TE BUSCÁBAMOS
¡Cuantos aparecen en el Evangelio buscando a Jesús!.
Le buscan los pastores, a quienes los ángeles han revelado su nacimiento.
Le buscan los Magos, guiados por la estrella milagrosa.
Le busca Herodes, que tiembla de ambición en su trono de rey intruso.
Le buscan María y José con solicitud mas afectuosa y el amor mas profundo.
Le buscan los discípulos de Juan, que quieren saber donde vive y escuchar sus enseñanzas.
Le buscan las multitudes ávidas de oír sus palabras y de presenciar sus milagros.
Le buscan los escribas y fariseos, consumidos por el odio y la envidia.
Le buscan los leprosos y los ciegos y los cojos y la hemorroisa y los enfermos de toda clase, llenos de esperanza en su poder y bondad.
Le buscan el centurión romano y el reyezuelo de Cafarnaum, y el padre del endemoniado sordo y mudo y la madre de la posesa.
Le buscan los pecadores, y Zaqueo y María Magdalena, y le busca Nicodemus.
Le buscan los gentiles, que han oído hablar de sus milagros y de sus enseñanzas, y quieren conocerle.
Le busca Judas con el beso maldito de la traición en los labios mentirosos.
Le buscan los príncipes de los sacerdotes, cuyos corazones arden en odio vil y grosero, engendrado por la soberbia y por la envidia.
Le buscan los soldados judíos y los soldados romanos, y los criados de los sacerdotes y las turbas que vienen a prenderle.
Le busca el ladrón, que espera de el el recuerdo en su reino...
¡Todos lo buscan!
Y aun después de muerto le siguen buscando.
José de Arimatea y Nicodemus, para darle piadosa sepultura.
Los príncipes de los sacerdotes, que no se aquietan ni aun después de haberle crucificado.
Las piadosas mujeres que ansían ungir su cadáver con aromas y perfumes.
Magdalena, que llora inconsolable porque no sabe donde le han puesto.
Pedro y Juan, que corren presurosos al sepulcro vacío.
¡Y con que intenciones tan distintas se le busca!
Los unos, para adorarle y ofrecerle sus dones.
Los otros, para matarle.
Los unos, para escuchar sus palabras de vida eterna.
Los otros, para ponerle asechanzas y sorprenderle.
Los unos, por su propio interés para pedir la salud de sus cuerpos.
Los otros, por el interés de los suyos o de sus amigos.
Los unos, para hacerle Rey.
Los otros, para crucificarle.
Unos le buscan porque le aman.
Otros le buscan por que le odian.
Unos le buscan para estar a su lado.
Otros le buscan para hacerle desaparecer.
Unos le buscan para aprender de El enseñanzas de vida.
Otros le buscan para contradecirle y para insultarle.
Pero todos le buscan.
Y hoy lo mismo que hace 20 siglos se le sigue buscando, y se le buscan también con muy distintas intenciones.
Y yo también te he buscado, Señor, con todas las ansias de mi corazón y te sigo buscando todavía.
Pero, ?acaso no te he encontrado ya?
Porque yo se, Señor, que Tu también, misericordioso y benigno, me has buscado.
Y me has encontrado, y te he encontrado. Y espero estar contigo, y en tu gracia y en tu amor.
Mas es esta la condición extraordinaria de tus encuentros: que, a pesar de haberte encontrado, hemos de seguir buscándote; porque siempre, si así pudiera decirse, te podemos encontrar otra vez o te podemos encontrar mas plenamente.
Debo buscarte siempre, y buscarte en todas las cosas, y buscarte en todas las personas.
buscarte en las alegrías y buscarte en las tristezas;
buscarte en mis triunfos y en mis fracasos;
buscarte en mis estudios y buscarte en mis trabajos;
buscarte en mis hermanos y buscarte en mis enemigos;
buscarte en los buenos y buscarte en los malos; en los justos y en los pecadores; en los que me aman y en los que me miran con indiferencia y tal vez con odio.
Y buscarte hoy y mañana y en todos los instantes, que te encuentre, dulce y festivo, para arrojarme en tus brazos, para ya no perderte jamas.
Porque mientras vivo en esta vida, aunque te encuentre, tengo siempre el peligro y el temor de perderte.
Entonces ya no le tendré mas.
Ya no te buscare con dolor.
Te habré encontrado para siempre.
No te podre dejar nunca.
¡Oh, dichoso encuentro!
¡Oh, feliz seguridad!
Alberto Moreno S. I.
ENTRE EL Y YO
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