Hostia Inmaculada por todos los fieles cristianos vivos y DIFUNTOS ; mas ahora, al recoger a manos llenas los frutos preciosos del Sacrificio de la Misa, nos recordamos en primer lugar de nuestros queridos hermanos difuntos... Hacemos lo mismo que hizo Jesucristo al consumar el Sacrificio de la Cruz: El bajó al Limbo o seno de Abrahán para aplicar a los justos del Antiguo Testamento las primicias de su Sacrificio: nosotros, al consumar el mismo Sacrificio, también bajamos al purgatorio para aplicar a las almas, allí detenidas, los primeros frutos de la Misa.
EL MEMENTO DE LOS DIFUNTOS ES UN FLORILEGIO DE LAS MAS HERMOSAS INSCRIPCIONES FUNERARIAS DE LAS CATACUMBAS: ni allí, sobre aquellas losas sepulcrales, ni aquí, en esta oración tan hermosa y delicada, leemos la palabra «muerte»...; nada que indique desaparición absoluta, aniquilamiento de los seres queridos:
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MEMENTO IV Acuérdate también, Señor, de tus siervos y siervas NN..., que nos han precedido con la señal de la fe y duermen el sueño de la paz (pausa y oración en silencio por los difuntos). A éstos, Señor, y a todos los que descansan en Cristo, te rogamos les concedas el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz. Por el mismo Cristo, nuestro Señor. Amén.

Ellos son LOS QUE NOS HAN PRECEDIDO: es una partida, nos han precedido en el camino de la vida, han partido antes que nosotros; pero también nosotros partiremos, porque todos somos viajeros, y cuando hayamos partido... ¡nos volveremos a ver!
LOS QUE NOS HAN PRECEDIDO CON EL SELLO O SEÑAL DE LA FE: con la señal de la Cruz que los regeneró para Jesucristo, con el carácter indeleble del Bautismo, con todas las bendiciones y cruces del sacerdote que los asistió en su partida.
Y DUERMEN EL SUEÑO DE LA PAZ, esperando plácidamente tranquilos en el «dormitorio», eso significa la palabra cristiana «cementerio», a que Dios los despierte de su sueño confortador, de ese sueño que tiene que ser muy dulce, porque descansan en los brazos de Jesús: ET OMNIBUS IN CHRISTO QUIESCENTIBUS.
TE ROGAMOS LES CONCEDAS EL LUGAR DEL REFRIGERIO, DE LA LUZ Y DE LA PAZ. He aquí definida la eterna felicidad del cielo, y atestiguada, al mismo tiempo, la fe de la primitiva Iglesia en la existencia y en la naturaleza del PURGATORIO... ¿Qué es el PURGATORIO? Ardores de fuego expiatorio... por eso pedimos el refrigerio de esos ardores — refrigerio es una de las palabras más repetidas en los epitafios de las Catacumbas—; es región obscura, noche tenebrosa, Job X, 21-22, ausencia de la vista de Dios... por eso pedimos la luz Increada, la visión de Dios; es inquietud, anhelo, atracción-repulsión de Dios..., por eso pedimos la Paz.
La rúbrica que prescribe aquí, al terminar esta oración y sin pronunciar el nombre de Jesús, una inclinación de cabeza, parece ir referirse al «Nobis quoque» que sigue (Brinktrine, citado por Parsch). Véanse en CABROL: La Orae. de la Iglesia, los cc. 23 y 33: La mansión del descanso y La muerte.

226. MEMENTO V: FRUTOS DEL SACRIFICIO.
b) Para NOSOTROS. Él celebrante alza ahora la voz al pronunciar las palabras «Nobis quoque, peccatoribus, también a nosotros, pecadores». Es que estas palabras eran la señal convenida para que los subdiáconos que durante la recitación del Canon habían estado profundamente inclinados en torno al altar, cambiaran de posición y comenzaran a preparar la FRACCION DEL PAN que ya se aproximaba; entonces, en aquellos primeros siglos — tal vez hasta el siglo VII—, el Canon se decía todo él en voz alta, pero cuando comenzó a pronunciarse en voz baja, estas tres palabras, que habían de ser oídas por los subdiáconos, fueron las únicas del Canon que continuaron pronunciándose en voz alta.

ESTA PLEGARIA RESPIRA UNA HUMILDAD ENCANTADORA: comienza con un golpe de pecho, en señal de arrepentimiento y contrición de nuestros pecados, y nos recuerda aquella conmovedora respuesta de la Cananea, que tanto enterneció el Corazón de Jesucristo — Mt. XV, 21-28 y Mc. VII, 24-30— ; como ella, nos reconocemos indignos del pan de los hijos, del trato de Dios a sus Santos, y solamente le pedimos, «confiando en la multitud de sus misericordias», que nos deje arrebañar las migajitas de los hijos, que caen de la mesa espléndida de la gloria... «ALGUNA PARTE en la compañía de tus Santos, Apóstoles y Mártires... en compañía de los cuales te pedimos nos recibas, no como apreciador del mérito, sino como generoso, pródigo, manirroto dispensador del perdón, veniae largitor
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MEMENTO V
También a nosotros, pecadores (golpe de pecho), siervos tuyos que esperamos en la multitud de tus misericordias, dígnate hacer que tengamos alguna parte y compañía con tus santos Apóstoles y Mártires: Juan (el Bautista), Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino, Pedro, Felicidad, Perpetua, Agueda, Lucia, Inés, Cecilia, Anastasia y con todos tus Santos: en cuya compañía te pedimos nos recibas, no como apreciador del mérito, sino como pródigo dispensador del perdón. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

SEGUNDA LISTA DE SANTOS
Como en la primera parte de este díptico — v. n. 218 —, aquí también los Santos — Apóstoles y Mártires — pertenecen todos ellos a los cuatro primeros siglos; allí la proporción era 1-12-12 (Virgen María, Apóstoles, Mártires) ; aquí es 1-7-7 (S. Juan Bautista, Hombres. Mujeres).

A San Juan Bautista que, en frase de Jesucristo, fue el último y el mayor de los profetas, sigue el diácono y protomártir San Esteban, los dos nuevos Apóstoles Matías y Bernabé, el primero, sucesor de Judas, y el segundo, discípulo de Jesús, y más tarde de San Pablo; Ignacio, el célebre obispo de Antioquía, despedazado por los leones en el anfiteatro romano el 20 de diciembre del año 107; el Papa Alejandro I, decapitado hacia el 119, y los dos compañeros de cárcel, el presbítero Marcelino y el exorcista Pedro, también decapitados en Roma hacia el año 304, y cuya iglesia, levantada por Constantino, llegó a ser uno de los títulos de Roma. En el díptico de los Santos del Canon, verdadero pórtico de la gloria donde la Iglesia ha colocado a los hijos que la han plantado y regado con su sangre también figuran algunas santas mujeres: las dos grandes madres cristianas, Felicidad y Perpetua, mártires de Cartago, hacia el año 203; pero todos los demás nichos de este retablo son para las VIRGENES CRISTIANAS, tan admiradas y queridas de la Iglesia primitiva: son para las sicilianas, Agueda y Lucía, aquella amable protectora de Catania en las erupciones del Etna, y ésta, siracusana, que murió en la hoguera después de anunciar la paz de la Iglesia (año 304); para la doncellita romana Inés, mártir a los trece años (334), tan elocuentemente celebrada por San Ambrosio; para la nobilísima y angelical Cecilia, que recibe tres golpes de espada y muere al cabo de tres días; y por fin, para la mártir de Sirmium — hoy Mitrovitza—, Anastasia, tan venerada por los Pontífices romanos, que acostumbraban celebrar en su Iglesia la segunda Misa de Navidad, y ahora sigue haciéndose conmemoración de ella en la Misa de la Aurora.
Las Vírgenes cristianas eran el ornamento más preciado de la primitiva comunidad cristiana; su consagración se hacía por medio de una ceremonia emocionante, llamada velatio, o imposición del velo. Vivían entre los demás fieles, o en sus casas, o reunidas en comunidad. Tenían un puesto especial en las iglesias; ninguna matrona salía de allí sin haberles dado antes el ósculo de paz. Lo mismo que Santa Inés, también Santa Eulalia de Mérida, cuando sólo contaba doce años de edad, sufre el martirio por conservar la virginidad. O. Villada: Histor. Beles., t. I, Parte I, p. 213.

227. CONCLUSION DEL CANON:

D O X O L O G I A S
(o Fórmulas de GLORIFICACION)
Fórmula I: Glorificación de JESUCRISTO
Fórmula II: Glorificación del PADRE y del E. S.
por mediación de JESUCRISTO AMEN final del CANON

228. GLORIFICACION DE JESUCRISTO.
Al cerrarse el paréntesis de los dípticos — colocados antes en otro lugar, como ya sabemos: v. n. 217—, vuelve a abrirse la gran Oración Eucaristica, que en su última plegaria sacrifical: v. n. 224 (3), había, concluido con estas palabras: «Por el mismo Cristo N. S.». A estas palabras hay, pues, que referir el «Per quem... Por quien», con que empieza la siguiente doxologia, que es al mismo tiempo una BENDICION DE LAS OFRENDAS.

Con qué sencillez tan sublime ha sabido formular la liturgia primitiva la más perfecta GLORIFICACION DE JESUCRISTO: JESUCRISTO CAUSA Y FUENTE DE TODA LA CREACION: «POR QUIEN oreas siempre, olí Señor, todos estos bienes...»; «JESUCRISTO CAUSA Y FUENTE DE TODA SANTIFICACION: POR QUIEN los santificas...»; «JESUCRISTO, CAUSA Y FUENTE DE TODA VIDA»; «POR QUIEN los vivificas...», y en fin, JESUCRISTO, CAUSA Y FUENTE DE TODA BENDICION: «POR QUIEN los bendices y nos los repartes con inagotable y divina sobreabundancia».
El mejor comentario de esta doxologia lo hallará el lector en «LOS NOMBRES DE CRISTO», del Maestro Fray Luis de León: léase uno de sus capítulos más soberanos, el tercero del Libro 1: «Es llamado Cristo PIMPOLLO, y explícase como le conviene este nombre...».

BENDICION DE LAS OFRENDAS: para comprender mejor esta Fórmula, recuérdese lo que ya indicamos al estudiar el Ofertorio: v. n. 193: las ofrendas que no se escogían para la Misa, quedaban sobre la «mesa del sacrificio: prothesis», para ser después distribuidas entre los pobres o aplicadas a otros usos cristianos ; pero antes de darles ese destino, esas ofrendas y otras que también el pueblo presentaba ahora después del «Nobis quoque peccatoribus», como las primicias de los frutos, del trigo, aceite, legumbres, uvas, etc., recibían aquí, al terminar el Canon, esta bendición tan breve y hermosa.
De esta manera, no sólo la Iglesia militante — Mementos I, II y V —, y la triunfante — Memento III —, y la paciente — Memento IV —, sino también la misma naturaleza con su rica y hermosa variedad de frutos, atraída por los brazos del Redentor del mundo, venía a colocarse en torno al Sacrificio de la Cruz; «Cuando fuere levantado sobre la tierra, todo lo atraeré a mi mismo»... ¿No estaban suspirando todas las criaturas y como con dolores de parto por recibir esta bendición redentora? Cfr. Rom. 8, 22 y Colos. I, 20; v. n. 211.

229. GLORIFICACION DEL PADRE Y DEL ESPIRITU SANTO por mediación de JESUCRISTO.
El Canon de la Misa, antología incomparable de las más hermosas plegarias y de los ritos más expresivos de la Liturgia Católica, toca ya a su fin y va a clausurarse coronándose con esta celebérrima y antiquísima DOXOLOGIA, en honor del PADRE Y DEL ESPIRITU SANTO...: como esos magníficos retablos españoles que, después de haber situado en su centro — como está en el centro del mundo y de la teología — la divina figura del CRUCIFIJO, colocan allá, en lo más alto de sus frontones y cresterías, cual digno remate y excelso coronamiento de toda su rica y afiligranada obra artística, la representación venerable del PADRE ETERNO y la simbólica paloma del ESPIRITU SANTO.

El celebrante descubre ahora el Cáliz y como, va a tocar la Hostia consagrada, la adora primero con una genuflexión— genuflexión que repetirá desde ahora, siempre que tenga que tocar las Sagradas Especies —; toma aquélla con su mano derecha, la coloca sobre la copa del Cáliz y allí, sobre la sangre de Jesucristo, con profundo y claro simbolismo, traza tres cruces que son la reafirmación plástica y solemne del INFINITO PODER GLORIFICADOR DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ:
«POR EL MISMO», es decir, por Jesucristo, nuestro único y verdadero mediador, fórmula que ha garantizado y asegurado nuestras oraciones y que ahora viene a avalorar en grado infinito esta nuestra glorificación... Cfr. n. 170.
«Y CON EL MISMO», o sea, unidos todos con Jesucristo, como los sarmientos con la vid, como los miembros con su cabeza y como los granos de trigo con el pan y las uvas con el vino... Cfr. la Didaje: n. 62.
«Y EN EL MISMO», esto es, EN CRISTO JESUS, fórmula paulina que es como el latido — tantas veces la repite en todas sus Epístolas — de aquel gran corazón, cuya vida era Cristo... Cfr. n. 176.

A continuación, entre el cáliz y su propio pecho, señala otras dos nuevas cruces: «A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE, EN UNIDAD DEL ESPIRITU SANTO.
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CONCLUSION DEL CANON: Doxologias
Glorificación de Jesucristo. Por quien creas siempre, oh Señor, todos estos bines, les santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes. Glorificación del Padre y del E. S. por mediación de Jesucristo: pequeña elevación. Por El mismo, y con El mismo y en El mismo, a TI Dios Padre Omnipotente, en unidad del E. S. es dada toda honra y gloria.

Y elevando juntos el CALIZ Y LA HOSTIA, ahora sólo un poco — cfr. 11. 221—, por eso se llama pequeña elevación; pero antiguamente mucho más para que los viera y adorara el pueblo, termina la doxológía con estas palabras:
«ES DADA TODA HONRA Y GLORIA.»
En muchas iglesias sigue tocándose ,la campanilla en estos momentos: es un recuerdo de la antiquísima y única elevación, que tenía lugar en la Misa aquí al terminar el Canon.

230. AMEN FINAL DEL CANON.
Vuelve el sacerdote a depositar sobre los Corporales la Hostia consagrada, adora las Sagradas Especies, se levanta y elevando la voz para comunicarse de nuevo con el pueblo que, en silencio, le ha venido acompañando desde el Prefacio, exclama con la emoción de quien acaba de realizar lo más grande y sublime que en la tierra y en el cielo -puede realizarse:
«POR TODOS LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS».
¡Es el final del Canon! ¡El Sacrificio está realizado!
El pueblo escucha estas palabras, y con la adhesión más consciente, unánime y absoluta al acto sacrifica! que acaba de llevarse a cabo, adhesión que es un acto de fe en la presencia de Jesucristo sobre el altar y al mismo tiempo una confirmación de todas las oraciones del celebrante y, en fin, un anhelo incontenible de participar por la Comunión de la Víctima divina que acaba de mostrársele, exclama con la misma emoción que embarga a su sacerdote:
AMEN: ASI ES».
Cercado como se llalla en la actualidad por diversos ritos y ceremonias que en épocas posteriores se le han ido sobreponiendo, reducida casi a la mínima expresión la elevación de Especies que le acompaña y, sobre todo, absorbida en gran parte su solemnidad por la Consagración que con sus elevaciones y genuflexiones — introducidas en el siglo XIII—, ha, reclamado para sí en nuestras Misas el lugar más preeminente del Santo Sacrificio: es realmente difícil para nosotros llegar a comprender todo el fervor y entusiasmo religioso que este final del Canon despertaba en la asamblea cristiana; fervor religioso que, remansado durante toda la prolongada recitación de la gran Plegaria Eucarística, ahora se desbordaba al ver realizado el Santo Sacrificio y arrancaba de todos los pechos el grito de fe más popular y sincero, el AMEN más antiguo — ya lo menciona San Justino: v. n. 136 (6) — y el más importante y significativo de toda la liturgia.

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