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sábado, 8 de febrero de 2014

Austeridad.

     La alegría y el buen gusto han de ir acompañados de la austeridad. Si no van unidos, fácilmente la alegría se bastardea y el buen gusto degenera en vanidad.
     Isabel Leseur decía: «Austera para mí y seductora, en cuanto me sea posible, para los demás.»
     Esta es la fórmula de toda mujer cristiana.
     Austeridad no quiere decir misantropía, retraimiento, desidia, ni ñoñez; de lo contrario, no podría ser hermana gemela de las virtudes ya comentadas.
     Austeridad consiste en el dominio propio mediante la negación de cuanto aparezca desordenado, en cargar con la cruz que haya correspondido en la vida y en seguir a Cristo.
     La norma de la austeridad no ha sido un capricho de los hombres, sino una disposición dictada por Jesús.
     En todos los aspectos de la vida, siempre que queramos conocer el camino a seguir para llegar al fin venturoso, tendremos que escuchar la sentencia evangélica: «El que quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.»
     Yo no acierto a tratar tema alguno desde un punto de vista práctico y positivo, sin topar de manos a boca con esta norma de vida, dictada por el Maestro. En cuantos libros formativos he escrito, me he visto precisado a citarla, y estoy seguro de que continuaré sintiendo la necesidad de repetirla.
     Muchacha, si quieres ser práctica en tu hogar y realizar la compleja misión que aquí se te viene explanando, sé austera; y para serlo, niégate a ti misma, toma tu cruz y sigue a Jesús.
     Niégate a las tendencias concupiscentes, que constantemente te empujarán hacia el pecado; al ambiente pagano de la calle, que pretenderá arrancarte del hogar con la disculpa de diversiones y relaciones sociales; a las solicitaciones de amigas equivocadas, que te mostrarán lo casero como pasado de moda: a los espejismos de la muchachada alocada, que pretenderá arrastrarte en el barullo de sus aturdimientos hacia frivolidades y coqueterías que amortiguan el fuego del llar; a los amoríos fáciles y de pasatiempo, que desequilibran los nervios, hieren el corazón y distraen la imaginación, haciendo olvidar o relegar a un segundo plano los deberes más sagrados.
     Niégate a los gustos y caprichos desordenados, a los afanes desbocados de grandeza, de riquezas, de honores, de boato y de lujo.
     Niégate a la vanidad, que a tantas chicas atonta, les roba el tiempo, les absorbe la atención, les empuja por caminos que huyen de la casa.
     Niégate al placer efímero que desata apetencias malsanas y sobreexcita una sed y un hambre imposibles de saciar, cuando tan fácil es dar al alma la hartura saciativa del placer deleitoso, producido por el cumplimiento del deber.
     Niégate a la impureza, podredumbre de las almas, atrofia de las cualidades más bellas, germen de todas las claudicaciones.
     La muchacha impura, de corazón podrido, que gusta arrastrarse por el lodo de las charcas, es incapaz de comprender la suave delicadeza del hogar cristiano.
     La muchacha impura, acostumbrada a transigir con la pasión, a consentir pensamientos no santos, a enlodar sus labios con conversaciones sucias, a permitirse acciones que manchan, aun cuando nadie las sepa, pierde la paz del alma, es inepta para el sacrificio y constituye un peligro de perversión para inocencias infantiles y de estímulos degradantes para adolescentes y jóvenes.
     La muchacha, por cualquier concepto, impura, ¿podrá desempeñar el papel de ángel de su hogar?
     ¿Y podrá desempeñarlo la muchacha inmodesta?
     Niégate a cuanto suponga impudor. La modestia ha de aureolar tu figura ante tus familiares.
     Obra mal la chica que se permite estar en casa o presentarse ante sus padres o sus hermanos sin estar completamente vestida.
     Obra mal la que, ante sus hermanas, sin necesidad justificativa. no está lo cubierta que exige el pudor cristiano.
     Niégate a cuanto se oponga a tu feminidad o amengüe su delicadeza. La que fuma como un muchacho, la que bebe como un mozo de cuerda, la que, en sus modales y posturas, alardea de hombruna, desentona en el marco sublime de la familia cristiana.
     Niégate a cuanto obstaculice el cumplimiento de tu misión. Hay caprichos lícitos y gustos, de suyo, buenos, que, sin embargo, habrás de sacrificar para ser el ángel de tu hogar.
     Toma tu cruz, la que te haya correspondido en la vida. No hay un solo mortal sobre la tierra que pueda escapar a la ley general de la cruz, y cuantos más esfuerzos se hacen por huir de ella, más se agrava.
     Quieras o no, y obres como obres, la vida se encargará de colocar sobre tus hombros una cruz. A ti no te queda opción, sino entre llevarla con resignación y alegría, o llevarla con amárgura o desesperación.
     Eres joven, probablemente te habrá correspondido por ahora una cruz muy ligera. La edad se irá encargando de agravarla o de sustituirla por otra más pesada.
     ¿Cuál es tu cruz? ¿Una posición económica un tanto estrecha que te obliga a continuas privaciones? ¿La envidia de una hermana? ¿La brutalidad de un hermano? ¿Eres objeto de una incomprensión?
     Carga con tu cruz, resignada, y, confiando en Jesús, canta alegre mientras avanzas por el camino.
     Acaso tu cruz es más pesada; has perdido a tu madre cuando más falta te hacía; una enfermedad dolorosa ha inutilizado a tu papá; tu alma gime bajo el peso de la falta de fe o del extravío de un ser querido...
     Carga con tu cruz; llévala con resignación; llama en tu ayuda al Cirineo divino; suplica a la Madre Dolorosa que te salga al encuentro en tu calle de la Amargura, y avanza, como debe avanzar una muchacha cristiana: con esperanza, con optimismo, con ilusión, viendo más allá los resplandores de la resurrección.
     Sigue a Jesús; imítale en su casita de Nazaret. Sé en la tuya algo parecido a lo que El fué allí: amor, luz, alegría, aliento, sublimación y punto de apoyo para el cielo.
     Jesús es tu modelo. Para serlo, tomó tu propia naturaleza, se lanzó a la vida de un hogar semejante al tuyo, y en él ocupó el puesto que tú en el tuyo habías de ocupar después. 
     Cuando tengas dudas de cómo obrar, cuando cualquier espejismo te desoriente, cuando no veas claro, mira hacia Nazaret, y lo que Jesús hizo, hazlo tú. Sigue a Jesús y acertarás.
Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

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