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jueves, 25 de octubre de 2012

Del socorro con que deben asistir los hijos a sus padres necesitados.

El amor que los padres tienen a sus hijos es tan grande, que no reconocen las leyes civiles otro mayor: Nullus affectus est qui vincat paternum, dice una ley. Por esto en la divina ley no se les puso a los padres el precepto de honrar a los hijos, sino a los hijos se encaminó el mandamiento de honrar a sus padres, porque para cuidar los padres de sus hijos no necesitan de mandato; mas para que los hijos cuiden de sus padres, aun el mandamiento de la ley de Dios apenas es bastante. 
El Espíritu Santo dice a los hijos, que atiendan piadosos y justificados a la senectud y desfallecimiento de sus padres, y no los contristen en su vida; y que si padecieren detrimento de sus potencias y sentidos, tengan piedad y paciencia con ellos, y no los desprecien; porque todo cuanto gastaren con sus padres, se lo restituirá el Señor con mucha superabundancia, y les perdonará sus pecados (Eccli., III, 14 et seq.)
Esto encargaba fervoroso el santo Tobías a su amado hijo, diciéndole, que toda su vida atendiese a su pobre madre, honrándola, venerándola, y asistiéndola con el socorro en sus necesidades, y considerase cuánto habia padecido con el desde su nacimiento un esta vida mortal.
El gran padre san Ambrosio dice, que en el órden del amor primero es Dios, y despues los padres naturales; por que despues de Dios debe la criatura a sus padres el ser que tiene.
El angélico doctor santo Tomas dice, que en igual necesidad extrema de los padres y de los hijos, primero se debe socorrer al padre, pena de pecado mortal, por la misma razón que dejámos dicha de que el hijo debe al padre, después de Dios, todo el ser que tiene.
El mismo angélico maestro dice en otra parte, que estando el padre ó la madre en necesidad grave, no le es lícito al hijo entrar en religión donde no les pueda asistir con lo necesario; y aunque tenga el hábito de novicio, está obligado a dejarle, y salirse de la religión, para socorrer a sus padres necesitados.
Aun dice mas el insigne Abulense en sus Cuestiones Escriturales, donde resuelve, que en igual necesidad extrema, primero debe el hijo socorrer a su padre, que a sí mismo; y afirma también, que debe el hijo quitarse el pan de la boca para darlo a su padre (Abul. in Mat. XIX, q. 134).
Aun los filósofos antiguos y los gentiles con la luz natural de la razón alcanzaron mucho de estas verdades, afirmando Aristóteles, que pecan mortalmente los hijos desamparando a sus padres, y no socorriéndolos según su posibilidad, para que conserven la vida, y lo pasen con decencia. Confúndanse con esto los hijos desleales y las hijas ingratas.
El célebre Platón determinó, que si alguno por socorrer a sus hijos dejase perecer de hambre a su padre ó a su madre, fuese castigado públicamente como parricida, para escarmiento de los pueblos.
Los insignes romanos señalaron el horroroso castigo que se debia dar al hijo ingrato que no socorre a sus padres necesitados; y determinaron, que le metiesen ligado al hijo tirano dentro de la piel de un bruto, y le arrojasen al mar, bien cosida la piel, para que no gozase el hijo ingrato del aire común de este mundo, con que respiran y viven los mortales.
San Alberto Magno refiere de muchas fieras que cuidan de sus padres ancianos y desvalidos. Así lo dice de los leones y de los azores, para que se confundan los racionales a vista de que las fieras los exceden en la piedad con sus padres.
Valerio Máximo refiere de una mujer romana, que sustentó a su madre muchos años con la leche de sus pechos. De este punto principal se hallarán muchas doctrinas en las divinas y eclesiásticas historias.
Y para que también los padres sean prudentes, y miren por sí mismos, y para que sean atendidos de sus hijos, les previene el Espíritu Santo, que no les den a sus hijos demasiada potestad sobre ellos mientras viven, sino que les atiendan a sus naturales e ingenios, y dispongan sus cosas con discreción y prudencia (Eccli. XXX, 11).
No darás a tu hijo la potestad sobre ti en toda tu vida, dice el sagrado texto; no sea que despues te pese mucho, y conozcas tu yerra cuando no le puedas enmendar (Eccli., XXXIII, 20).
No conviene que el hijo se llame señor de su padre, dice el santo evangelio; ni menos importa, que el padre injustamente viva sujeto a su mismo hijo (Matth., XXII, 45).
Mejor es, dice el Espíritu Santo, que el hijo te ruegue, y te viva sujeto, que no que tú mires a la cara y a las manos de tus liijos, y dependas de ellos para pasar tu vida mortal (Eccli., XXXIII, 22).
Para este fin aconseja a los padres la divina Escritura, que en el fin de su vida den la hacienda a sus hijos, pero no antes; porque mas importa que los hijos dependan de la voluntad de sus padres, que no que estos dependan de la voluntad de sus hijos (Eccli., XXXVI, 24).
Para este propósito se refiere, entre otros muchos ejemplos, que un padre indiscretamente con amor desordenado dio toda su hacienda a dos hijos suyos, con condición que le habian de sustentar sano y enfermo; mas el pobre padre lo pasaba tan mal, que se vió precisado a fingir que tenia oculta una gran cantidad, para darla libremente al que le tratase mejor, y con esta astucia prudente se mejoró el trato racional de su persona, dejando a todos los padres el racional documento de que siempre acomoden a sus hijos de tal manera, que deban por su mismo ínteres atender a sus padres (Oliv. in Elog., ex. 33).
De otro padre inconsiderado también se escribe, que habiéndole dado a su hijo en casamiento toda su hacienda, el hijo y la nuera le trataron muy mal; pero el altísimo Dios, que venga las injurias de los padres, castigó a los hijos ingratos con el horrendo escarmiento siguiente.
Tenían el hijo y la nuera para comer en cierto dia un capón bien sazonado, y sintiendo que venia el padre, le escondieron, y le dieron, como siempre, una triste comida. Volvióse a salir de casa el pobre padre, y el hijo infame fue a buscar su capón, y halló que se habia convertido en un grande y formidable sapo, el cual de un salto se le clavó en la cara al hijo ingrato, y no se halló remedio en el mundo para podérsele quitar; porque Dios lo conservara para escarmiento y ejemplo de los hijos tiranos.
Deben considerar los hijos ingratos, que del mismo modo que ellos procedieron con sus padres, permitirá Dios nuestro Señor que sus hijos procedan con ellos. Esta constante verdad, muy conforme a la divina Escritura, se llalla también contestada en las eclesiásticas historias con varios ejemplos.
De un hijo tirano se escribe, que atropellando cierto dia a su padre por una escalera abajo, llegando a un descanso ó rellano, le dijo el padre: detente, hijo, que hasta este mismo puesto atropellé yo también a mi padre; y conozco ciertamente que Dios es justo en sus obras y permisiones, y que me ha castigado por el mismo camino que yo pequé con mi padre.
De otro hijo desatento se refiere, que cansándose de tener a su padre enfermo y desvalido le puso en razón que estaría mejor asistido en el santo hospital; y cogiéndole en hombros, al tiempo que le llevaba, le descargó, y le puso sobre una grande piedra que estaba arrimada a un lado de la calle, y sentándose a descansar, le dijo su padre: hijo mió, los altísimos juicios de Dios son justificados y venerables. En esta misma piedra descansé yo también, llevando a mi padre al hospital, donde murió. Entónces el hijo entró en consideración y reflexión cristiana, pensando que lo mismo le sucedería a él con sus hijos, en digno castigo de la dureza con su pobre padre; y pensándolo mejor, se volvió a su casa, donde le asistió con caridad toda su vida.
El cumplimiento de los testamentos y últimas voluntades de los padres, ya dejámos dicho muchas cosas en los lugares que se citan, a las cuales se puede añadir lo que determinan los sagrados cánones; esto es, que echen como excomulgado de la iglesia al hijo bárbaro y tirano que pone dilaciones injustas en el debido cumplimiento de la última voluntad de sus padres.
Son muy pocos los hijos virtuosos y justificados en este punto que puedan decir a sus padres difuntos aquellas palabras del salmo XLIII: Nec obliti sumus te, et inique non egimus in testamento tuo. Esta cruel injusticia de los hijos ingratos con sus padres difuntos, la pondera dignamente el autor fervoroso del precioso libro, que se intitula: Luz de verdades católicas; y dice son muchísimos los hijos que por este camino pierden sus almas, y también sus casas.
Hay capellanías que pasan diez y doce generaciones sin fundarse, pasando la obligación de padres a hijos, y de testamento en testamento, con grande peligro de perderse todos por no cumplir cada uno su obligación en materia tan grave. Al padre descuidado le hereda el hijo su mala condicion.
Lo mismo sucede con las deudas legítimas, que debiéndolas pagar el hijo por el padre, de quién recibió la hacienda que tiene, ó pasan de generación en generación, como la fundación de las capellanías, ó paran los pagamentos en componendas indignas, que no son convenios voluntarios, sino violencias injustas.
El celoso del bien de las almas, Bernardino de Bustos, escribe un ejemplo horroroso, y es del alma de un padre, que por disposición de Dios nuestro Señor volvia del otro mundo, y de noche talaba y deshacia todo cuanto su hijo trabajaba en el dia antecedente, y causaba grandes ruidos en la casa de su hijo. Compelida el alma con los conjuros santos de la Iglesia, dijo era disposición divina; porque su hijo ingrato y tirano no cumplía con las obligaciones de conciencia que le habia dejado en su testamento.
Véanse otros ejemplos pertenecientes a este mismo fin en las citas que llevamos hechas. El Señor ilustre a los mortales. Amen.

R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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