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sábado, 3 de marzo de 2012

LA HUMILDAD


     Somos unas pequeñas criaturas, y el hombre que, sincero consigo mismo, quisiera hacer el esfuerzo de mirar en sí el fondo de sí mismo, no encontraría en él nada de que pueda enorgullecerse.
     Joven, que estás tentado de orgullo, pon tu vida bajo la mirada de Dios.
     Evoca las puerilidades de tu infancia, las aberraciones de tu primera juventud, tu inexperiencia, tu ignorancia, tus errores.
     ¡Cuántos falsos pasos! ¡Cuántos falsos caminos! ¡Cuántos desvíos en la conducta! ¡Cuántas veces has caído en la maldad y cuántas veces aun cada día!
     ¿Qué eres en tu espíritu? Una miserable criatura oscilante al primer viento; un ser limitado que no sabe ni lo que piensa, ni lo que cree; por todos lados envuelto en tinieblas.
     ¿Qué eres en tu corazón? Una miserable criatura, presa de todos los apetitos, sacudido por todas las pasiones, un ser sin consistencia que no sabe querer, una cana que la menor tempestad haría encorvarse hasta el fango.
     ¿Qué eres en tu cuerpo? Una miserable criatura de barro y polvo; un vaso tan frágil que el menor choque puede romper; un organismo débil, tan frágil que todas las enfermedades lo acechan, que todos los males lo acometen, que el tiempo devora a diario y que la muerte ya se apresta de destruir.
     ¿Te atreverías, sin palidecer, si la hora de tu justicia ya sonara, a comparecer delante de Dios y mirarle su rostro?
     Conociendo tus miserias, confiésalas, pues, hijo mío, y si quieres elevarte, que no sea sino en la virtud. Sé humilde en el sentido divino del Evangelio.
     La humildad es el justo sentimiento que debemos tener de nuestra dependencia y nuestra debilidad: la humildad está hecha de desconfianza de sí mismo, de sumisión y de reserva.
     La humildad excluye el orgullo con todos los vicios que el orgullo engendra; la vanidad, el amor propio, la susceptibilidad, la arrogancia, la altanera presunción, el desdén, las pretensiones de toda clase.
     La humildad destierra la insolencia, la impertinencia, la jactancia, las habladurías y todos los defectos de una juventud que quiere hacerse pasar por brillante, y que acaba por hacerse despreciable.
     El orgullo, deshonra a los hombres, es aborrecido de Dios. Dios no tiene compasión para él y le castiga implacablemente abandonándolo a la humillación de todas las caídas; la humildad al contrario, atrae todas las bendiciones del cielo y todas las simpatías dela tierra.
     Sé, pues, humilde, oh hijo mío, humilde como tu maestro Jesús, que se hizo el último de todos, para ensenarnos con su humildad a vencer nuestro orgullo.
     ¡Polvo, aprende a obedecer! Tierra y lodo, humíllate en tu voluntad destrozada y en tu dependencia; y sabe que mientras más pequeño se hace uno ante el mundo, más grande será delante de Dios.
     Además, ¿lo ignoras? Todas las virtudes se sostienen como las ramas de un roble, y la humildad es el tronco poderoso sobre el cual vegetan todas.

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