Mirad que subimos a Jerusalén
Bien sabía Él lo que allí le esperaba: la traición y la entrega en manos de sus enemigos, insultos, burlas, escarnios de toda clase, bofetadas, azotes, cruz, muerte.
Subir a Jerusalén era subir al Calvario.
Y en el Calvario le esperaba el suplicio más horroroso, más cruel e infamante.
Con todo, sube y sube con tal prisa, que sus discípulos apenas si alcanzan a seguirle.
Anuncia a sus Apóstoles lo que le aguarda en Jerusalén: Et ipsi nihil horum intellexerunt. ¡No entendieron nada! ¿Qué significaba aquello de que hablaba el Maestro?... ¡Pobre corazón humano, tan corto para penetrar en los misterios de la Pasión!
En Jerusalén esperaba a Jesús el Calvario.
Pero tras el Calvario estaba el triunfo de la resurrección.
Él lo anuncia a los suyos para levantar sus ánimos quebrantados; pero tampoco le entienden.
Yo también, Señor voy subiendo a Jerusalén; pero, ¡ay!, que no subo como Tú, con paso decidido y apresurado, sino con pasos lentos y perezosos, como si mis pies participaran de la pesadez que embarga mi alma cuando subo al lugar en donde le espera el dolor..., aunque después de ese dolor venga también el gozo de la resurrección.
Subo a Jerusalén trabajosamente cuando voy cumpliendo tu voluntad, que quiere probarme con el sufrimiento, con la enfermedad, con la contradicción, con las incomprensiones, que tanto me duelen.
Subo a Jerusalén con paso difícil y por sendas tortuosas cuando el deber de cada día se me hace monótono y duro, cuando me exasperan la rudeza o la desvergüenza de los que encuentro en mi camino.
Y como los Apóstoles, tampoco yo comprendo lo que significan esas palabras tuyas de escarnios y de bofetadas, de traiciones y de azotes y de cruz; en mi desolación, son palabras sin sentido.
Y cuando, con tu gracia, vislumbro algo de lo que ellas significan, siento que el temor se apodera de mí, y que mi andar se hace más lento y más pesado. Me atemoriza, me aterra esa cruz...
Sin embargo, Señor, yo sé que sin esa cruz no habrá resurrección gloriosa.
Y si quiero resucitar y triunfar contigo, menester es subir a Jerusalén, y subir por el camino áspero y duro por el que Tú subiste, y llegar contigo hasta el Calvario, y en el Calvario subir contigo a la cruz.
No hay otro camino.
Haz, Señor, que comprenda tus palabras.
Y que ellas me sirvan de estímulo y de esfuerzo en esta mi subida a Jerusalén.
Alberto Moreno S. I.
ENTRE EL Y YO
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