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viernes, 5 de julio de 2013

Ecce, quem amas

Mira, aquel a quien amas...

     Yo soy aquel a quien Él ama.
     No puedo dudarlo.
     Y este pensamiento llena mi alma de un gozo inenarrable: Jesús, mi Dios y mi Señor, me ama. Repetírmelo una y otra vez hace bien a mi alma.
     La levanta y la esfuerza. La consuela y la anima.
     Sí. No puedo dudar de ese amor.
     «En esto me mostraste tu mucha caridad: en que cuando yo no existía, me criaste, y cuando andaba errante, lejos de Ti, me convertiste para que te sirviese.»
     Pero no son sólo la creación y la vocación, con todo lo que ellas encierran de amor, las prendas de ese amor.
     Mi bautismo.
     Mi primera comunión. Y mis comuniones innumerables.
     El perdón tantas y tantas veces concedido, con el mismo amor y como si siempre fuera la primera vez que me perdona.
     Y su compañía constante en la Eucaristía.
     Y su sacrificio continuo por mí en el altar en que se inmola todos los días y en todos los instantes.
     Y las gracias que derrama sobre mí en cada momento.
     Y... ¿no basta acaso esa letanía de prendas de amor que pudiera alargarse y alargarse, y que, además, cada minuto se enriquece con nuevos títulos?
     Sí. Yo soy aquel a quien Él ama. Y me siento feliz con ese amor.
     Pero..., ¿y es Él Aquel a quien yo amo?
     Como a Pedro a orillas del lago, también a mí me pregunta: Amas me? ¿Me amas? ¿Y puedo yo responder con Pedro, sinceramente y con todo el corazón: Domine, Tu scis quia amo te? Señor, Tú sabes que te amo.
     Si, yo le amo. Y repetírmelo hace bien a mi alma. Pero, ¡ay!, qué poco muestro mi amor.
     El amor se manifiesta en el sacrificio por la persona amada.
     Y me cuesta tanto sacrificarme. Y tantas veces me sorprendo negándole un pequeño sacrificio que Él me pide en prueba de mi amor.
     El amor se conoce en la entrega total de sí mismo a la persona amada.
     Y la entrega mía es algunas veces tan calculada y tan mezquina.
     Muchas palabras: Señor, soy todo tuyo. ¿Y en las obras? ¡Cuántas veces soy todo mío! Yo y siempre yo.
     El amor se conoce en la comunicación de bienes: Él me lo da todo, y se me da a Sí mismo.
     ¿Y yo? ¡Cuántas reservas vergonzosas y cobardes!
     Sí, Él me ama, y yo le amo, es verdad. Pero, ¿puedo comparar esos dos amores y decir sinceramente: Señor, yo te amo a Ti como Tú me amas a mí?

Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

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