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sábado, 2 de febrero de 2013

La amiga de mama.

Tu mejor amiga ha de ser tu madre.

Podrás y deberás tener otras de tu edad con las cuales alternes, te expansiones y diviertas; pero la mejor de to­das las amigas ha de ser para ti tu propia madre.
Mayor cariño, comprensión, espíritu de sacrificio, tole­rancia, benevolencia y fidelidad no encontrarás en ningu­na otra persona.
Ya sé que está de moda despegarse de la madre y hacer alarde de que ésta no influye nada en la propia vida.
Es una de esas posturas ridículas que sólo merecerían una sonrisa de compasión si no fuese por los estragos que hace en la muchachada.
Se priva con ello a las chicas de su principal confiden­te, del guía que Dios les ha puesto en la naturaleza
La fruta que prematuramente se arranca del árbol o no madura o lo hace artificialmente. Lo mismo le pasa a la muchacha a quien se arranca demasiado pronto de la intimidad materna; el sentido de la vida no llega en ella a sazonar; a lo sumo adquiere una madurez artificial.
Jamás la fruta sazonada artificialmente puede equipa­rarse a la que ha conseguido una madurez natural. Es ésta más bonita, más sabrosa y más rica en cualidades alimen­ticias.
Hoy abundan las chicas insípidas, de personalidad des­dibujada, con ideas confusas y sentimientos mal formados. No es extraño; han madurado artificialmente.
No pretendo con esto que vivas tan pegada a tu madre que no sepas separarte de ella. Lo que te digo es que, a su lado o lejos, vivas unida con ella, como con tu mejor ami­ga, y, por encima de las opiniones de todos los demás, es­cuches su parecer, que en tu balanza debe tener un peso superior a cuanto te diga todo el mundo.
Tu alma debe ser para ella transparente, de manera que todos tus sentimientos, afectos, ilusiones e ideales le estén siempre patentes.
¿Por qué ocultarle lo que piensas, sientes, planeas o deseas, si en ello no hay nada vergonzoso?
¿Y si algo culpable en ello hubiese, mejor que ocultar­lo, no sería arrancarlo o enderezarlo, según los casos? ¿Y quien podrá ayudarte a ello mejor que tu madre?
Me dan miedo esas chicas que son reservadas con sus mamás y proceden a sus espaldas o, por lo menos, a su margen. ¡Qué difícil es que no den un patinazo! En cam­bio, si conservan la confianza con quien les dio el ser, y se lo cuenta todo, aun cuando atraviesen una de esas crisis de desorientación, de distracción y de tontería, que son epidemia de la juventud, conservo la esperanza de que, tarde o temprano, conseguirán enfocar y equilibrar su vida sin mayores consecuencias.
Si le ocultas tu interior, si le disimulas los pensamien­tos, si le cierras con siete llaves la puerta de tu corazón, de tu voluntad, de tu alma, ¿cómo podrá formarte?
Lo más probable es que no acierte en los procedimien­tos que contigo ha de emplear.
Y después te quejas de que tu mamá no te entiende, de que no acierta contigo. ¿Cómo te va a entender si tú haces todo lo posible para que no te conozca?
Dices que tu mamá no puede comprenderte porque tiene muy distinta edad y los años cambian la manera de ver las cosas; que pertenece a otros tiempos ya pasados, en los cuales las costumbres eran muy otras.
Es cierto; entre tu mamá y tú han de mediar, por lo menos, veinte años; mas este lapso de tiempo, en vez de ser perjudicial para la confidencia, es beneficioso. Los años dan sensatez, ponderación, prudencia y equilibrio, a la par que alejan de la ligereza, de la superficialidad y de la irre­flexión. Cuanto más se avanza por la vida, se miran las cosas con mayor frialdad, se cala más hondo, se distingue mejor la realidad de los espejismos, se tiene mayor objeti­vidad en los juicios. ¿No es ésta una gran ventaja para poder aconsejar?
Por otro lado, tu madre ha sido como tú, ha vivido los mismos problemas que actualmente te preocupan, ha sen­tido la quemazón de los mismos deseos y el hormigueo de las mismas inquietudes.
Ha crecido viendo venir tras de ella a otras chicas con idénticas preocupaciones, obstáculos, fracasos y éxitos. La serie de chicas caminando por el mismo o parecido sende­ro se ha prolongado desde ella hasta ti. Tiene una expe­riencia estupenda que le capacita para ver con más cla­ridad y resolver con mayor probabilidad de éxito.
¡Cuánto sabe tu madre! Las chicas creéis que sabéis más porque habéis nacido en un tiempo de mayor progre­so, entre más aventajados adelantos, y habéis recibido una instrucción más esmerada, con estudios que vuestras ma­más no hicieron.
Desengáñate: la ciencia de la vida no se adquiere estu­diando Geografía o Matemáticas; la ciencia de la vida se aprende viviendo, y como tu madre ha vivido más que tú, sabe más, muchísimo más que tú, y por eso está muy bien capacitada para poderte enseñar y aconsejar en cada uno de esos casos.
Cuando te surja un problema de la vida, cuando tu co­razón salte con latidos desacostumbrados, cuando el esca­rabajeo de una preocupación te hurgue en el pecho o un recuerdo grato o ingrato se incruste en tu mente o tu con­ciencia se encabrite o se retuerza, no busques la solución en el texto de Ciencias Naturales, ni en la Filosofía, ni en las Matemáticas superiores; vete adonde tu madre, háblale claro, confíate a ella y deja que abra delante de ti el libro de su experiencia, donde encontrarás la ciencia prác­tica de la vida.
Vosotras, las muchachas, como sois nuevas, creéis que todo es nuevo, y que lo que os pasa no ha pasado nunca.
No seáis ingenuas. La vida es muy vieja, y cuanto os acontece se ha repetido en millones de casos a través de los siglos.
Siempre ha habido en el mundo chicas que antes fue­ron niñas y después serán mujeres, y esas chicas tuvieron un complejo psicológico como las de ahora, con las mis­mas pasiones, apetitos y tendencias combinadas en pro­porciones idénticas.
Vuestro mundo no es nuevo más que en el exterior, en
lo accidental; en lo interior y esencial es como el mundo de vuestros abuelos, o de la Edad Media, o de la época ro­mana o griega, o de los tiempos anteriores al diluvio.
Tu cuerpo es como el de las mujeres de aquellas eda­des. Los tiempos han cambiado; pero sus cambios no han logrado modificar la configuración corporal de la mujer, sino que tan sólo han introducido variación en los vesti­dos que la cubren. Fueron éstos pieles en las épocas pre­históricas, túnicas más o menos amplias en la cultura grie­ga y romana, corpiños ajustados y abundosas faldas en el período gótico, miriñaques descomunales en los tiempos de las meninas y faldas hasta el tobillo cuando vuestras abuelas eran de vuestra edad. A eso han quedado reduci­dos todos los cambios del tiempo; pero bajo tan diversos vestidos, el mismo cuerpo, más o menos alto, más o me­nos grueso, más o menos bello, pero con la misma organi­zación y configuración esencial.
Lo mismo ha sucedido respecto a las almas. Tu alma es idéntica a la de tu madre y a la de todas las mujeres nacidas de Eva a través de los más diversos tiempos. El mismo complejo psíquico combinado en una u otra propor­ción, pero con la misma organización y contextura. El tiempo no ha conseguido introducir en ellas cambio algu­no, sino tan sólo cubrirlas con diversos ropajes.
Son muy distintas las costumbres de ahora de las de la época de nuestras madres, sé dice; y esto es cierto en cuan­to a lo accidental, pero no en cuanto a lo esencial, en lo cual continúan siendo idénticas con los mismos proble­mas, complicaciones, revulsivos y reacciones.
De donde resulta que, así como, cuando tu cuerpo en­ferma o es objeto de cualquier afección, acudes a tu ma­dre y le juzgas capacitada para entenderte y atenderte, así también cuando tu alma enferma sufre agitación o atraviesa alguna crisis, debes acudir a tu madre, confiada en que la encontrarás capacitada mejor que nadie para comprenderte, ayudarte a salvar la situación y conseguir el éxito.
Ten amigas de tu edad, amigas buenas que con sus ri­sas hagan coro a tus alegrías, te sirvan para expansionar­te, te acompañen en la honesta diversión y sean tu ayuda en el regocijo y en la virtud; pero sobre todas ellas, ten, como tu mejor amiga, a tu madre. Jamás te arrepentirás de ello.
 Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

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