Tabernáculo augusto, excelso trono
Que sostienes al Todopoderoso
En ese sol luciente y misterioso
Que adoro con ferviente devoción.
Manjar del alma, prenda inestimable
Del indecible amor de un Dios tan bueno,
Pan consagrado, que de gozo lleno
Recibe agradecido el corazón.
Hostia pura, que allá en la última cena
En expiación perpetua te ofreciste;
Delicioso Maná, que descendiste
Del cielo para el hombre alimentar.
Arca preciosa, que cerrada guardas
El tesoro más rico y más preciado
Como es Jesús, Jesús Sacramentado,
A quien rendido adoro en el altar.
Si, mi Dios, mi Señor, mi único dueño,
En pos yo vengo de tu amor prolijo;
Deja que llegue a tu presencia tu hijo,
No lo deseches, oye su oración.
Indigno soy, es cierto, de acercarme
Ante tu trono, porque te he ofendido;
Pero vengo contrito, arrepentido,
A implorar de mis culpas el perdón.
Son horrendos y muchos mis delitos
Por los cuales me hiciera tu enemigo,
Y por eso al venir traigo conmigo
De la Virgen la Santa protección.
De esa Señora, tan amante y tierna,
Tengo mercedes y licencia tengo
Para verte, Señor; por eso vengo
A ofrecerte mi pobre corazón.
¿Te negarás, Señor, a recibirme,
Cuando traigo a María por mi abogada;
Cuando sé que la estimas, que es tu Amada
Porque es la fuente del divino Amor?
Yo no creo que me arrojes de tu lado
Siendo, como es, tan grande tu clemencia;
Al contrario; Señor, tengo la creencia
De aplacar con mi llanto tu rigor.
Espero con mis lágrimas y ruegos
Mitigar tus enojos, Padre mío;
Y lo espero yo así, porque confío
En tu palabra, que jamás faltó.
Tú dijiste al bajar del alto cielo,
Que venías a buscar con tus amores
No a los justos, y sí a los pecadores
Miserables y pobres como yo.
Tu Sangre derramada en el Calvario,
Fue en abundancia por tu amor vertida;
Mas yo comprendo que sería invertida
Para lograr mi eterna salvación.
"Venid a mí dijiste bondadoso,
"Los que sufrís trabajos y aflicciones;
"Conmigo no tendréis tribulaciones
"Y a todos os tendré en mi corazón".
¿Y habrá quien sufra como yo he sufrido
Las consecuencias del fatal pecado?
¿Quién en el mundo más necesitado?
¿Quién más infame como yo, Señor?
Por eso vengo a confesarte ahora
Mis incontables faltas y malicia;
No me juzgues cual juez recto en justicia
Sino cual Padre dame tu perdón.
Perdón, Señor, perdón; yo te lo pido
Por tantos como han sido mis errores;
Perdón, Señor, y vuelve tus favores
Al que llora contrito su maldad.
No me alzaré dé aquí si Tú, mi Padre,
No me concedes lo que anhelo tanto;
Ten compasión de mí, mira mi llanto,
Vuelve tu Rostro, ten de mí piedad.
Siquiera porque nunca te he negado,
Olvida mis pecados, mis delitos;
Oye, Señor, de un pecador los gritos,
La voz de un dolorido corazón.
Confieso que he faltado a tus preceptos,
Que pequé contra Tí, mi Dueño amado;
Por eso lloro ante tu altar, postrado,
Y he de llorar hasta alcanzar perdón.
Soy cristiano y anhelo que me salves.
Y que la honra adquirida en el Bautismo
No se pierda en el ancho y hondo abismo
En donde esconde tantas la impiedad.
Soy pecador y mucho te he ofendido;
Puedo decir que soy muy delincuente;
Pero tu Sangre que cayó en mi frente
Es superior a toda mi maldad.
Ultimamente, cuando allá en la cumbre
Del Gólgota, tremendo agonizabas,
Con palabras de amor me encomendabas
De tu Madre a la santa protección.
Tus moribundos labios pronunciaron
Las palabras "Mujer he ahí tu hijo",
Pues héme aquí que en tus encargos fijo
Con Ella vengo a darte el corazón.
Ya ves Señor, que no he venido solo,
Viene conmigo la que Tú amas tanto...
Por sus dolores y su amargo llanto
Tenme piedad, perdóname, Señor,
Piedad, piedad; misericordia pido
Con lágrimas que corren de mis ojos;
Piedad, Mi Dios, y acaben tus enojos
Con el perdón de un pobre pecador.
SILVERIO CASTILLO.
Con licencia Eclesiástica.
Una Ave María por el autor.
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