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lunes, 8 de octubre de 2012

El Legado literario de San Vicente Ferrer


1. El apóstol
Fray Vicente Ferrer en la plenitud de su vida es un apóstol, un predicador, en el sentido vicentino más específico. Sus ideales se identifican con los ideales de la cristiandad del mundo medieval, porque Vicente piensa y vive las esencias de la Edad Media. Toda su doctrina y su obra se deslizan bajo un signo de unidad universal tan característico de la época más grande de la Iglesia.
La concepción vicentina del predicador, que impregna sus ideales de plenitud, es la clave de su vida y de su obra doctrinal y apostólica. Vicente Ferrer, filósofo, estudiante de teología y Escritura sagrada, de lenguas, universitario, en una palabra, se ha metamorfoseado en predicador, en pastor de almas. Si en sus años mozos el ideal de la "claridad de ciencia"—utilizando su misma expresión—regía su vida y su obra, después, en la plenitud, la "santidad de vida" son sus palabras— informa todo su ser y su obrar. Claridad de ciencia y santidad de vida conjuntamente, íntimamente maridadas en el ideal de la Orden por él profesado y elevado a su máximo exponente.
Las obras de su juventud marcan una trayectoria muy distinta de la que caracterizará la vida del taumaturgo en los siglos posteriores. Son, con todo, la base de lo que él mismo proponía como uno de los elementos necesario para constituir el predicador: Claritas scientiae.
En su vida apostólica no podía escribir mucho. La incuria del tiempo o la dejadez de sus discípulos nos han privado de la doctrina que expondría el Santo en las lecciones de la Seo de Valencia. Eran lecciones de teología escolástica, dadas por un competente maestro a los iniciados en teología. Serían, sin duda alguna, el mejor legado para reconstruir su pensamiento teológico.
La vida ministerial, en su plenitud, le absorbía totalmente el tiempo del día y de la noche, de modo que ni siquiera al padre Maestro general podía escribir para comunicarle sus andanzas apostólicas. Testimonio de ello es el encabezamiento de una valiosísima carta confidencial, conservada hasta nuestros días: "No he podido escribir a vuestra Paternidad reverendísima, según debía, por las increíbles ocupaciones en que me he visto. A la verdad, después que os partisteis de Roma hasta hoy me ha sido preciso, confluyendo las gentes de todas partes, predicar cada día, y muchos dos y tres sermones, sin la misa cantada con toda solemnidad. De lo que estoy tan alcanzado de tiempo, que casi no me sobra para caminar, comer, dormir y otras cosas precisas, y aun los sermones caminando los voy componiendo. Con todo esto, porque la falta de escribir no se me impute a descuido o poco aprecio, he procurado ir hurtando algún tiempo en el discurso de muchos días, semanas y meses, entre tantas ocupaciones, para poderos dar siquiera una breve relación de la vereda que he recorrido".
Todas las obras de esta época son ocasionales, poco literarias, estilo sermonario, pero de gran vitalidad y de un sabor netamente vicentino.

2. Época científica
San Vicente comienza su carrera publicitaria con dos opúsculos filosóficos, más importantes por lo que representan que por la doctrina que contienen, siempre en consonancia con los cánones de la filosofía tradicional.
El primero en importancia es el titulado De suppositionibus dialecticis. En una apostilla a guisa de prólogo, de tiempo posterior a su redacción, tenemos un dato de interés para fijar la cronología de la obra: fue compuesta en Valencia, el año 1374 La doctrina es netamente aristotélico-tomista, sin desviarse lo más mínimo de la trayectoria que marcaron los maestros. La oportunidad es singular, puesto que combate, contra Occam, las dos cuestiones fundamentales de la filosofía puestas entonces sobre el tapete.
El otro tratado lógico es Quaestio solemnis de unitate universalis. No sabemos exactamente cuándo lo escribió, pero no debió distar mucho del anterior. ¿Sería una lección pública tenida en Lérida, durante los años de profesorado? ¿Sería la publicación de notas acumuladas para las clases? No lo sabemos con precisión.
También en éste, como en el anterior, la originalidad estriba en la oportunidad de aplicar la doctrina aristotélico-tomista a los problemas del día. Las fuentes son las mismas.
La difusión de estos dos opúsculos, con la dedicación a la enseñanza de la filosofía y a los estudios de teología, harían suponer a cuantos le rodeaban que fray Vicente llegaría a ser un excelente profesor y escritor escolástico. Tal vez alguno de sus hermanos de hábito sintiera cierta emulación mal reprimida por las cualidades y éxitos del padre Ferrer.
Conjugada con sus tareas escolares, se notaba en él una predilección muy marcada por la vida apostólica. Ya sacerdote y profesor de teología en la Seo de Valencia, no dejará la predicación. Sin duda alguna, según la apreciación humana de los hechos, su prestigio científico sería uno de los postulados más firmes de su éxito ministerial, y más teniendo en cuenta el ascendiente moral sin igual que había adquirido sobre toda la región y sobre todas las categorías sociales el convento de Predicadores de Valencia, en el que transcurre la época más reposada de su vida sacerdotal.

3. Época apostólica
Con todo, la Providencia le depara circunstancias propicias para abandonar totalmente su vida científica, y le enfrenta directamente con problemas vitales de enorme trascendencia: el cisma y la experiencia de la vida cristiana, débilmente vivida en casi todas las esferas sociales. No quiere esto decir que antes no sintiera el Santo estos acontecimientos trascendentes de la cristiandad, sino que ahora los vive más ecuménicamente y con un sentido de mayor responsabilidad, Son los últimos treinta años de su vida. Su misión en ellos es enteramente apostólica. Las intervenciones políticas, de signo civil o religioso, que tiene que efectuar, están selladas con esta impronta apostólica. Es la época de plenitud, de consagración de su persona como teólogo de la Iglesia (teórico y práctico; más práctico que teórico) y maestro de la vida espiritual (con idénticas características).
En estos años, desde 1391 hasta el fin de su vida, escribirá los tratados teológicos y espirituales, de contextura polarmente opuesta a sus primeros ensayos filosóficos. Las circunstancias le obligan a escribir y a hacerlo del modo que lo hace.
En una ocasión será un religioso joven, que le pide consejos, como a maestro experimentado, para ser útil a las almas de sus prójimos. Y le contestará en forma epistolar y casi confidencial con lo que se ha dado en llamar Tratado de la vida espiritual.
Unos años antes, socio del cardenal legado en las cortes de Castilla y Aragón, don Pedro de Luna, ante la insistente negativa del rey de Aragón Don Pedro IV el "Ceremonioso", para más obligar su conciencia a determinarse por uno u otro papa, pero induciéndole a que lo haga por el de Aviñón, escribió el Tratado del Cisma.
Otra vez, quizá un religioso cartujo de Scala Dei, atormentado por tentaciones y escrúpulos, acudirá al maestro para que le dé aliento. Y le resumirá unos capítulos de la obra de Guillermo Peraldo, que los posteriores intitularán Tratado de remedios contra las tentaciones espirituales.
Los penitentes que le seguían debían sujetarse a ciertas normas comunes para el buen orden en la marcha de la cofradía. Para ellos escribirá sus Ordenaciones. Y para que pudieran seguir espiritualmente la misa, el gran acto litúrgico de la vida apostólica de San Vicente, compilará un sermón predicado en Mallorca, que es una explicación alegórica del santo sacrificio.
En 1414, a requerimiento de Benedicto XIII de Aviñón, debe intervenir en unos coloquios públicos, habidos en la ciudad de Tortosa contra los judíos, en colaboración con otros doctores católicos. Y entonces tomará parte en la composición del Tratado contra los judíos. Este es el menos característico de Vicente Ferrer. No sabemos la parte que tuvo en su composición; pero lo más que podemos admitir es que expresa sólo de modo esquemático la doctrina vicentina, que otros se encargarían de rellenar literariamente.
Exceptuado este último, de ningún otro podemos precisar la fecha exacta de composición. Ni la crítica externa ni la interna nos han proporcionado datos ciertos.
El estilo literario es muy homogéneo en todos ellos, y tienen un carácter marcadamente alegórico, simbólico, el de los judíos y el de las propiedades de la misa. Todos ellos casan de modo excelente, tanto literaria como doctrinalmente, con los esquemas de sermones que conservamos, todos de la época de madurez del Santo.
Escritos rápidamente, con plagios que el Santo no pretende disimular, tienen un sabor eminentemente pastoral muy propio del autor, con imágenes y metáforas domésticas, con recursos de detalles muy singulares, que revelan, sin lugar a duda, la pintura más acabada de su vida integral. Tendremos ocasión de completar esta idea más adelante, cuando hagamos la síntesis de su pensamiento, reflejo de su vida apostólica. Son algo como las memorias de una gran personalidad histórica.
En resumen: dos épocas distintas de una misma vida, se complementan mutuamente y que cristalizan: el apóstol, producto de la claridad de ciencia y de la santidad de vida, integrantes, según la mentalidad vicentina, teólogo sabio, que será apóstol por exigencias de su doctrina plenamente vivida.

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