CISMA es una palabra de origen griego, la cual significa división, separación, rompimiento, y se llama así al crimen de aquellos que, siendo miembros de la Iglesia católica, se apartan de ella para formar bando aparte, con cualquier pretexto que les autoriza ciertos desórdenes y abusos. Separados así son cismáticos, su partido no es ya la Iglesia Católica sino una secta particular.
Ha habido en todos los tiempos del cristianismo varios espíritus ligeros, orgullosos, ambiciosos de dominar y constituirse jefes de partido que se creyeron y se creen más ilustrados que la Iglesia entera, que han formado entre ellos una "sociedad nueva", los mismos apóstoles vieron nacer este tipo de desórdenes, y no solo lo deploraron sino que también lo condenaron.
Actualmente se levanta un obispo acá o otro allá que se dicen "católicos verdaderos", pero que se contradicen, Obispos que no quieren tener comunicación con otros obispos y sacerdotes, por fútiles pretextos; con mucha soberbia, con falta de caridad, con una insufrible autosuficiencia. Haciendo una Iglesia de "nosotros solos", del "ego" encima de todo; la "iglesia" de la propia voz de la conciencia.
Nuestro Señor Jesucristo nunca prometió gobernara Su Iglesia en la división. No dijo jamás que los obispos, aun siendo sucesores de los Apóstoles, serían capaces de conservar la ortodoxia sin Pedro. Al contrario el Papa León XIII les dice a los obispos separados, en el cisma, en su Encíclica SATIS COGNITUM que así era una muchedumbre CONFUSA Y PERTURBADA. Es peligrosísimo y absolutamente indebido y grave pecado, confiar la salvación de las almas a un obispo o a un sacerdote, que teniendo la gravísima obligación de la unidad, no está en la unidad, o pugnando a brazo partido por ella y por la elección del Papa. No existe ningún pretexto por grave que parezca que a obispos y sacerdotes los dispense de la unidad que Dios mismo ha preceptuado. La Iglesia ha lanzado contra ellos graves penas porque son favorecedores del cisma, que es el peor pecado que se puede cometer contra el prójimo, dice Santo Tomás.
Es aberrante, oscuro y ofensivo a Dios pensar que las distintas opiniones de esos grupos divididos manifiestan todas ellas la voluntad de Dios. Es una desvergüenza muy grande auto denominarse los "verdaderos católicos" si Pedro no está con ellos gobernando, vivo, y ejerciendo todas las funciones del Vicario de Cristo. O en sede vacante, pugnando por su pronta elección.
Los obispos y sacerdotes separados ¿están tratando de reunirse entre ellos, están tratando de elegir a Pedro, están tratando de restaurar el orden que Dios ha establecido en la sociedad para conocer Su santísima voluntad?, NO. No solamente oponen su palabra y sus razones para oponerse a la palabra de Dios, sino que sucede todo lo contrario. Quienes se han atrevido a predicar la unidad y la elección del Papa, son criticados, son calumniados, son ridiculizados, son aislados. ¡Y pobre de ellos si para lograrlo se han atrevido a echar mano de lo que la Iglesia misma autoriza para la necesidad y que los moralistas y teólogos han tratado con gran amplitud!. Los embisten entonces con furia, como los fariseos condenaban a quienes no siguen la letra de la ley (San Juan VII, 49)llamándolos malditos sin pensar que los que están frustrando los planes de Dios como lo hacían los fariseos (San Lucas VII, 30) son ellos.
Acaso ¿no saben que el medio canónico no es el único medio jurídico para elegir al Papa?, ¿no conocen los medios alternativos que los mismos Papas proporcionaron a la Iglesia para los casos en los que se haga sumamente aflictiva y dificultosa por la necesidad la elección del Papa?, ¿no saben que la Iglesia es una sociedad perfecta, como enseñaba, entre otros, León XIII y Pío XII, capaz de salir de cualquier situación de crisis, y que en ella misma tiene todas las soluciones?, ¿no saben que la desaparición del Colegio electoral del Papa, hace recaer en ellos la potestad y la responsabilidad de la elección "por devolución", como enseña Cayetano (APOLOGÍA DE COMPARATA AUCTORITATE PAPE ET CONCILLI, cap. XIII) entre otros?, ¿no saben que los Papas temiendo los gravísimos peligros de la sede vacante prolongada, dieron esos medios alternativos para extinguir prontamente la sede vacante?, ¿no les estará pasando lo que decía y condenaba el Papa Gregorio XIV (1590-1591) en su Bula del 21 de marzo de 1591?: "... muchos, por avidez, o, por miedo a perder dinero, tratan ilegalmente de impedir o atrazar elecciones o promociones, directa o indirectamente, por sí mismos, o por medio de otros".
Primero.- Conviene examinar si el cisma en sí mismo es siempre un crimen, o si ha existido algún motivo capaz de legitimizarlo. No hay motivo para legitimarlo, ni es posible que exista jamás; por consiguiente, todos los cismáticos están fuera del camino de la salvación. Tal ha sido siempre el sentir de la Iglesia Católica; he aquí la prueba para fulminar dicha sentencia: primero, la intención de Jesucristo fue establecer la unión entre los miembros de la Iglesia, dice en el Evangelio según San Juan X, 15: "Yo doy mi vida por mis ovejas, y tengo aun otras que no son de este redil; conviene que yo las traiga a él, y yo haré de todas un solo rebaño bajo un mismo pastor". Por lo tanto, los que salen del redil para formar un rebaño aparte obran directamente contra la intención de Jesucristo.
Evidentemente que el Divino Redentor, bajo el nombre de ovejas que aun no estaban en el redil, entendía a los gentiles; a pesar de la oposición que existía entonces entre las dos opiniones, sus costumbres, sus hábitos y los de los judíos, quería formar de todos ellos, no dos rebaños diferentes, sino uno solo. Así que cuando los judíos convertidos a la fe rehusaron fraternizar con los gentiles, a no ser que estos últimos abrazasen las leyes y las costumbres judaicas, fueron reprendidos y condenados por los Apóstoles.
San Pablo nos hace observar que uno de los grandes motivos de la venida de Jesucristo al mundo fue destruir el muro de separación que había entre la nación judaica y las demás, y hacer cesar, por medio de su sacrificio, la enemistad declarada que los dividía, y establecer entre ellos una paz eterna (Efesios II, 14). ¿De que hubiera servido este tratado de paz, si se debiera permitir a unos "nuevos doctores" formar nuevas divisiones en la actualidad, y excitar bien pronto entre los miembros de la Iglesia unos odios tan declarados como el que había reinado entre los judíos y los gentiles?.
Segundo.-San Pablo, conforme a las lecciones de Jesucristo, representa a la Iglesia, no solo como un rebaño, sino como una sola familia y un solo cuerpo, cuyos miembros todos unidos tan estrechamente entre sí como los del cuerpo humano, deben concurrir mutuamente a su bien espiritual y temporal, les recomienda pongan el mayor cuidado en conservar por su humildad, su dulzura, su paciencia y su caridad, la unión de voluntades en el vínculo de la paz. (Efesios IV, 2).
No nos dejemos llevar como los niños de todo viento de palabras, de la malicia de los hombres que se entrometen por sí mismos a enseñar doctrinas nuevas o sus propias opiniones con calumnias y, que con fraudulentas sutilezas pretenden hacernos caer en cisma, evitando la comunicación con los pastores y fieles de otras comunidades; con esto la Iglesia Católica se viene a convertir en un cúmulo de sectas.
San Pablo recomienda a los Corintios no fomenten entre sí cismas ni disputas con el pretexto de sus apóstoles o de sus doctores; los reprende porque decían unos: Yo he sido enseñado y bautizado por Pablo; otros, Yo soy de Apolo o de Cefas; (I Cor. I, 10-12). Esto también lo podemos acomodar muy bien en la actualidad, porque, desgraciadamente, existen personas que fomentan la división, que dicen: yo soy de tal sacerdote de tal Capilla...
El Apóstol de los gentiles vitupera toda especie de divisiones: "Si alguno, dice, quiere defender obstinadamente este abuso, no añado mas, sino que ni yo, ni la Iglesia de Dios aprobamos esta costumbre... es conveniente que haya herejías y divisiones para descubrir entre vosotros, quienes están firmes en la fe, y son virtuosos". (I Cor. XI, 16 y 19)
San Pedro advierte a los fieles "que así como hubo entre los judíos falsos profetas, así también habrá entre los cristianos doctores falsos que introducirán en la Iglesia sectas perniciosas, tendrán la audacia de despreciar la autoridad legitima de la Iglesia, y por su propio interés, se crearán un partido por medio de sus blasfemias... Atraerán a los espíritus inconstantes y ligeros... prometiéndoles la libertad, siendo ellos mismos esclavos del pecado que causa la corrupción". (II Pedro II, 1, 10, 14 y 19). No podía mejor a los cismáticos.
Al hablar de los cismáticos, San Juan los llama anticristos: "De nosotros han salido, pero no eran verdaderamente nuestros; pues si lo hubieran sido, hubieran permanecido con nosotros en nuestra creencia".
Tercero.- No debemos, por tanto, admirarnos de que los Padres de la Iglesia, enteramente aleccionados con las doctrinas de los Apóstoles, se levantasen contra los cismáticos y condenasen su temeridad. San Ireneo impugnando a todos los de su tiempo que habían formado sectas, Tertuliano, San Cipriano, San Agustín, San Jerónimo, etc., todos han adoptado por principio que es imposible exista causa alguna legítima por parte de los cismáticos para romper la Unidad de la Iglesia: Prescindendae unitas nulla potest esse juxta necessitas; todos han defendido que fuera de la Iglesia no hay salvación.
San Clemente, Papa, en su admirable carta a los Corintios, se queja acerca de "la división impía y detestable (tales son sus palabras) que acababa de estallar entre ellos". Les recuerda su antigua piedad; el tiempo en que llenos de humildad y sumisión, eran tan incapaces de hacer una injuria como de sentirla. Entonces añade, "toda especie de cisma era una abominación a nuestros ojos". Concluye diciéndoles que se apresura hacer marchar a Fortunato, a quien, dice, añadiremos cuatro diputados. "Devolvédnoslos cuanto antes en paz, a fin de que podamos saber pronto que la unión y concordia han vuelto a vuestro seno, como no cesaremos de pedirlo por medio de nuestros votos y oraciones, a fin de que se nos conceda regocijarnos del restablecimiento del buen orden entre nuestros hermanos de Corinto".
¿Que diría este Pontífice si hubiera visto las grandes divisiones actuales, entre esta pequeña porción de su rebaño? Se alarmaría al punto, pues se trata de una división impía, detestable, cisma y abominación.
San Ignacio, discípulo de San Pedro y de San Juan, se expresa en el mismo sentido. En su Epístola a los de Esmirna, les dice: "Evitad los cismas y los desordenes, origen de todos los males..." En su carta a Policarpo, "Vigilad, dice, con el mayor cuidado en que se conserven la unidad y la concordia, que son los primeros entre todos los bienes". Luego los primeros de todos los males son el cisma y la división.
San Ireneo en su sabia obra acerca de las herejías dice, hablando de los cismáticos: "Dios juzgará a los que han ocasionado cismas; hombres crueles, que no tiene amor alguno a Dios, y que prefiriendo sus propios intereses a la Unidad de la Iglesia, no pesan aun las razones más frívolas para dividir y desgarrar el grande y glorioso cuerpo de Jesucristo, y le darían voluntariamente la muerte, si estuviera en su poder... Más aquellos que separan y dividen la Unidad de la Iglesia, recibirán el castigo de Jeroboám".
San Cipriano: "No tendrá a Dios por Padre en el cielo aquel que no haya tenido a la Iglesia por Madre. ¿Se figuran pues (los cismáticos) que Jesucristo sea con ellos cuando se reunen fuera de la Iglesia? Sepan que, aun cuando dieran su vida por confesar el nombre de Cristo. No lavarán con su sangre la mancha del cisma, en razón de que el crimen de discordia es superior de toda expiación. El que no está en la Iglesia no podrá ser mártir". Declara después la enormidad de este crimen por medio del espantoso suplicio que sufrieron los primeros cismáticos, Coré, Datan, Abiron y sus doscientos cincuenta cómplices: "La tierra se abrió bajo sus pies, los tragó vivos y derechos, y los absorbió en sus ardientes entrañas".
San Optato Milevitano cita el mismo ejemplo para mostrar que el crimen del cisma es superior al parricidio y al de la idolatría. Observa que Caín no fue castigado con la muerte, y que los ninivitas alcanzaron el tiempo de merecer gracia por medio de la penitencia. Más desde que Coré, Datan y Abiron se emplearon en dividir al pueblo, "Dios, dice, envía un hambre voraz a la tierra: al punto esta abre una boca enorme, los traga con ansia, y se cierra sobre su presa. Estos miserables, mas bien enterrados que muertos, caen en los abismos del infierno..." ¿Qué dirán a la vista de este ejemplo las personas que alimentan el cisma y lo defienden impunemente?
San Juan Crisóstomo: "Ninguna otra cosa provoca tanto la ira de Dios como el dividir su Iglesia. Aun cuando hubiéramos hecho un bien innumerable, no pagaríamos por esto menos el haber roto la comunión de la Iglesia y despedazado el cuerpo de Jesucristo".
San Agustín: "El sacrilegio del cisma, el crimen lleno de crueldad, el crimen soberanamente atroz que supera a todos los crímenes. Todo el que en este mundo separa a un hombre y le atrae a su partido cualquiera, queda convencido por este acto de ser hijo de los demonios y homicida". "El cismático puede muy bien derramar su sangre, pero jamás puede alcanzar la corona. Permaneciendo fuera de la Iglesia, y después de haber roto los vínculos de caridad y de unidad, nada más tenéis que esperar sino un castigo eterno, aun cuando por el nombre de Jesucristo hubieseis entregado vuestro cuerpo a las llamas".
La Confesión Bohemiana, en el artículo 12: "Hemos aprendido que todos deben guardar la unidad de la Iglesia... que nadie debe de introducir en ella sectas, ni excitar sediciones, sino conducirse como un verdadero miembro de la Iglesia en el vínculo de la paz y en la unanimidad de sentimientos".
Cuarto.- Para pintar la gravedad del crimen de los cismáticos no haré más que copiar lo que dijo Bayle: "No sé, donde se hallará un crimen más grave que desgarrar el cuerpo místico de Jesucristo, el de su esposa que rescató con su propia sangre, de esta Madre que nos engendra en Dios, que nos alimenta con la leche de su inteligencia, en la que no hay fraude alguno, y que nos conduce a la eterna bienaventuranza".
¿Quién, en la actualidad, le ha dado a los obispos sedevacantistas la autoridad de decidir la cuestión de elección del Papa no realizándola, mientras que el Magisterio de la Iglesia sostiene lo contrario? ¿Quién los ha hecho jueces y superiores de la Iglesia, en la cual han sido educados e instruidos? y ¿quién ha mandado a la Iglesia someterse a su desición, mientras que no quieren someterse a la de Esta?
Les recordamos a todos estos activistas del cisma, propulsores de la división, que la Iglesia excluye prontamente de su comunión a los novadores ocultos, hipócritas y pérfidos, que enseñando una doctrina contraria a la suya, se obstinan llamarse "verdaderos católicos", hijos de la Iglesia y defensores de su verdadera creencia, a pesar de los decretos solemnes que los condenan. Una triste experiencia nos convence de que estos cismáticos ocultos y falaces no son menos peligrosos, y no hacen menos mal que si fueran enemigos declarados.
Dios Todopoderoso te pedimos que:
Nos mandes Sacerdotes santos
Nos mandes Obispos sabios
Nos mandes al Papa
Ha habido en todos los tiempos del cristianismo varios espíritus ligeros, orgullosos, ambiciosos de dominar y constituirse jefes de partido que se creyeron y se creen más ilustrados que la Iglesia entera, que han formado entre ellos una "sociedad nueva", los mismos apóstoles vieron nacer este tipo de desórdenes, y no solo lo deploraron sino que también lo condenaron.
Actualmente se levanta un obispo acá o otro allá que se dicen "católicos verdaderos", pero que se contradicen, Obispos que no quieren tener comunicación con otros obispos y sacerdotes, por fútiles pretextos; con mucha soberbia, con falta de caridad, con una insufrible autosuficiencia. Haciendo una Iglesia de "nosotros solos", del "ego" encima de todo; la "iglesia" de la propia voz de la conciencia.
Nuestro Señor Jesucristo nunca prometió gobernara Su Iglesia en la división. No dijo jamás que los obispos, aun siendo sucesores de los Apóstoles, serían capaces de conservar la ortodoxia sin Pedro. Al contrario el Papa León XIII les dice a los obispos separados, en el cisma, en su Encíclica SATIS COGNITUM que así era una muchedumbre CONFUSA Y PERTURBADA. Es peligrosísimo y absolutamente indebido y grave pecado, confiar la salvación de las almas a un obispo o a un sacerdote, que teniendo la gravísima obligación de la unidad, no está en la unidad, o pugnando a brazo partido por ella y por la elección del Papa. No existe ningún pretexto por grave que parezca que a obispos y sacerdotes los dispense de la unidad que Dios mismo ha preceptuado. La Iglesia ha lanzado contra ellos graves penas porque son favorecedores del cisma, que es el peor pecado que se puede cometer contra el prójimo, dice Santo Tomás.
Es aberrante, oscuro y ofensivo a Dios pensar que las distintas opiniones de esos grupos divididos manifiestan todas ellas la voluntad de Dios. Es una desvergüenza muy grande auto denominarse los "verdaderos católicos" si Pedro no está con ellos gobernando, vivo, y ejerciendo todas las funciones del Vicario de Cristo. O en sede vacante, pugnando por su pronta elección.
Los obispos y sacerdotes separados ¿están tratando de reunirse entre ellos, están tratando de elegir a Pedro, están tratando de restaurar el orden que Dios ha establecido en la sociedad para conocer Su santísima voluntad?, NO. No solamente oponen su palabra y sus razones para oponerse a la palabra de Dios, sino que sucede todo lo contrario. Quienes se han atrevido a predicar la unidad y la elección del Papa, son criticados, son calumniados, son ridiculizados, son aislados. ¡Y pobre de ellos si para lograrlo se han atrevido a echar mano de lo que la Iglesia misma autoriza para la necesidad y que los moralistas y teólogos han tratado con gran amplitud!. Los embisten entonces con furia, como los fariseos condenaban a quienes no siguen la letra de la ley (San Juan VII, 49)llamándolos malditos sin pensar que los que están frustrando los planes de Dios como lo hacían los fariseos (San Lucas VII, 30) son ellos.
Acaso ¿no saben que el medio canónico no es el único medio jurídico para elegir al Papa?, ¿no conocen los medios alternativos que los mismos Papas proporcionaron a la Iglesia para los casos en los que se haga sumamente aflictiva y dificultosa por la necesidad la elección del Papa?, ¿no saben que la Iglesia es una sociedad perfecta, como enseñaba, entre otros, León XIII y Pío XII, capaz de salir de cualquier situación de crisis, y que en ella misma tiene todas las soluciones?, ¿no saben que la desaparición del Colegio electoral del Papa, hace recaer en ellos la potestad y la responsabilidad de la elección "por devolución", como enseña Cayetano (APOLOGÍA DE COMPARATA AUCTORITATE PAPE ET CONCILLI, cap. XIII) entre otros?, ¿no saben que los Papas temiendo los gravísimos peligros de la sede vacante prolongada, dieron esos medios alternativos para extinguir prontamente la sede vacante?, ¿no les estará pasando lo que decía y condenaba el Papa Gregorio XIV (1590-1591) en su Bula del 21 de marzo de 1591?: "... muchos, por avidez, o, por miedo a perder dinero, tratan ilegalmente de impedir o atrazar elecciones o promociones, directa o indirectamente, por sí mismos, o por medio de otros".
Primero.- Conviene examinar si el cisma en sí mismo es siempre un crimen, o si ha existido algún motivo capaz de legitimizarlo. No hay motivo para legitimarlo, ni es posible que exista jamás; por consiguiente, todos los cismáticos están fuera del camino de la salvación. Tal ha sido siempre el sentir de la Iglesia Católica; he aquí la prueba para fulminar dicha sentencia: primero, la intención de Jesucristo fue establecer la unión entre los miembros de la Iglesia, dice en el Evangelio según San Juan X, 15: "Yo doy mi vida por mis ovejas, y tengo aun otras que no son de este redil; conviene que yo las traiga a él, y yo haré de todas un solo rebaño bajo un mismo pastor". Por lo tanto, los que salen del redil para formar un rebaño aparte obran directamente contra la intención de Jesucristo.
Evidentemente que el Divino Redentor, bajo el nombre de ovejas que aun no estaban en el redil, entendía a los gentiles; a pesar de la oposición que existía entonces entre las dos opiniones, sus costumbres, sus hábitos y los de los judíos, quería formar de todos ellos, no dos rebaños diferentes, sino uno solo. Así que cuando los judíos convertidos a la fe rehusaron fraternizar con los gentiles, a no ser que estos últimos abrazasen las leyes y las costumbres judaicas, fueron reprendidos y condenados por los Apóstoles.
San Pablo nos hace observar que uno de los grandes motivos de la venida de Jesucristo al mundo fue destruir el muro de separación que había entre la nación judaica y las demás, y hacer cesar, por medio de su sacrificio, la enemistad declarada que los dividía, y establecer entre ellos una paz eterna (Efesios II, 14). ¿De que hubiera servido este tratado de paz, si se debiera permitir a unos "nuevos doctores" formar nuevas divisiones en la actualidad, y excitar bien pronto entre los miembros de la Iglesia unos odios tan declarados como el que había reinado entre los judíos y los gentiles?.
Segundo.-San Pablo, conforme a las lecciones de Jesucristo, representa a la Iglesia, no solo como un rebaño, sino como una sola familia y un solo cuerpo, cuyos miembros todos unidos tan estrechamente entre sí como los del cuerpo humano, deben concurrir mutuamente a su bien espiritual y temporal, les recomienda pongan el mayor cuidado en conservar por su humildad, su dulzura, su paciencia y su caridad, la unión de voluntades en el vínculo de la paz. (Efesios IV, 2).
No nos dejemos llevar como los niños de todo viento de palabras, de la malicia de los hombres que se entrometen por sí mismos a enseñar doctrinas nuevas o sus propias opiniones con calumnias y, que con fraudulentas sutilezas pretenden hacernos caer en cisma, evitando la comunicación con los pastores y fieles de otras comunidades; con esto la Iglesia Católica se viene a convertir en un cúmulo de sectas.
San Pablo recomienda a los Corintios no fomenten entre sí cismas ni disputas con el pretexto de sus apóstoles o de sus doctores; los reprende porque decían unos: Yo he sido enseñado y bautizado por Pablo; otros, Yo soy de Apolo o de Cefas; (I Cor. I, 10-12). Esto también lo podemos acomodar muy bien en la actualidad, porque, desgraciadamente, existen personas que fomentan la división, que dicen: yo soy de tal sacerdote de tal Capilla...
El Apóstol de los gentiles vitupera toda especie de divisiones: "Si alguno, dice, quiere defender obstinadamente este abuso, no añado mas, sino que ni yo, ni la Iglesia de Dios aprobamos esta costumbre... es conveniente que haya herejías y divisiones para descubrir entre vosotros, quienes están firmes en la fe, y son virtuosos". (I Cor. XI, 16 y 19)
San Pedro advierte a los fieles "que así como hubo entre los judíos falsos profetas, así también habrá entre los cristianos doctores falsos que introducirán en la Iglesia sectas perniciosas, tendrán la audacia de despreciar la autoridad legitima de la Iglesia, y por su propio interés, se crearán un partido por medio de sus blasfemias... Atraerán a los espíritus inconstantes y ligeros... prometiéndoles la libertad, siendo ellos mismos esclavos del pecado que causa la corrupción". (II Pedro II, 1, 10, 14 y 19). No podía mejor a los cismáticos.
Al hablar de los cismáticos, San Juan los llama anticristos: "De nosotros han salido, pero no eran verdaderamente nuestros; pues si lo hubieran sido, hubieran permanecido con nosotros en nuestra creencia".
Tercero.- No debemos, por tanto, admirarnos de que los Padres de la Iglesia, enteramente aleccionados con las doctrinas de los Apóstoles, se levantasen contra los cismáticos y condenasen su temeridad. San Ireneo impugnando a todos los de su tiempo que habían formado sectas, Tertuliano, San Cipriano, San Agustín, San Jerónimo, etc., todos han adoptado por principio que es imposible exista causa alguna legítima por parte de los cismáticos para romper la Unidad de la Iglesia: Prescindendae unitas nulla potest esse juxta necessitas; todos han defendido que fuera de la Iglesia no hay salvación.
San Clemente, Papa, en su admirable carta a los Corintios, se queja acerca de "la división impía y detestable (tales son sus palabras) que acababa de estallar entre ellos". Les recuerda su antigua piedad; el tiempo en que llenos de humildad y sumisión, eran tan incapaces de hacer una injuria como de sentirla. Entonces añade, "toda especie de cisma era una abominación a nuestros ojos". Concluye diciéndoles que se apresura hacer marchar a Fortunato, a quien, dice, añadiremos cuatro diputados. "Devolvédnoslos cuanto antes en paz, a fin de que podamos saber pronto que la unión y concordia han vuelto a vuestro seno, como no cesaremos de pedirlo por medio de nuestros votos y oraciones, a fin de que se nos conceda regocijarnos del restablecimiento del buen orden entre nuestros hermanos de Corinto".
¿Que diría este Pontífice si hubiera visto las grandes divisiones actuales, entre esta pequeña porción de su rebaño? Se alarmaría al punto, pues se trata de una división impía, detestable, cisma y abominación.
San Ignacio, discípulo de San Pedro y de San Juan, se expresa en el mismo sentido. En su Epístola a los de Esmirna, les dice: "Evitad los cismas y los desordenes, origen de todos los males..." En su carta a Policarpo, "Vigilad, dice, con el mayor cuidado en que se conserven la unidad y la concordia, que son los primeros entre todos los bienes". Luego los primeros de todos los males son el cisma y la división.
San Ireneo en su sabia obra acerca de las herejías dice, hablando de los cismáticos: "Dios juzgará a los que han ocasionado cismas; hombres crueles, que no tiene amor alguno a Dios, y que prefiriendo sus propios intereses a la Unidad de la Iglesia, no pesan aun las razones más frívolas para dividir y desgarrar el grande y glorioso cuerpo de Jesucristo, y le darían voluntariamente la muerte, si estuviera en su poder... Más aquellos que separan y dividen la Unidad de la Iglesia, recibirán el castigo de Jeroboám".
San Cipriano: "No tendrá a Dios por Padre en el cielo aquel que no haya tenido a la Iglesia por Madre. ¿Se figuran pues (los cismáticos) que Jesucristo sea con ellos cuando se reunen fuera de la Iglesia? Sepan que, aun cuando dieran su vida por confesar el nombre de Cristo. No lavarán con su sangre la mancha del cisma, en razón de que el crimen de discordia es superior de toda expiación. El que no está en la Iglesia no podrá ser mártir". Declara después la enormidad de este crimen por medio del espantoso suplicio que sufrieron los primeros cismáticos, Coré, Datan, Abiron y sus doscientos cincuenta cómplices: "La tierra se abrió bajo sus pies, los tragó vivos y derechos, y los absorbió en sus ardientes entrañas".
San Optato Milevitano cita el mismo ejemplo para mostrar que el crimen del cisma es superior al parricidio y al de la idolatría. Observa que Caín no fue castigado con la muerte, y que los ninivitas alcanzaron el tiempo de merecer gracia por medio de la penitencia. Más desde que Coré, Datan y Abiron se emplearon en dividir al pueblo, "Dios, dice, envía un hambre voraz a la tierra: al punto esta abre una boca enorme, los traga con ansia, y se cierra sobre su presa. Estos miserables, mas bien enterrados que muertos, caen en los abismos del infierno..." ¿Qué dirán a la vista de este ejemplo las personas que alimentan el cisma y lo defienden impunemente?
San Juan Crisóstomo: "Ninguna otra cosa provoca tanto la ira de Dios como el dividir su Iglesia. Aun cuando hubiéramos hecho un bien innumerable, no pagaríamos por esto menos el haber roto la comunión de la Iglesia y despedazado el cuerpo de Jesucristo".
San Agustín: "El sacrilegio del cisma, el crimen lleno de crueldad, el crimen soberanamente atroz que supera a todos los crímenes. Todo el que en este mundo separa a un hombre y le atrae a su partido cualquiera, queda convencido por este acto de ser hijo de los demonios y homicida". "El cismático puede muy bien derramar su sangre, pero jamás puede alcanzar la corona. Permaneciendo fuera de la Iglesia, y después de haber roto los vínculos de caridad y de unidad, nada más tenéis que esperar sino un castigo eterno, aun cuando por el nombre de Jesucristo hubieseis entregado vuestro cuerpo a las llamas".
La Confesión Bohemiana, en el artículo 12: "Hemos aprendido que todos deben guardar la unidad de la Iglesia... que nadie debe de introducir en ella sectas, ni excitar sediciones, sino conducirse como un verdadero miembro de la Iglesia en el vínculo de la paz y en la unanimidad de sentimientos".
Cuarto.- Para pintar la gravedad del crimen de los cismáticos no haré más que copiar lo que dijo Bayle: "No sé, donde se hallará un crimen más grave que desgarrar el cuerpo místico de Jesucristo, el de su esposa que rescató con su propia sangre, de esta Madre que nos engendra en Dios, que nos alimenta con la leche de su inteligencia, en la que no hay fraude alguno, y que nos conduce a la eterna bienaventuranza".
¿Quién, en la actualidad, le ha dado a los obispos sedevacantistas la autoridad de decidir la cuestión de elección del Papa no realizándola, mientras que el Magisterio de la Iglesia sostiene lo contrario? ¿Quién los ha hecho jueces y superiores de la Iglesia, en la cual han sido educados e instruidos? y ¿quién ha mandado a la Iglesia someterse a su desición, mientras que no quieren someterse a la de Esta?
Les recordamos a todos estos activistas del cisma, propulsores de la división, que la Iglesia excluye prontamente de su comunión a los novadores ocultos, hipócritas y pérfidos, que enseñando una doctrina contraria a la suya, se obstinan llamarse "verdaderos católicos", hijos de la Iglesia y defensores de su verdadera creencia, a pesar de los decretos solemnes que los condenan. Una triste experiencia nos convence de que estos cismáticos ocultos y falaces no son menos peligrosos, y no hacen menos mal que si fueran enemigos declarados.
Dios Todopoderoso te pedimos que:
Nos mandes Sacerdotes santos
Nos mandes Obispos sabios
Nos mandes al Papa
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