Vistas de página en total

sábado, 26 de febrero de 2011

Algunas cosas que hizo San Vicente Ferrer en Borgoña y su presencia en el Concilio de Constanza

De estas tierras se fue San Vicente a Borgoña, donde hizo algunas cosas milagrosas y notables. Pero de ellas olamente diremos dos. La una, en el monasterio de Claraval (que es muy celebre por haberlo fundado San Bernardo, su primer abad, y está en el obispado de Langres) halló San Vicente encendida entre los monjes una pestilencia terrible y espantosa; pero tomando él un poco de agua bendita, y rociando con ella todas las oficinas y apartamentos de la casa, cesó la infección, con grande contento y alegría de los monjes.
La otra, que estando el Santo en el Digro, le vino a consultar desde el Concilio de Constanza un cardenal sobre ciertas dudas, lo cual pasó de esta manera, según lo cuenta y atestigua con juramento en el proceso de la canonización un obispo que, siendo clérigo, había sido discípulo y compañero del mismo Santo. En el año 1416 hubo en el Concilio de Constanza gran disputa sobre cierto bien importante artículo; y como los que tenían cargo de averiguarlo no acabasen de concertarse, ni hubiese en la iglesia entonces Papa cierto que los sacase de duda, porque aún no era electo Martino V, dijo un maestro de la Orden de Predicadores llamado fray Juan de Nuciboillemo, teólogo profundísimo y doctísimo en la Sagrada Escritura: Pues así es que no nos podemos concertar, enviemos a consultar el caso con el maestro Vicente, que no nos engañará: porque en su boca jamás se halló mentira. Pareció bien en el Concilio lo que dijo aquel maestro y fuéle hecha una solemne embajada en nombre del Concilio, la cual hizo el cardenal de San Ángel, acompañado de dos teólogos y otros tantos canonistas; y hallándole en el Digro de Borgoña, le preguntaron lo que tenían a cargo de saber; y quedaron muy satisfechos de su respuesta. Hasta aquí son palabras del proceso. El cardenal de San Ángel se nombraba Pedro Annibaldo de Estefanesis, aunque algunos que no están versados en las historias tocantes a los cardenales, le llaman Juan.
Por cierto respeto no quiero poner aquí lo que respondió San Vicente al cardenal de San Ángel y sus compañeros, aunque es cosa bien notable.
Vueltos al Concilio los embajadores con la respuesta de San Vicente, y contando algunas cosas a él tocantes, fué increíble el deseo que los padres conciliares tuvieron de verle en su compañía. En razón de esto le escribieron al año siguiente, que fué el de 1417, algunas cartas, rogándole se quisiese llegar a Constanza. Pero ya San Vicente se había ido a Bretaña y estaba muy cansado y viejo, y no pudo hacer lo que le pedían. Todavía por acabar con lo que toca al concilio de Constanza, pondré en este capítulo las cartas del cardenal de Cambray, Pedro de Aliaco, y de Juan Gerson, canciller de París. Dice, pues, así la primera, vuelta en romanee, casi palabra por palabra:
"Al nombradísimo doctor y predicador celoso de la salud de las ánimas, el maestro Vicente de la Orden de Predicadores, padre mío, en la caridad de Cristo muy amado, Juan de Gerson.
Tan grandes cosas he oído muchas veces, por relación de otros, de vuestras virtudes, doctor muy señalado, y especialmente en pláticas familiares que he tenido con el reverendo Padre y señor General de vuestra Orden de Predicadores. Que me parecéis bien figurado conforme a vuestro nombre, por aquello que dice en el Apocalipsis San Juan, que fué atalaya de toda la Iglesia. Miré y vi aquí un caballo, y el que en él iba caballero tenía un arco, y diéronle una corona y salió el vencedor para vencer. Saliste, en verdad, para vencer, oh glorioso Vicente, pero, ¿a quién venceríades vos? ¿De qué manera?. ¿Con qué armas? ¿Con qué aparejo de guerra? Y, finalmente, ¿con qué arco triunfaríades coronado? Responde aquel cuyo imitador sois, San Pablo, diciendo que las armas de nuestra guerra no son carnales, con lo demás que vos mejor que yo entendéis. Ofrécense a mi corazón en este punto hartas cosas, las cuales de mejor gana y por ventura con más utilidad descubriría de palabra a vuestra sabiduría, que por pluma; sino que otras ocupaciones me apartan de este propósito, y también que no me ha parecido justo ni modesto ocuparos con larga escritura, entendiendo vos ordinariamente en negocios trabajosísimos. Mas, esto no callaré, para que sepáis, no solamente mi deseo, sino el de muchos otros juntamente. Muchas personas de cuenta, y el sobredicho maestro y señor General, dan insigne, testimonio y singular alabanza a vuestra caridad y al celo que tenéis de la paz eclesiástica. Dicen que en el ilustre reino de Aragón nunca se concluyeran las capitulaciones de paz, nunca se atreviera alguno a quitar la obediencia tan justa y tan animosamente a Pedro de Luna, que tan endurecido está con nuestra madre la Iglesia, si no fuera por vuestra autoridad y porque disteis vuestro parecer en ello. Por este vuestro favor tan señalado, nosotros que estamos presentes en el sacro general Concilio, esperamos coger el fruto muy deseado de la paz y unión de la Iglesia, la cual paz casi cuarenta años ha que fué desterrada. Y, ¡oh dichoso vos!, y tres y aun cuatro veces bienaventurado, si os halláredes aqui presente y no de oída, sino con vuestros mismos ojos quisiese des ver la elección del Sumo Pontífice, que ya se acerca. Quiero decir, si con eficaz presteza, dejando entre tanto las campañas, mostrásedes vuestra alegre cara a este sagrado Concilio. Si no me engaño, más cuadra esto con vuestra costumbre que si os quedásedes por ahí, empleándoos en lo que habéis comenzado. Acordaos del bienaventurado apóstol Pablo que escribe a los Gálatas, lo que se sigue: Después de catorce años subí a Jerusalén en compañía de Bernabé y Tito, y comuniqué con los apóstoles el Evangelio que predico a las gentes, particularmente, lo traté con los que parecían algo, porque mi corrida en la predicación no fuese en valde. Lo dicho basta para que entendáis lo que os cumple. Aquí en Constanza se halla casi Jerusalén, porque en ella residen los prelados reverendísimos y agradables a Dios, junto con los doctores del Evangelio, con los cuales humilde y saludablemente podréis tratar lo que predicáis; dejando aparte otros bienes que de vuestra venida se esperan. Creed me, doctor jubilado, que muchos hablan muchas cosas de vuestros sermones, y sobre todo de aquella secta de los que se azotan, la cual consta haber sido reprobada en tiempos pasados muchas veces en muchas partes del mundo. Y aunque vos no la aprobáis, según lo atestiguan los que os conocen, pero tampoco la reprobáis eficazmente. De ahí salen muchos dichos que se divulgan por los pueblos, y aun acá entre nosotros. Y puesto que muchos de ellos no se tengan por verdaderos ni creíbles, entre los que tienen bien calada y entendida vuestra vida, pero yo os ruego que a imitación de San Pablo (el cual por estar cierto por revelación que su predicación era conforme y cuadraba con la voluntad de Dios, quiso ir a Jerusalén y tratarla con los apóstoles para condescender con los flacos y para autorizar su mesma doctrina) hagáis lo que os ruego nombradísimo señor y maestro. Nuestro Señor sea con vos y recibid con buena voluntad esta mi carta, la cual he escrito al pie en el estribo, que dicen, hoy que celebro adelantadamente la fiesta del susodicho San Bernabé, compañero del dichosísimo apóstol San Pablo, a nueve de junio, víspera del Santísimo Sacramento. Mas porque no sé si la discreción de vuestro prudente celo querrá tomar mi consejo y venir acá, por ahora, he determinado de haberme con vos como querría verdaderamente que se tratasen todos llanamente con mi bajeza. Ahí os enviamos yo y el padre suso nombrado las quejas que habernos entendido, no solo por palabras de algunos, mas por cartas de otros también; y hacemos esto no para condenaros o culparos, ni por enojaros (Dios lo sabe) sino por mayor cautela en el negocio. Mil veces he experimentado cuántas cosas y mentiras se refieran de los predicadores, y algunas veces entiendo que es por malicia, desdén o envidia, mas también entiendo aquel dicho: Da ocasión al sabio y tomarla ha con presteza0. Nuestro Señor os guarde y guíe, conserve y confirme en bien vuestra vida. Amen."
Antes de la firma de esta carta se pone otra del cardenal Pedro de Aliaco, maestro del Gerson, en esta forma:
"Reverendo maestro y padre muy amado.
Las pláticas familiares que me acuerdo haber pasado con vos en Genova y Padua, y otras partes, y vuestros saludables sermones que he oído, me hacen confiar de vos cualquiera cosa y en especial cosas de humildad, la cual es fundamento de toda virtud. Por tanto he querido aconsejaros las cosas sobredichas juntamente con mi amado hermano y compañero el Canciller de París.—Vuestro en todo, P. Cardenal Cameracense ".

Después de haber escrito estas cartas y puesta en ellas la data o calendario, se unieron con el Sacro Concilio, el viernes pasado, señores castellanos, los cuales de la misma manera que otros, quitaron públicamente la obediencia a Pedro de Luna.
"Ruégoos, padre, que queráis trabajar en apaciguar el reino, o por mejor decir, los reinos, y Nuestro Señor os mantenga. Escrita en Constanza, a 21 de junio. Vuestro devoto, Juan, Canciller de París.''
Estas son las palabras de Juan Gerson. Y, según parece por lo que él mismo escribe a la fin del tratadillo contra los Flagelantes, para los 18 de julio del año 1417, ya había escrito San Vicente una carta a Constanza de la cual no ha llegado a mis manos sino un pedazo que dice así:
In quotidianis recomendaíionibus sacti et universalis Concilii Constantiensis, quas facto post sermonem, docui et doceo omnes fideles, submittere omnia facta et verba ac etiam scripta determinationi ac etiam correctioni eiusdem sacri Concilii: Et sic fació in ómnibus factis et dictis, ac etiam seviptis meis.
Cuanto a lo que Gerson apunta de la secta de los flagelantes, o de los que se azotaban, advierta el lector que, según consta por las historias, rigiendo la Iglesia Gregorio Papa X, bien ciento y cuarenta años antes del concilio de Constanza, comenzó en Italia una secta de ciertas gentes, las cuales, para encubrir, bajo de especie de santidad, los muchos errores que tenían, se disciplinaban públicamente, y así cundían mucho sus herejías, y fué necesario atacarlas con fuego y espada. Pues recibiendo San Vicente en su compañía, como arriba dijimos, muchos hombres que se disciplinaban, sospecharon algunos que estos hombres eran de aquellos otros. Con este temor escribió Gerson lo que en su carta vimos, pero cierto el temor fué sin fundamento ni apariencia. Porque aquéllos eran tan malos que no curaban de los Santos Sacramentos de la Iglesia, como de confesarse o comulgar, antes decían que más aventajada obra era su disciplina que recibir sacramento alguno, y aún que el martirio de San Lorenzo. Mas estos disciplinantes de San Vicente iban fundados en la frecuencia de los sacramentos, cuanto su estado permitía, y en la obediencia de sus prelados y obispos, y en el verdadero conocimiento y contrición de sus culpas; con las cuales cosas la disciplina no puede dejar de ser muy santa y buena.
No falta quien crea que San Vicente se halló presente en el Concilio de Constanza, y de éstos es el abad Tritemio en su libro de los escritores eclesiásticos; pero sin duda se engañó. Porque, según se saca de muchas partes del proceso, San Vicente, antes de su muerte, se estuvo casi dos años en Bretaña y Normandía, tierras bien lejos de Constanza.
Cuanto más que, si allá fuera, en alguna sesión del Concilio se hiciera mención, como en muchas de ellas se trata de otros religiosos de la misma Orden que allí se hallaron.
Pero aunque el santo nue allá, el Papa Martin V, que fue electo en el año 1417, por el mes de noviembre, luego despachó un orador suyo llamado Antonio Montano, enviando con él a San Vicente muy ancho y libre poder de atar y desatar, quiero decir de absolver de todo cuanto quisiese; y de imponer la penitencia debida por los pecados a todo género de personas, sólo que continuase su predicación, como si fuera alguno de los apóstoles.
Fray Justiniano Antist O.P.
Vida de San Vicente Ferrer
B.A.C.

No hay comentarios: