HERESIARCA
Primer autor de una herejía, o jefe de una secta herética.
Es constante que los más antiguos heresiarcas, hasta Manes inclusive, eran o Judíos que querían sujetar los cristianos a la ley de Moisés, o paganos mal convertidos que trataban de someter la doctrina cristiana a las opiniones de la filosofía. Tertuliano lo ha demostrado en su libro De las prescripciones, c. 7, y ha manifestado un detalle que todos los errores que habían perturbado el cristianismo hasta entonces, provenían de alguna de las escuelas de filosofía. San Jerónimo pensó lo mismo, (In Nahum, c. 3, col. 1588). Según la observación de un sabio académico, los filósofos no vieron sin envidia un pueblo que despreciaban, hecho sin estudio, infinitamente mas ilustrado que ellos, respecto a las cuestiones mas interesantes para el género humano, sobre la naturaleza de Dios y del hombre, sobre el origen de todas las cosas, sobre la Providencia que gobierna el mundo, y sobre la regla de costumbres; trataron de apropiarse una parte de sus riquezas para hacer creer que se debían a la filosofía mas bien que al Evangelio. (Mem. de la academ. de las Inscripc. T. 50, en 12°, pág. 287). Este motivo no era bastante puro para formar cristianos fieles y dóciles.
Una religión revelada por Dios,que propone misterios, que no deja libertad para disputar ni argumentar contra la palabra de Dios, jamás será del agrado de hombres vanos y pertinaces, que se lisonjean de descubrir toda verdad por la fuerza de su entendimiento. Someter la razón y la curiosidad al yugo de la fe, encadenar las pasiones por la moral severa del Evangelio es un doble sacrificio penoso para la naturaleza; no es admirable que en todos los siglos se hayan encontrado hombres poco dispuestos a hacerlo, o que después de haberlo hecho al principio se volviesen atrás.
Los jefes de las herejías no han hecho otra cosa mas que llevar a la religión ese espíritu contencioso, inquieto y celoso, que siempre ha reinado en las escuelas de filosofía.
Mosheim conjetura con mucha probabilidad que los judíos aferrados en la santidad y perpetuidad de la ley de Moisés, no querían reconocer la dignidad de Jesucristo ni confesar que era el Hijo de Dios, por temor de verse obligados a convenir en que en calidad de tal había podido abolir la ley de Moisés; que los herejes llamados gnósticos seguían mas bien los dogmas de la filosofía oriental que los de Platón y los demás filósofos griegos. Pero esta segunda opinión no es tan cierta ni tan importante como dice Mosheim. Hace mención de una tercera especie de herejes; eran unos libertinos que pretendían que la gracia del Evangelio libertaba a los hombres de toda ley religiosa o civil, y que llevaban una vida conforme a esta máxima. Seria difícil probar que estas gentes compusieron una secta particular.
Desde el primer siglo los apóstoles colocaron en el número de los herejes a Hymmeneo, Filetes, Hermógenes, Figélus, Démas, Alejandro, Diotrefo, Simón el Mago, a los nicolaítas y a los nazarenos. Parece que San Juan Evangelista no había muerto todavía cuando Dositeo, Menandro, Ebion, Corintio y algunos otros metieron mucho ruido. En el siglo II, mas de cuarenta sectarios hicieron hablar de ellos y tuvieron partidarios. Fabricio, (Salut. lux Evangelii, etc.,c. 8. 4 y 5). Entonces el cristianismo, que no hacia mas que nacer, ocupaba todos los entendimientos, era objeto de todas las disputas, dividía todas las escuelas; pero Hegesippo atestiguaba que hasta su tiempo, es decir hasta el año 133 de Jesucristo, la Iglesia de Jerusalen no se había dejado todavía corromper por los herejes; el celo y la vigilancia de sus obispos la habían puesto al abrigo de la seducción.
Hay que hacer una observación importante con este motivo; y es que los heresiarcas mas antiguos y mas al alcance de comprobar los hechos referidos en el Evangelio, jamás pusieron en duda la verdad. Aunque interesados en desacreditar el testimonio de los apóstoles, jamás negaron su sinceridad. Ya hemos repetido esta observación hablando de cada una de las antiguas sectas, porque es decisiva contra los incrédulos que se han atrevido a decir que los hechos evangélicos no fueron creídos ni confesados sino por hombres de partido.
Bayle definió un heresiarca, un hombre que por hacerse jefe de partido siembra la discordia en la Iglesia y rompe su unidad, no por el celo de la verdad, sino por ambición, por envidia o por alguna otra pasión injusta. Es raro, dice, que los autores de los cismas obren de buena fe. He aquí porqué San Pablo pone a las sectas o las herejías en el número de las obras de la carne que dañan a los que las cometen (Galat. V, 20); esta es la razón por que dice que un hereje es un hombre perverso, condenado por su propio juicio (Tit. III, 10). Por consiguiente Bayle conviene en que no hay delito mas enorme que el de desgarrar el cuerpo místico de Jesucristo. calumniar a la Iglesia, su esposa, hacer sublevarse a los hijos contra su madre; que es un crimen de lesa majestad divina en el primer jefe. (Supl.del Coment. filosóf., pref. y c. 8).
Sin duda que los apologistas de los heresiarcas no acusarán a Bayle de ser un casuista demasiado severo. Con efecto, aun cuando un doctor cualquiera estuviese íntimamente persuadido de que la Iglesia universal está en el error, y que él puede probarlo de una manera invencible; ¿quién le ha dado la misión para predicar contra ella? No puede desde luego, sin un exceso de presunción, lisonjearse de entender mejor la doctrina de Jesucristo, que lo ha sido hasta aquí, desde los apóstoles hasta nosotros, por los doctores mas hábiles. No puede sin una temeridad insoportable suponer que Jesucristo ha faltado a la palabra que ha dado a su Iglesia de velar sobre ella y defenderla contra los asaltos del infierno hasta la consumación de los siglos. Aun cuando por imposible hubiese descubierto algún error en la creencia de la Iglesia, el bien que podría hacer publicándolo y refutándolo, ¿igualaría nunca al mal que han causado en todos tiempos los que tuvieron el furor de dogmatizar?
Si un heresiarca pudiese prever la suerte de su doctrina, jamás tendría valor para darla a luz. No hay uno solo cuyas opiniones hayan sido fielmente seguidas por sus prosélitos, que no haya causado guerras intestinas en su propia secta, que no haya sido refutado y contradicho en muchos puntos por los mismos que había seducido. La doctrina de Manés no fue conservada por completo, ni entre los paulicianos, ni entre los búlgaros, ni entre los albigenses; la de Arrio fue atacada por los semiarrianos lo mismo que por los católicos: los nestorianos hacen profesión de no seguir a Nestorio, y los jacobitas dicen anatema a Eutíques: unos y otros se averguerzan del nombre de sus fundadores. Los luteranos no siguen ya las opiniones de Lutero, ni los calvinistas las de Calvino. Es imposible que estos dos heresiarcas no se arrepintiesen a la vista de las contradicciones que experimentaron de los enemigos que hacían, de las guerras que excitaban y de los crímenes de que era su primera causa.
En el siglo III, Tertuliano pintó de antemano a los heresiarcas de todos los siglos en su libro de las Prescripciones. Rechazan, dice, los libros de la Escritura que les incomodan; interpretan los demás a su manera; no tienen escrúpulo en alterar el sentido en sus versiones. Para ganar un prosélito, le predican la necesidad de examinarlo todo, de buscar la verdad por si mismo; cuando ya le tienen por suyo, no permiten que se les contradiga. Lisonjean a las mujeres y a los ignorantes, haciéndoles creer que bien pronto sabrán mas que todos los doctores; declaman contra la corrupción de la Iglesia y del clero; sus discursos son vanos, arrogantes, llenos de hiel, marcados con todo el sello de las pasiones humanas, etc. Aun cuando Tertuliano hubiese vivido en el siglo XVI, no hubiera pintado mejor a los pretendidos reformadores. Erasmo hacia un retrato muy semejante.
HERÉTICO
Nota de herejía impresa a una proposición por la censura de la Iglesia. Demostrar lo herético de una opinión, es hacer ver que es terminantemente contraria a un dogma de fe decidido y profesado por la Iglesia Católica. Herético es lo opuesto a catolicidad, ortodoxia.
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