Vistas de página en total

lunes, 29 de octubre de 2012

NATURALEZA Y ESENCIA DE LA IGLESIA EN LA TRADICIÓN APOSTOLICA

 Revista CLAVES
Año I N° 5
Abril 1993

DE "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA"
Capítulo I 
NATURALEZA Y ESENCIA


La Iglesia es una entidad viviente, un organismo cuya existencia sólo puede ser concebida con relación al "Mysterium Christi" (Misterio de Cristo) de que habla San Pablo. (Col. IV, 3).
En el espíritu de la Tradición Apostólica este "Mysterium Christi" constituye el centro absoluto de toda la esfera universal: la Encarnación del Verbo eterno de Dios en las purísimas entrañas de María, hipóstasis divino-humana, sublime comunicación sensible e histórica, entre la divinidad y la humanidad, hacia la cual se encuentra ordenada toda la Creación.
Ahora bien: la "Ecclesia" es el mismo "Mysterium Christi", o mejor dicho, es el "Mysterium Plenum Christi" ("Misterio pleno de Cristo"), cuya realidad está configurada por la propia hipóstasis divino-humana de Jesucristo, sacerdote etemo, ("sacerdos in aeternum secundum ordinem Melquisedec"), quien por un lado, se ofrece como Víctima de Redención, pero que además, en virtud de la doble naturaleza de su hipóstasis "unus et idem" según la fórmula de San Irineo, (Cf. BAC 300), es Sumo Pontífice (puente) capaz de establecer una perfecta comunicación entre la Trinidad Santísima y la congregación de todos los hombres que libremente quieran participar de la vida divina.
Esto es la Iglesia: Comunión divino-humana, sociedad perfecta, Cuerpo Místico de Jesucristo.
La Iglesia así concebida, vive tanto en el orden celeste cuanto en el orden terífeno; su ser late más allá del orbe; su naturaleza incorpora la virtud humana a la plenitud divina; su existencia trasciende todos los evos.
En el orden celeste, la Iglesia participa de la Vida Divina en la gloria beatífica de la contemplación trinitaria. En el orden terreno, la Iglesia participa de la Vida Divina a través de la gracia santificante que fluye desde los Símbolos Sacramentales, especialmente la Eucaristía —ágape misterioso—, perfecta renovación del mismo Sacrificio Redentor de la Cruz que perpetúa verdadera, real y físicamente la presencia del Verbo Encarnado en el tiempo y hasta la consumación final de todos los siglos. Sin embargo, previo a esto, la Iglesia participa de la Vida Divina por la comunión en la Fe que se recibe en el Bautismo.
SIN COMUNION EN LA FE NO HAY IGLESIA EN LA TIERRA.
Tanto en la tierra como en los cielos, la Iglesia es una sacrosanta realidad divino-humana. Si bien está compuesta por miembros humanos de por sí imperfectos, no obstante, por la comunión de estos miembros con el Verbo Encamado, la Iglesia es una misma y única cosa con Cristo. Es el Cristo total que aclama San Agustín y también San Hilario cuando dice: "El es la Iglesia, porque la contiene enteramente por el Misterio de Su Cuerpo". (In. Ps. 125, 6).
Con frecuencia, la Patrística y la liturgia también han visto a la Iglesia como "anti-typo" de María: "Arca Dei Viventis", "Templo donde la Trinidad es glorificada". (San Juan Damasceno, "Homilía en la natividad de Nuestra Señora, Madre de Dios y siempre Virgen María". Ediciones de Cerf, pág.75).
"María, que nunca fue de este mundo, en su muerte lo deja enteramente. Mas como en la tierra fue una potencia callada, pero terrible porque llevaba a su Hijo y era, enmedio de la comunidad cristiana, como un arca viviente de la presencia de Cristo, no se perdió en la nada, sino que, precisamente a partir de ese momento, desde el cielo llena con su presencia a la Iglesia". (Dom Odo Cassel "María como tipo de la Ekklesia", en "Misterio de la Ekklesia", pág. 461).
Esto es algo muy profundo y maravilloso: María, virgen purísima y "Madre del Amor Hermoso" (Eclesiástico XXIV, 24), ve en la Tradición Apostólica la figura personal, original, de la Iglesia.
Como María, así la Iglesia posee "un seno más amplio que los cielos mismos" ya que en él hospeda a "Aquel que los cielos no pueden contener" (Srisipo de Jerusalén, "Or. in S. Mariam Deiparam" Cf. BAC 8).La Iglesia, como María, es la Ciudad Santa, el ámbito inviolable e insustituible de la Teofanía, aquella sublime realidad fuera de la cual no hay salvación, porque sin la Iglesia, como sin María no existe posibilidad de comunicación con la divinidad.
La Iglesia, Una y Santa, conforme el Símbolo de Nicea, es una realidad absoluta ("Católica"), que perdura en el despliegue de la Tradición Apostólica, que no admite división o imperfección alguna, que no se confunde con su organización jurídico-canónica -aunque la necesite temporalmente—, que no se confunde con el Vicario Romano —que representa a Jesucristo, pero no es Jesucristo—, que no se confunde con la historia, -aunque esté presente en el mundo-, pues no es del mundo sino de la ternidad y de la gloria, donde reina Jesucristo resucitado, que es su Cabeza.
La Iglesia en la tierra es una anticipación escatológica de la Ciudad Celeste, la cual se encuentra ya realizada, incoactivamente, de modo misterioso y sacramental, en Ella. Es decir, que la Iglesia misma es ya "hic et unuc", la Ciudad Celeste, solamente que a nosotros nos falta trasponer aún los umbrales de la muerte para contemplarla en su divina magnitud.
Esta es la Iglesia en la que fuimos bautizados. Y cuando nosotros proclamamos nuestra FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA, nos referimos a esta Iglesia UNA, SANTA, CATOLICA V APOSTOLICA, concebida según y con forme esta Doctrina Tradicional que pro fesamos sostenidos por el poder de la Fe. 

Capítulo II 
LA IGLESIA EN EL VATICANO 

Muy diferente es la concepción de la Iglesia en los textos del Vaticano II, principalmente en la llamada Constitución Dogmática "Lumen Gentium". Este documento consta de ocho capítulos, de los cuales sin duda, los dos primeros son los esenciales.
En el primer capítulo trata específicamente del "Mysterium Ecclesiae". Sobre la base de la voluntad del Padre, la misión del Hijo y la santificación del Espíritu, concluye en la noción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Jesucristo (no.7) con numerosísimas citas de San Pablo. Pero después dice:
"Esta Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad subsiste en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque puedan encontrarse fuera de su conjunto muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, impelen a la unidad católica", (no.8).
Está de más decir que de esta doctrina derivan los principios que nutren los otros documentos conciliares sobre temas como "la libertad religiosa", el "ecumenismo", etc. 
En los medios "Tradicionalistas" estos temas han causado gran preocupación incluso desde antes de que fueran aprobados los documentos conciliares respectivos, pero muy pocos han advertido que lo verdaderamente grave reside en la doctrina que el Vaticano II pretende establecer sobre la naturaleza y condición de la Iglesia.
Si, de acuerdo a la Tradición Apostolica, la Iglesia es una comunión divino humana, absoluta, mística, trascendente y eterna, resulta imposible que puedan encontrarse fuera de Ella "elementos de santificación". La santificación no es otra cosa que la participación humana en la Vida Divina, y esto absolutamente no puede darse de la comunión divino-humana que se verifica en el Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo, cuya existencia se enraiza en la Encarnación del Verbo eterno de Dios que es centro de todo el universo.
Nótese que la "Lumen Gentium" (Luz de las Gentes), en el párrafo que citamos, no está hablando de tal o cual iglesia entendida como una comunidad cristiana localizada en determinada latitud, ni siquiera está hablando de la iglesia romana en cuanto tal. Se refiere a la "Iglesia Católica", y en un contexto donde, además, trata del "Mysterium Ecclesiae" en sí mismo (!!!). En este orden es totalmente incompatible con la Fe sostener que fuera de la Iglesia haya elementos nada menos que de santificación, pues ello equivale a insinuar que fuera del "Mysterium Christi" es posible la participación en la Vida Divina.
Naturalmente, cada uno piensa como quiere con el mundo pluralista moderno, pero lo que no se puede pretender es que semejante doctrina sea considerada acorde con la Fe Apostólica. Según esta Fe, que es la nuestra, fuera del "Mysterium Christi", fuera de la "Ecclesia", fuera del "Corpus Mysticum Christi", sólo está el "Mysterium Iniquitates" (Misterio de iniquidad, de que habla San Pablo en su Epístola a los Tesalonicenscs, 11,7), o sea, el mundo con su príncipe (el demonio).
En su segundo capítulo la "Lumen Gentium" define aún más su doctrina. Allí pasa a considerar a la Iglesia como "populus Dei" (pueblo de Dios). Una vez que se ha obviado el abismo entre "Mysterium Christi" y "Mysterium Iniquitatis", la concepción de la Iglesia como "populus" surge sola, puesto que ya estamos enteramente inmersos en la corriente existencial de la historia. Y aquí tocamos el corazón de la doctrina conciliar, porque en cuanto uno se ha colocado en la perspectiva de dicha corriente existencial de la historia, inevitablemente recobra vigor la esperanza mesiánica incumplida.
"Este pueblo mesiánico —dice la "Lumen Gentium"tiene por cabeza a Cristo (no.9). Y después añade: "Así como el pueblo de Israel según la carne, peregrino en el desierto, es llamado alguna vez Iglesia (Núm. XX, 4), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la Ciudad futura y permanente (Cf. Heb. XIII,14) se llama Iglesia de Cristo (cf. Mt. XV, 18)".
Nosotros de ningún modo podemos comulgar con esta noción de la Iglesia. Esto no es la Iglesia Católica. Se trata de una concepción religiosa modernista y judaizante que desplaza por completo la trascendencia absoluta de la Encarnación del Verbo y de su muerte y resurrección. (Utilizamos la expresión "judaizante" en un sentido estrictamente doctrinario. Decimos que las concepciones religiosas del Vaticano II se aproximan a una cosmovisión religiosa judaica y se alejan notoriamente de la Tradición Apostólica. En cuanto el término "modernista" no necesita explicación. Es la herejía condenada por San Pió X cuyos principios están consagrados casi punto por punto en los textos del Vaticano II.)
En cambio, la concepción del Vaticano II conduce necesariamente a una inmersión en la Historia, en el devenir de los tiempos, esto es, en lo que el universo tiene de finito, mudable, perecedero. El mundo, la historia y la vida humana en su sucesión temporal adquieren una importancia suprema, desconocida hasta ahora; se convierten en la más deslumbrante epifanía, y, entonces, la participación en Vida Divina, la santidad, consistiría en hallarse consubstanciado, comprendido comprometido en el devenir histórico través del cual el "Pueblo de Dios" peregrina en una permanente evolución hasta el cumplimiento de las promesas mesiánicas, hacia el omega de la historia (Resulta casi imposible no advertir el acercamiento que ha operado el Vaticano hacia la cosmovisión del P. Teilhard Chardin, especialmente en cuanto a obra "El Fenómeno Humano", una de 1as más coherentes expresiones de una noción de la divinidad inmanente al universo, al hombre, a historia y a la evolución).Dentro de este pensamiento, adquiere descomunal importancia el "sacerdocio común de los fieles" (no.10); y por lógica el "Pueblo de Dios" habrá de tener un "gobierno colegiado" (no.18-20), puesto que, precisamente, es "populus" antes que "corpus". (O sea pueblo antes que "cuerpo"). En este sentido es inocultable que, pese a la "nota explicativa" previa, añadida para tranquilizar a los conservadores, la "Colegialidad" que define la "Lumen Gentium" es enteramente coherente con la eclesiología elaborada por los teólogos modernistas e historicistas de este siglo, principalmente Karl Rahner. (Ver "Vida y obra Karl Rahner" de Herbert Vorgrimler, I Taurus 1965). Esta eclesiología ahonda la noción de "populus Dei", y a partir allí sumerge a la Iglesia en la historicidad del hombre y su existencia en el mundo, por donde la jerarquía episcopal —otrora eminentemente sacramental—, asume razgos casi exclusivamente kerigmáticos. Un vistazo, incluso superficial, sobre doctrina que actualmente se enseña en colegios, seminarios, universidades, y aun en catecismos infantiles, torna evidente para cualquiera que prácticamente toda la estructura clerical que obedece al Vaticano y depende de él, se encuentra en vigencia dicha concepción eclesiológica modernista; las diferencias que puedan existir serán apenas de grado. 

Capítulo III 
LA REALIDAD DE UNA IGLESIA NUEVA

Sobre los principios doctrinarios de la "Lumen Gentium" se asienta la llamada Constitución Pastoral sobre la Iglesia y el mundo, "Gaudium et Spes" (Gozo y Esperanza). La Iglesia entendida como "pueblo de Dios" se encuentra, sin duda, muy íntimamente unida al mundo y todo cuanto el mundo ha edificado. Es el traslado, la consolidación en el orden práctico de la herejía sutil, equívoca e insidiosa, pero demoledora, que palpita en la nueva eclesiología del Vaticano II.
El "proemio" (no. 1) de la "Gaudium et Spes" define claramente esta postura religiosa ultramundana en términos que no dejan lugar a dudas: Dice: "El gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos de todas clases, son también el gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los discípulos de Cristo, y no existe nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón, pues su comunidad está formada por hombres, que unidos en Cristo, son conducidos por el Espíritu Santo, en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para ser propuesto a todos. Por lo cual dicha comunidad se siente en verdad íntimamente unida con el género humano y su historia".
La condición del hombre en el mundo de hoy es descrito como "una crisis de
creecimiento" (no.4), y la Iglesia en el mundo presente es definida como "una realidad social y fermento de la historia" que "no ignora cuánto ha recibido de la historia y evolución del género humano" (no.44).
Y después añade:
"Ella (la Iglesia) desde el principio de la historia aprendió a expresar por medio de los conceptos y lenguas de los diversos pueblos el mensaje de Cristo y procuró ilustrarlo con la sabiduría de los filósofos, a fin de adaptar, en cuanto es posible, el Evangelio tanto a la capacidad común como a las exigencias de los sabios. Y esta proclamación adaptada de la palabra revelada debe ser la ley perdurable de toda evangelización.
Así se fomenta en todos los pueblos la facultad de expresar según su modalidad el mensaje de Cristo y se promueve a la par un intercambio vivo entre la Iglesia y las diversas culturas"
. (no.44).
Y más adelante culmina: "Vivificados y reunidos en su Espíritu caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana", (no.45).
Difícilmente pudiera haberse declarado con mayor precisión y profundidad una doctrina de la Fe inmanente al mundo y a la historia. La Iglesia es el "fermento" de la historia, lo cual expresa magistralmente la idea de la sacralidad inmanente de la historia, por cuya virtud la palabra de la Fe es "adaptada" a la condición del mundo. Por tanto, no existen en el mundo realidades sacras que trascienden el devenir histórico, como imagen que son de las realidades celestiales, sino que, por el contrario, el devenir histórico es en sí lo sagrado.
Vale decir que lo sagrado, la imagen de Dios en el mundo, no está en lo perdurable, sino en lo mudable. Más aún, en rigor, lo único perdurable seria el principio inherente al devenir histórico de que todo se muda, y muy especialmente la palabra, puesto que todos sabemos que en el ámbito del espíritu, los cambios en la palabra importan necesariamente mutaciones ónticas y cualitativas muy profundas.
Lejos, muy lejos en las antípodas de todo esto, quedaron los principios evangélicos sobre el mundo y su principe. (Véase San Juan VII, 7; XII, 31; XIV, 30 y XVIII, 36; y I Cor. 11, 32) En base a los cuales fundamentó San Agustín su doctrina sobre la "civitas mundi" —ciudad del mundo sujeta a la "Civitas diaboli", ciudad del diablo. —(San Agustín, "De Libero Arbitrio" L.III. C.X y "De Trinitate", L. IV y XHI).
A la luz de todo esto se comprende, adquiere sentido, la tan mentada advertencia de Paulo VI: el Concilio Vaticano II es "pastoral", no ha querido definir dogmas. Esto es enteramente coherente, pues dentro de una noción de la Iglesia historicista y existencialista carece de sentido definir dogmas. Semejante "Iglesia" nada tiene ya que ver con la que definió el Concilio de Nicea (Una, Santa, Católica y Apostólica). Es una Iglesia nueva, totalmente comprometida en el porvenir del mundo. El P. Congar supo manifestarlo con una expresión muy vigorosa: "El porvenir de la Iglesia consiste en el porvenir del mundo". ("Chréticns en Dialogue", Editions du Cerf, pág. 47). ¿De qué "iglesia" se trata? Por cierto de aquella "Iglesia" que él mismo ya había definido con otra expresión también muy vigorosa: "Antropología cristiana en el marco del Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo". (Congar. "Tradición y Vida de la Iglesia", pág. 57).Estamos, pues, ante una nueva Iglesia fundamentada en los principios doctrinarios que consagra el Vaticano II. Son principios relativos a la esencia y naturaleza de la iglesia que absolutamente rompen los vínculos con la Tradición Apostólica.
Nótese que no se trata apenas de una situación donde abundan los equívocos, las desviaciones, ni siquiera las herejías. Se trata de un Concilio Ecuménico (reunión universal) que proclama principios sobre la existencia de una "ecclesia" (congregación) incomparablemente extraños a los principios de la doctrina sobre la "Ecclesia Sancta" que nos ha legado la Tradición Apostólica. Creemos que sería imposible imaginar un cisma más grave, una herejía más profunda, una apostasía mas universal. (Nota: La "Lumen Gentium" fue votada "placet", o afirmativamente, aceptada, por 2,151 obispos, y solamente 5 obispos votaron "non placet", o sea no la aceptaron. La "Gaudium et Spes" por su parte fue votada afirmativamente por 2,309 contra 75 rechazados).
No es casualidad que Juan XXIII inaugurara el Concilio Vaticano II invocando "un nuevo pentecostes", (Juan XXIII Constitución Apostólica "Humanae Salutis" BAC 252). Es una invocación impresionante, porque si hay "un nuevo Pentecostés" indudablemente que hay una nueva Iglesia. Por eso Rahner (uno de los teólogos del Concilio), pudo señalar al Vaticano II como "un nuevo comienzo". (Conferencia a propósito de la clausura del Concilio Vaticano II, el 12 de diciembre de 1965 en Munich, "El Concilio, nuevo comienzo" Ed. Herder 1966).
La nueva Iglesia Conciliar está ya en vigencia con su nueva doctrina sus nuevos ritos, con su nueva espiritualidad, con sus nuevos catecismos. Sólo debemos mirar a nuestro alrrededor para comprobar esto. A la muerte de Paulo VI, sus dos sucesores han reafirmado rotundamente la vigencia y aplicación del Vaticano II.
Ahora bien; en esta circunstancia histórica y doctrinaria, es que nos plantea la cuestión sobre una posible "interpretación tradicional del Vaticano II".( L'Osservatore Romano, edición castellana, del 3 de septiembre de 1978 y octubre de 1978).

Capítulo IV 
INVIOLABILIDAD DE LA FE

Dicha cuestión (de la interpretación tradicional del Vat. II) debe abordarse con la mayor sinceridad, sin segundas intenciones ni reservas mentales.
Es indudable que, desde un cierto punto de vista, el ensayo de una "interpretación tradicional del Vaticano II" parecería ofrecer a los "tradicionalistas" un vasto campo de acción donde ejercer su "apostolado", y "salvar muchas almas" que se perderían en la confusión, si uno tomase posturas excesivamente extremas. Este campo de acción, por otro lado, evidentemente es un espacio político, o sea, una zona o cuota de poder que los "tradicionalistas" obtendrían del mundo moderno. Esto les permitiría la consolidación y el acrecentamiento de sus obras, seminarios, colegios, publicaciones e instituciones, los que podrían funcionar libremente con el reconocimiento, o por lo menos la tolerancia de las autoridades civiles y clericales, sin el peligro de persecuciones incómodas y sin asustar a tanta "gente buena" que se acercaría al "tradicionalismo", si éste no estuviera al margen del orden establecido. Desde este punto de vista, una "interpretación tradicional del Vaticano II" no sólo es posible, sino además, necesaria, puesto que las autoridades vaticanas seguramente la habrán de exigir como "conditio sine qua non" (condición sin la cual no) para admitir al "tradicionalismo" y reconocerlo dentro del pluralismo de la nueva Iglesia.
Por supuesto que si ensayamos una aguda dialéctica y nos armamos de una considerable porción de auto-engaño, forzando las palabras, y violentando el sentido de los textos, entonces si sería perfectamente posible una "interpretación tradicional" del Vaticano II.
De hecho, con este método, casi todas las herejías que hubo en la histeria podrían ser rehabilitadas en una dirección "tradicional". Pero a nosotros, ante todo, nos interesa lo que la cosa es, y no lo que pueda decirse de ella.
Mons. Lefebvre dijo una vez, y con razón, que "el espíritu que ha dominado al Concilio... no es el Espíritu Santo sino el espíritu del mundo moderno..." (En su obra "Yo acuso al Concilio" pág.12). No vemos de qué modo podría darse ahora una "interpretación tradicional" del mundo moderno. (Nota de Trento: como sabemos, Mons. Lefebvre es ahora partidario de dicha "interpretación").
Nosotros hemos sido bautizados en la Fe Católica y Apostólica. Esto es inviolable. Nadie en el cielo, en la tierra ni en los infiernos puede privarnos del bautismo que hemos recibido "in Ecclesia Sancta". Y el bautismo que nos incorpora al Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo nos otorga el derecho y el deber de rechazar la nueva Iglesia del Concilio Vaticano II.
Confortados en la Fe, sabemos que, como lo ha prometido Nuestro Señor Jesucristo, "las puertas del infierno no prevalecerán" (Mt. XVI, 18), porque no han prevalecido, porque Cristo ha resucitado, y "por eso fueron conmovidas todas las cosas, porque se ha tramado la abolición de la muerte" (San Ignacio de Antioquía, Cf. BAC-65).
Por cierto que transitamos un cielo extremadamente oscuro. Cada uno tiene la posibilidad y la obligación de hacer una consideración inteligente sobre las circunstancias en que le toca vivir. Nosotros lo hemos hecho dentro de nuestra medída, y también hemos sacado conclusiónes; hemos determinado permanecer unidos en la única Fe Católica y Apostólica de la verdadera Iglesia de Jesucristo, tal y como fue revelada por El mismo, y comprendida por los Santos Padres y Doctores, y definida por los Sagrados Concilios y Pontifices legítimos a lo largo de dos mil años de Tradición Apostólica.
Sabemos que la nueva Iglesia tiene consigo todo el poder del mundo y sábemos que con nuestra postura seguramte nos sometemos a una soledad creciente y abrumadora. Sabemos que antes que vuelva a brillar la luzde la verdadera Iglesia todavía vendrán tiempos más oscuros. Como los discípulos de Emmaús, nosotros también dirigimos la mirada a Nuestro Divino Señor Jesucristo, y queremos decirle: "Señor, quédate con nosotros, porque anochece". (Lc XXIV, 29).

No hay comentarios: