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martes, 29 de noviembre de 2011

De los que tenían algunas partes de su cuerpo fuera de lugar y San Vicente los sanó. Y de una mujer que sanó de apoplegía


Cerca del año 1428, a un mozo de la diócesis de Vannes se le volvió la cara hacia las espaldas, de tal suerte que de mu­chos remedios que buscó, ninguno le aprovechó para alcanzar lo que deseaba. Y así, obligándole a ello su trabajo, hizo voto a San Vicente de visitar cada año su sepulcro y ofrecerle allí ciertos dineros. Apenas hubo concluido su oración, cuando ya la cara se le volvió a su lugar natural. Pero como él se olvidase de visitar el sepulcro cada año, como era obligado, cuando menos se cató se vió en el mesmo trabajo que antes. Y como aquel que ya sabía el remedio, encomendóse al Santo con el mesmo ofrecimiento, y alcanzó la salud deseada.

Cerca del año 1428, Pedro Chauteur, niño de hasta siete años, vino en otra enfermedad semejante a la del enfermo, de quien ahora tratábamos, y estuvo así lisiado siete meses. Encomendóle su padre a muchos médicos y en especial a uno que emprendió su cura muy de propósito. Al cabo de tiempo, can­sado el padre de tanta prolijidad, hizo un voto a San Vicente y partióse a ver su hijo que estaba en otro lugar del obispado de Vannes. Y encontrándose con el médico, le prequntó si su hijo estaba ya sano. Respondióle el otro que no. Entonces dijo el padre: Hora bien, que yo ya sé el médico que tengo que buscar; si no es con favor del santo fray Vicente, ninguno de vosotros me lo podrá curar; y así ya le tengo ofrecido a este santo mi hijo. Dicho esto, fuése a ver su hijo, el cual en el mesmo punto le halló sano y con la cabeza concertada. De lo cual, atónito el padre, le llevó al sepulcro del Santo para hacerle gracias de ello. Entendió el niño por dónde le había venido la salud y aprobó el voto de su padre; y de nuevo prometió de cada año visitar el sepulcro. Cosa maravillosa fue, que en espacio de veinticinco años por ciertas ocupaciones no pudo cumplir su voto seis o siete veces, y todas ellas le volvió la mesma enfer­medad. No obstante, que cada vez de éstas enviaba en su lugar a otro para que cumpliese el voto; en cumpliéndole por su mesma persona, estaba muy sano. Así lo atestigua él mesmo bajo de juramento en el proceso.

Tres semanas antes que se escribiesen en Bretaña los mila­gros, por mandado del papa Nicolao V, un barbero llamado Oliverio Helbet, vecino de Vannes, súbitamente vino en tal enfermedad que la boca se le torció hacia la boca derecha, y se le hincharon la lengua y cara. También el brazo derecho se le ató o tullió de suerte que sg podía ayudar muy poco de él; y no sabiendo qué sería de sí mesmo, subióse a un aposento alto de su casa para llegarse a la lumbre y calentarse. Mas, antes que a ella llegase se ofreció a San Vicente, y luego la boca se le tornó a enderezar, y la cara y la lengua se le deshin­charon y pudo hablar. Lo cual visto, envió una ofrenda al sepulcro del Santo.

Juana, mujer de Juan Ausray, natural del obispado de Van­nes, cerca del año de 1449, estuvo muy mala de apoplejía, la cual particularmente la atormentó en la cabeza, y le quitó la vista de los ojos. Encomendóse a San Vicente, y dentro de tres días estuvo muy buena, y ofreció en el sepulcro del Santo lo que había prometido: excepto que tuvo empacho, y no pu­blicó el milagro. De allí a ocho días, poco más o menos, le sobrevino la misma enfermedad y volvió a perder la vista. No dejaba de buscar muchos remedios y no le aprovechaban nada. De lo cual maravillada la persona que la tenía en cura, le preguntó, como adivinando, si había hecho algún voto a algún santo. Por donde ella dió en la cuenta de su descuido, y se hizo llevar a la iglesia de Vannes, y con un penitenciario del obispo se confesó de sus pecados, pidiendo a Dios perdón de ellos. Hecha esta diligencia, se puso delante de un Crucifijo a hacer oración, y allí se desmayó. Pero, encomendándose de veras a San Vicente para que le fuese buen medianero con Jesucristo, se sintió sana y cobró la vista, e hizo que se publicase el mila­gro, y nunca más se vió en semejantes trabajos. Alano Cressoles, bretón, tenía el pie fuera de lugar, y en­comendándose al Santo, de allí a poco sanó. Y demás de esto atestigua que, cerca del año 1450, tuvo tres días calentura continua que le debilitaba mucho. Y visitando el sepulcro del Santo y orando allí luego se sintió mejor, y el mesmo día con­valeció de todo punto.

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