TRATADO II
PARTE I: LA ANTEMISA
SECCIÓN I: EL RITO DE ENTRADA
SECCIÓN I: EL RITO DE ENTRADA
8. El canto del introito
401. Después de haber besado el altar o, dado el caso, después de su incensación, el sacerdote lee en el misal, según costumbre actual, el introito, o sea el texto del canto que entonaba el coro al principio de la entrada procesional en la iglesia.
Adaptación al lugar
En la actualidad, debido a la construcción de los templos, que ha situado la sacristía muy cerca del presbiterio, tal procesión de entrada no se puede desarrollar sino cuando con el fin de alargar su recorrido se va en procesión por la iglesia. Pero tampoco en las sencillas construcciones de los primeros tiempos e incluso en las basílicas corrientes, que solían tener dimensiones modestas, podía haber una entrada solemne.
En cambio, sabiendo que desde el siglo IV se fueron levantando en los sitios más céntricos de la Ciudad Eterna edificios eclesiásticos verdaderamente colosales, y teniendo en cuenta que el secretarium, donde se revestía el clero para la función religiosa, estaba situado generalmente junto a la entrada de la basílica, es decir, en el extremo opuesto al ábside se comprende sin dificultad que la procesión del clero al altar constituyera un acto de importancia, sobre todo dado el gran número de clérigos que, según los ordines más antiguos, aparecen en las funciones religiosas papales.
Ambiente emocional
402. Comprendemos también que tal procesión no se iba a hacer en silencio, y como entonces no había órganos y los instrumentos musicales estaban prohibidos en la antigua Iglesia, quedaba para solemnizar este acto solamente el canto. El ambiente emocional de este canto se nos hace patente cuando pensamos en el único introito verdadero que se usa hoy en la liturgia, el Ecce, sacerdos magnus, a cuyos acordes entra el obispo, con ocasión de una gran solemnidad (Pontificale Rom., p. III, Ordo ad recipienaum processionauter praelatum), en el templo, ricamente adornado.
El texto, tomado de los salmos
En la liturgia romana encontramos hacia el final de la antigüedad una forma bastante artística de cantar el introito, que más tarde se llamó officium (Solch, Hugo de St. Cher, 55s. Este término se encuentra, en el siglo X, en Pseudo-Alcuino (De div. off.). Se usa generalmente hacia el final de la Edad Media lo mismo en Normandia que en Inglaterra. Para el origen de esta denominación, consúltese H. Leclercq, quien lo busca en la liturgia mozárabe, en la que los formularios de misa llevan el título Ad missam officium) decir, que lo mismo que los cantos de las procesiones de entrega de las ofrendas y de la comunión se cantaba por un coro de cantores bien adiestrado, y varía según las fiestas, a tono con las oraciones y lecciones. Era norma en aquel tiempo tomar todos los cantos del salterio, pues la poesía hímnica anterior, de la cual tenemos un ejemplo en el Gloria in excelsis, había caído en desuso en la época de que datan los textos de estos cantos procesionales, sobreviviendo tan sólo unos pocos restos de la misma. Por otro lado, el florecimiento más reciente de la poesía religiosa de la época de San Ambrosio, que se sujeta al metro y divide sus producciones en estrofas, se mantuvo alejada de la misa romana durante más de quinientos años. En Roma se sostuvo entonces el principio de no usar más cantos que aquellos que el mismo Espíritu de Dios había dictado. Principio que se impuso como remedio contra la desenfrenada propaganda maniquea, que se servía insidiosamente de cantos.
El modo de cantar, antifonal
403. El modo de cantar los salmos era antifonal (canto alternado. En la música griega significaba el modo de cantar la misma melodía por dos coros de octava diferente (hombres, mujeres o niños), sea alternando, sea cantando ambos coros juntos, de modo que vino a resultar un canto polifónico primitivo. Para la antifonía eclesiástica era esencial únicamente el canto alternado entre dos coros), es decir, se cantaba por dos coros que alternaban los versos. Un elemento siempre imprescindible en este canto alternativo o antifonal era el hacer preceder al salmo un verso que anunciaba la melodía del nuevo salmo. Este versículo previo, que llamamos hoy la antífona, debe probablemente su origen a razones de técnica musical, o sea que se empleaba para apoyar la entrada segura del coro, puesto que era costumbre en la música antigua insinuar antes la melodía por medio de un instrumento. Ahora bien, como los instrumentos, por ser cosa pagana, estaban prohibidos en el culto cristiano, la voz humana tenía que suplirlos; de donde resultó la actual antífona (H. Leclercq, Antienne). Antioquía fue la cuna del canto antifonal, que se introdujo precisamente como movimiento católico contra los arríanos. Cuando los superiores de los monjes católicos, Flaviano y Diodoro, futuros obispos, dieron en unir al pueblo para alzarse contra el influjo casi absoluto del arrianismo, echaron mano de este recurso del canto de los salmos para sus reuniones en los santuarios de mártires. De allí se difundió a todas partes el canto salmodiado, gracias principalmente a los monjes, que, además de poderse dedicar con más espacio al cultivo musical, tenían el suficiente conocimiento de los salmos. Contribuyeron también en gran medida las catedrales de las ciudades donde se habían creado grupos de cantores, Scholae cantorum.
La noticia del «Líber pontificalis»
404. Según una relación muy comentada, fue el papa Celestino I (432) quien introdujo el canto antifonado en Roma, sobre todo para el canto de introito; de él dice el Líber pontificalis: constituit ut psalmi David CL ante sacrificium psalmi antephanatim ex ómnibus, quod ante non fiebat, nisi tantum epistula beati Pauli recitabatur et sanctum evangelium. Sin embargo, esta noticia no tiene valor histórico (llama la atención sobre el hecho de que esta noticia proviene de la carta apócrifa de papa Dámaso y San Jerónimo). Con todo, sacamos de ella la conclusión de que, cuando se escribió esta parte del Líber pontificalis, en la primera mitad del siglo VI, el canto del introito, compuesto de versículos de salmos, (G. Morin (Les véritables origines du chant grégorien [Maredsous 18901 54) propone la hipótesis de que lo mismo que en la Ingressa de la liturgia milanesa y en los cantos correspondientes de otras liturgias no se usan salmos, tampoco se usaban en Roma en una época anterior a la en que nacieron los textos actuales del introito. Es posible, pero no se puede probar, que los textos de las antífonas de los introitos de las fiestas más antiguas que no están tomados de los salmos provienen de este orden antiguo. Sin embargo, esto es lo que supone C. Callewaert (lntroitus: «Eph. Liturg.» [19381 487) y Righetti (III 165s). Pues siempre hay que tener en cuenta la dificultad que existía, aun en tiempos posteriores, de expresar bien el tema de una fiesta con palabras sacadas de los salmos), ya estaba en uso desde hacia mucho tiempo (Las palabras antephanatim ex ómnibus faltan en la redacción antigua del texto (Duchesne, I, 89); es decir, que tal intervención del pueblo en tiempos anteriores no se atrevía a afirmarla ni siquiera un documento tan despreocupado en cuestión de fidelidad histórica como el Liber pontificalis. Se trata, por lo tanto, de una intromisión tardía). En las primeras descripciones de la misa papal, que datan del siglo VII, encontramos también el introito muy gráficamente explicado como canto de la Schola.
El introito en el culto estacional
Cuando el papa estaba preparado en el secretarium y a punto de entrar, hacía una señal a un clérigo, el llamado Quartus scholae, ut psallent. Este daba la orden inmediatamente al prefecto de la Schola, que se hallaba en doble fila, a la derecha y la izquierda, al pie del presbiterio. Esta división en dos coros obedecía a las exigencias del canto antifonal. En primera fila estaban los niños y detrás los hombres. El canto empezaba con la antífona, que se entonaba por el director, entrando en seguida toda la Schola para proseguir el canto hasta que pasase por delante de ella la procesión del clero y papa saludase con el ósculo de paz a los asistentes. A continuación daba el papa la señal para entonar el Gloria Patri. Al cantar el Sicut erat, se levantaban de dos en dos los diáconos para besar el altar. El papa seguía orando de rodillas usque ad repetitionem versus. Esta última frase se refiere, sin duda, a la antífona (Ordo Rom. I, n. 8: PL 941s. Con las mismas ceremonias nos encontramos también en el Capitulare eccl. ord. (Silva-Tarouca, 196): el papa espera rezando usque dum Clerici antiphonam ad in-troitum cum psalmo et Gloria et repetito verso dixerint), por lo cual vemos que se repetía al final del salmo. No se puede probar que en Roma se repitiera después de cada verso. Con todo. Wagner (Einführunq, I, 66) se inclina a suponerlo; Considera la repetición de la antífona después de cada versículo como norma general para el canto antifonal antiguo. Apoya ésta opinión sobre todo en las fuentes carolingias a partir del siglo IX, así como en los documentos posteriores, que contienen ya las melodías. No se puede negar que en el canto del oficio se usaba a veces tal repetición de la antífona después de cada versículo, y además es cierto que existen testimonios del siglo VIII de que la antífona se usaba como estribillo aun en los cantos de la misa, pues en el mencionado Capitulare eccl. ord. (Silva-Tarouca) se ordena que en los casos en que la antífona está tomada del mismo salmo, se cante después de ella el primer verso, luego se repita y después se cante el Gloria Patri con otra repetición de la antífona y el Sicut erat con una tercera repetición. A continuación debía cantarse otro versículo (alio verso de ipso psalmo) y la antífona por quinta vez. Vemos evidentemente en esta disposición otra fuente en el mismo Capitulare distinta de la que antes representaba expresamente el orden romano de la misa papal. Debió de intercalarse aquí una costumbre particular de un convento que no era de origen romano; por cierto es evidente que el texto del Capitulare contiene también ritos de origen galicano; p. ej., la intercalación en la p. 206. lín. 21, y la nota en la página 219; cf. Baumstark, JL 5 (1925) 158. Por lo demás, el texto citado, después de mencionar el Gloria in excelsis Deo para los domingos y días de fiesta, sigue diciendo que en los demás días antephona tantum ad introitum psalmo et «Gloria», subsequente «Kyrie eleison» (205, lín. 14s). En esta línea aparece otra vez la fuente romana, que supone, como cosa general, el canto de un Salmo y no sólo de un verso de salmo.
Más bien parece oponerse a tal suposición el texto mencionado, porque no dice: usque ad ultimam repetitionem versus. Tal repetición después de cada verso es una de las modificaciones del modelo romano, introducida en territorio franco, que probablemente se debía a tradiciones galicanas.
El salmo se reduce a un versículo, convirtiéndose en canto inicial
405. Los manuscritos más antiguos del antifonario romano del siglo IX, que contienen únicamente los textos sin los neumas, dan en los introitos todavía los salmos enteros (La edición de Hesbert demuestra que se apuntaba únicamente el principio del salmo. Falta la limitación a determinados versículos, como aparece en el ofertorio; p. ej., el domingo de Resurrección). La reducción del salmo a pocos versículos que observamos en los Introitos algo más tarde, debida a las condiciones diferentes de cada iglesia, se propagó muy irregularmente. En algunos sitios se hablaba aún en el siglo X de la señal que daba el obispo para terminar el salmo (incompleto) con el Gloria Patri, o se anotaba en los misales expresamente el segundo o tercer versículo del salmo. En otros sitios parece que la reducción a un solo versículo se hizo ya en el siglo VIII. Tal abreviación del texto es indudablemente, en parte, consecuencia de la mayor riqueza de las melodías que registran hacia el siglo X los manuscritos. Son ellas las que se encuentran en la actualidad puestas otra vez en uso por la edición vaticana del Gradúale romanum. Cantada con esta variedad de melodía, la antífona, sobre todo si se repite al final, ocupa por sí sola un espacio do tiempo considerable. Hay, con todo, otro hecho, y es que en las catedrales y colegiatas fuera de Roma no había espacio ni personal para una entrada solemne al estilo de la liturgia papal. Por esto se prescindió de los salmos enteros en los nuevos ordinarios de la misa. Por otra parte, el tiempo que antes se empleaba en esta procesión de entrada, ahora se invirtió en las oraciones y ceremonias nuevas al pie del altar y en la incensación del mismo. Natural era que con esto el canto del introito dejara de utilizarse como acompañamiento para la entrada solemne. Reducido a sus elementos más indispensables, se convirtió en un canto inicial, del que no se sabía, ni siquiera en la misa solemne, si se debía cantar antes de salir de la sacristía (A partir del siglo XI se encuentra a menudo la rúbrica que manda al sacerdote ir al altar cuando el coro empieza el Gloria Patri (Juan de Avranches, De off. eccl.; ordinario de la misa del cód. Chigi (Martene. J, 4. XII [I, 569 Bl). De los siglos XIII-XIV). También en el Ordinarium O. P. del 1256 (Guerrini, 235). El Liber ordinarius de Lieja limita la misma prescripción a las missae maiores. La costumbre pertenece también al rito cisterciense. En Lyón y Viena se cantaba este Gloria Patri primeramente con un tono más alto. Algunos ordinarios mandan al sacerdote salir de la sacristía cuando se empieza a cantar el verso del introito; así un sacramentado camaldulense del siglo XIII; cf. el ritual de Soissons (Martene, 1, 4 XXII XII [I, 6101). Semejante prescripción contiene ya en el siglo VIII el Breviarium eccl. ord. (Silva-Tarouca), pero se trata del primero entre varios versos) o cuando el celebrante ya hubiera llegado al altar, como más tarde fue la costumbre predominante (Así en parte ya en el siglo XI. En la Missa Illyrica hay una serie de apologías que el celebrante tiene que rezar mientras el coro canta los versus ad introitum, asi como el Kyrie y Gloria, y esto después de haber besado el altar). Si la edición vaticana del año 1907 ha vuelto a poner entre las rúbricas la de empezar el canto del introito accedente sacerdote ad altare, es un homenaje de respeto al sentido primitivo del canto, recién descubierto entonces.
Lo que hoy queda del canto antifonal
406. De su carácter primitivo de canto antifonal, que en la salmodia del oficio divino, cantado alternadamente por dos coros, había encontrado una expresión tan clara, no han quedado otros vestigios más que la antífona y el modo de cantarlo (El que el introito se cante por dos coros, lo mencionan e. o. Honorio Augustod. (Gemma an., I, 6) y Sicardo de Cremsna (Mitrale, III, 2) Solistas y coro alternan las dos partes del único versiculo que se ha conservado, así como también las de la doxología (Gradúale Vaticanum (1908), Ritus serv. in cantu missae La prescripción de que la antífona se ha de entonar por uno o varios solistas para continuarla hasta el fin el coro, recuerda a la antigua entonación de la antífona por el prior Scholae). Además, los libros litúrgicos siguen poniendo la sigla Ps. delante del versículo de salmo en lugar de la V que señala la parte que de la salmodia responsorial corresponde al cantor.
Ampliaciones posteriores
407. Al lado de esta reducción se ven al mismo tiempo algunas ampliaciones sorprendentes del introito, que contribuyen a darle a veces nueva vida. Así, por ejemplo, se Intentó en la reforma carolingia que todo el pueblo cantase el Gloria Patri acomodándose al sentido originario de esta doxología. Todavía un siglo más tarde se seguía inculcando esta prescripción Hubo en territorio franco otra ampliación del introito poco después de adoptar los francos la liturgia romana, a saber: la introducción de la costumbre de repetir la antífona después de cada versículo, siguiendo en este punto el modo que en ciertas circunstancias se usaba en Oriente. Entre estas modificaciones nos encontramos con el enigmático versus ad repetendum, que se registra ya en los antifonarios manuscritos más antiguos, en los que, lo mismo en el introito que en la comunión, junto al salmo y su antífona se encuentra además otro versículo del mismo salmo con la rúbrica: Ad repet. (En la misa del miércoles de témporas de adviento el antifonario de Compiégne (Hesbert, n. 5) dice después de la antífona: Psalm. Caeli enarrant. Ad repet. In solé vosuit. De los cinco manuscritos más antiguos reproducidos en Hesbert. el de Rheinau y el de Corbie no conocen el versículo ad repetendum; el de Mont Blandin, únicamente en las grandes solemnidades. Los dos restantes no coinciden sino raras veces en la elección del versículo. No se puede tratar, pues, de elementos de tradición romana Wagner (I, 66, nota 4) enumera algunos manuscritos más. Hasta la fecha no se ve claro en lo de la naturaleza de los versas ad repetendum. En esta explicación no se tiene en cuenta la circunstancia de que el versículo aparece muy pronto (ss. VIII o IX) ni la probabilidad de que el Capitulare eccl. ord. ya se refiera a él con las palabras alio verso de ipso psalmo. Efectivamente, el Capitulare, con sus prescripciones acerca del versículo de la comunión, que corresponde perfectamente al del introito, nos abrirá el camino hacia otra solución, que en el introito en último lugar habla expresamente de un versus ad repetendum, que difícilmente se puede identificar con la otra expresión, paralela del mismo capitulare, repetito verso. Explicacion diferente tendría la misma expresión en el Ordo de S. Amand). Ambos fenómenos obedecen sin duda a un mismo plan, conforme veremos más detenidamente en otro sitio.
Los «tropos»
408. En plena Edad Media llegan a tener cierta importancia otros dos modos de ampliar el introito, que menciona Juan Beleth (+1165). El primero consiste en que en días festivos se repetía total o parcialmente la antífona no sólo después, sino también antes del Gloria Patri, de modo que se cantaba tres veces. Costumbre frecuente, aunque no general, en los países de allende los Alpes (Parece que esta costumbre era general en Inglaterra. Dos ejemplos de misales españoles del siglo XVI, en Ferreres. Para Alemania se puede probar esta costumbre en las catedrales hasta el siglo XIX). La encontramos desde el siglo XI en adelante (Esta repetición de la mitad se encuentra también en los premonstratenses y en Hugo de S. Cher (+ 1263), que lo califica de cantar impertecte); los premonstratenses y los carmelitas han conservado este modo de cantar el introito hasta la actualidad. Se llama triumphare psalmis o triplicare. El otro modo consistía en ampliar el texto por medio de tropos. En el introito gustaba mucho el anteponer una frase introductoria (Por ejemplo, en Navidad: Laudemus omnes Dominum, Qui virginis per uterum Parvus in mundum venerat, Mundum regent quem fecerat: Puer natus... (Blume. 26). El tropo correspondiente a Pascua de Resurrección: Quem quaeritis in sepulcro fue, como se sabe, el punto de partida para los misterios medievales del domingo de Resurrección).
409. El misal de Pío V ha quitado todos los tropos. Nuestro tiempo, que quisiera devolver su sentido pleno al introito, se muestra inclinado a hacer revivir el salmo entero con ocasión de algunas solemnidades extraordinarias. Así, por ejemplo, el año 1922 se cantó el salmo entero en la misa de coronación de Pio XI (Cf. A. Winninghoff, O. S. B. que regularmente indica en el introito algunos versículos más. Así en las misas dialogadas se hace recitar el salmo entero).
Interpretación de algunos introitos
410. En las primeras épocas debieron dar más importancia al salmo, a juzgar por lo que consta en el formulario de algunas de las fiestas más antiguas. Se escogía aquel salmo que, según la interpretación alegórica de entonces, cuadraba mejor con el misterio del día. Así se explica que hoy, cuando por lo general conservamos de aquel salmo nada más que un versículo —el primero, o el segundo si el primero sirve de antífona—, éste a veces no parezca guardar ninguna relación clara con la fiesta; en cambio, si seguimos un poco adelante en el salmo, pronto veremos por qué se le ha escogido. Por ejemplo, el miércoles de témporas y el domingo cuarto de adviento aparece el primer verso del salmo: Caeli enarrant glorian Dei. Difícilmente adivinaríamos en él relación alguna con el adviento. Sin embargo, la descubrimos en el salmo al que pertenece el versículo: Ipse tamquam sponsus procedáis de thalamo suo (Sal 18,6), que en aquel tiempo se interpretaba del sol que es Cristo. En la tercera misa de Navidad hallamos, como versículo de salmo, una exhortación general a la alabanza de Dios: Caritate Domino canticum novum; es el principio del salmo 97, que se aplica al misterio de Navidad por sus versículos 2 y 3: Notum fecit Dominus salutare suum y Viderunt omnes fines terrae salutare Dei nostri. En el introito de Epifanía está el versículo: Deus, iudicium tuum regi da, del salmo 71, palabras cuyo sentido pleno se comprende solamente si se tiene en cuenta que más tarde sigue el versículo de los reges Tharsis et insulae. En el primer formulario de misa de un confesor pontífice leemos como verso del introito las palabras: Memento Domine David..., del salmo 130; solamente los versículos que siguen a continuación: sacerdotes tui induantur iustitiam (v. 9; cf. v. 16), revelan la relación de este salmo con el tema de la fiesta. En otros casos, el verso característico se encuentra destacado como antífona. Ya tendremos ocasión de ocuparnos de ellos.
Origen del «Gloria Patri»
411. Junto con el primer versículo del salmo se ha conservado el último, o sea el Gloria Patri. Este versículo, llamado doxología menor, acompañaba al canto antifonal de los salmos en Antioquía, y de allí pasó a todo el orbe, aunque no fue recibido siempre en seguida en todas partes. En su divulgación influyó mucho la lucha contra el arrianismo antioqueno. Los arríanos usaban como consigna la fórmula en sí ortodoxa, pero que se prestaba a interpretaciones torcidas: Gloria Patri per Filium in Spiritu Sancto, porque creían expresada en ella la subordinación del Hijo respecto al Padre, doctrina propugnada por ellos. A esta fórmula oponían los prohombres del campo católico, quienes al mismo tiempo solían propagar el canto antifonal de los salmos, la otra de antigua tradición entre los sirios: Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto la cual, siguiendo la fórmula del bautismo (Mt 28,19), inequívocamente expresa la consubstancialidad del Padre y del Hijo. Con esta fórmula, pues, debían terminar todos los salmos, como homenaje del pueblo de Dios a la Santísima Trinidad. La segunda parte, Sicut erat, por lo menos en esta redacción, es propia del Occidente, aunque tiene en épocas muy antiguas su equivalencia en Oriente, sobre todo Egipto En el sínodo de Vaison (529), que lo menciona por vez primera, aparece dirigido contra los herejes que negaban la eternidad del Hijo (Can. 5), es decir, una vez más contra los arríanos. De manera que se acentuaba sobre todo el erat in principium, y esto en relación con el Hijo y el Espíritu Santo, aunque con esta afirmación no hacemos otra cosa que atribuir al Dios trino y uno la glorificación que le corresponde desde el principio y le corresponderá siempre (Sicut erat sc. gloria. Asi ante todo en la suposición, enteramente posible, de considerar el Gloria Patri como afirmación de un hecho y no como expresión de un deseo. cf. Jungmann, Dic Stellung Christi, 165s).
La omisión del «Gloria Patri», resto del ceremonial antiguo
412. ¿Por qué se omite el Gloria Patri durante el tiempo de la Pasión? Durando ve en esto la expresión de la tristeza por la pasión del Señor, y tal interpretación seguramente dio lugar a que se suprimiera también en las misas de Requiem. La realidad, no obstante, es que esta costumbre es una supervivencia manifiesta de los ritos antiguos que se usaban en Roma por aquella época, en la que el canto antifonal aun no comprendía el Gloria Patri. Es lo mismo que observamos en tantas otras ceremonias de Semana Santa, y que obedece al sentido tradicional, tan característico en la liturgia. En la misa del Sábado Santo, en la que falta el introito y los otros cantos antifonales del ofertorio y de la comunión, y en el Viernes Santo, que carece del rito de entrada, tenemos los ejemplos más característicos de este espíritu. Si no se podían conservar los ritos antiguos en todas las fiestas, por lo menos que sobrevivieran en las grandes solemnidades como nota distintiva de las mismas.
Introitos «regulares» e «irregulares»
413. Desde el punto de vista musical, la antífona es la parte principal del introito. Ella es también la que mejor expresa el ambiente de la fiesta. Así cantamos, por ejemplo, en la misa del gallo el salmo 2 con su verso 7 como antífona: Dominus dixit ad me, Filius meus es tu. Es el que mejor ambienta la fiesta; por esto se le ha elegido como antífona. En la solemnidad de un confesor no pontífice es el salmo 91, con su versículo 13 como antífona: Iustus ut palma florebit. Estos introitos se llamaban en la Edad Media regulares, mientras los otros, cuya antífona no era versículo del mismo salmo, se calificaban de irregulares (Durando. IV, 5 5. Sube el grado de «irregularidad» si ni siquiera el versículo está tomado de los salmos, como, por ejemplo, en la fiesta de los Siete Dolores). Es fácil ver que precisamente en días y tiempos festivos se notaba la tendencia a romper con el esquema del introito regularis para anunciar con palabras claras el misterio de la fiesta. Pero también en estos casos se usaba en la mayor parte de las veces palabras de la Sagrada Escritura. Así pregona la antífona de la tercera misa de Navidad la Buena Nueva con una palabra del profeta Isaías: Puer natus est nobis et Filius datus est nobis...', y la de Pentecostés con el versículo del libro de la Sabiduría: Spiritus Domini replevit orbem terrarum... Llama la atención el que el verso de la Sagrada Escritura se tome preferentemente de la Epístola: Gaudete in Domino; Cum sanctificatus fuero; Viri Galilaei: De veníre matris meae; Nunc scio vere (En algunos casos, la epístola se ha substituido posteriormente por otra). A veces, no obstante, se prescinde incluso del texto bíblico. En algunas fiestas de santos se exhorta simplemente al gozo: Gaudeamus omnes in Domino diem festum celebrantes..., texto que probablemente es de San Gregorio Magno, que parece haberlo compuesto para la dedicación de la iglesia de Santa Agueda, el año 592. La misa en honor de la Santísima Virgen empieza con el alegre saludo del poeta Sedulio: Salva, Sancta parens...
Algunos ejemplos de introitos bien logrados
414. Con sencillez, pues, pero con maestría se indica en la antífona del introito el motivo de la fiesta inspiradora de santa alegría en la asamblea litúrgica. Hay ejemplos de una doble alusión al sentido de la fiesta y, a la vez, la procesión de entrada, interpretando esta última como figura de una realidad más elevada y hermosa, encarnada en la solemnidad del día. Asi, por ejemplo, cuando se canta en Epifanía: Ecce advenit Dominator Dominus, o el miércoles de la semana de Pentecostés: Deus cum egredereris. En la semana de gloria, al saludar a los neófitos que habían entrado en el templo con sus vestiduras blancas, se canta el sábado: Eduxit populum suum in exultatione, alleluia, et electos suos in laetitia; el lunes: Introduxit vos Dominus in terram fluentem lac et mel; y el miércoles: Venite, benedicti Patris mei.
Los introitos de los domingos después de Pentecostés
415. Puede darse el caso —y se da en los domingos después de Pentecostés— de que falte un motivo concreto y determinado. Entonces se toma de los salmos cualquier tema más general en que encuentren expresión los diversos estados espirituales del hombre ante Dios: confianza, fe, alabanza, petición. Y como no existe plan alguno, se sigue el orden numérico del salterio, pero sin sujetarse a regla fija, sino escogiendo al azar los versículos. Se conoce que quien escogió por vez primera estos versículos empezó con el salmo 12, y cada domingo iba tomando antes de la misa el libro de los Salmos, para abrirlo en el sitio donde lo había dejado el domingo anterior, siguiendo la serie de los salmos hasta encontrar un versículo que le gustaba. Eso no lo hizo solamente para el introito, sino también para el verso aleluyático, ofertorio y comunión; pero no solía escoger a la vez para todos estos cantos sus versículos tomándolos del mismo o siguiente salmo, sino que seguía para cada uno de los cantos una serie completamente independiente de los demás. Así hasta el domingo 17: después se nota la influencia del antiguo adviento.
Empieza el celebrante a leer el introito
416. A pesar de que el introito por su naturaleza era un elemento propio de la misa solemne, pronto se extendió a otras misas, incluso a la misa privada. Podemos observar este proceso en un documento del siglo VII-VIII, el ya mencionado Capitulare ecclesiastici ordinis. Este documento franco-anglosajón del siglo VIII, compuesto a base del escrito del archi-cantor Juan, no parece conocer otro fin que el de imponer el uso del introito en todas las misas; pues el autor trata este punto dos veces con gran insistencia, afirmando que cada sacerdote tiene la obligación de decir el introtito con salmo (verso de salmo) y Gloria Patri en todas las misas, aun cuando las diga en conventos o en el campo o celebre él solo y en los días laborables, alegando que así es la ordenación de la sedes sancti Petri. Termina afirmando que quien, a pesar de saberlo, no cumple con ello, non recto ordine offert, sed barbárico. Esta norma que pide al sacerdote que lea él mismo el introito en cada misa, se extendió en la baja Edad Media también a la misa solemne, a pesar de que el introito se cantaba por el coro.
¿Por qué no hay introito en la misa del sábado santo?
417. La única misa que actualmente carece de introito es la del Sábado Santo. Algunos de los más antiguos manuscritos del antifonario tienen en este día, lo mismo que en la vigilia de Pentecostés, la rúbrica Ad introitum letanía. La razón de la omisión del introito está, por tanto, en que a la entrada del clero desde el baptisterio se la acompaña con una letanía. En la antigua liturgia estacional encontramos también otro caso, aunque fuera de la misa, en que la letanía substituye al canto del salmo. Cuando en las letanías mayores una procesión de rogativas visitaba en su recorrido una Iglesia, entraba en ella, según el Ordo de Saint Amand, cantando una letanía que se entonaba un poco antes de llegar a la iglesia. Al final el papa rezaba una oración.
La primera palabra, nombre del formulario
418. El introito es el texto inicial de las partes variables de la misa. Sus primeras palabras son, por lo tanto, las primeras en los formularios, y por esto sirven de nombre para el formulario, y muchas veces también el día. Así se habla de la misa de Requiem y del domingo Laetare.
La señal de la cruz
419. El carácter del introito como rito de comienzo se expresa también por la señal de la cruz que se hace al empezar a leer el texto (Entre los primeros testimonios se cuentan los Statuta antiqua, de los cartujos. S. XIII). Difiere esta señal de la cruz de la otra que se hace al principio de las oraciones ante las gradas, por no ir acompañada actualmente de ninguna fórmula. En cambio, misales de la baja Edad Media registran con frecuencia tales fórmulas; por ejemplo, la corriente In nomine Patris (Así en Sarum. S. XIV) o los dos versículos Adiutorium nostrum y Sit nomen Domini o ambos juntos. También se encuentran a veces otras fórmulas de bendición (Según Bernardo de Waging (1462), en Alemania era costumbre decir antes del introito Domine labia mea o Deus in adiutorium. El misal de Augsburgo, de 1555, contiene Adiutorium nostrum y Domine labia mea. En el ordinario de Augsburgo, del siglo XV, se encuentra sólo el segundo versículo. A veces se decía también, además de estas fórmulas, el Spiritus Sancti nobis assit gratia. Sólo el Deus in adiutorium inicia el introito en el misal de los ermitaños paulinos, de Hungría). El carácter privado y preparatorio de todo lo que precede al introito se manifiesta además por la rúbrica de algunos ordinarios de misas medievales, que prescriben que se prepare el cáliz inmediatamente antes de empezar el introito (Rito cisterciense más antiguo. Misales húngaros).
El sitio
420. El sacerdote lee el introito en el lado de la Epístola. Así como el obispo ocupa durante la antemisa su sitio en la cátedra, así todos los clérigos de rango inferior tienen su puesto al lado derecho del altar, según norma antigua que se remonta hasta los Ordines Romani del culto estacional. Allí debe el sacerdote no solamente esperar a que el coro termine el canto del introito, sino quedarse hasta después de la Epístola rezando las oraciones que le corresponden. El que se dijera más tarde el Kyrie Eleison, el Gloria y Dominus vobiscum en el centro del altar, se ha de considerar como excepciones que poco a poco se fueron imponiendo.
P. Jungmann. S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA
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