HERMIATITAS O HERMIANOS
Herejes del siglo II, discípulos de un cierto Hermías, diferente del Anterior. Este era de las opiniones de Hermógenes: enseñaba que la materia es eterna, que Dios es el alma del mundo, que por consiguiente está revestido de un cuerpo; esta era la opinión de los estoicos. Decía que Jesucristo, ascendido al cielo después de su resurrección, no había llevado el cuerpo, sino que lo había dejado en el sol de donde le ha tomado; que el alma del hombre se compone de fuego y de aire sutil; que el nacimiento de los hijos es la resurrección, y que este mundo es el infierno. Así es como alteraba los dogmas del cristianismo para acomodarlos al sistema de los estoicos. Pero si esta religión no hubiese sido mas que un tejido de imposturas, y sus partidarios una porción de ignorantes, como los incrédulos modernos se atreven a describirlos, los filósofos del siglo II no se hubieran tomado seguramente el trabajo de conciliarlo con su sistema de filosofía. (Filastro, de Her. c. 55 y 56; Tíllemont, t. 3, p. 67, etc.)
HERMOGENIANOS
Herejes sectarios de las opiniones de Hermógenes, filósofo estoico, que vivía a fines del siglo II. Tuvo por principales discípulos a Hermías y Seleuco; por esto los hermogenianos fueron llamados herminianos, hermiatístas o hermiotistas, seleucianos, etc. Se multiplicaran principalmente por la Galacia.
El error principal de Hermógenes era el suponer, como los estoicos, la materia eterna e increada, y este sistema fue inventado para explicar el origen del mal en el mundo. Dios, decía Hermógenes, sacó el mal ó de sí mismo, ó de la nada, ó de una materia preexistente: no pudo sacarle de sí mismo, porque es indivisible, y porque el mal jamás pudo formar parte de un ser soberanamente perfecto; no pudo sacarle de la nada, porque no hubiera sido dueño de producirlo, y habría derogado su bondad al determinarle; luego el mal provino de una materia preexistente, coeterna con Dios, y cuyos defectos no pudo corregir.
Este raciocinio peca por el principio: supone que el mal es una sustancia, un ser absoluto, lo cual es falso. Nada es malo sino en comparación á un bien mayor; ningún ser es absolutamente malo, el bien absoluto es el infinito: todo ser criado es necesariamente limitado, por consiguiente privado de algún grado de bien ó de perfección. Suponer que porque Dios es infinitamente poderoso puede producir sores infinitos o iguales a sí mismo, es un absurdo.
Para establecer su sistema, Hermógenes traducía así el primer versículo del Génesis: Del principio o en el principio Dios hizo el cielo y la tierra: en nuestra época se ha renovado esta traducción ridícula, a fin de persuadir que Moisés había enseñado, como los estoicos, la eternidad de la materia.
Tertuliano escribió un libro contra Hermógenes, y refuto su raciocinio. Si la materia, dice es eterna o increada, es igual a Dios, necesaria como Dios e independiente de Dios. El mismo no es soberanamente perfecto, sino porque es el Ser necesario, eterno, existente por sí mismo; y por esta razón es también inmutable. Luego: 1° Es un absurdo el suponer una materia eterna y no obstante formada de mal, una materia necesaria y sin embargo imperfecta o limitada; tanto valdría decir que Dios mismo, aunque necesario y existente por sí mismo, es un ser imperfecto, impotente y limitado. 2° Otro absurdo es suponer que la materia es eterna y necesaria, y que no es inmutable, y sus cualidades no son necesarias corno ella, que Dios pudo cambiar su estado y darle cierta forma que no tenia. La eternidad o la existencia necesaria no admite alteración ni en bien, ni en mal.
Tal es el raciocinio de que Clarke se ha servido para demostrar que la materia no es eterna, y por consiguiente la necesidad de admitir la creación; pero sin razón se le ha atribuido la invención. Tertuliano la empleó mil quinientos años antes que él.
En seguida demuestra que la hipótesis de la eternidad de la materia no resuelve la dificultad del origen del mal. Si Dios, dice, vió que no podía corregir los defectos de la materia, debió mas bien abstenerse de formar seres que tenían necesariamente que participar de estos defectos. Porque, últimamente, ¿qué es mejor, decir que Dios no pudo corregir los defectos de una materia eterna, ó decir que Dios no pudo crear una materia exenta de defectos, ni seres tan perfectos como él? En el primer caso se supone que el poder de Dios es contrarrestado o limitado por un obstáculo que se encuentra fuera de él: esto es un absurdo. En el segundo tan solo se deduce que Dios no puede hacer lo que encierra contradicción, y esto es evidente.
Tertuliano vuelve y revuelve este argumento de diferentes maneras; pero la esencia es siempre la misma, y es una demostración sin réplica.
Refuta la explicación que daba Hermógenes a las palabras de Moisés; observa que Moisés no dice del principio ni en el principio, como si se tratara de una sustancia, sino que dice al principio; luego el principio de los seres fue la misma creación.
Si Dios, dice también, tuvo necesidad de alguna cosa para obrar la creación, seria de su sabiduría eterna como él, de su Hijo que es el Verbo, y el Dios Verbo, pues que el Padre y el Hijo son uno mismo; ¿diría Hermógenes que esta sabiduría no es tan antigua como la materia? Esta es, pues, superior a la sabiduría, al Verbo, al Hijo de Dios; no es él el que es igual al Padre, sino la materia; absurdo e impiedad que Hermógenes no se atrevió a pronunciar.
Por último, Tertuliano hace ver que Hermógenes no es constante en sus principios ni en sus aserciones; que admite una materia, ya corporal, ya incorpórea, ya buena, ya mala; que la supone infinita, y sin embargo sujeta a Dios, luego la materia es evidentemente limitada, porque está comprendida en el espacio; es preciso que tenga una causa, porque nada es limitado sin causa.
Por solo esta exposición sencilla, preguntaremos, con qué vergüenza los socinianos y sus partidarios se atreven a adelantar que el dogma de la creación es una hipótesis filosófica bastante moderna, que los PP. antiguos no lo conocieron, que jamás pensaron que se pudiera probar por el texto del Génesis, y que la hipótesis de los dos principios coeternos parece mas propia que la de la creación para explicar el origen del mal. No nos seria difícil manifestar el germen de los raciocinios de Tertuliano en San Justino, que escribió por lo menos 30 años antes. (Cuhort. ad Graecos, n. 23)
Si los incrédulos modernos conocieran mejor la antigüedad, no se envanecerían con tanta frecuencia por creerse inventores; lejos de darnos a conocer nuevas verdades, tampoco han podido ni aun forjar errores nuevos.
Mosheim, buscando siempre en los PP. algo que vituperar, ejerció su censura sobre el libro de Tertuliano contra Hermógenes Dice que este hereje incurrió en el odio de Tertuliano, no por sus errores, sino por su oposición a las opiniones de Montano que Tertuliano abrazó. Hermógenes, dice, no negaba la posibilidad física de la creación de la materia, sino la posibilidad moral, porque le parecía indigno de la bondad de Dios el crear un ser esencialmente malo, tal como la materia; si, pues, Tertuliano le hubiera hecho ver en otra parte el origen del mal, le habría atacado por el principio; el paso que no combatió mas que lo accesorio del sistema. Además, Hermógenes no negaba que Dios no hubiese sido siempre el Señor de la materia. (Hist. crist., sec. 1, S 70).
Esta critica nos parece injusta bajo todos aspectos. 1° ¿Con qué derecho pretende Mosheim juzgar de las intenciones de Tertuliano, y obligarnos a atribuirle a él mismo motivos mas puros que los que asigna a este Padre? 2° Si la materia fuese esencialmente mala, como decía Hermógenes, no seria ni física ni moralmente posible a Dios el crearla. 3° Tertuliano le demuestra que un ser eterno e increado, tal como supone a la materia, no puede ser esencialmente malo; luego en la hipótesis de la eternidad de la materia no podía ser el origen del mal. 4° Se hace ver también que es un absurdo el suponerla eterna, y añadir que Dios ha sido siempre el señor de ella; un ser eterno es esencialmente inmutable; luego Dios no podría alterarla. 5° En esta misma suposición, Dios seria siempre responsable del mal que hubiera en el mundo; luego Tertuliano refutó sólidamente á Hermógenes, tanto en sus principios como en sus consecuencias. Hablando de esta misma obra. Le Clerc juzgó de un modo mas sensato que Mosheim. (Hist. ecclés., an 68, § 11 V sig.)
HERNHUTAS, HERNUTAS O HERNHUTEROS
Secta de entusiastas introducida en Moravia, Veteravia, Holanda e Inglaterra. Sus partidarios se conocen todavía bajo el nombre de hermanos moravos; pero es preciso no confundirlos con los hermanos de Moravia o los huteritas, que eran una rama de los anabaptistas. Aunque estas dos sectas tengan alguna semejanza, parece que la mas reciente, de la cual hablamos, no se originó de la primera. Los hernhutas son llamados también zinzendorfianos por algunos autores.
Con efecto, el hermhutismo debe su origen y sus progresos al conde Nicolás Luis de Zinzendorf, que nació en 1700 y fue educado en Hall en los principios del quietismo. Al salir de esta universidad en 1721, se entregó a la ejecución del proyecto que había concebido de formar una sociedad, en la cual pudiese vivir únicamente ocupado en ejercicios de devoción dirigidos a su manera. Se asoció a algunas personas que participaban de sus ideas, y estableció su residencia en Dertholsdorf, en la Alta Lusacia, tierra de la cual hizo su adquisición.
Un carpintero de Moravia llamado Christian David, que en otro tiempo había vivido en aquel país, indujo a dos o tres de sus asociados a retirarse con sus familias a Bertholsdorf. Fueron acogidos con entusiasmo, construyeron una casa en un bosque a media legua de este pueblo. Muchos particulares de Moravia, atraídos por la protección del conde de Zinzandorf, vinieron a aumentar este establecimiento, y el mismo conde fue a vivir en él. En 1728 había ya treinta y cuatro casas; en 1732, el número de habitantes ascendía a seiscientos. La montaña de Huttberg les dio lugar a llamar su habitación Hut-Der-Hern, y después Hernhut, nombre que puede significar la guardia o la protección del Señor: de este tomó el suyo toda la secta.
Los hernhutas establecieron bien pronto entre sí la disciplina que todavía existe, que les une estrechamente los unos con los otros, que los divide en diferentes clases, que los pone en una completa dependencia de sus superiores, que los sujeta a prácticas de devoción y aun a reglas muy semejantes a las de un instituto monástico.
La diferencia de edad, de sexo, de estado, relativamente al matrimonio, ha formado entre ellos las diferentes clases, a saber: la de los maridos, de las mujeres casadas, de los viudos, viudas, jóvenes de ambos sexos y niños. Cada clase tenia sus directores elegidos entre sus miembros. Los mismos empleos que ejercen los hombres entre sí, se llenan entre las mujeres con personas de su sexo. Hay frecuentes reuniones de las diferentes clases en particular y de toda la sociedad a la vez. Se vigila la instrucción de la juventud con una atención particular; el celo del conde de Zinzendorf le llevó a veces hasta tener en su casa una veintena de niños, de los cuales nueve o diez dormían en su cuarto. Después de ponerlos en el camino de la salvación según lo concebía, los enviaba a sus padres.
Una gran parte del culto de los hernhutas consiste en el canto, y le dan la mayor importancia; por medio del canto, dicen, es cómo principalmente se instruyen los niños en la religión. Los cantores de la sociedad deben haber recibido de Dios un talento particular: cuando entonan a la cabeza de la asamblea, es preciso que lo que canten sea siempre una repetición exacta y seguida de lo que acaba de ser predicado.
A todas horas del día y de la noche hay en el pueblo de Hernhut personas de ambos sexos encargadas por turno de rogar por la sociedad. Sin reloj de faltriquera, ni de torre, ni despertadores, dicen que son avisados por un sentimiento interior de la hora en que tienen que cumplir con este deber. Si advierten que se introduce la relajación en su sociedad, reaniman su celo celebrando los ágapes o comidas de caridad. El medio de la suerte está muy en uso entre estos; se sirven de ella con frecuencia para conocer la voluntad del Señor.
Los ancianos son los que hacen los matrimonios, ninguna promesa de casarse es válida sin su consentimiento: las jóvenes se dedican al Salvador, no para permanecer siempre solteras, sino para no casarse sino con un hombre respecto del cual Dios las haya dado a conocer con certeza que está regenerado, instruido de la importancia del estado conyugal, y conducido por la dirección divina a entrar en este estado.
En 1748, el conde de Zinzendorf hizo recibir a sus hermanos moravos la confesión de Augsburgo y la creencia de los luteranos, manifestando no obstante una inclinación poco mas o menos semejante para todas las comuniones cristianas: declara también, que no hay necesidad de cambiar de religión para entrar en la sociedad de los hernhutas. Su moral es la del Evangelio; pero en materia de opiniones dogmáticas tienen el carácter distintivo del fanatismo, que es rechazar la razón y el raciocinio, y exigir que la fe sea producida en el corazón por solo el Espíritu Santo.
Según su opinión, la regeneración nace por si misma, sin que haya necesidad de hacer nada para cooperar a ella; desde el momento que se está regenerado, se hace uno ya un ser libro: no obstante, el Salvador del mundo es el que obra siempre en el regenerado, y quien le guía en todas sus operaciones. También se encuentra reconcentrada en Jesucristo toda la divinidad, es el objeto principal o mas bien el único del culto de los hernhutas: le dan los nombres mas tiernos, reverencian con la mayor devoción la herida que recibió en su costado sobre la cruz. Jesucristo es reputado el esposo de todas las hermanas , y los maridos no son, hablando propiamente, mas que sus procuradores. Por otra parte, las hermanas hernhutas son conducidas a Jesús por el ministerio de sus maridos, y se puede considerar a estos como los salvadores de sus esposas en este mundo. Cuando se hace un matrimonio, es que había una hermana que debía ser conducida al verdadero esposo por el ministerio de un procurador.
Este detalle de la creencia de los hernhutas está sacado del libro de Isaac Lelong, escrito en holandés, bajo el titulo de Maravillas de Dios respecto d su Iglesia. Amsterdan, 1735, en 8°. No le publicó sino después de haberlo puesto en conocimiento del conde de Zinzendorf. El autor de la obra titulada Lóndres, que había conferenciado con algunos hernhutas de Inglaterra, añade, t. 2°, p. 1196, que consideran al antiguo Testamento como una historia alegórica, que creen en la necesidad del bautismo; que celebran la cena a la manera de los luteranos, sin explicar cuál es su fe respecto a este misterio. Después de haber recibido la Eucaristía, dicen que se encuentran arrobados en Dios y trasportados fuera de sí mismos. Viven en común como los primeros fieles de Jerusalen; entra en la masa común todo lo que ganan, y no sacan de ella mas que lo estrictamente necesario: los ricos ponen en este fondo limosnas considerables.
Esta caja común, que llaman la caja del Salvador, está destinada principalmente para subvenir a los gastos de las misiones. El conde de Zinzendorf, que las miraba como la parte principal de su apostolado, envió a sus compañeros por casi todo el mundo: él mismo corrió toda la Europa, y estuvo dos veces en América. Desde 1733, los misioneros del hernhutismo habían ya pasado la línea para ir a catequizar a los negros, y penetraron hasta las Indias. Según los escritos del fundador de la secta en 1749, sostenía hasta mil obreros evangélicos esparcidos por todo el mundo: estos misioneros habían ya hecho mas de doscientos viajes por mar. Veinte y cuatro naciones despertaron de su letargo espiritual. Se predicaba el hernhutismo, en virtud de una vocación legítima, en catorce lenguas, a veinte mil almas por lo menos: por ultimo, la sociedad contaba ya con noventa y ocho establecimientos, entre los cuales había algunos castillos grandes y magníficos. Sin duda es una exageración este detalle, como hay fanatismo en los pretendidos milagros por los cuales este mismo conde sostenía que Dios había protegido los trabajos de sus misioneros.
Esta sociedad posee, según se dice, a Bethleem en Pensilvania, tiene un establecimiento entre los hotentotes, en las costas meridionales del África. En la Veteravia domina a Marieborn y a Hernhang; en Holanda florece en Isselstein y en Zeist: sus sectarios se multiplican en este país, principalmente entre los mennonitas y anabaptistas. Hubo un gran número en Inglaterra, pero no hacen gran caso de ellos los ingleses: los consideran como fanáticos engañados por la ambición y la astucia de sus jefes. Sin embargo, hemos visto en Francia, hace poco, al patriarca de los hermanos moravos, encargado de una negociación importante por el gobierno de Inglaterra.
En su tercer sínodo general, celebrado en Gotha en 1740, el conde de Zinzendorf dejó la especie de episcopado al cual se había creído llamado en 1737; pero conservó el cargo de presidente de su sociedad. Renunció también a este empleo en 1743, para tomar el título mas honroso de plenipotenciario y administrador general de la sociedad, con el derecho de nombrar un sucesor. Se concibe que los hernhutas conservan la mas profunda veneración a su memoria. En 1778, el autor de las Cartas sobre la historia de la tierra y del hombre vio una sociedad de hermanos moravos en Neuwied, en Westfalia; le pareció que conservaban la sencillez de costumbres y el carácter pacífico de esta secta; pero reconocía que este espíritu de dulzura y de caridad no puede subsistir mucho tiempo en una gran sociedad, (carta 98, t. 4, pag. 262). Según el cuadro que hace de ella, se puede llamar hernhutismo el monaquismo de los protestantes.
Pero no todos tienen la misma idea de ellos. Mosheim se ha contentado con decir que si los hernhutas tienen la misma creencia que los luteranos, es difícil adivinar por qué no viven en la misma comunión, y por qué se separan de ellos a causa de algunos ritos o sustituciones diferentes. Su traductor inglés le ha echado en cara esta blanda indulgencia; sostiene que los principios de esta secta abre la puerta a los excesos mas licenciosos del fanatismo. Dice que el conde de Zinzendorf enseñó terminantemente, «que la ley, para el verdadero creyente, no es una regla de conducta; que la ley moral es solo para los judíos; que un regenerado no puede pecar contra la cruz.» Pero esta doctrina no es muy diferente de la de Calvino. Cita, según este mismo sectario, máximas relativas a la vida conyugal, y expresiones que el pudor no nos permite copiar. El obispo de Glocester acusa también a los hernhutas de muchas abominaciones; dice que no merecen ser puestos en el número de las sectas cristianas, como ni tampoco los turlupinos o hermanos del espíritu libre del siglo XIII, secta igualmente impía y libertina. (Hist. ecles. de Mosheim, t. 6, p. 23, nota).
Los que quieren disculpar a los hermanos moravos, responden que todas las acusaciones dictadas por el espíritu de partido y por el odio teológico, no prueban nada; que se han hecho no solo contra las antiguas sectas heréticas, sino también contra los judíos y contra los cristianos. Esta respuesta no nos parece sólida; los judíos y los primeros cristianos jamás enseñaron una moral tan escandalosa como la de los hermanos moravos y las demás sectas acusadas de libertinaje; y esto establece una gran diferencia.
Como quiera que sea, la secta fanática de los hernhutas, formada en el seno del luteranismo, jamás le hará mucho honor.
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