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martes, 13 de marzo de 2012

¿SON NUESTROS "HERMANOS SEPARADOS" LOS PROTESTANTES?. (3)

Por Mons. José F. Urbina Aznar

LA PERSECUCION PROTESTANTE A LOS CATOLICOS Y A LA IGLESIA
A las sectas protestantes, nunca hay que juzgarlas por lo que se tiene a la vista, sino según una visión universal de lo que el Protestantismo representa en su conjunto. No a la vista de tres o cuatro rectas, o diez, infiltradas en una sola ciudad, sino teniendo en cuenta la faz espantosa que muestran cuando se les ve desde una perspectiva más amplia. Los propagandistas de las sectas, mantenidos con muchos dólares, se presentan como los opositores de la que ellos llaman "gran ramera", pero detrás de ellos hay un enjambre de avispas que inyectan su ponzoña por todo el mundo divididos en miles de sectas, enseñando todas ellas doctrinas diferentes y hasta encontradas. Quien se atreve a ingresar a un modesto templo protestante, se está acercando a una organización mantenida intencionalmente en el caos para agitar la paz de los católicos, para llenarlos de toda clase de dudas, para enfrentarlos entre sí, para dividir a sus familias y a sus sociedades, y esto solamente es capaz de hacerlo un bruto, un traidor o una persona que ha perdido la fe en las cosas del espíritu y busca sólo las del mundo. El Protestantismo es una organización internacional poderosa, con una sola cabeza que forma parte de quienes están llevando al mundo a un control mundial, a un gobierno mundial. No se podría explicar que gobiernos ateos, anticristianos, comunistas, apoyen a los "cristianos" protestantes, como sucede permanentemente, si esto no fuera verdad, y como luego veremos al tratar específicamente el caso de México. El Protestantismo, batido con el Liberalismo, con el Comunismo y con otras doctrinas anticristianas, como dice Castellani, es la cama del Anticristo, y es innegable que una inmensa cantidad de doctrinas del Modernismo o Progresismo, están tomadas sin más, ni siquiera con maquillajes, del Protestantismo. Por ese motivo, el protestante es una célula del cuerpo místico de la Bestia, y quien se acerca a los protestantes, o los favorece, destruye a Cristo; y si se hace protestante, pasa a ser una célula de su cuerpo.
Para comprender esto un poco más, creo que es necesario conocer la forma despiadada en la que los protestantes han tratado a los católicos apenas han tenido oportunidad. No voy a hacer una historia completa de la persecución del Protestantismo a la Iglesia Católica, -la realidad es mucho más cruel-, pero aportaré datos suficientes, venidos incluso de plumas de los mismos protestantes.
El escritor católico William Thomas Walsh, describe un episodio ocurrido en Francia en 1561: "...los herejes, movidos por otro espíritu, están excitando malas pasiones por todas partes del Reino. En Gascuña y en Languedoc... comenzaron a saquear las casas de los obispos y las iglesias, a destruir altares y las imágenes de Cristo y de los santos y a quitar sus armas a los católicos...la tormenta de odio acumulada durante tanto tiempo estalló en toda su furia. Casi simultáneamente, como concertadas por una señal, las bandas bien organizadas de Calvinistas cayeron sobre las iglesias católicas, conventos, colegios y bibliotecas. En Montpellier las sesenta iglesias y los conventos fueron saqueados y pasaron a cuchillo a ciento cincuenta sacerdotes y frailes. En Nimes amontonaron muchas estatuas y reliquias frente a la catedral y les prendieron fuego, y bailaron a su alrededor mientras subían las llamas gritando que ya no tendrían más Misa ni ídolos. Después saquearon y pillaron las iglesias. En Montauban sacaron a las clarisas de su convento y las expusieron medio desnudas a la befa del populacho asalariado, que las insultaba y les decía que se casaran. En Castres, en el mes de diciembre, un Consistorio reformado o sanhedrín ordenó a las autoridades de la ciudad que obligara a ir a cuantas gentes encontraran en las calles a los sermones hugonotes. Fueron los sacerdotes arrancados de sus altares y las monjas clarisas azotadas con látigos; los campesinos eran conducidos en masa para oír a la fuerza a los predicadores despotricar con su característica entonación nasal, contra la Misa, la confesión y el Papa. Los campos y viñedos de los pueblos católicos que se negaron a escuchar las predicaciones fueron quemados o devastados de raíz. En un año los calvinistas, según las cifras de uno de sus propios críticos, (Albert Le Mire: NOUVELLE COLLECTION DE MEMOIRES RELATIF A L'HISTOIRE DE FRANCE, Ch. XI, Pág. 512; Cabrera dice que fueron asesinados más de 9,000 religiosos y 3,000 sacerdotes, I, 299) asesinaron a 4,000 sacerdotes, monjas y frailes, expulsaron o maltrataron a 12,000 monjas, saquearon 20,000 iglesias y destruyeron 2,000 monasterios con sus bibliotecas y obras de arte de incalculable valor. La rara colección de manuscritos del antiguo monasterio de Cluny se perdió para siempre y con ella, otros muchos tesoros parecidos. Los vasos sagrados de las iglesias fueron fundidos para hacer moneda con qué pagar a los mercenarios alemanes, a los que excitaban a que fueran implacables (Cabrera I, 299)".
"En algunos lugares las entrañas de las víctimas fueron extraídas, rellenadas de paja y dadas como pienso a los caballos de los hugonotes. Cientos de pueblos y ciudades fueron incendiados. Lyon y su próspero comercio quedaron arruinados. Esta furia antigua, cultivada deliberadamente, no respetó ni a los muertos. Los hugonotes destruyeron no sólo la tumba de Guillermo el Conquistador, sino que los venerados cuerpos de hombres y de santas mujeres que habían dedicado su vida al servicio de Dios y de los pobres fueron sacados de sus tumbas, pisoteados, quemados y arrojados al río. El populacho derribó la estatua de Santa Juana de Arco en el puente de Orleans. Otros fanáticos lanzaron al Loire los restos de San Ireneaco y de San Martín en Tours. En Poitiers destrozaron las reliquias de San Hilario y los preciosos libros escritos por su mano. Al abrir el sepulcro de San Francisco de Paula, en Plessis les Tours, encontraron el cuerpo intacto e incorrupto después de medio siglo de su muerte, y, en lugar de sentir el respetuoso estupor de lo sobrenatural, lo arrastraron, atado a una cuerda, por todas las calles y lo quemaron después. Algunos de los huesos del santo fueron recogidos más tarde por los católicos, que los conservaron en varias iglesias de la Orden de los Mínimos. No sólo los que dieron su vida por Cristo, sino el mismo Cristo parecía ser objeto especial del odio de aquellos hombres que se decían cristianos y predicaban la condenación de los niños y la predestinación de muchas almas para el Infierno. Como en todas las revoluciones anticristianas, las estatuas del Salvador fueron escupidas, derribadas y deshechas. El Cuerpo de Cristo fue muchas veces profanado e injuriado en el Santísimo Sacramento. En Nimes, París, y otros lugares los tabernáculos fueron violados y la hostia arrojada por el suelo y pisoteada por hombres y caballos" (FELIPE II, Pág. 319 y 320).
En la Pág. 445 escribe: "Cualquiera que conozca la historia de Münster y de la Francia hogonote se dará cuenta del sentido siniestro que tenía todo esto... el 15 de agosto, mientras los católicos de Amberes estaban en las vísperas, cantando la Salve Regina en honor de la Asunción de nuestra Señora, una banda de calvinistas entró en la iglesia entonando algunos salmos ginebrinos; era evidentemente la señal de comenzar el ataque. Los intrusos procedieron a destruir una de las iglesias más bellas y ricas de Europa, comenzando con la famosa estatua de la santísima Virgen que había sido llevada en solemne procesión el domingo anterior. Pasaron de allí, rápida y metódicamente a otras iglesias y conventos y monasterios, saquándolos uno por uno, mientras los sacerdotes y monjas huían temiendo por sus vidas; y así, a las tres de la mañana, habían destruido 25 o 30 iglesias. Nada sagrado ni precioso fue respetado. Con increíble barbarie aquellos vándalos destruyeron los tesoros artísticos y eclesiásticos de la gran ciudad, en el breve espacio de nueve horas". Añade Thomas Walsh que aquello fue "parecido al saqueo previamente organizado de las iglesias españolas por los comunistas entre 1930 y 1936".
En Münster también participaron en estos horrores, los Anabaptistas cuyos jefes eran los judíos Rottman, Hoffman y Bockel, porque aunque entre las sectas se persiguieron y se cometieron toda clase de crueldades y atrocidades, todas las sectas protestantes, son capaces de hacer una alianza cuando se trata de atacar al enemigo comün que es la Iglesia Católica Romana. Ellos se pueden condenar unos a otros y llamar blasfemos -que además lo son- a los Mormones, a los Testigos de Jehová o a los Revivalistas, pero tendrán el estómago suficiente podrido para unirse con los herejes y los blasfemos contra el Papa de Roma, que dicen que es su enemigos común. Difiero de ellos. El Papa de Roma nunca fue enemigo de los protestantes. El Demonio puso en el camino de la hisria a un enemigo poderoso del Papa y de los católicos y este enemigo es el Protestantismo. No al contrario. El Protestantismo es en su misma raiz enemigo de la verdad. Veamos lo que dice un protestante. El escritor protestante Mallock en su libro IS LIFE WORTH LIVING dice: "Cualquier religión que pretenda ser sobrenatural, y renuncie a la infalibilidad absoluta, solamente puede adjudicarse una semi-revelación; porque en tanto que se profese ser revelada, debe también profesar que es infalible. Porque si las cosas reveladas son oscuras y difíciles, de precisar y de entender; si las palabras pueden tener múltiples y variados significados; y si todavía más, muchas de esas interpretaciones posibles, son entre sí contradictorias; mejor sería que nunca se nos hubiese revelado esas verdades, si no se nos dio también al intérprete seguro e infalible... Para hacer una revelación infalible, una revelación verdadera para nosotros, necesitamos el poder de interpretar el testamento mismo". Uno se pregunta asombrado ¿qué hacía Mallock en el Protestantismo avalando todas las atrocidades protestantes contra los protestantes y contra los católicos?.
El protestante John L. Stoddard en el libro mencionado escribe: "En 1522, una chusma compacta e indisciplinada penetró enfurecida en la iglesia de Wittenberg, en cuyas puertas había fijado Lutero sus famosas tesis, y respirando rabia y furor destruyó todos los altares y estatuas, y después de arrojar todos los fragmentos a la calle, expulsó también a los clérigos.
En Rotenburg también, la imágen de Cristo fue decapitada y sus brazos cortados en 1525; y el 9 de febrero de 1529, la hermosa y rica catedral de Bale en Suiza, fue saqueada y robada por el populacho. Una vieja crónica describe así los episodios de ese sacrilego atentado: "Amarraron unas largas y gruesas sogas a un monumental y devoto Crucifijo y una caterva de niños de ocho, diez y doce años, comenzaron a tirar de él y a arrastrarlo hasta el mercado publico al mismo tiempo que gritaban: ¡Oh pobre y anticuado Jesús, si eres Dios, defiéndete a tí mismo; pero no, tú eres sólo un hombre, por tanto, muere!".
El reformador protestante Ecolampadio (Juan Hauschein 1482-1531), se regocijó grandemente por este sacrilegio y reventando de júbilo escribió a Cápito: "Ese fue un espectáculo para la superstición; hubieran los católicos querido llorar lágrimas de sangre" (Esto está documentado en Tanssen, V. III, Pág. 96). Hasta aquí Stoddard.

En un principio, el Rey de Inglaterra Enrique VIII condenó a Lutero y al Protestantismo y escribió un libro defendiendo a la Iglesia, lo que le valió que el Papa de Roma le confiriera el título de "Defensor de la Fe" -título que hasta hoy, ridiculísimamente ya siendo cismáticos, los reyes de Inglaterra se adjudican-, pero la lujuria de este Rey lo arrastraría al mismo pantano en el que habían caído los reformadores. Enrique después de divorciarse de Catalina de Aragón, se casa con Ana Bolena, a quien manda al cadalso para casarse con Juana Seymour, de la que se divorcia para casarse con Ana de Cleves, de la que también se divorcia para casarse con Catalina Howard, a la que manda al cadalso para casarse por sexta vez con Catalina Parr. Lutero recibió furioso el libro de Enrique VIII. El historiador protestante Cobbet en la obra mencionada dice que Lutero le llamó a Enrique: "cochino, burro, basura, semilla de culebra, basilisco, impostor, bufón vestido de rey, loco rabioso, con una boca llena de espuma y cara de ramera".
Y aquel Rey católico, aliado de Roma, casado con la hija Catalina de los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando se separa de Roma y busca alianzas con los protestantes alemanes al negarle el Papa Clemente VII la anulación de su matrimonio con la legítima reina. Su pasión por Ana Bolena, su lujuria y el cisma
estaban fomentados por Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury -que a1 fin "anula" el matrimonio de Enrique para que se casara con Ana Bolena-, y por Cromwell. El historiador R. Lambelin en LAS VICTORIAS DE ISRAEL (Pág. 44), dice que "Cromwell estaba sostenido por los judíos".

La Reforma en Inglaterra y su alianza con los protestantes del este de Europa trajo desgracias terribles a la Iglesia. La historia de las leyes penales durante los reinados de los reyes protestantes Enrique III -que ha pasado a la historia como "el rey impúdico"-, Isabel, Eduardo VI, Jacobo I, Carlos I, Cromwell, Carlos II y Guillermo III, es una nistoria de encarcelamientos, destierros, torturas y penas de muerte, por el delito de practicar la fe católica en Inglaterra y en Irlanda.
La historia de la INQUISICION PROTESTANTE es una página negra como la noche. Actuó principalmente en Sajonia, Ginebra e Inglaterra. Las persecuciones contra los católicos se alargaron durante los siglos XVI, XVII, XVIII y parte del XIX. Muchas de las prácticas con las que se calumnia a la Inquisición Católica, fueron protestantes. El historiador protestante Coobet dice: "Aquella Inglaterra que Enrique recibiera fuerte, unida, rica, próspera, la dejó destrozada en facciones, cismas, y su pueblo errante en la miseria y el pauperismo. Echó los fundamentos de inmoralidad, fraude y pobreza. En 1536 suprimió Enrique cerca de 300 conventos y la aprobación de este bill inicia la ruina moral y material del pueblo y debe ser tenida como la primera aprobación oficial de robo y pillaje. Sólo en el reinado de Enrique, Inglaterra se llenó de lo menos 75,000 mendigos". Cobbet documenta en su libro, que antes del cisma, en Inglaterra no había un solo mendigo. Había pobres, pero no mendigos. Los pobres, los tendréis siempre entre vosotros, decía Cristo. La mendicidad es una vergüenza para la sociedad que la tolera.
El historiador protestante Cobbet en la obra citada más arriba cuenta lo siguiente: "...era el único consejero que vivía -el obispo Fisher-, del difunto rey -padre de Enrique-. La madre de éste -o sea, la abuela de Enrique VIII-, la cual sobrevivió a su hijo y a su hija, estando ya para morir, exhortó a dicho Enrique a tener una particular deferencia a los consejos de este venerable prelado tan sabio como piadoso; y en efecto, hasta que con sus consejos quiso refrenar las pasiones desarregladas del rey, tenía éste la costumbre de decir que ningún príncipe podía gloriarse de tener un súbdito comparable a Fisher y hasta con el Consejo mismo le tomaba muchas veces la mano y le llamaba padre. El bueno del prelado agradecía un favor y un afecto tan particular con un celo y una voluntad tan decidida, que no conocía más límites que su deber para con Dios, para con su rey y para con su patria; pero desde el momento en que este sagrado deber le prescribió oponerse al divorcio y a la supremacía espiritual del rey, olvidó el tirano de repente sus servicios, su adhesión y su afecto sin ejemplo y le envió al patíbulo después de una prisión de quince meses, durante los cuales se le trató peor que a un malhechor, teniéndole encerrado en un calabozo, revolcándose entre inmundicia, y privado, digámoslo así, hasta de alimento. Sí, amigos míos, a aquel súbdito tan fiel con quien, según el mismo rey decía con cierto orgullo, no podía compararse súbdito alguno de ningún otro monarca; a aquel mismo a quien tantas veces había dado el título de padre, fue al que el tirano mandó entregar en manos del verdugo; y este venerable anciano, sin poderse apenas sostener sobre sus piernas, desfigurado su venerable rostro por la inmundicia, ennegrecidas sus canas por el lodo, descubiertas por muchas partes sus carnes, por no haberle quedado sobre el cuerpo mas que unos miserables andrajos, fue arrastrado por su orden al cadalso en donde después de haberle quitado la vida, fue abandonado como si fuera un perro muerto. ¡Monstruo execrable!, -dice Cobbet al Rey Enrique-, la indignación impide correr nuestras lágrimas, y haciéndonos huir de tan horrorosa escena, nos excita a buscar un puñal para esconder en el corazón de este Rey".
"Aquí es donde comienza la escena sangrienta que después continuó con paso firme: todos cuantos se negaron a prestar el juramento y la supremacía espiritual del rey resistieron, o en otros términos, cuantos rehusaron apostatar, todos fueron calificados de traidores, tratados como tales y condenados a muerte con una crueldad inaudita. Citaré un solo ejemplo de las acciones del "reformador necesario" según Burnet, y lo será el trato que se dio a Juan Houghton, prior del monasterio cartujo de Londres. Este desgraciado prior, sin más motivo que haber rehusado prestar dicho juramento, lo que no podía hacer sin ser perjuro, fue conducido a Tyburn. Apenas fue colgado cortaron la cuerda y cayó en el suelo enteramente vivo. Entonces le desnudaron, abrieron su cuerpo y le arrancaron los intestinos, el corazón y las entrañas y todo lo echaron al fuego; le cortaron la cabeza, enseguida le descuartizaron y después de haber medio cocido sus cuartos, los colgaron en diferentes partes de la ciudad, y clavaron un brazo en la pared por encima de la puerta de su monasterio".
No hay que olvidar que está hablando un reconocido historiador protestante, de protestantes.
Enrique VIII, mató a dos cardenales, a veinte obispos, a más de 650 sacerdotes y a más de setenta y dos mil fieles católicos de todo sexo, edad y condición. Parecía que Nerón había resucitado.
"La Inglaterra tan feliz, tan libre y tan poco habituada al crimen antes de su reinado sanguinario -de Enrique VIII-, que en las listas de los tribunales apenas se contaban tres criminales sentenciados durante el año en cada condado, vio, entonces, a más de setenta mil personas encerradas a un mismo tiempo en los calabozos. La corte del hijo primigénito de la Reforma Protestante era verdaderamente un matadero de hombres; sus pueblos, abandonados por sus protectores naturales, que ya se habían dejado corromper por el pillaje o por la esperanza de participar de él, formaban un rebaño asustado y lleno de terror, mientras el Rey Enrique, semejante a un carnicero, gordo, alegra y contento, daba desde su palacio las órdenes para el degüello, y su gran sacerdote Cranmer se manifestaba siempre propicio para sancionar y santificar aquella matanza". "Los pormenores de todos sus asesinatos fatigarían y desagradarían necesariamente al lector: sin embargo, no puedo pasar en silencio un ejemplo de ellos, y es el cometido con los parientes del Cardenal Pole, y hasta con su desgraciada madre. Dicho Cardenal había disfrutado del mayor favor con el monarca durante su juventud, y antes de que se tratase del divorcio de éste, y aún era pariente suyo por parte de su madre la Condesa de Salisbury descendiente de los Plantagenetos y último vástago de aquella larga dinastía de reyes de Inglaterra. Había hecho sus estudios y viajado en el continente a expensas del tesoro real, y generalmente, se respetaban mucho sus opiniones en Inglaterra; era, en fin, un hombre tan distinguido por su erudición, talento y virtudes, que por ellas mereció ser elevado por el Papa a la dignidad de Cardenal; pero desaprobó el divorcio de Enrique y todos los actos que se siguieron a él, oponiéndose enérgicamente a las medidas del rey: y esto bastó para citar contra él la venganza del rey. Para llevarla a efecto, le mandó varias veces volver a Inglaterra; pero no habiendo sido obedecido, ni abiendo podido apoderarse de su persona, a pesar de los muchos ardides artificios que para ello puso en práctica, y de las sumas considerables que al efecto expendió, resolvió ejercer su horrible venganza en sus parientes y principalmente en su respetable madre. Al punto fue acusada esta señora por Tomás Cromwel, de haber exhortado a sus arrendatarios a no leer la nueva traducción de la Biblia, y de haber recibido de Roma unas bulas que el denunciador supuso haber hallado en su casa de campo de Courdray, en el condado de Sussex: también la acusó de haberse hallado una bandera que dijo había servido a los rebeldes del norte. Todas estas acusaciones eran tan absurdas e infundadas, que no habiendo sido posible formar causa por ellas a la condesa, se consultó a los jueces a fin de que el Parlamento la condenase sin oirla. Estos declararon que semejante medida era muy arriesgada y que el Parlamento no se prestaria a ello. En vista de esta respuesta, se les volvió a consultar, si en el caso de que el Parlamento se prestase a ello, seria válida esta acción ante la ley a lo que respondieron afirmativamente. No se necesiba más: al momento se propuso y se aceptó un bill, en virtud del cual, fueron condenados a muerte, la condesa de Salisbury, la marquesa de exeter y otros dos señores parientes del Cardenal. Los dos últimos sufrieron la sentencia; pero la marquesa obtuvo su perdón y la condesa fue encerrada en la prisión como un rehén por la conducta de su hijo el Cardenal. Las acciones tiránicas del rey, excitaron algunos meses después una insurrección, y sospechando éste que había sido promovida por el cardenal Pole hizo quitar la vida en un cadalso a su pobre madre. Esta aciana señora, aunque de más de setenta años de edad, y agobiada más por los males que por los años sostuvo hasta el último instante de su vida la nobleza de su nacimiento y de su carácter. Cuando el verdugo le mandó inclinar la cabeza para recibir el golpe, le dijo: "jamás he cometido traición y mi cabeza no se inclinará ante la tiranía, trata de cortarla del modo que puedas": entonces el verdugo le tiró al cuello una cuchillada y habiendo ella comenzado a correr alrededor del patíbulo desmelenada y teñidas ya en sangre sus respetables canas, la fue siguiendo aquél hasta lograr por último privarla de la vida a fuerza de cuchilladas".
Los abades de los monasterios de Glastonbury, Reading y Colester que también se opusieron a aceptar la autoridad espiritual de Enrique, fueron acusados de traición y sus propiedades confiscadas. El historiador protestante Stoddard nos narra como fueron horriblemente sacrificados.
Little, escritor y clérigo protestante episcopaliano en su libro REASONS FOR BEING A CHURCHMAN (Pág. 142), dice que Enrique VIII fue "el mayor ladrón sacrilego que jamás haya existido en el mundo".
En HISTORIANS HISTORY OF THE WORLD, Vol. XIX, Pág. 185, leemos: "Miles y miles de gente pobre que vivía trabajando a la sombra de los monasterios y de las iglesias, quedaron desamparados, sin pan, sin abrigo y sin apoyo; e innumerables religiosos fueron lanzados del retiro y santidad del claustro en medio de un mundo malévolo, sin recursos con qué vivir y con el mandato enérgico de contraer matrimonio bajo la pena de ser encarcelados como cualquier criminal".
James E. Rogers, profesor de Economía Política de la Universidad de Oxford dice lo siguiente en su libro SIX CENTURIES OF WORD AND WAGES (Vol. II, Pág. 358): "La Iglesia Católica medioeval, esparció incontables beneficios para la humanidad y especialmente sobre Inglaterra. Inglaterra estaba sembrada de monasterios y prebendas. Cierto que todas esas instituciones tenían ese don fatal de las riquezas; pero según podemos ahora juzgarlas, supieron administrarlas y distribuirlas bien. Porque fueron los frailes y eclesiásticos de aquel entonces, fundadores de escuelas, autores de interesantes y provechosísimas crónicas, maestros en la agricultura, indulgentes y compasivos terratenientes y defensores de un trato generoso con la gente del campo". El protestante Cobbet también habla de esto abundantemente.
En el tiempo del sucesor de Enrique VIII, Eduardo VI, la influencia calvinista se introdujo en Inglaterra.
Toda clase de leyes injustas se aplicaron contra los católicos. El practicar la Religión Católica era un acto de alta traición. No podría ocupar las cátedras de colegios y universidades, ni ser maestro de escuela. Si los padres mandaban a los hijos al continente para ser educados católicos, todas sus propiedades les eran confiscadas inmediatamente. Si algún católico no quería participar de las ceremonias protestantes, no podía acercarse más allá de 10 millas a Londres, ni podía alejarse más de cinco millas de su casa. Una ley emanada del Parlamento en 1605, decía: "Cualquier persona que denuncie la casa en la que se celebre una Misa, obtendrá el perdón de sus faltas y una tercera parte de los bienes confiscados al proscrito".
El historiador Lingard en HISTORY OF ENGLAND, Vol. VI, Pág. 166 y 177 dice: "Nadie podía disfrutar de paz y tranquilidad en la intimidad de sus propias casas. A todas horas del día, pero especialmente de la noche, podía caer la visita inquisitorial de un magistrado que de ordinario iba acompañado de un pelotón de gente armada. A una señal convenida, las puertas eran forzadas y abiertas y los asaltantes se dividían en grupos precipitándose por todas partes de la casa, examinando las camas, despedazando los tapices y pulsando o golpeando las paredes, rompiendo cerraduras, vaciando roperos, arcas, armarios, y haciendo en una palabra todas las investigaciones y pesquisas que su celo les sugería, para descubrir ya fuese un sacerdote, o un libro, cáliz u ornamento propios del culto católico. El resistir o dar cualquier demostración de protesta, sólo servía para provocar nuevas e injustas agresiones. Todos los residentes de la casa eran interrogados y sus personas eran minuciosamente examinadas con el pretexto de que pudieran ocultar objetos supersticiosos debajo de sus vestidos. No fueron pocas las ocasiones segün consta por la historia en que damas y doncellas perdieron la razón y aún la vida por la brutalidad con la que habían sido tratadas por los oficiales".
En el año de 1626, Lord Scroop fue acusado de ser clemente y suave en demasía porque solamente había condenado a 1670 católicos en la región circunscrita de East Reading de Yorkshire.
Europa entera fue entregada al pillaje, a la devastación y a la muerte. Es ilustrativo lo que dice el protestante Cobbet: "...entraron en los conventos, derribaron altares para quitar de ellos el oro y la plata... arrancaron las cubiertas de los libros para apoderarse de los metales preciosos con que estaban adornados. Todos esos libros despedazados eran manuscritos y entre ellos habían muchos que para su composición, copia o adorno, se había empleado la mitad de la vida de un hombre, y no corta. Bibliotecas enteras para cuya reunión se habían necesitado siglos y siglos, y habían costado sumas inmensas fueron destrozada sólo por robar los adornos de las cubiertas de los libros... una soldadezca feroz y rapaz no se ha conducido jamás en una ciudad entregada al saqueo con una avaricia, un desenfreno y una brutalidad comparable con la de los héroes de la Reforma Protestante". Cobbet dice que el odio a la Iglesia no se contentó con eso, sino que, "para que los católicos perdieran toda esperanza de ver revivir lo que habían perdido", "determinaron destruir aquellos nobles edificio construidos para durar siglos sin fin" -monasterios, iglesias, etc.-. "Como arruinarlos por los medios ordinarios hubiera sido un trabajo interminable, se valieron en muchos casos de cañones y de este modo fueron destruidos en pocas horas, aquellos magníficos monumentos para cuya perfección, se habían necesitado siglos sin fin, y fueron reducidos a un monton de ruinas... Otras veces se obligó a quienes adquirieron esos edificios a destruirlos, o a lo menos, a derribar parte de ellos".
¿Estamos hablando de animales?, no, estamos hablando de protestantes cuya mentalidad no tiene por qué haber cambiado desde el siglo XVI, porque siguen fieles a las doctrinas de sus fundadores; que infiltran a las naciones ayudados por gobiernos enemigos de Cristo; que fundan institutos de caridad por todas partes para albergar niños de la calle a fin de arrancarles la fe; que se introducen en las familias para dividirlas y engendrar hijos para hacerlos herejes y que mandan como fueran nubes de langostas a sus evangelizadores sostenidos por dinero del gobierno mundial para romper brutalmente la unidad de religión y de espíritu en cien mil creencias encontradas y enemigas a fin de debilitar a la familia humana, a fin de babosearla, a fin de triturarla no si fuera el bocado que está preparando una enorme serpiente.
No se piense, entonces, que el Protestantismo por haberse separado de la Iglesia ha caído en la confusión y en la división sectaria hasta el infinito, lo cual se dice con frecuencia. Esto no es así. Así fue planeado, así fue creado y manejado por los enemigos del catolicismo. Así fue abortado por oscuras sectas anticristianas. Es un arma terrible en cuyas redes caen los ingenuos y los que sienten el vacío de la Iglesia apóstata del Vaticano y buscan desesperadamente algo que ya no se encuentra por ninguna parte porque la humanidad apóstata, ha caído en las manos del Anticristo.
Pero como puede haber algún tonto que diga que eso sucedió en la edad media, oigamos lo que dice el autor anticatólico W. E. Giadstone en su libro EL PAPA Y EL PODER CIVIL, Pág. 21: "Hace apenas un siglo, empezamos a suavizar el sistema de leyes penales contra los católicos romanos, mezquino al mismo tiempo que bajo y cruel, y que Burke ha infamado con su elocuencia inmortal". En Irlanda, por ejemplo, tierra en la que fue torturado hasta la muerte el obispo Killaba, el obispo Cashel fue quemado y el arzobispo de Armagh fue decapitado, se puso el mismo precio por la cabeza de un sacerdote católico que por la de un lobo (THE BOOK OF ERIM, de J. M. Davidson, en Curry's Review), se ofrecía 50 libras por la cabeza de un obispo y el precio por un sacerdote subió de 5 a 20 libras.
El protestante Jorge Lara Braud, en una conferencia para los protestantes de Latinoamérica afirmó: "Entre los peores padecimientos que el pueblo católico-romano experimentó en los Estados Unidos durante los últimos trescientos años, fueron los impuestos por protestantes. En las primeras colonias desde Massachussets hasta Georgia, los católicos fueron proscritos, con excepción del Estado de Maryland. Desde el año de 1607, fecha de la primera colonia, hasta principios del siglo XX, los católicos de los Estados Unidos, mostraban una psicología de persecución, de represión, de ghetto. Permítaseme documentar lo dicho: en 1834, una chusma protestante quemó el convento de las Madres Ursulinas. En 1844, diez años después, hubo un terrible brote anticatólico en Filadelfia: tres días de caos completo. Trece personas resultaron muertas y centenares de heridos, cuando los protestantes quemaron dos iglesias católicas, un seminario y cuadras enteras de lugares y comercios católicos. Un año después, en 1855, fueron asesinados más de 150 católicos en Lousville, Kentucky, y muchísimas de sus casas reducidas a cenizas en lo que vino a llamarse luego el "Lunes sangriento de 1853". Los católicos han sido el blanco favorito del Ku Klux Klan y de innumerables políticos protestantes -el Ku Klux Klan es obra de los protestantes-.
Un partido poderoso llamado EL SABELO NADA, hizo intolerable la vida de los católicos en los últimos 25 años del siglo XIX, pues tenía como una de sus miras principales, eliminar el elemento católico de la vida nacional. Sería muy difícil para nosotros decir, dándonos golpes de pecho: gracias Señor, porque no somos como ellos. Quienes hicieron la persecución de los católicos en los Estados Unidos, provenían de toda la gama de las denominaciones protestantes".

La revista AMERICA en su número del 14 de junio de 1930, escribe: "El hecho es que cuando se trata de la Iglesia Católica o de los católicos, muchos protestantes ya no se guían ni por la razón ni por la justicia... simplemente excluyen a los católicos de la categoría de seres humanos... Para ellos, los católicos... pueden ser insultados en sus principios, heridos en sus sentimientos y ultrajados en sus ideales".
Es despreciable el Protestantismo, pero es más despreciable quien a sabiendas del peligro, se relaciona en cualquier forma con él. Como son despreciables los modernistas o progresistas que han infiltrado sus doctrinas y sus prácticas enmedio del pueblo católico, después del Concilio Vaticano II, diciéndoles que eso es progreso, que eso es renovación y que eso es la obra del Espíritu Santo que de nuevo ha visitado a la Iglesia.

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