CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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¿HA CANONIZADO LA IGLESIA A UN HEREJE?
En el número del 7 de febrero del Radiocorriere, el ilustre abogado Arturo Orvieto a propósito del caso del doctor Sanders, afirma en la página 3 que Platón y Tomás Moro eran fautores de la eutanasia. El llorado P. Oddone, en el número de febrero del mismo año de la Civiltá Cattolica, cita también entre los que hablaron brevemente de la eutanasia a Tomás Moro en la Utopía. Hablar brevemente de ella no es, me parece, ser fautores de ella. Si es verdad en cambio la afirmación del Radio-corriere, ¿cómo pudo la Iglesia haber canonizado a quien cayó en tan grave error? (C. V.—Mesina.)
De Platón no lo encuentro. No querrá que se tratase de una errata de imprenta, escribiendo Platón en lugar de Bacon, el cual (Francisco) aludió efectivamente a la eutanasia —esto: «muerte bella», en el sentido de homicidio compasivo o suicidio del enfermo incurable— en su Novum Organum.
Pero lo que interesa más es el caso de Santo Tomás Moro (1478-1535), la gran víctima del varias veces adúltero y conyugicida Enrique VIII, cuando éste pretendió inútilmente de su antiguo y fiel Gran Canciller aprobase su bajeza moral y política y su consiguiente rebeldía con la Iglesia de Roma.
Moro habló efectivamente del compasivo suicidio indoloro en su célebre libro, y siendo un acto gravemente condenado por la religión —por la elemental razón de que la vida humana es don y propiedad de Dios, de la que el hombre no puede disponer a su gusto, y que el dolor se concibe y abraza como fuente preciosa de mérito—, nace el chocante caso de un gran santo que habría sido medio hereje. Ved, pues, qué interesante es la consulta.
Ante todo, debe notarse que Moro, más que teólogo, fue humanista y jurista valioso, y aunque de buena fe hubiese incurrido en alguna valoración moral religiosa inexacta, eso habría estado amplia y triunfalmente reparado por el heroico martirio que afrontó por la fe católica romana y de un modo especial por el primado religioso del Papa, contra las interesadas pretensiones rebeldes del soberano. Su resistencia a los halagos, a las intimidaciones del fundador del protestantismo inglés como a los ruegos de su mujer, que presentaba a sus hijos, rodean su heroica muerte con la luz purísima de los más esforzados mártires de la Iglesia. Debe asimismo recordarse que en los procesos de canonización de los mártires se tiene esencialmente en cuenta el bautismo triunfal y el testimonio triunfal de la sangre, cuyo valor es tal que puede hacer se tenga en menos el juicio sobre las virtudes heroicas ejercidas en vida, mientras esto es indispensable, tratándose de santos confesores: el martirio por sí solo delata realmente una culminación de la virtud heroica (véase canon 2.104 del Código de Derecho Canónico).
He querido decir esto para quien, leyendo superficialmente el libro publicado por Moro en 1516, creyese realmente que resurgía en él la apología de la eutanasia, lo mismo que de otros errores sociales y políticos, como es una especie de comunismo. Esto sin embargo, de hecho, no es en absoluto verdad.
De la eutanasia se habla, en efecto, en él complacientemente. Cuando en la feliz república imaginada por Moro un enfermo se hace incurable, «lo exhortan..., ya que su vida no es más que un tormento, a no dudar en morir...; quien se deja convencer, pone fin a su vida por sí mismo por hambre, o bien se hace adormecer y se libra de ella sin darse cuenta».
Pero ¿de quién son esas costumbres? De los habitantes de la novelesca isla inventada por la fantasía del autor, tan irreal y paradójica como para llamarla Utopía —que significa: «no lugar». esto es lugar inexistente; palabra que desde entonces entró en el uso corriente para indicar cosas irrealizables— habitantes de los que él subraya el hecho de que no habían recibido la revelación cristiana y cuyas costumbres narra, no sólo en un terreno abstracto ideal, sino alegremente paradójico; y las narra con intenciones más literarias y humanistas que políticas y sociales, valiéndose además hábilmente de ello —defendido precisamente por lo irreal y paradójico del relato— para incluir acá y allá severas reconvenciones contra los desórdenes de su tiempo.
Y aunque no hubiese sido necesario que lo añadiese, termina así refiriéndose al imaginario navegante que había descubierto la isla: «Pero entre tanto, si no puedo adherirme a todo lo que ha dicho un hombre, por lo demás indiscutiblemente culto y experto en las cosas humanas, no tengo dificultad en reconocer que muchas cosas se hallan en la república de Utopía, que desearía para nuestros Estados, pero tengo pocas esperanzas de verlas realizadas.»
BIBLIOGRAFIA
Acerca de las reglas de canonización de los mártires:
Codex Juris Canonici, cánones 2.104 y 2.116, § 2;
S. Indelicato: II martirio nelle cause di beatijicazione e canonizzazione, EC., VIII, págs. 243-4.
Sobre Moro:
R. W. Chambers: The Saga and the Myth of Sir Thomas Moro, London British Academy, 1926 (indispensable para entender la Utopia);
C. Hollis: Sir Thormas Moro, Londres, 1934;
R. L. Smith: Vita dei Santi Martiri Giovanni Card. Fisher e Tommaso Moro, trad. Isola del Liri, 1935;
G. Sampson y A. G.: Utopia, Londres, 1910; texto latino y primera traducción inglesa de 1551;
T. Fiore, Bari, 1942, trad. italiana.
Pier Carlo Landucci
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