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sábado, 9 de junio de 2012

El modelo.

Qué sabor tan agradable tienen las fiestas de Navidad! ¡Cuánto se disfruta en ellas!
¿No es verdad que en tus tiempos de colegiala las anhelabas con más afán que las demás vacaciones, y que, una vez pasadas, dejaban en ti un sedimento de nostalgia, superior a la morriña, que sentías al reanudar las tareas escolares tras de cualquier otra interrupción?
¡Qué días tan íntimos, de alegría suave y tierna, de emociones delicadas, de compenetración de almas, junto a mayor contacto de codos con los seres amados!
Son, realmente, las Navidades, fiestas hogareñas. En ellas el hogar se siente con más intensidad, precisamente al conectarse con aquel otro hogar modelo, que el mismo Dios quiso constituir en la tierra.
¡El hogar de Dios! No es un mito; no és una fantasía ; no es una bella ficción creada para satisfacer el hambre de nuestra mísera indigencia. Es una realidad Dios quiso tener en la tierra un hogar como el tuyo.
Nos ha amado tanto, que ha querido ser El personalmente quien nos enseñase a vivir. Para ello quiso asemejarse a nosotros; hacerse uno de nosotros.
¿Te das cuenta de lo grande que es esto? Jamás se lo agradecerás lo suficiente. Se hizo como tú; y como tú tuvo un hogar; y en él obró como tú debes obrar, para que de su vida práctica aprendieses tú.
En Belén fué un niño pequeñito como cualquiera de tus hermanitos recién nacidos. La Virgen le tomaría en sus brazos, le cunaría en ellos al ritmo de tiernas canciones, le tendría sobre sus rodillas, le amamantaría, lavaría y arreglaría multitud de veces. Y el niño le sonreiría como te sonríe a ti tu hermanito, y le lanzaría sus manecitas buscando sus caricias, y balbuciría para Ella esas expresiones inarticuladas que constituyen el lenguaje de los bebés. San José le tomaría con sus manos anchas y callosas de trabajador, lo levantaría a la altura de su boca y le besaría con la fruición incontenida de quien ama como padre.
¡Qué poesía tan intensa convertida en realidad!
Después... Nazaret. Formando calles pinas y tortuosas las casas que se descuelgan por la ladera de la montaña, adheridas a la roca.
Una de ellas cobija el hogar de Dios en la tierra allí habita El, primero como niño pequeño, más tarde como adolescente, por fin, como un joven que se transforma en hombre.
La Historia nos oculta con un tupido velo las intimidades de la casita nazarena; sólo unos pequeños desgarrones abiertos en su trama por la revelación nos permiten asomarnos un tanto a su interior.
San Lucas, a quien se supone confidente de la Virgen en lo que se refiere a la infancia y vida oculta de Jesús, resume ésta en dos frases lacónicas: «El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El.» «Les estaba sujeto... Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres.»
Ya lo sabes; como la flor crece en el arbusto entre sus ramas y hojas; como el grano crece en la espiga al abrigo de su envoltura pajiza, como el pájaro crece en el nido bajo las alas de sus padres, así crecía Jesús en aquel nido blando y templado de Nazaret, bajo los cuidados amorosos de María y la autoridad cariñosa de José.
Tenía tu edad; era como tú, un hijo de familia; y haciendo una vida hogareña, en contacto íntimo con sus padres, como tú debes hacerla, crecía y se fortalecía en el cuerpo, y crecía y se educaba en el alma, dando cada vez mayores pruebas de sabiduría y de gracia.
Se educaba, he dicho, y no te asombre. Era Dios, y, por tanto, perfecto en grado infinito; pero para ser modelo práctico de niños y jóvenes en período de formación, quiso ser educado como ellos, creciendo aparentemente en cultura exterior y en manifestaciones de virtud.
Así, en los detalles principales de la vida hogareña, no tienes más que levantar tus ojos a lo alto, mirar hacia Nazaret, y ver el ejemplo divino, al cual debes amoldar tu conducta.
A través de las ventanas de su humilde casita, parece que Jesús se dirige a cuantos son hijos de familia, y les dice, como más tarde había de decir en su predicación: «Venid a Mí..., aprended de Mí.»
«Vosotras, las muchachas del siglo xxi, las de la época de las oficinas, de los talleres, de los deportes y de las diversiones, venid al hogar, y centrar en él vuestra vida. No abandonéis la intimidad familiar, porque fácilmente os despistaréis en vuestro camino y perderéis el equilibrio. Yo soy vuestro Dios y tengo mi hogar. ¿Para qué? Para que aprendáis de Mí.
He podido emanciparme muy pronto, apoyándome en mi divinidad, y, sin embargo, no lo he hecho, y permaneceré hasta los treinta años en mi puesto de hijo de familia, que es el que a ti te corresponde.
Soy como tú; sé tú como Yo.
No huyas del hogar, no trates de resquebrajar su contextura y desvanecer su intimidad; no vuelques sobre el arroyo sus interioridades delicadas, tejidas con trozos de alma y de corazón. Guarda el,perfume precioso de la esencia familiar en el vaso rico de tu casa; que el frasco destapado pierde pronto el aroma, y es necesario que, cuando en la vida social, hoy tan vertiginosa, te molesten' los miasmas pestilentes y amenacen asfixiarte, puedas aplicar tu olfato interior a la esencia familiar y encontrar en su olor balsámico el antídoto oportuno.
No sacudas el yugo paterno, ni rehuyas las confidencias de tus progenitores, ni intentes levantar una pared aisladora entre tú y los tuyos. Procura reforzar los lazos afectivos y los conductos de las mutuas influencias. Empápate en su vida y rebosa la tuya sobre ellos. En el hogar debe haber un solo corazón palpitando en muchos pechos, y una sola alma aleteando en diversas personas de variado perfil, como sobre el llar arde una sola llama alimentada por diversos leños.
Ven en espíritu a Nazaret y aprende de Mí.»
Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

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