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martes, 16 de octubre de 2012

De la obediencia de los hijos a sus padres

 A los padres los llamó Platón "dioses terrenos". Estobéo los llamó : «criadores secundarios». Filón les dijo: «dioses visibles». El catecismo los llama: «imágenes de Dios». Y el apóstol san Pablo dice que de la divina paternidad se derivan y se nombran los padres en la tierra: Ex quo omnis paternitas in coelis et in térra nominatur (Ephes., III, 25).
Deben los hijos en toda buena razón y justicia obedecer a sus padres en todo lo licito, y en esto no hay duda alguna; porque así lo resuelve el catecismo romano, como lo dejamos asentado en el principio del capítulo antecedente, donde se resuelve, que están obligados los lujos a los padres en tres cosas principales, que son, reverencia, obediencia y socorro decente en sus necesidades y trabajos.
Deben los hijos a sus padres, despues de Dios, el ser que tienen; y esto lo deben considerar muchas veces, como se los avisa por el Espíritu Santo (Eccli., VII, 30), para vencerse por el amor de sus padres en todo cuanto sea necesario, y obedecerles por amor del mismo Dios en todo cuanto les mandaren que no sea contrário a la ley inmaculada del Señor.
La condicion de los hijos virtuosos y justificados es considerar el amor y obediencia que deben a sus padres naturales; y se aplican a servirlos con buen afecto, porque saben que dan gusto a su Dios y Señor, dándole a quien su divina Majestad se lo manda en su santísima ley, y así se prosperan y hacen felices de todos modos.
Los hijos inobedientes y desatentos, que quieren vivir a su libertad, sin yugo ni sujeción, se llaman en la divina. Escritura «hijos de Belial» que es lo mismo, que «hijos del demonio» ó hijos endemoniados, protervos y soberbios, expuestos a todas las bajezas y ruindades abominables que se pueden esperar de unos hombres desalmados, en los cuales no se halla temor de Dios ni cosa buena (Judie., XIX, 22). 

Estos hijos indómitos y rebeldes son los que siempre proceden de mal en peor, como los caballos locos y desbocados, que así los compara el Espíritu Santo, porque caminan veloces a su fatal precipicio.
No quieren oir ni obedecer a quien los estima y los ama mucho mas de lo que ellos conocen; y así buscan ciegos su perdición, y no abren los ojos hasta que se ven sin remedio precipitados.
Estos son los hijos insipientes y necios, de los cuales dice el apóstol san Pablo, que no deben contarse ente los hombres de juicio y de buena razón, ni hay que esperar de ellos sino nuevas invenciones de maldades con que escandalizarán al mundo, y se afrentaran a sí mimos: Inventores malorum, etc. (Rom., I, 30).
La obediencia virtuosa de los hijos atenta y humildes multiplica las victorias y las palmas de su gloria; porque con cada vencimiento propio en obsequio de sus padres, realzan su propia estimación, y de día en día se dilata mas la noticia de su buen proceder, y con lo mismo que deben hacer en concienciar, se labran su buena fortuna, y son alabados de Dios y de los hombres.
Obedeciendo el humilde Jacob el sano consejo de su madre, se prosperó de bienes temporales, y alcanzó la bendición de su padre. Por el contrario, su hermano Esaú se hizo infeliz por no atender a la voluntad de su santo padre. La obediencia de los hijos a los padres les multiplica las victorias, y la inobediencia las infamias.
Los atentos hijos de Jonadab se prosperaron en el mundo, y se hicieron célebres en las naciones, porque obedeciendo puntuales el precepto de su padre, de una vez alcanzaron la bendición de Dios, y el aplauso de los hombres. Al contrario le sucedió al infeliz Abimelech, porque fué ingrato, rebelde y desatento con su padre. Uno y otro se refiere en la divina Escritura.
Atiendan mucho los hijos de familias honradas no se acompañen con otros indignos y viciosos, que pierdan sus almas, y afrenten sus personas; porque aun de las aves del cielo, que no tienen entendimiento, dice el Espíritu Santo, que con el natural instinto que les ha dado su Criador, cada uno busca su semejante, para acompañarse con ella (Eccli., XXVII, 10; et XIII, 19).
Aun con sus iguales y semejantes han de tratar cautelosamente los virtuosos hijos; porque ya es axioma común la sentencia que dice: De médico, poeta y loco, cada uno tiene un poco; y Antes se aprende lo malo, que lo bueno. En todo hay peligro dice el apóstol. Lo mas honorífico y seguro para la felicidad de los hijos es el estar siempre d la mano de sus padres para obedecerles en todo. (I Cor., XI, 26 et seq.)
De los hijos de David, dice el sagrado texto, que eran los primeros a la mano de su padre para cumplir en todo sus insinuaciones y mandatos, dando con la obediencia puntual
el mas firme testimonio de que eran sus verdaderos hijos.
Las buenas obras que hacen los hijos en obsequio y obediencia de sus padres, dan el mejor testimonio de su filiación. Por lo cual se han de confundir los hijos inobedientes y rebeldes, que con su soberbia y dureza contumaz, degeneran de la nobleza que recibieron con su nacimiento, según lo dice Jeremías profeta, porque las obras son el mas abonado testimonio de las personas.
Con una misteriosa parábola hace Cristo Señor nuestro prueba eficaz de esta constante verdad. Tenia un padre dos hijos, dice el Señor, y al primero le dijo, que fuese a trabajar a la viña, y el hijo le respondió, que no iria; pero despues se conoció, y obedeciendo a su padre, fue a cumplir su mandato. Al segundo mandó lo mismo, y respondió que iria de muy buena voluntad; pero no fue. Pregunta el Señor, ¿cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Y le respondieron, que el primero. Así es, que las obras son el mejor testimonio de la obediencia de los hijos a los padres. (Matth., XXI, 18 et seq.)En esto se funda aquel proloquio vulgar, que dice: Obras son amores, que no buenas razones. Hay algunos hijos, que con sus padres tienen muy buenas palabras, pero malas obras; porque no les obedecen en lo que les mandan, ni siguen las virtudes que les enseñan. Hay otros de pocas palabras, pero de buenas obras, callando y obedeciendo, y estos son los mejores obedientes; porque el testimonio de las obras es el mejor.
Mejor es en la casa el buey mudo, que la gallina vocinglera; porque esta, para el provecho limitado de un huevo, grita toda la mañana; y el buey silencioso hace la mas provechosa labor en la tierra, y llena de trigo la casa. Este es símbolo de la perfecta obediencia, según se dice en las divinas Letras (Prov., XIV; Tit., I, 10).
Los hijos habladores regularmente son menos obedientes que los humildes y silenciosos; porque con el desahogo de su verbosidad todo lo ponen a cuestión, y de habladores pasan a inobedientes y contumaces, que es el mas seguro camino de su ruina; porque del hijo rebelde no se puede esperar cosa buena.
En el sagrado libro del Deuteronomio se determinaba que el hijo contumaz y protervo, el cual no quería obedecer los mandatos de su padre y de su madre, fuese castigado públicamente en el pueblo, para que todos los demás jóvenes, que tenían padres, escarmentasen en cabeza ajena, y viviesen sujetos y humildes, como teman obligación.
Esta ley antigua de Dios nuestro Señor tuvo su termino con la ley de gracia, como dice el apóstol san Pablo; pero la altísima providencia del Señor, que siempre es una, dispone ó permite que los hijos inobedientes, protervos y contumaces a sus padres tengan fines desastrados para escarmiento del mundo.
De tales hijos ingratos y desatentos se repiten los castigos públicos en las horcas y cadalsos; y aunque la sentencia de los jueces mencione otros delitos, los mismos ajusticiados dicen muchas veces al tiempo de morir, que comenzó su perdición por la rebeldía desatenta que con sus padres tuvieron; y en ellos se cumple la sentencia del sabio Salomon, que dice: será infeliz y desventurado, aun en este mundo, el hijo ingrato y rebelde con sus padres.
El protervo Absalon (que tuvo el atrevimiento escandaloso de hacerse rebelde contra su santo padre David) experimentó la muerte tan desastrada y fatal que colgado de un árbol acabó la vida, y puso término ignominioso a su rebeldía. A este desdichado signen los hijos inobedientes a sus padres. A mi me parece muy laudable el castigo que suelen hacer las madres con los hijos párvulos y de pocos años, azotándolos muy bien, para que se acuerden, cuando sucede el castigo público de ahorcar algún infeliz de los muchos que confiesan se perdieron por inobedientes a sus padres, que les dieron el ser.
Siempre hay mucho que reprender en los pueblos sobre este punto principal de la inobediencia y desatención de los hijos con sus padres; porque este desórden es la perdición y ruina del mundo.
Hay algunos hijos tan indómitos, que por mas que sus padres les prediquen y les enseñen lo que les conviene, ellos siempre siguen lo que otros les aconsejan para la perdición de sus almas; y en vez de ir a la iglesia, al Via Crucis, al sermón y a la plática espiritual, se van al juego, al divertimiento, a la comedia, y adonde solo aprenden el mal que no saben; y sobre todo esto no hacen escrúpulo sus malos consejeros. Todo les parece cosa de risa.
Regularmente no se acusan de que han sido desobedientes a sus padres y sus madres; siendo cierto, que les deben obedecer en conciencia y pena de pecado mortal siempre que les manden cosa grave muy importante, y para el bien espiritual de sus almas, y aun para el bien temporal de sus casas y de sus personas. (Apud Sanch., in Sum. Mor., 4 praec.)
Si los padres mandan al hijo que no entre en alguna casa sospechosa, debe el hijo obedecerles en conciencia; y si no lo hace, se debe confesar, no solo de que entró en tal casa, sino también de que no obedeció el mandato de sus padres. (P. La Parr., ut sup.)Lo mismo se entiende cuando los padres mandan al hijo inquieto que se recoja temprano, y que no salga a rondar de noche por las calles; debe el hijo acusarse de su inobediencia, y de la grande pesadumbre que a sus padres les da con ella. Si no se quisieren enmendar, importará poco que el confesor les niegue la absolución, ó se la dilate hasta que se enmienden. (Id. ibi. Plat. sup. 4 praec.)
Hay algunos hijos tan duros y rebeldes de razón, que viendo las continuas lágrimas de su madre, gritos, impaciencias y pesadumbres, que ocasionan con sus desobediencias, no hacen escrúpulo de materia tan grave, ni de ello se confiesan, siendo ciertamente pecado mortal (Ap. P. Mart. Parr., 2 part., pl. 29). Contra estos desalmados hijos suele Dios nuestro Señor aplicar su mano poderosa para castigarlos con trabajos inopinados y afrentosos.
Las historias eclesiásticas están llenas de ejemplos trágicos que han sucedido a los hijos desobedientes a sus padres. ¡A cuántos y cuántas les vino su infamia, su deshonra y su muerte afrentosa, por haber sido rebeldes, ingratos, inobedientes y desatentos con sus padres!.
El docto Teofilo Reinaldo refiere el caso de un hijo desobediente a su madre viuda, que le mandaba venir a casa temprano, y no salir de noche, y él nunca quería obedecerla. La pobre madre apurada, le cerró una noche la puerta, y el hijo infeliz, entrando en otra casa desesperado, se dió a los diablos con tantos juramentos, blasfemias y maldiciones, que para escarmiento de los mortales, dispuso Dios nuestro Señor que viniese un demonio en forma visible con cuatro perros feroces, y allí le hizo pedazos al indómito blasfemo, y le dió a comer a sus perros (que también serian demonios), dejando con asombro a cuantos vieron tan horroroso y trágico suceso (In Asc. tit. 17, f. 635).
Escarmienten los hijos altivos y soberbios, y traten con véras de la enmienda de su vida, si no quieren experimentar en sí mismos los rigores de la justicia divina. Aprendan de Cristo Señor nuestro, que nos enseñó con su ejemplo; y todas sus virtudes heróicas, desde los doce años de su edad hasta que comenzó su predicación, se explican en el sagrado evangelio solo con decir que vivió sujeto y obediente a sus padres (Luc., II, 15).Y el apóstol san Pablo reduce toda la exaltación del Señor a estas dos principales virtudes, de que fué humilde y obediente (Phil., II, 9); siendo verdad católica, como lo es, que en nuestro Señor Jesucristo estuvieron todas las virtudes en grado supremo, exceptuando la fe oscura, que no era compatible con la gloria de su alma sacratísima.
Últimamente se encarga a los hijos, que para tomar estado de matrimonio atiendan mucho a la voluntad y dirección de sus padres, y consideren, que no parece hay en el mundo error mas pernicioso ni de mas fatales consecuencias, que el yerro capital de un errado matrimonio, porque es yerro de por vida; y no es fácil que halle consuelo un hombre de sano juicio, que se halla casado y defraudado su buen deseo.
La compañía desdichada de un hombre de entendimiento con una mujer insipiente, fatua, litigiosa, de corta capacidad y sin gobierno de su casa, es dolor sobre dolor, y aflicción pésima, que atormenta el alma; y siendo, como es, a todas horas, parece al tormento cruelísimo que inventaron los tiranos de atar a una persona viva con un cuerpo difunto. Teman los hijos no les suceda semejante desventura, por no atender la voluntad afectuosa de sus padres.

R. P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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