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PARECE UN JUEGO DE PALABRAS
«¿Es bueno lo que Dios manda o Dios manda lo que es bueno?» (U. R.—S. Angelo in Colle, Siena.)
Bravo, señor U. R. (por fortuna, la S. pertenece al santo del país), la pregunta es profunda, más de lo que puede parecer a primera vista. Ella permite aclarar una distinción fundamental entre el obrar humano y el obrar divino.
El hombre, para obrar bien, debe mirar a la ley moral que se alza frente a él. Debe situarse ante lo que es bueno y tratar de realizarlo, de modo que él mismo llegue a ser bueno. Dios, en cambio, es la bondad misma esencial y subsistente: causa y ejemplar de toda otra bondad. Esto es. Él en cuanto bien sumo, es la fuente y regla de todo bien existente o posible. Su voluntad creadora y legisladora no hace sino proyectar fuera de si los resplandores y participación de su misma bondad. Por eso en lugar de obrar y mandar de acuerdo con una norma que tiene ante sus ojos —«mandar lo que es bueno»—, es la norma misma del obrar: «es bueno lo que Dios manda».
Moralización de la vida humana significa, por tanto, divinización de ella, esto es, participación y asimilación de Dios: sublimación. Con esto el hombre renuncia a ser bruto y deforme por la culpa y se alumbra con el mismo resplandor de Dios, haciéndose capaz en la economía sobrenatural de alcanzarlo finalmente como bien beatiflcador eterno.
Por eso dijo Jesús: «Nadie es bueno sino sólo Dios» (Marcos, X, 18).
BIBLIOGRAFIA
Santo Tomás: Summa Theol., I, 6.
Pier Carlo Landucci
CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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