Vistas de página en total

lunes, 11 de febrero de 2013

MARTIRIO DE LOS SANTOS CLAUDIO, ASTERIO Y COMPAÑEROS, BAJO GALERIO, AÑO 306 (?)

     También la fecha del martirio de este grupo anda en balanzas. Dom Ruinart, siguiendo la indicación final de las actas: Habita est passio haec Augusto et Aristobulo consulibus, señala el año 285; pero todo el contexto de las actas supone desencadenada la persecución general, que no estalla, como sabemos, hasta el 303. Seguiremos, pues, a Allard (V, p. 68 y ss.), que la pone en 306, cuando, tras la dimisión o abdicación imperial de Diocleciano y Maximiano, Galerio era dueño absoluto de Oriente y aspiraba a serlo de todo el orbe romano. El año 306 debe marcarse como hito de la Historia, pues en él surge el hombre a quien está reservado el porvenir. Constancio, presintiendo sin duda la proximidad de su fin, reclamó de Galerio a su hijo Constantino, que seguía en Nicomedia, poco menos que como rehén del señor del Oriente. Galerio accedió primero y se arrepintió en seguida, si bien ya tarde para alcanzar al fugitivo. "El hijo de Constancio —dice un brillante escritor— acababa de dejar la capital de Galerio, cuando por doquiera resonaban los gemidos de los cristianos llevados al suplicio. A lo largo de toda su ruta, en Tracia, en el Nórico, en el alto Danubio, las cruces estaban alzadas, las hogueras encendidas, todo el apresto de suplicios desplegado. En muchos lugares, los pueblos estaban despoblados, los cristianos se escondían en las montañas o en los valles". Constantino alcanzó a su padre cuando estaba a punto de embarcarse para una expedición militar a Inglaterra; le si~ gue en ella, le ve morir en Eboracum (York) el 25 de julio de 306, y las tropas le proclaman Imperator. La Historia iba a dar sobre sus quicios uno de los giros esenciales. Se columbra el edicto de Milán. Entre tanto, el Oriente seguía tiñéndose en sangre. La Cilicia, donde tiene lugar el martirio de este grupo de cristianos, pertenecía, en verdad, no al Augusto, Galerio, sino a al César, Maximino Daya. Pero allá se las iban en punto a crueldad y odio uno y otro amo de Oriente. Y como los amos supremos, procedían estos tiranuelos menores que eran los gobernadores de provincias. Lisias, protagonista de estas actas, es buen ejemplo de ello.
     A la autenticidad de éstas no se ha puesto por los críticos (Harnack, Franchi, Delehaye) objeción de cuenta. Podemos, pues, repetir las palabras del sensato Tillemont, según el cual, se trata de "actas proconsulares, es decir, sacadas de los documentos notariales, donde se trasladan las palabras del juez y de los acusados tal como fueron pronunciadas. Así, nada hay más auténtico y más cierto que esta clase de actas".

Martirio de los santos Claudio, Asterio y compañeros.

     I. Lisias, presidente de la provincia de Licia, sentado en su tribunal en la ciudad de Egea, dijo:
     Preséntense a recibir mi sentencia los cristianos que han sido entregados a los curiales de esta ciudad por los agentes de la audiencia.
     El secretario, Eutalio, dijo:
     Señor, según tu mando, aquí se presentan tres jóvenes hermanos, dos mujeres y un niño pequeño, que son los que han podido capturar los curiales de esta ciudad. De ellos, uno ya está ante los ojos de tu Excelencia. ¿Qué manda sobre él tu Nobleza?
Lisias: ¿Cómo te llamas?
Respondió: Claudio.
Lisias: No vayas a perder tu juventud por tu locura, sino acércate ahora y sacrifica a los dioses, según el mandato de nuestro señor el Augusto, y de ese modo escaparás a los tormentos que te están aparejados.
Claudio: Mi Dios no tiene necesidad de tales sacrificios lo que le agrada es la limosna y la vida santa. Vuestros dioses, en efecto, son demonios inmundos, y por eso se complacen en sacrificios de esa calaña, perdiendo para siempre a las almas, aunque sólo a las que les dan culto; por eso, jamás has de persuadirme a que yo también los honre.
     Entonces el presidente Lisias le hizo atar para azotarle con varas, pues se decía: "No tengo otro medio de vencer su locura."
Claudio: Aun cuando me apliques más duros tormentos, en nada me dañas; a tu alma, en cambio, le estás preparando tormentos eternos.
Lisias: Nuestros señores los emperadores han mandado que los cristianos sacrifiquéis a los dioses; los que se resistan, deben ser castigados de muerte; a los que obedezcan, se les prometen honores y recompensas.
Claudio: Las recompensas de los emperadores son temporales; la confesión de Cristo es salvación eterna.
     Entonces Lisias dió orden de que se le suspendiera del caballete y se le aplicara una llama a los pies, y hasta le arrancaron pedazos de sus talones y se los presentaban ante su cara.
Claudio: Los que temen a Dios no pueden recibir daño ni del fuego ni de las torturas. Más bien les aprovechará para la salud eterna, pues todo eso lo sufren por Cristo.
   Entonces Lisias mandó que se le desgarrara con garfios de hierro.
Claudio: Mi intento es demostrarte que lo que tú defiendes son demonios. Con tus tormentos ningún daño me podrás hacer; a tu alma, empero, le preparas un fuego que jamás se extingue.
Lisias, a los verdugos:
     Tomad un casco de teja asperísima y raedle con él los costados, y luego aplicad a las heridas teas encendidas.
Cumplida la orden, Claudio dijo:
     Tu fuego y tus tormentos han de salvar mi alma, pues cuanto padezco por Dios lo tengo por grande ganancia, y mi mayor riqueza es la muerte por Cristo.
Lisias, hecho una furia, lo mandó bajar del potro y que lo volvieran a la cárcel.

     II. Eutalio, escribano, dijo:
     Según el mandato de tu Potestad, señor presidente, aquí está Asterio, el segundo de los hermanos.
Lisias: Tú, al menos, hazme caso y sacrifica a los dioses, pues a la vista tienes los tormentos que están aparejados para los que se resisten.
Asterio: No hay sino un solo Dios, el solo que ha de venir, que habita en los cielos y que, en su soberana virtud, no se desdeña de mirar a los humildes. Mis padres me enseñaron a adorar y amar a este Dios; ésos, por lo contrario, que tú adoras y llamas dioses, yo los desconozco. Perdición de cuantos te hacen caso es esa invención, que no verdad.
Lisias, sin más, ordenó que se le suspendiera del potro:
     Decidle: "Por lo menos ahora, cree y sacrifica a los dioses."
Asterio contestó:
     Yo soy hermano del que poco antes ha respondido a tus preguntas. Un solo ánimo tenemos, una sola confesión. Haz lo que está en tu mano. Sobre mi cuerpo tienes poder; sobre mi alma, ninguno.
Lisias: Echad mano de los garfios de hierro, atadle de los pies y atormentadle duramente, a fin de que sienta torturas de alma y cuerpo.
Asterio: Estúpido, loco, ¿por qué motivo me atormentas? ¿Por qué no te pones ante los ojos la cuenta que por ello has de dar al Señor?
Lisias: Extended carbones encendidos bajo sus pies. Azotad su espalda y vientre con varas y nervios durísimos.
     Así se hizo, y tras ello dijo Asterio:
     Estás ciego en todo. Sin embargo, una cosa te pido, y es que no dejes parte de mi cuerpo sin torturar.
Lisias: Que pase a la cárcel con los otros.

     III. Eutalio, secretario, dijo:
     Aquí está el tercer hermano, por nombre Neón.
Lisias: Hijo, por lo menos tú, acércate y sacrifica a los dioses, con lo que escaparás a los tormentos.
Neón: Si tus dioses tienen algún poder, defiéndanse ellos a sí mismos de quienes los niegan y no requieran tu defensa. Mas si tú te haces compañero de su malicia, yo soy mejor que tus dioses y que tú, pues no os obedezco, teniendo por Dios al verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra.
Lisias: Rompedle el cuello y decidle: "No blasfemes contra los dioses."
Neón: ¿Blasfemo te parezco por decir la verdad?
Lisias: Extendedle de los pies y echadle carbones encendidos encima, y desgarrad su espalda con nervios.
     Hecho que fué, Neón dijo:
     Yo he de hacer lo que sé es útil para mí y ganancia para mi alma; no puedo mudar mi propósito.
     Lisias concluyó:
     Bajo el cuidado del secretario Eutalio y del verdugo Arquelao, que estos tres hermanos sean cruficados, como merecen, fuera de la ciudad, a fin de que las aves de rapiña despedacen sus cuerpos. 

     IV. Eutalio, secretario, dijo:
Señor, según el mandato de tu Claridad, aquí está Domnina.
Lisias: Ya ves, mujer, qué tormentos y qué fuego se te preparan. Así que, si quieres escapar de ellos, acércate y sacrifica.Domnina: Para no caer en el fuego eterno y en los tonmentos sin fin, yo adoro a Dios y a su Cristo, que hizo el cielo y la tierra y cuanto en ellos hay. Pero vuestros dioses son de piedra y leño, hechos por manos de hombres.
Lisias: Quitadle esos vestidos, extendedla desnuda y desgarrad todos sus miembros a varazos. 
Arquelao, verdugo, dijo:
     Por tu Sublimidad, Domnina ha expirado. 
Lisias: Echad su cuerpo a un lugar profundo del rio. 

     V. El secretario Eutalio dijo: Aquí está Teonila.
Lisias: Ya ves, mujer, qué fuego y qué tormentos esperan a los que tuvieren osadía de resistir. Por lo tanto, acércate y honra a los dioses, para que puedas escapar a tales tormentos.
Teonila: Yo temo el fuego eterno, que puede atacar al cuerpo y al alma y atacará, sobre todo, a los que abandonaron impíamente a Dios y adoraron los ídolos y demonios.
Lisias: Rompedle la cara a bofetones y arrojadla a tierra, atándola los pies, y atormentadla duramente. 
     Habiéndolo hecho así, Teonila dijo:  
Tú verás si está bien que a una mujer noble y forastera la atormentes de este modo. Dios ve lo que estás haciendo.
Lisias: Colgadla de los cabellos y abofeteadle la cara.
Teonila: ¿No te basta haberme dejado desnuda? No me has deshonrado a mí sola, sino a tu madre y a tu mujer  en mí, pues todas tenemos la misma naturaleza de mujeres.
Lisias: ¿Tienes marido o eres viuda?
Teonila: Veintitrés años hace el día de hoy que quedé viuda, y por amor a mi Dios he permanecido en ese estado, entregada al ayuno, a la vigilia y oración, desde que me aparté de los ídolos inmundos y conocí a mi Dios.
Lisias: Raedle la cabeza a navaja, a ver si así, por lo menos, tiene un poco de vergüenza. Ceñidle una corona de zarza campestre, extendedla en cuatro palos y, con una dura correa, desgarradle no sólo las espaldas, sino el cuerpo entero. Echadle brasas encima del vientre, y que así muera.
     El secretario, Eutalio, y el verdugo, Arquelao, dijeron:
     Señor, acaba de expirar.
Lisias: Traed un saco, meted en él el cuerpo, y, fuertemente atado, arrojadlo al mar.
Eutalio, secretario, y Arquelao, verdugo, dijeron:
     Según mandato de tu Eminencia, señor, tal como ordenaste, así se ha hecho con los cuerpos de los cristianos.

     VI. Este martirio sucedió en la ciudad de Egea, bajo el presidente Lisias, el diez de las calendas de septiembre, en el consulado del Augusto y Aristóbulo.
     Por el martirio de estos santos es a Dios honor y gloria.

No hay comentarios: