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sábado, 23 de marzo de 2013

LA MASONERIA Y SU PLAN CONTRA LA IGLESIA

Revista Claves
febrero de 1993
(Por el P. Sáenz Arriaga)

     «Permitidme que transcriba aquí lo que en mi libro CUERNAVACA Y EL PROGRESISMO RELIGIOSO EN MEXICO, escribí hace dos años:
     «No es un secreto para nadie que uno de los objetivos más antiguos y más perseguidos por la mafia judía y por los organismos internacionales, que ella ha fundado y dirige: la masonería, el comunismo, la Internacional Financiera y la Internacional Política, es el establecimiento de un Gobierno Mundial, que englobaría en un sincretismo socialista, a todas las instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas de las diversas naciones.
     «La ofensiva, que actualmente se desencadena contra la Iglesia Católica, es tan sólo una fase de esa ambiciosa maniobra, encaminada a infiltrar a la Iglesia de Cristo, a destruirla por dentro, a asociarla, en las altas esferas, con los enemigos que la combaten.
     «El abate Roca (1830-1893), salido de la Escuela de los Carmelitas y ordenado sacerdote en 1858, fue nombrado canónigo honorario de Perpignan en 1869... Es un apóstata de la peor especie; miembro de las sociedades secretas más importantes y elemento conscientemente dispuesto a la destrucción de la Iglesia. Nos parece oportuno citar algunos de sus escritos, que parecen anunciarnos la crisis espantosa, que estamos viviendo. En una carta al judío Oswald With, del 23 de agosto de 1891, le dice:
     «Un cristianismo nuevo, sublime, amplio, profundo, realmente universalista, absolutamente enciclopédico, el cual terminará por hacer descender sobre la tierra todo el cielo, como ha dicho Víctor Hugo; por suprimir fronteras, los sectarismos, las iglesias locales, étnicas y celosas; los templos divisionarios, los alvéolos que retienen, prisioneras del Papa, a las moléculas doloridas del gran cuerpo social de Cristo». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 123).
     «Lo que la cristiandad quiere edificar no es una pagoda, sino un culto universal, que englobará a todos los cultos». (Ibid. pág. 77).
     ¿No es éste el «ecumenismo» que comentamos en la liturgia del Cardenal Lercaro del día anterior?
     «La humanidad, a mis ojos, se confunde con Cristo, de un modo mucho más real de lo que los místicos habían creído hasta ahora. Si Cristo-Hombre, como Verbo Encarnado, es Hijo único de Dios, es también, en consecuencia, el universo entero y, especialmente, toda la humanidad o, mejor dicho, la innumerable serie de las humanidades viajeras». (Ibid, pág. 188).
     Aquí tenemos los orígenes del Cristo cósmico teilhardiano. En los antros de la judeo-masonería, por mucho que los iniciados quieran negarlo, fue confeccionada esta concepción, en la que el progresismo se asocia y se funde con todas las religiones, en el dios inmanente del panteísmo.
     «Encarnación de la Razón increada en la razón creada, manifestación de lo absoluto en lo relativo, Cristo en persona es un símbolo central, una especie de jeroglífico de carne y hueso, hablando y obrando de un modo siempre típico. Es el Hombre-Libro, citado conjuntamente por la Kábala y el Apocalipsis».
     «Lo que es la Evolución, en lenguaje de los sabios; es redención, desencarnación, muerte y ascensión en el lenguaje de los sacerdotes ilustrados». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 237).
     El canónigo Roca, en el Congreso Espiritualista Internacional celebrado del 9 al 16 de septiembre de 1889, en el Gran Oriente de Francia, bajo la presidencia de honor de la Duquesa de Pomar, dijo:
«MI CRISTO NO ES EL CRISTO DEL VATICANO» 
      «Con el mundo y porque es el mundo, Cristo evoluciona y se transforma. Nadie detendrá el torbellino de Cristo; nadie frenará el tren de la evolución, que Cristo conduce por los mundos y que lo arrastrará todo, los dogmas evolucionan con él, ya que son algo viviente, como el mundo, como el hombre, como todo ser orgánico. Ecos de la conciencia colectiva, siguen, como ella, LA MARCHA DE LA HISTORIA».
     He aquí la evolución integral de Teilhard; he aquí también la evolución dogmática, según el pensamiento «progresistas». He aquí la base del «aggiornamento» que considera a la Iglesia en función del mundo, evolucionando con el mundo, acomodada a las características del mundo histórico que vivimos. Los dogmas deben evolucionar con el mundo; no son verdades inmutables; son «ecos de la conciencia colectiva».
     En su libro EL FINAL DEL MUNDO ANTIGUO (pág. 327), Roca anuncia la presente crisis de la Iglesia:
     «¿Lo que se prepara en la Iglesia Universal? No es una reforma; es, no me atrevo a decir, una revolución, ya que el vocablo sonaría exacto, sino una evolución».
     Yo recuerdo haber escuchado de los labios del Cardenal Ottaviani esta expresión pavorosa: «Lo que estamos viendo es una espantosa revolución». ¿No es la misma idea la que expresó Paulo VI cuando dijo que la actual crisis de la Iglesia parecía una «autodestrucción» del catolicismo? Y, en un reportaje de la AP de Ciudad Vaticana, 28 de octubre 1970, leemos:
     El Papa Paulo VI advirtió hoy contra las «catastróficas consecuencias», que surgirían, de aceptar todos los cambios radicales como medio de progreso.
     «La gente se pregunta: ¿acaso están cambiando las verdades y dogmas religiosos?, dijo Paulo VI, durante su audiencia semanal en la Basílica de San Pedro. Y ¿acaso no existe ya nada permanente?.
     Se debe encontrar una respuesta, dijo Paulo VI, «aun cuando sea para evitar las catastróficas consecuencias, que surgirán al admitir que ninguna norma, ninguna doctrina puede permanecer para siempre, y que todos los cambios, aun cuando sean radicales, pueden adaptarse como método de progreso de controversia o de revolución».
     «Si no deseamos que la civilización termine en caos y que la religión cristiana pierda toda justificación en el mundo moderno, todos debemos expresar con claridad que "algo" permanece y debe permanecer al pasar del tiempo».
     La base y el fundamento inconmovible de nuestra fe católica no es la conveniencia personal o colectiva -el evitar las catastróficas consecuencias de un cambio constante de nuestras ideas- sino la autoridad de Dios, que nos ha revelado las verdades que creemos. No es "algo" lo que permanece y debe permanecer, sino "todo" lo que Dios nos ha enseñado: todos nuestros dogmas, porque si un solo dogma cae, todos los demás lógicamente tienen que seguir el mismo derrumbe. Lo que el Paulo VI deplora no es sino la consecuencia inevitable de haber dejado caer la piqueta demoledora sobre lo que el Magisterio de la Iglesia una vez enseñó como verdad de fe católica.
     Sigamos reproduciendo los planes diabólicos de la conspiración judeo-masónica, como nos lo dio a conocer, en el siglo pasado, el canónigo Roca:
     «El viejo Papado, el viejo sacerdocio abdicará de buena gana ante el Pontificado y ante los sacerdotes del futuro, que serán los del pasado, convertidos y transfigurados en vistas a la organización científica del planeta, a la luz del Evangelio».
     «Y esa nueva Iglesia, aunque tal vez no deba conservar nada de la disciplina escolástica y de la forma rudimentaria de la Iglesia antigua, recibirá, sin embargo, de Roma, la consagración y la jurisdicción canónica». (GLORIOSO CENTENARIO, Pág. 452, 456).
     La curia Romana no será perdonada:
     «Esa Institución Política, que bajo el nombre de Curia Romana o de Vaticano se ha yuxtapuesto y, a veces, incluso superpuesto a la Institución Divina. El Vaticano no es la Iglesia; el Derecho Canónico no es el Evangelio. (Ibid. pág. 452).
     ¿No se parece esta descripción de la Iglesia anunciada por Roca a la Iglesia postconciliar, que nos ha dado el «progresismo»? ¿No parece que la "colegialidad o la corresponsabilidad" han hecho desaparecer al antiguo Papado? ¿No hemos visto al viejo Papado, a los antiguos obispos, a los sacerdotes abdicar de buena gana su carácter jerárquico y sagrado, para convertirse en «presidentes de la asamblea»? ¿Qué queda de la Curia Romana? !Y los nuevos jerarcas, los aggiornados sacerdotes, los progresistas obispos reciben de Roma su consagración y su jurisdicción canónica!
     Roca nos dice que la revolución será llevada al seno de la Iglesia por parte del clero -los infiltrados. Se formarán en la Iglesia dos bandos: el de los fieles al viejo Papado, a los cuales llama los retrógrados o ultramontanos, y los nuevos sacerdotes, adheridos a la evolución. El lenguaje moderno los designa con los nombres de «tradicionalistas» y «progresistas»:
     «En este momento forman un anillo, que se romperá por la mitad, y cada una de esas dos mitades formará otro anillo. La escisión va a producirse: habrá el anillo de los «retrógrados» y el anillo de los «progresistas». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 446-447).
     Con absoluta certeza anunciaba el apóstata Roca el cisma interno, que, dentro de la Iglesia, estamos ahora viviendo. La unidad de la Iglesia no está solamente comprometida; está ya dividida. La Iglesia del «progresismo» no es ya la Iglesia tradicional y apostólica. La infiltración, la quinta columna, el caballo de Troya abrieron las puertas al enemigo.
     «Y nosotros, sacerdotes, oremos, bendigamos, glorifiquemos esos maravillosos trabajos, de los cuales surgirá la transfiguración científica, económica y social de nuestros misterios religiosos, de nuestros símbolos, de nuestros dogmas y de nuestros sacramentos. ¿Acaso no os dais cuenta de que nuestras formas han envejecido, de que estamos gastados, abandonados por el Espíritu y de que estamos solos, con las manos llenas de cáscaras varías y de letras muertas? (GLORIOSO CENTENARIO, Pág. 102).
     
     Ese lenguaje de Roca tiene un eco de actualidad. Parece que los eclesiásticos «progresistas» quieren que la ciencia, la economía, la sociología, «superando» los misterios, vengan a sustituir, según ellos, el inmovilismo doctrinal, sacramental y litúrgico, en una pastoral sociológica y socializante. Así interpretan ellos el «aggiornamento». Citemos, para confirmar, al corifeo de los jesuítas de la «nueva ola», al diabólico Teilhard de Chardin, al Padre de la Iglesia postconciliar, en su famosa y explícita carta a su amigo Máximo Coree, el ex-dominico, que cultivaba sus mismas doctrinas, el 4 de octubre de 1950, que éste ha publicado en su obra «EL CONCILIO Y TEILHARD, LO ETERNAL Y LO HUMANO», ed. Messellier, Neuchatal (Suiza), pág. 196-198:
     «Esencialmente, considero, como vos, que la Iglesia (como toda realidad viva, al cabo de cierto tiempo) ha llegado a un periodo de "muda" o reforma necesaria. Al cabo de dos mil años, esto es inevitable. La humanidad está en trance de mudar. ¿Cómo el Cristianismo no debería hacerlo? Mas, precisamente considero que la reforma en cuestión (mucha más profunda que la del siglo XIV) no es un simple asunto de instituciones y de costumbres, sino de FE. En cierto aspecto, nuestra imagen de Dios se ha desdoblado: transversalmente (si lo puedo decir) al Dios tradicional y trascendente de LO ALTO, una especie de Dios hacia adelante surge para nosotros, desde un siglo, en dirección de algo «ultra-humano». Para mí todo está en esto. Se trata, para el hombre, de repensar a Dios en términos, no ya de Cosmos, sino de Cosmogénesis: un Dios que sólo se adora y se alcanza a través del acabamiento del Universo, al cual ilumina y amoriza (y lo hace irreversible) desde dentro. Sí, sí. EL HACIA LO ALTO Y HACIA DELANTE se sintetizan en DESDE DENTRO...»
     Teilhard, en armonía con Roca, cuya secreta escuela tal vez siga, ya que ambos pertenecieron a esos conventículos secretos, que antes, como ahora, pululan en París, fomentados y dirigos por las logias, anuncia una reforma total del cristianismo, más profunda que la del siglo XVI. La humanidad, el mundo están en trance de mudar. ¿Cómo el Cristianismo no podía hacerlo? (¡Cómo si el Cristianismo fuera obra de los hombres y estuviera en función de las mudanzas humanas!) En esta reforma, hay que empezar por la liturgia. Citemos a S. de Guaita «Essai de sciences maudites». (Pág. 588-589), que predice el cristianismo esotérico:
     «!Oh ritos! !oh símbolos difuntos! Vuestra alma os será devuelta, cuando el cristianismo, revigorizado por la savia de su fuente, se transfigurará; cuando la eterna religión que se manifiesta, emitiendo el soplo reparador de su esoterismo (Dícese de la doctrina que es oculta, que solo los iniciados la conocen) íntimo, resucitará la letra muerta, con el beso del espíritu inmortal».
     Para las sectas ocultas del siglo pasado y del presente -entre las que figura el gnosticismo, al que pertenecen no pocos eclesiásticos de altas jerarquías- los Sacramentos, la liturgia de la Iglesia, el mismo Sacrificio Eucarístico han envejecido, porque lo sobrenatural no explica ya nada. La autosuficiencia de la inteligencia humana hace que ella, por sí misma, por su naturaleza intrínseca, sea directamente receptiva de lo divino. ¿Qué significan entonces esos vehículos de la gracia de Cristo? Nos lo dice Roca:
     «Mientras las ideas cristianas permanecían en estado de incubación sacramental, entre nuestras manos y bajo los velos de la liturgia, no podían ejercer ninguna acción social, eficaz y científicamente decisiva sobre la constitución orgánica y sobre el gobierno público de las sociedades humanas» (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 162).
     En sentido religioso, en el mundo moderno, no puede ser ya la gloria de Dios y la salvación de las almas, sino «la acción social, eficaz y científicamente decisiva, sobre la constitución orgánica y sobre el gobierno público de las sociedades humanas». Por eso era necesario hacer un cambio litúrgico completo, que hiciera aflorar la incubación sacramental, hasta convertirla en acción social, en constitución orgánica, en dominio público de las sociedades humanas. Por eso eran necesarios los mariachis; por eso el altar y el sacerdote han de mirar al pueblo, por eso le Misa o Cena del Señor ha de ser considerada como «le asamblea sagrada del pueblo de Dios», por eso hay que desacralizar y desmitizar a la Iglesia. Una liturgia desacralizada, humanizada, es la única que es compatible con el «progreso» del «pueblo de Dios». La socialización se vislumbra como la última y suprema etapa de la humanidad.
     También el anticlericalismo judeo-masónico anunciaba, en el siglo pasado, la desaparición de la sotana ya de los hábitos religiosos. Roca, en su libro «CRISTO, EL PAPA, Y LA DEMOCRACIA», (Págs. 105-107), escribía:
     «Cuando (la sociedad) ve en la plaza pública nuestra vestimenta arcaica y rara, le produce el efecto de una mascarada y un carnaval... se nos ridiculiza; en las publicaciones satíricas y en los escenarios de los teatros, la sotana y el bonete sirven de pasto al sarcasmo de la multitud».
     Jesucristo fue el objeto así mismo de las burlas soeces de sus enemigos. Nada tiene de raro que los sacerdotes y los religiosos sean ridiculizados y befados por los enemigos de Dios y de su Iglesia. Hace tiempo que una literatura malsana y sectaria ha buscado desacralizar a los ministros del Señor, no sólo presentando la parte humana de ellos, con caracteres exagerados, sino eliminando y negando la parte sobrenatural y sagrada de su ministerio para igualarlos a los demás hombres. Entre esos libros sobresalen los que de tal manera humanizan la vida sacerdotal, que la transforman en una hipocresía odiosa y perversa. Recuérdense las obras de Morris West («El Abogado del Diablo», «Las Sandalias del Pescador», etcétera), que desacralizan la Iglesia y hacen intolerable su Jerarquía.
     En la nueva Iglesia, anunciada por Roca y las Logias, es evidente que el celibato de los sacerdotes tenía que ser objeto de un ataque despiadado. Citemos una vez más el connotado apóstata:
     «Soy un proscrito, un sacerdote romano, un paria, un eunuco. No hay lugar para mí en el hogar de la familia. No tengo lugar al sol de la civilización. Soy juguete de la fatalidad».
     Y en una carta, dirigida al Papa, Roca escribe:
     «Por la triste fama que el celibato nos ha valido y que nos pone en la picota; por la humillante herencia, que nos ha legado y por la situación lamentable, en que nos coloca en la actualidad, nos encontramos, Santo Padre, miserablemente relegados de todas las esferas vivientes y fecundas de este mundo... Solitarios, despreciados, desterrados de todas partes, aislados sobre la tierra, confinados en nuestros presbiterios, como una especie de lazaretos, nos encontramos día y noche con el «yo», que es aborrecible y que nos deforma en el egoísmo». (CRISTO, EL PAPA Y LA DEMOCRACIA») (Pág. 1103).
     Hoy también se combate el celibato sacerdotal por todos los seguidores del «progresismo». Mons. Méndez Arceo, Don Sergio VII, el destacado obispo de Cuernavaca, después de la campaña que ha hecho para juntar firmas y adeptos en favor de la abolición del celibato, afirmó en Puebla, en su perorata delante de los jóvenes universitarios, que el celibato del mañana será opcional y que lo único que pedía a los nuevos curas casados es que tuvieran buen gusto en su elección. Otro sacerdote, de buen espíritu y criterio, al ver el derrumbe de tantos sacerdotes, que, en procesión interminable, abandonaban, en todas partes, el ministerio sacro, para gozar los deleites del tálamo, me decía que, a su juicio, la Iglesia terminaría cediendo para permitir que los sacerdotes incontinentes se casasen. Pero, este argumento prueba demasiado; luego no prueba nada. Son tantos los pecados que, en todos los estados, se cometen contra la castidad, que sería bueno suprimir el sexto precepto del Decálogo. Son tantos los pecados contra la ley moral, que lo mejor sería declarar anticuada toda la ley moral. ¡Así se respetaría más la dignidad del hombre y su libertad!
     En el primer semestre de 1964, un artículo de un eclesiástico, citado por NOUVELLES DE CHETIENTE, proponía el matrimonio de los sacerdotes aislados, en sus parroquias rurales, y el celibato para los clérigos en comunidad. Esta es idea no de Méndez Arceo, ni de ese eclesiástico francés, sino ya muy antigua, propuesta por el apóstata Roca que en su obra «GLORIOSO CENTENARIO» pág. 434, proponía la fundación de «un apostolado mixto: una de clérigos célibes y otro de clérigos casados».
     Pero la visión profética de Roca iba más lejos, al anunciar el cambio del ministerio pastoral de los sacerdotes, con sus inútiles fatigas, por una actividad social intensa en beneficio de las masas, como lo demandó en Colombia el «progresismo internacional»:
     «Los sacerdotes se convertirán en directores de las uniones sindicales, de las mutualidades y de las agencias cooperativas de producción y de consumo, de retiro obrero y de asistencia social». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 20).
     «Siguiendo por este camino, dice Pierre Virion, el nuevo cura, tal como lo anuncia este famoso masón, habrá apagado en el cielo unas estrellas, que no volverán a encenderse». Con el ejemplo, con la doctrina y con su acción pastoral, habrá demostrado que el paraíso no se encuentra más allá de este mundo, sino aquí abajo:
     «El reino de los cielos, es decir, el reinado impersonal y divino de la verdad en la libertad; de la justicia en la igualdad; de la Economía Social en la fraternidad, lo cual constituye el trinomio sagrado de la sinarquía evangélica». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 20).     Pero, el paralelismo del excanónigo Roca con la terna «ultra-progresista» de Cuernavaca y con todos los que se empeñan por hacer una nueva Iglesia sobre las ruinas de la antigua, es aún más perfecto. Todos aquéllos expresan cuál ha de ser el sacerdote deseado, previsto, del futuro, de acuerdo con los planes elaborados en el fondo de los secretos laboratorios de la Contra-Iglesia, a fines del siglo pasado. Escribe Roca:
     «¡No! ¡No!, Monsieir Veulliot, la humanidad no se descristianiza, sino que se descleriza, a fin de que el sacerdote se humanice y ambos se cristianicen en el verdadero sentido del Evangelio». (CRISTO, EL PAPA Y LA DEMOCRACIA, pág. 81).
     Es curioso escuchar el mismo lenguaje del apóstata Roca en los actuales reformadores, como Illich, Lemercier, Pardinas, Enrique Maza, S.J. y el conocidísimo y celebrado obispo de Cuernavaca. «Descristianización, desacralización, desmitización», todo suena a lo mismo; todo es lo mismo: es la negación del Catolicismo tradicional y apostólico; es la autodemolición del cristianismo, para secundar el «humanismo integral», según las fuentes primitivas, según el verdadero sentido del Evangelio, que la Iglesia, por lo visto, había perdido y que las sectas ahora recobran.
     Citemos ahora a Pierre Virion, en su reveladora obra «LA IGLESIA Y LA MASONERIA»:
     «A través de las divulgaciones de Cretineau-Joly, se conocen los proyectos, concebidos por la Alta Venta de los Carbonarios, para apoderarse de Roma, con la ayuda de sacerdotes conjurados contra la Iglesia. Aquellas divulgaciones no dejaron de influir en el fracaso de tales proyectos, debido también a la ineficacia de los métodos de reclutamiento, visiblemente demasiado masónicos, utilizados por los Carbonarios... La abadesa de Jouarre escribe que las reformas religiosas (eufemismo con el cual se designa la revolución religiosa y moral) SE REALIZARAN POR PERSONALIDADES DE LA MISMA IGLESIA, COMPLETAMENTE EN REGLA CON LAS OBSERVANCIAS. Es decir, que el clero regular y no separado, influido por la idea de un nuevo cristianismo, abierto a las corrientes modernas de pensamiento, ACABARA, EN UN FUTURO CONCILIO, FAVORABLE A SU INTEGRACION EN EL ECUMENISMO DE LAS LOGIAS».
     Roca, en su obra «El Abate Gabriel», escribe, por su parte, estas proféticas palabras:
     «Yo creo que el culto divino, tal como lo regulan la Liturgia, el Ceremonial, los ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente, EN UN CONCILIO ECUMENICO, una transformación, que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con el estado nuevo de la conciencia y de la civilización moderna».
     «Era también, dice Pierre Virion, la ilusión, impulsada hasta el estado visionario, de la conversión de un futuro Papa a un movimiento opuesto al Syllabus y aprobador del nuevo espíritu de mundo (sic)».
     «Sucederá, dice Roca, algo que dejará estupefacto al mundo y que le hará caer de rodillas ante su Redentor. Y ese algo será la demostración del acuerdo perfecto entre los ideales de la civilización moderna y los ideales de Cristo y de su Evangelio. Ello significará la consagración del nuevo orden social y el solemne bautismo de la civilización moderna». (El Final del Mundo Antiguo, pág. 282).
     «Acuerdo perfecto entre los ideales de la civilización moderna y los ideales de Cristo y de su Evangelio», «Consagración del nuevo orden social», «Bautismo de la civilización moderna», ¿Qué significan estas expresiones kabalísticas? -Sigamos adelante. Todavía tiene Roca expresiones más aterradoras, en las que parece querernos anunciar el catolicismo del futuro, diseñado por las logias. En su obra «GLORIOSO CENTENARIO», pág. 13, escribe:
     «Afirmo que estamos llegando al derrumbamiento definitivo del antiguo orden religioso, político y económico, y anuncio los puntos de vista nuevos en el Estado, en la familia, en todos los círculos de la actividad humana».
     «Se prepara una inmolación que expiará solemnemente... EL PAPADO SUCUMBIRA; MORIRA BAJO EL CUCHILLO SAGRADO, QUE FORJARAN LOS PAPAS DEL ULTIMO CONCILIO. EL CESAR PAPAL ES UNA HOSTIA CORONADA PARA EL SACRIFICIO».
     ¿Qué vendrá después de esta inmolación? -un cristianismo nuevo, sin templos, sin altares, sin liturgia; un cristianismo esotérico; una religión, cuyo evangelio será la «justicia social». Citemos a Roca:
     «El convertido del Vaticano no tendrá que revelar a sus hermanos según Cristo, una enseñanza nueva; no tendrá que impulsar a la cristiandad ni al mundo en pleno, hacia otros caminos, que no sean los caminos seguidos por los pueblos, bajo la inspiración de aquella civilización moderna, cuyos principios evangélicos, cuyas ideas y cuyas obras, esencialmente cristianas, se han convertido, a pesar nuestro, en los principios, las ideas y las obras de las naciones regeneradas, antes de que Roma soñara en preconizarlos. El Pontífice se limitará a confirmar y a glorificar la obra del espíritu de Cristo o del Cristo-Espíritu, en el espíritu público y, gracias al privilegio de su infalibilidad personal, declarará canónicamente, urbi et orbi, que la civilización actual es hija legítima del santo evangelio de la Redención Social». (GLORIOSO CENTENARIO, Pág. 111).
     He querido alargar estas citas del apóstata Roca y sus secuaces, porque era necesario presentar un panorama de conjunto, a fin de encontrar el sentido de los espectaculares cambios de nuestra liturgia católica, que, a no dudarlo, culminaron en el XXXIX Congreso Eucarístico de Bogotá. Si analizamos los conceptos de Roca, en las diversas citas que hemos hecho, nos encontramos con todo un programa de demolición interna del Catolicismo, que, a no dudarlo, coincida con el lenguaje y el program llevado a cabo por el «progresismo».
     Para emprender la completa reforma de la Iglesia institucional era necesario empezar por esos audaces cambios de nuestra liturgia, previstos y anunciados por el apóstata Roca, ya que la liturgia es para el pueblo, la manifestéción tangible, por así decirlo de las verdades de nuestra religión. La liturgia no es el dogma, pero es o debe ser la expresión auténtica del dogma, según el principio de la teología católica: «Lex orandi, lex est credendi»: la ley de la oración de los fieles es la ley de la fe.
     Es evidente que los sagrados ritos y ceremonias de nuestra liturgia, como nuestros mismos dogmas, habían tenido, a través de los siglo, una lenta evolución, bajo la acción del Espíritu Santo y la solícita dirección y vigilancia inspirada del Magisterio de la Iglesia. El Depósito de la Divina Revelación quedó definitivamente cerrado con muerte del último de los apóstoles; pero no quedó por eso, paralizada la acción vital de la Iglesia de Cristo. «El Reino de los Cielos, dijo Maestro el Divino, es semejante al grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas; pero que crece, se desarrolla, extiende su copudo ramaje, hasta que las aves del cielo vienen a poner en ese arbusto sus nidos».
     Estaba, pues, prevista por el Divino Maestro esa lenta y secular evolución, lo mismo en los dogmas, que en la liturgia, que en la disciplina, que en toda la vida de la Iglesia. No es que la Iglesia invente un nuevo dogma, sino que su Magisterio, vivo, auténtico e infalible, nos va enseñando esas nuevas verdades, que estaban contenidas en el Depósito de la Divina Revelación, y que, según las necesidades de los tiempos, nos son propuestas, bien sea para condenar las herejías que nacen, bien sea para acrecentar nuestro conocimiento de las cosas divinas.
     Lo que sería absurdo y contradictorio es negar esa secular evolución o crecimiento que la Iglesia ha ya alcanzado, como si fuera el resultado de la exclusiva actividad de los hombres, para volver a empezar todo el proceso, despreciando las riquezas acumuladas, a través de los siglos y caer así en un primitivismo o arcaísmo, contrario a los designios de Dios, que pretende reconstruir toda la vida de la Iglesia, toda su orgánica evolución, según los criterios de los actuales «expertos» y las exigencias del mundo contemporáneo. Eso no es volver a las fuentes, sino desconocer las fuentes y establecer un paréntesis inadmisible de veinte siglos, en la vida misma de la Iglesia, durante el cual fallaron las promesas de Cristo y la asistencia del Espíritu Santo.
     La contradicción, en que incurren los reformistas, es bien clara: atribuyen al Espíritu Santo todas las espectaculares reformas, que, durante el Concilio y después del Concilio, han hecho en la liturgia, en la moral, en la formulación dogmática o en la supresión misma de algunos dogmas, en la disciplina y en las enseñanzas tradicionales del Magisterio; y niegan, al mismo tiempo, esa asistencia divina en veinte siglos de la vida pasada de la Iglesia. El «progresismo», carismático y profético, se siente depositario único de la verdad revelada y de la asistencia exclusiva del Espíritu Santo. ¿Se han olvidado estos «innovadores» de lo que fue definido en Trento y en el Vaticano I? -para no citar sino los dos últimos Concilios, anteriores al Vaticano II- ¿se olvidan de las condenaciones del Syllabus y de las condenaciones del modernismo de San Pío X? ¿Se olvidan de las disposiciones que en materia litúrgica, emitieron los Papas recientes, especialmente San Pío X y su eximio sucesor Pío XII? ¡Cómo si, en unos cuantos años, hubieran perdido vigencia las sabias enseñanzas y precisos preceptos de la «MEDIATOR DEI», que, con plena precisión y con pleno conocimiento de causa, había condenado, hace tan sólo veinte años, las absurdas pretensiones de estos demoledores! O el Espíritu Santo se equivocó hace unos años, o el Espíritu Santo se equivoca ahora, o el Espíritu Santo cambió de parecer, en vista de las computadoras electrónicas del Vaticano II. Yo encuentro heréticas cualquiera de estas tres hipótesis. ¿No es así, señores «progresistas»?.
     Pero, hay algo más. Los radicales cambios litúrgicos, con las libertades que conceden en ellas los reformadores, han llegado, en muchos casos, a excesos increíbles, que parecen emular las representaciones teatrales o los ritos paganos. En verdad que las palabras de Roca, en su obra «El Abate Gabriel», nos parecerían proféticas, si no las considerásemos más bien reveladoras de los planes nefandos, que las logias y sectas ocultas habían preparado, para que las infiltraciones en la Iglesia las realizaran a su tiempo. Recordemos esas palabras ya antes citadas:
     «Yo creo que el culto divino, tal como lo regulan la Liturgia, el Ceremonial, los ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente, en un Concilio Ecuménico, una transformación, que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con el estado nuevo de la conciencia y de la civilización moderna».

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