"Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, mas ya no soy yo quien vive, sino Cristo vive en mí." Gal. II 19, 20.
"Sí, más que nunca está sediento Jesús. Sólo encuentra ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo; y entre los discípulos suyos, desgraciadamente, no encuentra muchos que entreguen el corazón sin reserva a la ternura de su Amor infinito". (Historia de un alma, XI, pág. 212. Santa Teresita del Niño Jesús)
".. .Cristo es mi tesoro. Es mío, y a cada instante puedo sacar de él a manos llenas, y lo encuentro siempre abundante en riquezas; de él tomo cuanto necesito para pagar mis deudas, para aliviar mis necesidades, para procurarme delicias, 'para conquistarme una corona..."—El libro del Amor Infinito, pág. 108.
I
QUE COSA ES VIVIR LA MISA
Para saber cómo debemos vivir la Misa, debemos antes saber qué es vivirla. Veámoslo brevemente.
1.—En su sentido más obvio, la frase "vivir una cosa" significa, amoldar uno su modo de pensar y de obrar conforme a ella y sacar de la misma todas las ventajas que pueda proporcionar. Así, por ejemplo, vive su Religión, aquel que la conoce, que pone en práctica sus preceptos y se aprovecha de los bienes que le brinda para su santificación y salvación eterna. Vive también la Liturgia, aquel que se vale del conocimiento que tiene de ella para ser un verdadero "cultor Dei", adorador de Dios en espíritu y en verdad.
Este sentido es muy claro y de uso corriente. Nosotros, sin embargo, vamos a procurar explicar otro sentido todavía más profundo, mas completo, que abarca el anterior, pero va mucho más lejos. O si se quiere, expondremos el sentido dado, pero analizando todos sus elementos y llevando su aplicación hasta las últimas consecuencias.
2. En un sentido, pues, más completo y profundo, "vivir una cosa" es no solo tener de ella un conocimiento claro y cabal, en cuanto esto es posible, sino sobre todo asimilarla, hacerla nuestra, empaparnos y saturarnos de ella a tal punto, que venga a formar parte de nuestro modo de pensar y se convierta en principio práctico y directivo de nuestro modo de obrar, llegando en alguna manera a transformarnos en ella.
Con un ejemplo entenderemos mejor esta noción. Cuando yo digo "vivo el sacrificio" ', indico, ante todo, que sé lo que es —una inmolación—, que conozco sus ventajas reales y sus aparentes desventajas, que no ignoro que es fuente de energía y de grandes méritos. Indico, además, que la idea del sacrificio no ha sido para mí una de esas tantas ideas locas que cruzan por mi mente, a manera de estrellas fugaces, sin dejar en ellas la menor huella de sí; sino que por el contrario ha impresionado fuertemente mi inteligencia y ha puesto en ella su sede y asiento, siendo el objeto de mis frecuentes y serias consideraciones. Indico, en tercer lugar, que mi voluntad, iluminada tan vivamente por mi inteligencia, ama ya el sacrificio, lo desea y efectivamente me lleva a él, no de un modo pasajero, sino habitual; que por la repetición de los actos he llegado a adquirir el hábito de la inmolación, de la renuncia de mí mismo, de mis gustos y comodidades, hasta poder decir con toda verdad que la idea del sacrificio se ha convertido para mí en principio directivo de mi vida, en norma práctica de mi modo de obrar, pues me lleva a él habitualmente. Vivo entonces el sacrificio.
Para comprender aún mejor lo dicho, vamos a recordar brevemente dos principios básicos en esta cuestión.
a) "La idea lleva al acto."
El hombre ha sido dotado por Dios de inteligencia para conocer la verdad y de voluntad para amar el bien. No puede, empero, amar nada, si antes no ha precedido en él el conocimiento o la idea del objeto. Por esto nuestro conocido refrán castellano dice tan bellamente "Ojos que no ven, corazón que no siente." A cada momento nuestra propia experiencia confirma esta verdad. ¡Cuántas veces hemos quizá exclamado: "Si no hubiera conocido tal cosa, nunca habría ofendido a Dios", o por el contrario, "si antes hubiera conocido a Dios, antes lo habría amado"!
Pero la voluntad no se contenta con amar un objeto; quiere gozar con su posesión, y por esto nos lleva a ejecutar los actos que a tal fin conducen.
Idea, inclinación de la voluntad, actos ejecutados bajo el mandato de ésta: he aquí el proceso que encontramos en toda acción verdaderamente libre y propia del hombre como ser inteligente. También aquí, nuestra propia experiencia cuánto nos puede decir, ¿No hemos sentido, acaso, el poderoso influjo que ejercen sobre nosotros ciertas ideas? ¿No es por ventura este influjo el que nos ha llevado, quizá protestando nuestra conciencia, a obrar de conformidad a esas mismas ideas? Todo el mundo proclama la enorme fuerza que tienen las ideas malas para llevar a los hombres al mal; nadie ignora que cuanto más ricas y complejas son las ideas, tanto mayor fuerza tienen para mover eficazmente la voluntad, provocar los sentimientos y llevar al hombre a obrar. ¡Qué bien se valen de este principio los impíos para dirigir sus enconados ataques contra la Iglesia, propalando ideas falsas, que tarde o temprano producen frutos amargos! Sí, es muy cierto, que la idea lleva al acto.
b) "El hombre obra siempre por un fin."
Hablamos, como fácilmente puede comprenderse, de actos conscientes y libres.
Esta verdad es muy clara y está íntimamente relacionada con la anterior. Hasta recurrir a nuestra propia experiencia para convencernos de ello. En todas las acciones que ejecutamos perseguimos un fin; y cuando no podemos indicar por qué fin obramos, somos tachados de locos.
Para que el fin obre sobre nuestra voluntad con verdadera eficacia, es necesario que tengamos un conocimiento grande del objeto, de sus bellezas, ventajas, etc., y a medida de este conocimiento será después el acto.
Si ahora aplicamos estos principios al ejemplo propuesto, encontramos que la idea del sacrificio precedió en mi mente; que cita idea fue rica y fecunda, que interesó vivamente mi voluntad y mi sentimiento, hasta el punto de inducirme a obrar de conformidad con la misma idea, esto es, a sacrificarme, no una u otra vez, sino habitualmente; de modo que la idea del sacrificio se ha convertido en un verdadero principio generador de mi vida, llevándome, por el hábito del sacrificio, hasta la transformación en víctima.
Como fácilmente se comprenderá, el solo conocimiento que tenemos de alguna cosa, ya es vida en nosotros; más propiamente lo es la idea asimilada, o sea la idea convertida en móvil de nuestras acciones; pero no encontramos la vida en toda su perfección y plenitud sino en la acción, sobre todo cuando es habitual.
Analizando el proceso arriba indicado encontramos los siguientes elementos: 1) la idea o conocimiento que tiene nuestra mente del objeto o cosa; 2) el trabajo que se requiere para que esta idea sea ardiente, rica y fecunda, esto es, que interese la voluntad y lleguemos al convencimiento de que tenemos que obrar conforme a la misma idea: trabajo que se llama de asimilación; 3) los actos, finalmente, que ejecutamos movidos por la idea y que repetidos forman el hábito, que es lo que constituye propiamente la vida.
Si hemos insistido demasiado en fijar los principios, es porque necesitamos conocerlos para saber en qué consiste vivir la Misa, y porque ellos nos servirán después como guías para determinar cómo podremos vivirla.
3.—Qué es vivir la Misa.
Según lo dicho arriba, "vivir la Misa" es, no sólo conocerla, teniendo de ella una idea cabal, en la medida de nuestras fuerzas, sino sobre todo asimilarla, hacerla nuestra, empaparnos y saturarnos de su espíritu, de tal manera que se convierta en principio directivo, en norma práctica de nuestro modo de pensar y de obrar, llegando hasta transformarnos en ella.
Una vez establecido qué es vivir la Misa, veamos cómo podemos vivirla.
Mons. José Anaya
COMO VIVIR NUESTRA MISA
J.C.F.M.
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