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martes, 20 de marzo de 2012

Muchachita

Las doncellas de hoy serán las esposas y las madres de mañana. Tienen, por consiguiente, una misión sumamente delicada e importante, de la que dependen los destinos de las familias y de la sociedad.
Muchas jóvenes, desoyendo las enseñanzas de una Fe sólida y vigorosa, van entregándose a una vida harto superficial, sin un ideal de fe profunda y constante. La joven moderna deja con la mayor facilidad la intimidad de su hogar para trabajar o para divertirse y tiene la pretensión de disfrutar de una libertad igual a la de los jóvenes. Menester es, por tanto, hacer todo lo posible para hacer volver la juventud a su alta misión, que es la de dar familias honradas y ciudadanos virtuosos a la Iglesia y a la Patria.
Hoy en día, cuando la mujer, invadiendo establecimientos y oficinas, tanta parte tiene en la industria y en el comercio, insertándose así en la palpitante vida del trabajo, descuidar la educación de la mujer significaría encaminarse hacia un naufragio seguro.
El magno conflicto actual ha aumentado extraordinariamente el número de mujeres obligadas a dejar el propio hogar y hasta el pueblo o ciudad natal para prestar su obra de asistencia y de trabajo.
Si bien se puede considerar con complacencia esta contribución de fe y de amor que la mujer ha dado a la patria, hemos de cuidar, con todo, y por todos los medios, la educación social y religiosa de la juventud femenina para preservarla de los innumerables peligros que encuentra, y prepararla y adiestrarla para el cumplimiento de los nuevos deberes que le impone la vida social. Que no basta a la mujer, lanzada al torbellino de la vida moderna, la instrucción y la educación que se solía dar a la que, en la serena quietud del hogar doméstico, cuidaba a un tiempo de los padres, del marido y de los niños. La mujer de ahora, puesta en contacto con los problemas del trabajo, con los conflictos de la producción y con las infinitas y trastornadoras fuerzas de un dinamismo abrumador, ha menester de virtudes sólidas, de voluntad férrea, de generosidad y, sobre todo, de robusta formación religiosa.
El feminismo, al proclamar la libertad de la mujer y su absoluta igualdad con el hombre, ha falseado en ella la noción del deber, haciéndole aborrecer de tal modo los estrechos vínculos del matrimonio, que en muchas familias ya no es el Sacramento del amor el que preside y dirige las relaciones familiares.
Si por doquier se comprueba la atracción del infausto urbanismo que arranca del terruño no solamente los brazos sino el corazón, adviértese también en general el relajamiento de los vínculos familiares y el enflaquecimiento del sentido moral, incluso en la mujer.
Tenemos que asistir al espectáculo triste y lamentable de la mujer que fuma, que se embriaga, que no quiere hijos, que prefiere a las debidas nupcias la "posición independiente" del amor libre con sus ambiguas aleatorias de carácter moral. Puédese ver en muchas partes mozas que se dedican a los más violentos ejercicios deportivos y andan en pantalones cortos o en pantalones largos, suscitando ásperas y justas repulsas de la parte más sana del pueblo.
A las fuerzas del mal, coaligadas y desencadenadas, hay que oponer una disciplinada y concorde resistencia, resistencia hecha de comprensión y de amor, iluminada por la fe y caldeada por la caridad, para que los vapores envenenados del mal no sofoquen en los entendimientos y en los corazones las aspiraciones del alma, arriesgando su inmortal destino.
Esperamos que las mujeres vuelvan a las sanas alegrías del hogar doméstico y a las purísimas de la eternidad.
El problema de la educación es de suma importancia para la restauración cristiana de la sociedad contemporánea. Imposible pensar en coger buenos frutos si, como fundamento de todo esfuerzo, no se pone una sólida y profunda instrucción religioso-moral, orientadora y reguladora de la vida individual, familiar y social.
Mucho queda por hacer, ora que en este campo la tarea nunca se acaba, ora porque los tiempos actuales presenta nuevos problemas y nuevos peligros.
Debe imponerse a la mujer tal educación de su conciencia, que la persuada de esta gran verdad: Estando llamada por el Señor como colaboradora en la transmisión de la vida, la Iglesia y la Patria esperan de ella buenos ciudadanos y óptimos cristianos. Esta colaboración, a la que está vinculada la educación de los hijos, representa el fundamento y la base de la verdadera prosperidad y de la duradera grandeza de los pueblos.
Ya que la familia es el campo natural donde la mujer debe cumplir la propia misión, es deseable que los problemas apremiantes no la distraigan con la promesa de efímeros goces y de aparentes grandezas.
¡Ojalá pueda la mujer, junto al hogar reconstruido y de nuevo consagrado, volver a ser la piadosa vestal que sobre el altar cristiano, iluminado por la Fe y caldcado por el Amor, mantenga viva la llama de la fe y de la virtud.

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