A GUISA DE PROLOGO
Para recorrer un camino es preciso conocerlo; si esto no es posible, reclama la ayuda de un guía que pueda señalar y dirigir uno a uno los pasos que hemos de dar en él: de lo contrario, estaremos sujetos a riesgos y peligros que puedan causarnos fracasos o enormes perjuicios.
Para seguir la senda de la vida, más que para ninguna otra cosa, es necesaria esta ayuda valiosísima, a fin de evitar los tropiezos, los accidentes y las caídas mortales. Estamos necesitados de una mano segura que nos conduzca serena y apaciblemente, de un faro que ilumine los riscos y las pendientes, evitando así que caigamos en precipicios y barrancos; de una ayuda fuerte y sobrenatural, capaz de indicarnos y de hacernos ver a cada paso, cuál es el bien y cuál es el mal, dónde está el fin y qué medios conducen a él, por dónde debemos inclinamos y hacia dónde debemos conservar el equilibrio de nuestro propio ser.
En una palabra: para recorrer la senda de la vida necesitamos del Cristianismo, único que encierra en sí la luminosa orientación que pueda guiar al cristiano en el comienzo y el fin de su existencia; único capaz de ofrecerle todos los auxilios y medios con qué subsistir a pesar de las luchas y peligros, único también que coronará el fin de su carrera con aquella vida inmortal que perdurará por los siglos de los siglos. Conocer el Cristianismo, practicar el Cristianismo, elevarse por el Cristianismo, he aquí el secreto, la clave de donde estará pendiente el principio y de nuestra existencia toda. He aquí la tarea a que debemos consagrar nuestras fuerzas vivas a fin de lograr el éxito completo; he aquí el medio único y seguro para hacer de nuestra existencia una perfecta manifestación de todos aquellos valores que encierra en sí la personalidad humana, cuando ha sabido ser y actuar conforme a la gran misión que le está encomendada.
La mujer en el Cristianismo es el tipo perfecto de grandeza y dignidad, es la obra maravillosa en la que encerró Dios lo más excelso y lo más grande de su obra creadora, dándole en la exquisita formación de un alma selecta y sobrenatural el secreto mismo de su omnipotencia, uniéndola a la obra de su creación, comunicándole un hábito divino en la misión más alta: la de la maternidad; lleva en sí la mujer, la consecución de la vida en los seres, haciéndose así cooperadora de la grandiosa obra de la Creación Divina.
A esta mujer, pues, a la que está encomendado lo más grande y lo más sagrado en misión y vocación, el Cristianismo ofrece todos sus tesoros, todos sus medios divinos y todos sus recursos incomparables, para sostenerla en la cumbre de su misión cristiana.
Sepamos conocerla, apreciarla y practicarla; correspondamos a la misión que nos ha sido encomendada.
Alumbrémosla, iluminémosla con este faro brillantísimo: el Cristianismo.
Vivamos de El
Actuemos en El
Presentémoslo tal cual es, en toda la grandeza de su ser divino y humano.
LUZ EN LA SENDA
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