Por Prof. Tomás
Tello
Principiis
obstat, sero medicina pararur, quum mala per longas convaluere moras.
- Ovidio —
Me propongo hacer algunas consideraciones que podrían servir de base
para la solución del problema - problema único - que, una vez resuelto, traerá la
llave para la solución de todos los otros que lamentamos en la terrible crisis
de la Iglesia, sin embargo son irreversibles los estragos ya causados.
Esta crisis ya tiene raíces muy profundas, y las tiene por causa del
tabú que consiste en que no se indica, de modo directo, al máximo responsable de
ella.
En cualquier sociedad jurídica, si algo anda mal, automáticamente, el
responsable es el jefe.
Esto es lógico y natural pues se juzga que el hecho es responsabilidad
de él, o porque existió una falta al no cumplir dolosamente con el cuidado de
la sociedad, o porque el hecho es debido a su ineptitud.
En las dos suposiciones el efecto práctico es el mismo.
Ese jefe debe dimitir o ser destituido; debe dejar de obrar o ser depuesto
por el bien de la sociedad colocada bajo su dirección, dado que un jefe inepto
no puede conseguir su fin.
En toda sociedad de Derecho, luego de que la honradez del jefe está bajo
sospecha, comienza a moverse la Justicia.
Mientras tanto en la Iglesia, sociedad perfecta, a partir del Sr.
Roncalli, los pretendidos “papas” destruían
sus intocables estructuras externas y la multitud de multi-seculares tradiciones.
Atacaron la Fe en las propias raíces y, a pesar de los clamores y
denuncias de los clarividentes, que nunca faltan y, según la doctrina católica,
nunca faltarán (D.S. 1501), la gran mayoría de los que se dicen “tradicionalistas”, de modo obstinado, se
desvían de nombrar la persona responsable, y, como nuevos Don Quijotes, se dedican
a combatir fantasmas como si fueran los causantes de la crisis.
Así fue y así es.
Si por el contrario, desde el primer momento, de modo unánime, los tiros
hubiesen sido contra el responsable — por cuanto los fantasmas son invulnerables
- otro gallo nos habría cantado.
A pesar de esto, eso no nos impide acatar y adorar los altísimos juicios
de Dios, que nos previno que así habría de ocurrir.
De hecho, la apostasía sobre la cual San Pablo nos habla (2 Tess. II, 3),
habría de ser general y no particular, como a través de los siglos muchas ya ocurrieron,
siendo ella de pavorosas dimensiones (Ap. XIII), con una casi total eficacia de
expansión, de tal modo será que habría de afectar también a los mismos electos;
si posible fuese esto (Mt. XXIV, 14).
El conocido comentarista J. Maldonado opina inclusive que muchos elegidos
también serían engañados, sin embargo no de modo definitivo, pues, de otro
modo, no serían elegidos, como es lógico. A su debido tiempo reconocerían su
error.
Por otro lado debemos ser realistas y reconocer que no podría ser de
otro modo diverso del que ocurre; esto es, por la operación de la segunda
Bestia, que trabaja en favor de la primera y del Dragón, ejecutando sus planes.
Esta segunda Bestia es la que: “con
la apariencia del Cordero, habla el lenguaje del Dragón”; o sea, no nos engañemos,
un “presunto papa”; como el fueron
todos a partir del Sr. Roncalli.
Esta fue la jugada magistral de Satanás.
Es el gran prodigio; el prodigio de los prodigios, de modo que se podría
decir de ellos lo que — mutáveis mutandis – han dicho algunos sagaces
sobre el mismo Cristo:
“Cum venerite
iste nunquid plura signa faciet quam quae hic facit?”(Jo VII, 31).
Alguien podría pensar medio más sutil y eficaz para seducir inclusive a
los elegidos?
Esta aquí. Es una amenaza.
Se puede concluir, en buena lógica, de todos estos datos seguros de la
Revelación, que el Anti-Cristo será un pseudo-papa.
Esto no es por tanto extraño y se armoniza con lo que dice Nuestra Señora
de la Salette: ‘‘Roma perderá la fe” y
será “la Sede del Anti-Cristo”.
El prefijo griego “anti”
significa ir en contra, ir en el lugar de.
Mientras, el hecho es que diversos grupos de “tradicionalistas” cierran los ojos a la realidad y crean falacias
de la causa de la crisis.
Las disputas suscitadas por estos grupos de “tradicionalistas” no pasa de ser una estrategia táctica, introducida
por el enemigo, para, con falacias y sofismas, no pongan atención sobre esta
cuestión.
Estas disputas sutiles, maculadas con una infinidad de ramas, fueron
comparadas por el Dr. D. Wendland a un suculento hueso dado a un perro flaco
para que se entretenga con él cuando los ladrones entran desapercibidos.
Es evidente que el tabú para excusar al jefe, al presunto papa, para no
encararlo y no perseguirlo y hasta aniquilarlo (canónicamente) no tiene la
menor base canónica, teológica o racional.
Son terribles las consecuencias derivadas de este modo de proceder, pues
no cuestionar lo que es cuestionable, y cuestionar, sin el menor escrúpulo, por
lo menos implícitamente, muchos puntos incuestionables: verdades evidentes a la
razón; sentencias comunes de los teólogos; doctrinas inconcusas de la Iglesia;
inclusive dogmas de fe.
Principii obsta!
Es fácil arrancar un arbolito pequeño de raíz; pero no es tan fácil después
de que ha crecido y se ha convertido en un robusto árbol.
Lo mismo ocurre, como lo dice el poeta con las heridas:
“Vidi ego quod primo
fuerat sanabile valnus, dilatum longae damnae tulisse morae”. Ovidio.
O sea: la herida reciente en general es de fácil cura; pero, una vez infectada
por negligencia en aplicar el remedio oportuno, puede traer consecuencias
imprevisibles.
Esto no ocurría en otras épocas de profunda fe, en las cuales los hombres
se lanzaban, como perros de caza a la busca y captura de los herejes, autores
de herejías y de los sospechosos.
Y precisamente esto es lo que nos recomienda y de nosotros exige la Iglesia.
Por ejemplo: Pio VI ante la ambigüedad no nos aconsejó a no pensar mal; sino,
por lo contrario, consideró ser el mejor procedimiento: ‘‘podar via inita est (...), ut perversa significatio notaretur”; esto
es: de los rodeos de la ambigüedad hacer emerger
el sentido perverso, opuesto a la doctrina católica, y censurarlo” (D.S.
2600).
La Iglesia obliga a la denuncia (Canon 1935,2).
Alejandro VII, papa, condenó la proposición siguiente:
“Quamvis evidenter tibi constet Petrum haereticum
esse, si probare non possis, non teneris denuntiare” (D.S. 2025).
Es bastante citado y bien conocido el texto de Santo Tomás sobre la
represión de los Superiores:
“Sciendum est tamen quod, ubi immineret periculum
fidei, etiam publice, praelad essent a subditis arguendi” (S.T. 2-2, 33, 4 ad 2).
En el curso de la Historia hubo ejemplos de reacción contra a la cabeza
suprema, tanto contra a herejía como contra los errores cometidos por debilidad,
como por San Hilario y por San Jerónimo, contra el papa Liberio.
Así San Columbano reprendió al papa San Bonifacio, por ciertas informaciones
que llegaron a sus olvidos; y así le dice:
“Si tuviera una falta, si estuviese
desviado de la fe (...); vuestros súbditos podrían, con pleno derecho, oponerse
y romper la comunión con usted; pero si todo esto es cierto y no es inventado y,
por una completa inversión: vuestros hijos vendrían a ser la Cabeza y vos la cola”
(Dt. 28,44).
“Así, aquellos
que mantuvieran la fe ortodoxa, serán vuestros jueces”. (Epist. 9, P.L.
80, col. 279).
Los santos obispos Bruno de Segni, Godofredo de Amiens y Norberto de
Magdeburgo dirigieron duras palabras de reprobación a Pascual II, por haber
cedido en la cuestión de las investiduras.
Y, sobre esto, bastante ilustrativa es la anécdota que se cuenta sobre el
Cardenal Carafa, después papa Paulo IV: “Julio
II, papa, envió un mensajero al Cardenal Carafa, que mantenía en prisión, como hereje,
a un religioso, para que lo soltase”. Le respondió entonces el Cardenal
Carafa al mensajero:
“Diga al papa, en
mi nombre, que si no permitir él que el Santo Oficio opere legítimamente según el
Derecho, además de hacer una injuria a Dios, no podría ocupar la Sede que él
ocupa” (Cfr. Pe. A. Caracciolo C.R.; De Vita Paulo IV; Collectanea Histórica -
1612 -p. 157).
Por tales ejemplos observamos que no esperaban estos santos hombres,
para reprender a los papas, que si consumase el crimen de una herejía formal; les
bastaba el hecho material del desvío de la fe, un simple indicio; o una simple
sospecha.
Evitaban así a que las cosas llegasen a ser mayores, a una herejía
formal; o que se consolidasen los errores.
Pero, ¿qué ocurre hoy?
¿Cómo fue posible que los “papas”
conciliares, o posconciliares, pudiesen llegar a proclamar, en el ejercicio del
papado, esto es, en su enseñanza oficial, no meramente privado, errores sin
contar las herejías formales?
Por no haber reprobado y rechazado sus principios oportunamente; por haber
sido subestimados todos los indicios racionales de criminalidad y prevaricación.
Principiis
obsta!
Los responsables —no me refiero a sus cómplices, sino a los incautos, cobardes
y perplejos, tanto pastores, principalmente, como fieles ilustrados— no hicieron
lo que debían de haber hecho: arrancar el mal de raíz, según las normas de la
encíclica Pascendi, de San Pio X.
Fueron subestimados los errores iniciales; de ese modo fueron excusando y
admitiendo errores, después el error y los herejes fueron tomando aliento para,
poco a poco, llegar a los fieles.
Sin embargo, hay más:
Existió no sólo pasividad y cobardía; sino surgieron también voces que
se decían “tradicionalistas” que, sin
misericordia, impugnaban los argumentos de los que, de modo clarividente y fuerte,
se disponían a combatir el mal de raíz: Nos insultaban de modo más cruel, calificándonos
como cismáticos.
Estos “tradicionalistas”, diciéndose
anti-sedevacantistas, furibundos, movidos por sus prejuicios, de buena o mala fe,
interpretan el Derecho Canónico, como simple ley humana, llevando agua a su molino.
De este modo reducirán al Canon 188, 4 a su mínima expresión, considerándolo,
en todo, como mera ley de Derecho eclesiástico que, por eso, no afectaba al
papa.
Y en cuanto a la bula de Paulo IV, “Cum
ex apostolatus”, la consideran como derogada.
Estos “tradicionalistas” restringen
el campo de la infalibilidad papal a los dogmas solemnemente definidos, para
que se considere a alguien como hereje exigen la existencia de sentencia
explícita y literal.
La oposición al Magisterio ordinario y universal de la Iglesia no
merece, de parte de ellos, la menor consideración o ninguna consideración.
Tales “tradicionalistas” para hacer
más difícil las cosas contra lo expresado por la ley, dislocan el centro de gravedad
de la prueba de que un sujeto es herético, el “ónus probandi”, del reo, o del acusado, a quien incumbe las pruebas
de su inocencia, al acusador, que debe demostrar, con evidencia absoluta, el
dolo y pertinacia del acusado.
Siguiendo estos principios, seria imposible considerar a alguien como hereje.
En el caso de la crisis actual, sería imposible la solución del
problema.
Por lo tanto, resultaría que la Iglesia, una sociedad perfecta, como a fe
nos enseña, se vería rebajada a la categoría de la más imperfeta de las
sociedades, dado que cualquier sociedad civil tiene todos los recursos necesarios
para solucionar sus problemas.
COMENTARIOS
Este excelente artículo del católico profesor Tomás Tello, escrito hace
cerca de 30 años, muestra bien la perversión de los que se dicen ‘'católicos” y “tradicionalistas” que rechazan la unidad de fe de la Iglesia
Católica, el Derecho divino sobre esta unidad (Ef. IV, 5), rechazan el Magisterio
ordinario y universal de la Iglesia, en el creer y en el obrar (D.S. 3011); la
Bula de Paulo IV; el Canon 188, 4; el deber de confesar públicamente la verdadera
fe, única (Rom X, 10). Rechazan, como los jansenistas, la naturaleza de
separado de la Iglesia “ipso facto”,
por el delito de herejía. Vuelven a los papas nulos, por los delitos contra a fe,
en papas válidos.
Los anti-sedevacantistas, “padres
de Campos”, de Dom Mayer, ya se unieron a los herejes, formalmente; los de
Mons. Lefébvre persisten en la validez de los separados públicamente de la unidad
de fe. Con ellos están también los anti-sacramentalistas (Zins) y los
anti-conclavistas (Daly, Daniele, Pivarunas, Espina). Están contra la unidad de
fe y de gobierno de la Iglesia Católica; contra el Magisterio de la Iglesia y
contra el Derecho divino, contra la obediencia debida a la Sede de Pedro; son
anti-Cristo contra Cristo; contra el único verdadero Dios. Aparentan hablar como
el Cordero; pero hablan como el Dragón (Ap. XIII). La obstinación en la herejía;
viene de varias décadas.
Dr. Homero Johas
Coetus fidelium
N° 10 Marzo del 2014
Traducción:
R.P. Manuel Martinez H. F.S.V.F.
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