Tema central: la pasión
157.
A pesar de todas estas fluctuaciones, durante toda la Edad Media quedó
la pasión o, en general, la vida y pasión de Nuestro Señor como tema
fundamental para la explicación alegórica de la misa. El mandato del
Señor: «Haced esto en recuerdo mío», no solamente nunca se perdió
de vista durante todos estos siglos en la devoción popular de la misa,
sino que, al contrario, se cumplió con ello, a su modo, de una manera
ejemplar. Buena prueba de ello es el cuadro de la Misa de San Gregorio,
reproducido tantas veces por los pintores medievales: mientras celebra,
se le aparece al papa San Gregorio, encima del altar, el Señor como
varón de dolores, con los atributos de la pasión. En cambio, la idea del
sacrificio como tal, y en concreto del sacrificio que aquí es ofrecido
de nuevo, y en que participa la Iglesia, queda casi en la penumbra, a
pesar de que la enseñanza de los teólogos se atiene en todo este tiempo a
la doctrina tradicional (La poca importancia que durante el siglo XII se dió
en la concepción de la misa a la idea del sacrificio, la demuestran las
razones que Honorio Aucustod. (Gemma an., I, 36: PL 172, 555) da para
la celebración diaria de la misa; para que: 1.°, los obreros en la viña
del Señor (es decir, los sacerdotes) pueden comulgar; 2.°, los neófitos
se incorporen (por la comunión después del bautismo) a Cristo (cf. A.
Landgraf: ZkTh 66 [1942] 119-131), y 3.°, para que entre los fieles se
mantenga viva la memoria passionis) sobre el sacrificio de
Cristo en la cruz y en la misa. Es verdad que se sigue practicando en
muchas ocasiones la presentación de las ofrendas, pero muy contadas
veces se habla en los comentarios de la intervención de la comunidad en
el sacrificio, que ofrece con Cristo sus dones o, por lo menos, que se
une a su alabanza y homenaje divino. Por las ofrendas que presentan los
fieles, más bien «se compra y se beneficia uno de los sufrimientos de Cristo y de los méritos de su pasión, conmemorados en la misa».
Es decir, que la misa se considera casi exclusivamente como un medio de
que Dios se vale para santificar al mundo. En el desarrollo litúrgico
de la misa ya no se ve, como en los primeros siglos, la acción de la
Iglesia, su acción de gracias y sus ofrendas, sino principal y casi
exclusivamente la obra redentora de Dios. El único que de parte de los
hombres participa en la acción es el sacerdote.
«Los misterios de la misa», de calderón
En
todo lo que hace, se les revela a los fieles, como en una
representación misteriosa, la vía dolorosa del Señor. No es casual que
Calderón de la Barca, con su obra Los misterios de la misa, haya
resumido la herencia de las alegorías medievales en una obra dramática
en la que hace reflejarse, a través de la misa, toda la historia de la
redención, desde la caída de Adán hasta el fin del mundo. En cambio, no
habla en ningún sitio de la participación del pueblo, ni en el ofertorio
ni en la comunión. La Eucaristía se ha transformado en una epifanía, en
la venida del Señor, que aparece entre los hombres y les distribuye sus
gracias. Los hombres se han reunido en torno al altar para participar
de estas gracias. Es una concepción de la misa, a la que correspode el
deseo que ahora se manifiesta de asistir al sacrificio cada dia todas
las veces que fuera posible.
La alegoría crea nuevas ceremonias
158.
No es de extrañar que estas alegorías, que dominaron durante siglos,
hayan dejado sus huellas también en la misma liturgia, o sea, en
ceremonias que la Edad Media añadió para hacer más clara la
representación sagrada. Entre ellas está, como luego veremos, la de
guardar en el ofertorio la patena debajo del corporal, para simbolizar
la ocultación del Señor antes de la pasión; la inclinación de la cabeza
al acabar el memento de los difuntos, como alusión a la muerte de
Cristo; el mantener la costumbre de levantar la voz al Nobis quoque,
cuando ya no había motivo intrínseco para ello, como recuerdo de la
exclamación del centurión al morir Jesús; las cinco cruces de la
doxología final del canon, como representación de las cinco llagas; el
adelantar la conmixtión, como símbolo de la resurrección, para que con esto el saludo de paz Pax Domini
pudiera presentarse como saludo del resucitado; la elevación de las
manos y de los ojos antes de la última bendición, en imitación del Señor
antes de su ascensión.
La concepción de la misa como epifanía que aparece en la explicación alegórica, subió de punto decididamente cuando a fines del siglo XII se introdujo la elevación de las sagradas especies en la consagración. Verdad es que lo que vemos nosotros con los ojos no es más que el velo sacramental de su cuerpo y sangre; con todo, el hombre medieval, cuando por diversas circunstancias la Eucaristía pasó al plano preferente en sus devociones, ardió en ansias de clavar fervorosamente su mirada en las especies.
La concepción de la misa como epifanía que aparece en la explicación alegórica, subió de punto decididamente cuando a fines del siglo XII se introdujo la elevación de las sagradas especies en la consagración. Verdad es que lo que vemos nosotros con los ojos no es más que el velo sacramental de su cuerpo y sangre; con todo, el hombre medieval, cuando por diversas circunstancias la Eucaristía pasó al plano preferente en sus devociones, ardió en ansias de clavar fervorosamente su mirada en las especies.
Presencia sacramental de Cristo
159.
El rumbo de las consideraciones eucarísticas venía cambiando hacia
siglos, desde que con Isidoro, y más aún con las controversias del siglo
IX, se hizo normal ver en el Sacramento, con omisión absoluta de todo
simbolismo, casi exclusivamente la idea de la presencia real. Los
teólogos ahondan ahora y profundizan en esta presencia y en el modo de
verificarse. Desde Anselmo de Laón (+1117) y Guillermo de Champeaux (+1121) es afirmación evidente a la luz teológica que está presente en el Sacramento no sólo el cuerpo y la sangre, sino totus Christus,
y esto en cada una de las especies. Con esto se encontró una fórmula
que armonizaba con la concepción que el pueblo venía oyendo en las
explicaciones alegóricas de la misa, en las que se había acostumbrado a
la masa a acompañar con el pensamiento la persona del Señor por los
caminos de su redención, más bien que a ofrecer en oración o recibir en
la comunión una cosa, a saber, el cuerpo y la sangre de Cristo, como don
y manjar sacrifical. De este modo, la meditación del Cristo histórico
como modelo ejemplar de nuestra vida, aspecto que desde San Bernardo se
fue imponiendo cada vez más en la conciencia del pueblo cristiano, pudo
combinarse ahora con la meditación de la Eucaristía, ganando así el
interés por esta devoción.
En el lenguaje de la Iglesia seguía por de pronto la antigua terminología. Se habla de festum Corporis Christi. En los nuevos himnos de la consagración se le saludaba a Cristo Ave verum Corpus (cf. II, 289). Véanse, en cambio, las fórmulas con que se enseña el sacramento más tarde antes de la comunión, p. e., en el rit. 1 del obispo Enrique I de Breslau (más adelante, II. 532 =8). En la baja Edad Media fué muy general la costumbre de llamar a Cristo en la Eucaristía sencillamente «Dios». También Bertoldo de Ratisbona (+ 1272) habla con preferencia del «Gottesleichnam», cuerpo de Dios; cf. sus sermones, ed. Pfeiffer, II, 87ss.
En el lenguaje de la Iglesia seguía por de pronto la antigua terminología. Se habla de festum Corporis Christi. En los nuevos himnos de la consagración se le saludaba a Cristo Ave verum Corpus (cf. II, 289). Véanse, en cambio, las fórmulas con que se enseña el sacramento más tarde antes de la comunión, p. e., en el rit. 1 del obispo Enrique I de Breslau (más adelante, II. 532 =8). En la baja Edad Media fué muy general la costumbre de llamar a Cristo en la Eucaristía sencillamente «Dios». También Bertoldo de Ratisbona (+ 1272) habla con preferencia del «Gottesleichnam», cuerpo de Dios; cf. sus sermones, ed. Pfeiffer, II, 87ss.
Reacción contra la herejía
160.
Al mismo resultado condujo la lucha contra los movimientos heréticos de
la época. Una ocasión más lejana fue la herejía de Berenguer de Tours (+ 1088), cuya
negación racionalista de la presencia real fue condenada en varios
sínodos. Pero esta controversia, originada entre teólogos, apenas
traspasó sus círculos y los del clero. Es cierto que entre ellos, y más
en los conventos, se introducen formas las más reverentes hacia el
sacramento; por ejemplo, las prescripciones sobre la selección y
preparación de las materias de pan y vino, la costumbre de juntar los
dedos, que se purifican de modo especial después de tocar el sacramento;
las reglas concretaa sobre la ablución de los dedos y la limpieza de
los Vasos sagrados después de la comunión.
Reconozcamos, con todo, que tales delicadezas y costumbres sólo trascendieron a sectores más amplios cuando entre la riqueza de una iglesia feudal se encendió en el siglo XII la herejía neomaniquea de los albigenses, que con la negagación de la jerarquía y de los sacramentos negaron también la fe en la Eucaristía. Se trataba entonces realmente de una lucha por el alma del pueblo, que estaba profundamente amenazada. La palabra cataros (los puros) con que se llamaba un grupo de estos sectarios, es ya una prueba palpable de ello. La nueva doctrina atraía tanto por el ideal de una Iglesia pobre como por el primitivismo de sus afirmaciones. Explicaban el sacramento del altar sencillamente como mero pan, purum panem, y la desnuda bendición del pan la consideraban como suficiente para la Eucaristía.
Reconozcamos, con todo, que tales delicadezas y costumbres sólo trascendieron a sectores más amplios cuando entre la riqueza de una iglesia feudal se encendió en el siglo XII la herejía neomaniquea de los albigenses, que con la negagación de la jerarquía y de los sacramentos negaron también la fe en la Eucaristía. Se trataba entonces realmente de una lucha por el alma del pueblo, que estaba profundamente amenazada. La palabra cataros (los puros) con que se llamaba un grupo de estos sectarios, es ya una prueba palpable de ello. La nueva doctrina atraía tanto por el ideal de una Iglesia pobre como por el primitivismo de sus afirmaciones. Explicaban el sacramento del altar sencillamente como mero pan, purum panem, y la desnuda bendición del pan la consideraban como suficiente para la Eucaristía.
Milagros obrados por la hostia
161.
Por el lado católico surgieron todavía en el siglo XII las narraciones
sobre los milagros de las sagradas formas. Se deducen y multiplican los
casos de quienes han visto visiblemente en las especies la aparición
corpórea del Salvador. Aunque estas narraciones no resisten, por lo
general, un examen critico, de todos modos son una profesión de fe
popular. Tanto más pura cuanto más realista es su lenguaje. En ellas
asoma claramente el ansia por contemplar lo que está oculto en el
sacramento. Y sí el cristiano ordinario sabe que él es indigno de la
gracia especial de ver al Señor de modo tangible, por lo menos quiere
clavar fervorosamente su mirada en los velos exteriores bajo los que se
oculta. Y esto le sirve al mismo tiempo como de comunión sacramental,
que tan raras veces se le permite entonces.
La elevación de la forma
Contribuyó
a fomentar este deseo de fijar los ojos en las especies el antiguo rito
por el que el sacerdote, imitando al mismo Señor, al llegar a las
palabras accepit panem, tomaba el pan en las manos y lo levantaba
un poco. Como por instinto se concentraba entonces de modo particular
la atención de los fieles sobre esta ceremonia, y los sacerdotes
satisfacían esta ansia del pueblo procurando dar más realce a la misma.
Pero como el interés de los fieles, más que a la ceremonia de la
oblación, se dirigía a la presencia del Señor, y en la oblación todavía
no se daba esta presencia, algunos obispos, a imitación del de París,
para evitar que se adorase un simple pan no consagrado, comenzaban a dar
poco después de 1200 una serie de prescripciones que trataban de
substituir esta elevación antes de la consagración por otra después de
la misma, exigiendo al mismo tiempo que en ésta la forma consagrada se
levantase hasta tal altura que la pudieran ver y adorar todos.
Ansia de ver la forma
162.
Con esta ceremonia, la consagración, como centro de la misa, consiguió
una expresión adecuada, que absorbe toda la atención de pueblo. Ver el
misterio sagrado es también la suprema aspiración en la leyenda del
Santo Grial, en la que por entonces encuentran su expresión poética los
anhelos de la Edad Media.
La procesión del Santo Grial constituye un apogeo en
la obra más antigua de este género, de Cristiano de Troyes (entre 1169 y
1190). En ella aparece el Grial como el vaso misterioso, lleno de
piedras preciosas, en que se lleva la Eucaristía al rey enfermo (v.
3220ss; cf. v. 6423). Despide tal resplandor, que a su luz palidece la
de las velas con que se le acompaña, así como palidece la luz de las
estrellas ante la del sol o de la luna. Cf. K. Burdach, Der Gral:
«Forschungen zur Kirchen und Geistesgeschichte». 14 (Stuttgart 1938
415ss. Mientras en Cristiano los efectos milagrosos se atribuyen a la
hostia, que contiene el Grial. en la poesía, un poco más reciente, de
Roberto de Borrón (hacia el final del siglo XII; Burdach. 466s) y en
Wolfram de Eschenbach se atribuyen al mismo Grial y se experimentan sólo
con verlo (Burdach. 456s 476 516). A a la tesis de Burdach que explica
los elementos principales de la leyenda del Santo Grial de la liturgia
griega habrá que decir lo mismo que M. Lot-Borodine escribió acerca de
las afirmaciones mucho más concretas de E. Enitschkof en tres artículos
de Romanía 56 (1930 hasta 59 (1933); cf. el relato en JL 13 (1935)
402s.9. Y como en la leyenda, se esperan siempre de la contemplación de la sagrada forma efectos sobrenaturales (Las afirmaciones sobre los efectos milagrosos de la
contemplación de la Eucaristía empiezan en los primeros decenios del
siglo XIII; vease Dumoutet. Le désir de voir l'hostie, 18s. Existe,
pues, también en ésta un sorprendente paralelismo. La opinión de que estas
creencias pasaron del Grial a la Eucaristía, con razón es rechazada por
Dumoutet). El aprecio por la contemplación de la hostia llegó al
extremo de equipararla casi con el acto de la comunión. Hasta se
llegaron a ocupar en serio con la cuestión de si no constituiria pecado
el que un pecador mirase la sagrada forma.
Dumoutet, 18-25; Browe, Die Verehrung der Eucharistie im mittelalter, 56-61. Desde luego, los teólogos niegan que se corneta nuevo pecado; con todo, se prohibió a veces a los castigados por la excomunión o el entredicho que mirasen la sagrada hostia, prohibición que a veces indujo a los excomulgados a que hiciesen agujeros en los muros de la iglesia (Browe, 61s).
Durante la baja Edad Media, para muchos lo esencial en la aistencia a la misa era únicamente ver la sagrada hostia. Solo por haberla logrado ver quedaba satisfecha su devoción. En las ciudades se dió el caso de que la gente corría de iglesia en Iglesia para ver el mayor número de veces posible alzar la hostia, prometiéndose abundantes frutos de esta devoción (Un manuscrito de Graz del siglo XV dice. p. ej., que en el mismo día no se perdería la vista, no habría que sufrir hambre, uno no se moriría de repente, que se perdonarían las murmuraciones, etc. Franz. 103; cf. 70). Hubo procesos ante los tribunales por la posición de un asiento en la iglesia, de donde se pudiese contemplar bien el alzar (Dumoutet, 67s. En Inglaterra no fué raro el caso de que al celebrante que no levantaba lo suficiente la hostia se dijese en voz «¡Más alto, señor Juan, más alto!». Fortescue, The Mass.). Como existen testimonios del abuso de no entrar en las iglesias sino inmediatamente antes de la elevación y salirse después atropelladamente («Salen atropelladamente de la iglesia», quasi diabolum vidissent, se queja el franciscano Miguel de Hungaria (Sermones dominicales THagenau 1498], serm. 74; Dumoutet, 69). Asi también predicador vestfaliano. Franz. 18).
Browe, 141-154. En Klosterneuburg se fundó el año 1288 una misa votiva semanal cantada en honor del Santísimo Sacramento (Schabes, 71).
La misa ante el Santísimo expuesto, que entonces se divulgó tanto y que, juntamente con el culto de la exposición, cobra nuevo empuje contra la herejía, nos pone de relieve el interés y entusiasmo que sentía el pueblo por el momento solemne de la elevación dentro de la misa, queriendo prolongar aquella manifestación visible durante el tiempo que durara el sacrificio (El pensamiento de que toda la liturgia de la misa no es más que el marco que ha de adornar la consagración del sacramento, lo expresó sencillamente el canónigo de Beromünster Rodolfo de Liebenegg, (+ 1332) en su Pastorale novellum Missa sacramento servit specialiter isti, Cuius ad ornatum patres hanc constituerunt, Praecipue Iacobus et Basilius venerandi (Franz, 488). En la Legislación romana se advierte bastante reserva frente a estas tendencias de especial incremento en el sur de Alemania y en España.
Codex Jur. Can., can. 1274, con las numerosas fuentes allí citadas. Cf J. Kramp, Eucharistia (Freiburg 1924) 81-110. Nicolás de Cusa, cuando estaba de cardenal-legado en Alemania (1450-1452), en muchos sitios se declaró, no sin acritud, adversario de las exposiciones continuas y misas ante el Santísimo expuesto si no era en la fiesta del Corpus (Browe. Die Verehmng, 170-172).
Para ello se cita con frecuencia, pero no con mucha razón, una disposición del segundo concilio de Lvón (1274), const. 25, que prohibe e. o. publica parlamenta (Mansi, XXIV, 99 A); una disposición acerca del canto (quod... ars cantus melius docerctur) se encuentra en los apéndices III, 1 (1. c., XXIV, 130 B). Más claro habla una decretal de Juan XXII de 1324-25 que, sin reprobar enteramente la polifonía, prohibe que las melodías gregorianas se acompañen triplis et motetis vulgaribus Corpus lur. Can., Extrav. comm., III, 1; Friedserg, II, 1256). Cf. Ursprung, 138s. >29 Ursprung, 141s. i'» L. c., 163s.).
Lo profundo que fue este cambio se nota también en la substitución de los antiguos patronos por otros. Durante el florecimiento del canto gregoriano se tenía por patrono a San Gregorio; al principio de la época de la polifonía, a San Juan Bautista (que en su nacimiento devolvió la voz a su padre;; ahora pasa el patrocinio a Santa Cecilia, por las palabras del oficio cantantibus organis. Cf. B. Ebel, Die Kirchenmusik ais sinnoiiaucner Ausaruck. aer Gemeinschajt der Heiligen im Wandel der Zeiten: «Lilurg. Leben», 5 (1938) 223-233, especialmente 230ss.
Dumoutet, 18-25; Browe, Die Verehrung der Eucharistie im mittelalter, 56-61. Desde luego, los teólogos niegan que se corneta nuevo pecado; con todo, se prohibió a veces a los castigados por la excomunión o el entredicho que mirasen la sagrada hostia, prohibición que a veces indujo a los excomulgados a que hiciesen agujeros en los muros de la iglesia (Browe, 61s).
Durante la baja Edad Media, para muchos lo esencial en la aistencia a la misa era únicamente ver la sagrada hostia. Solo por haberla logrado ver quedaba satisfecha su devoción. En las ciudades se dió el caso de que la gente corría de iglesia en Iglesia para ver el mayor número de veces posible alzar la hostia, prometiéndose abundantes frutos de esta devoción (Un manuscrito de Graz del siglo XV dice. p. ej., que en el mismo día no se perdería la vista, no habría que sufrir hambre, uno no se moriría de repente, que se perdonarían las murmuraciones, etc. Franz. 103; cf. 70). Hubo procesos ante los tribunales por la posición de un asiento en la iglesia, de donde se pudiese contemplar bien el alzar (Dumoutet, 67s. En Inglaterra no fué raro el caso de que al celebrante que no levantaba lo suficiente la hostia se dijese en voz «¡Más alto, señor Juan, más alto!». Fortescue, The Mass.). Como existen testimonios del abuso de no entrar en las iglesias sino inmediatamente antes de la elevación y salirse después atropelladamente («Salen atropelladamente de la iglesia», quasi diabolum vidissent, se queja el franciscano Miguel de Hungaria (Sermones dominicales THagenau 1498], serm. 74; Dumoutet, 69). Asi también predicador vestfaliano. Franz. 18).
Fomentada por los predicadores
163.
Desde luego se reprobaron estos abusos, pero su verdadera raíz, el
ansia de ver la sagrada forma, fué cultivado por teólogos y predicadores (Con cierta reserva tratan el asunto algunos teólogos a
partir del final del siglo XIV. Después del siglo XVI también el pueblo pierde
el interés en este ejercicio). Por otra parte, los grandes
predicadores sabían exponer bien el verdadero valor de esta ceremonia.
En uno de sus sermones sobre la misa explica Bertoldo de Ratisbona que
el sacerdote quiere decir tres cosas con la elevación del sacramento: he
aquí el Hijo de Dios, que por ti presenta sus llagas al Padre
celestial; he aquí el Hijo de Dios, que por ti fué clavado en la cruz;
he aquí el Hijo de Dios, que vendrá a juzgar a los vivos y a los
muertos. Por esto se tenía interés en que la elevación de la sagrada
hostia no fuera un momento fugaz, sino se prolongase por algún rato,
mientras la comunidad con sus cantos sagrados rendía homenaje y adoraba
el cuerpo del Señor. La ceremonia se podía repetir también en otros
momentos de la misa, al final del canon (De este modo, la antigua elevación del cáliz y de la
hostia se transformó en una simple acción de enseñar las especies, que
se unió muchas veces con el Pater noster; cf. más adelante, II. 408) y después del Agnus Dei (Así se hizo algún tiempo en los dominicos (Browe,
63). Se trataba de una parte de la costumbre, que aun se conserva, de
sostener desde el Agnus Dei hasta la comunión la hostia encima del
cáliz, cf. más adelante, II, 471, 500. En contra de tales costumbres,
pide el Officiarium curatorum, impreso el 1503 en Autún, que no se
enseñe la hostia más que una sola vez, porque Cristo sólo una vez fué
crucificado, pero añade: quamvis secundum aliquos trina fíat ostensio
propter crucifixionem linguarum iudaeorum dicentium: Crucifige. Dumoutet, 55) ni debía faltar el Viernes Santo (Browe, 64. Esta costumbre se ha mantenido hasta la actualidad). Es
verdad que, por otra parte, hubo que prevenir también los excesos, por
la indiscreción de algunos sacerdotes, que no conocían en esto límites (Browe, 63s. Hubo también sacerdotes que cobraban por una elevación más prolongada (Dumoutet 70s).
La misa ante el Santísimo expuesto
164.
La presentación al público de la sagrada hostia no tardó mucho en
formar rito distinto fuera de la misa. Con la introducción de la
custodia comenzó a frecuentarse pronto también en otras funciones
religiosas. A principios del siglo XIV se hizo costumbre llevar el
Santísimo descubierto por las calles en procesión solemne, en la fiesta
del Corpus, instituida el año 1246 como consecuencia del nuevo
movimiento eucarístico. Luego se dejó expuesto el Santísimo en la misa
mayor de la fiesta, lo mismo que durante toda su octava, y no sólo el
tiempo que duraba la misa, sino también durante el rezo del Oficio
divino. En el mismo siglo XIV se introdujo la costumbre de tener
expuesto el santísimo aun en la misa de otras fiestas del año,
principalmente todos los jueves, en que se decía una misa votiva del
santísimo Sacramento.Browe, 141-154. En Klosterneuburg se fundó el año 1288 una misa votiva semanal cantada en honor del Santísimo Sacramento (Schabes, 71).
La misa ante el Santísimo expuesto, que entonces se divulgó tanto y que, juntamente con el culto de la exposición, cobra nuevo empuje contra la herejía, nos pone de relieve el interés y entusiasmo que sentía el pueblo por el momento solemne de la elevación dentro de la misa, queriendo prolongar aquella manifestación visible durante el tiempo que durara el sacrificio (El pensamiento de que toda la liturgia de la misa no es más que el marco que ha de adornar la consagración del sacramento, lo expresó sencillamente el canónigo de Beromünster Rodolfo de Liebenegg, (+ 1332) en su Pastorale novellum Missa sacramento servit specialiter isti, Cuius ad ornatum patres hanc constituerunt, Praecipue Iacobus et Basilius venerandi (Franz, 488). En la Legislación romana se advierte bastante reserva frente a estas tendencias de especial incremento en el sur de Alemania y en España.
Codex Jur. Can., can. 1274, con las numerosas fuentes allí citadas. Cf J. Kramp, Eucharistia (Freiburg 1924) 81-110. Nicolás de Cusa, cuando estaba de cardenal-legado en Alemania (1450-1452), en muchos sitios se declaró, no sin acritud, adversario de las exposiciones continuas y misas ante el Santísimo expuesto si no era en la fiesta del Corpus (Browe. Die Verehmng, 170-172).
La genuflexión ante el Santísimo
165.
Hacia finales de la Edad Media, de la misma raíz, es decir del celo por
la adoración del Sacramento del Altar, nace otro rito, que en
seguida se propagó por todas partes, dando un sello especial a
la liturgia de la misa, entre la consagración y comunión. Nos
referimos a la genuflexión de antes y después cada vez que se tocan las
sagradas especies. Esta genufliexión no se conoce antes del siglo XIV, y por ella, en una época relativamente tardía, se aplica al
Santísimo Sacramento una prerrogativa que, lo mismo que el empleo de la luz y el incienso, trono y baldaquino, proviene del ceremonial de la corte
imperial, de donde había pasado a la liturgía, hacia ya muchísimo tiempo,
como una manifestación del respeto debido a los obispos (Como es sabido,
aun se les manda a los clérigos por el Caeremoniale episc. (I, 18, 3)
la genuflexión al obispo). Con esta concepción de la misa, transformada, en gran parte, en representación
viva y teatral que habla a los sentidos de los asistentes, riman
perfectamente las tendencias a enriquercer la parte musical para la
acción litúrgica.
Secuencias y «tropos»
166.
El canto gregoriano habia conseguido en el siglo VIII, sobre todo dentro
de Roma, una respetable altura. No pocos viajes a Roma de clérigos
francos y anglosajones se debían al deseo de adquirir en la Ciudad
Eterna libros y, sobre todo, maestros del canto litúrgico. Se trataba de
un canto artístico con ricas melodías, para el que se necesitaba una
Schola adiestrada, pero que, si prescindimos de la octava alta de los
tiples, se mantenía estrictamente en los límites de la homofonía. Al
final de la época carolingia apareció ya la primera tendencia a
enriquecer el canto, aun limitándose únicamente al texto. Las largas
entonaciones con una sola sílaba de texto parece que no satisfacían al
gusto germano. De ahí que se creasen nuevos textos en los que cada
silaba correspondiera a una nota de la melodía. Es la forma primitiva de
los llamados tropos, que se cantaban por una parte del coro adornando
el texto, mientras la misma melodía era cantada por el resto de la
Schola. En el siglo X los encontramos propagados por todas partes como
acompañamiento en las fiestas, pero acomodándolos a cada canto del
propio del tiempo, y luego también del ordinario de la misa, en la que
se cantaba desde el Introito y el Kyrie hasta el final de la misa, con
inclusión a veces del Ite, missa est. Posteriormente se Intercalan en el
texto, con la melodía tradicional, frases cortas o, como ocurre en el
Introito, se le anteponen. Un caso especial lo tenemos en las
secuencias, que se formaban poniendo texto a las larguísimas melodías
del aleluya, y que luego en toda la Edad Media dieron una floración de
cantos independientes en centenares de poesías. Es notable que Roma, y
en general Italia, así como había mostrado una gran reserva frente al
arte gótico, también miró con indiferencia a las secuencias, por las que
por vez primera entraban en la misa creaciones poéticas. Como se
trataba generalmente de textos nuevos, tal enriquecimiento sólo
beneficiaba la devoción de los clérigos.
Las primeras melodías gregorianas
Del
mismo modo se crearon nuevas melodías, a partir sobre todo del segundo
milenio, para los textos del ordinario. Hasta entonces habían tenido el
carácter sencillo de una recitación semejante a los cantos del
sacerdote, de los que algunos no eran sino una continuación (De esta clase es la misa gregoriana n. 18. que se usa en el adviento y la cuaresma y en el Requiem). A veces
tenían un aire
con las aclamaciones y contestaciones del pueblo, del que se
diferenciaban sólo por su mayor extensión (Efectivamente, no solamente el Kyrie, sino
también el Sanctus, Benedictus y Agnus Dei, tienen carácter de
aclamaciones, en sentido más amplio; incluso el Gloria se compone en
parte de aclamaciones). Se trataba, pues,
de un género algo más solemne de recitación, con algunas cadencias, en
la que todos podían participar.
Canto del clero
167. Esto
explica el que tales textos, sólo por excepción, fuesen ejecutados por
la Schola. Por otra parte, fuera del sanctus, ya en la época
carolingia dejaron de recitarse por todo el pueblo, interpretándose en
esta época, y generalmente también en los siglos XII y XIII, por los
clérigos, presentes en el presbiterio. Por esto en los países del
norte de los Alpes se llama aún hoy día coro. Entre estos clérigos
existiría un coro de cantores especialmente ensayado, que se encargaría
de los cantos del propio y tomaría en general la dirección del canto. Y
esto con más razón, a medida que se iban enriqueciendo las melodías de
los textos del ordinario. Tal fue el caso del Kyrie en los siglos X y XI. Asi, los cantos de la antemisa fueron imponiéndose en cierto modo
sobre los de la misa sacrifical. Para el Sanctus y el Agnus Dei se
compusieron sólo
posteriormente melodías más variadas. El Gloria y el Credo conservaron
en sus nuevas tonadas el carácter recitativo de la salmodia. Con
todo, el adorno musical en las melodías del ordinario era ya en la época
de San Bernardo tan refinado (+ 1153), que en la reforma del canto
religioso, llevada a cabo con su colaboración, parecía necesario
desterrarlo. Hay que reconocer, a pesar de todo, que los cantos del
ordinario no formaban ni aun entonces un verdadero conjunto. El ejemplo
más antiguo en que aparecen por vez primera como tal, es la misa de
Angelis, compuesta a fines del siglo XIII y tan frecuentada en la
actualidad.
El «chorus»
168. Fué entonces cuando la
palabra chorus adquirió una nueva coloración semántica, a saber, la del
coro de los cantores, que, separado ya del clero, admite hasta
seglares, llegando a independizarse, incluso por lo que se refiere al
sitio en que actúa, al retirarse primeramente hacia el lectorium
(Lettner, la tribuna elevada para la lectura o canto de la epístola y el
evangelio, que en las antiguas iglesias góticas separa el presbiterio
de la nave en lugar de las verjas), y más tarde al coro en el fondo de
la iglesia, encima de la entrada principal. En el canto litúrgico
empieza ahora, además, a aparecer la polifonía. Los primeros ensayos del
siglo IX se hicieron para los cantos del propio. Consistía entonces la
polifonía en que una segunda voz, utilizando a veces un tropo como
texto, acompañaba la melodía en una diferencia de una cuarta o quinta;
acompañamiento para el que se podia emplear también un instrumento
músico (voz organal).
Los motetes
169. En el siglo XII, la catedral de Notre-Dame de París asumió la dirección de esta
evolución. En ocasiones solemne se fueron juntando, con preferencia en
algunos pasajes del gradual y aleluya, a la melodía gregoriana una
segunda y pronto una tercera y cuarta voz con melodías más libres, a las
que se asignaba un texto especial, a veces en lengua vulgar, si se
prestaba para ello la abundancia de las melismas (Son los así llamados motetes; véase el cuadro en Ursprung con
ejemplos de los manuscritos de los siglos XIII-XIV. Un manuscrito de
Klosterneuburg de 1551 ofrece un ejemplo alemán; en él se encuentra la
misa de Pascua de Resurrección puesta en música polifónica, en la que el
soprano acompaña el texto latino con la canción alemana «Christ ist
erstanden». Schabes, 150). Del mismo género,
aunque de categoría inferior, fue seguramente el canto de los
trovadores, de los que oímos que se ofrecían a cantar sus versos en la
misa super Sanctus et Agnus Dei. Tales cantos entraban en la
corriente de la época, gustadora de este floreo ligero, pero que eran en
detrimento del canto religioso. Pronto se alzaron voces de alerta para
defender la seriedad del canto litúrgico tradicional, estimulando la
intervención de la autoridad eclesiástica.Para ello se cita con frecuencia, pero no con mucha razón, una disposición del segundo concilio de Lvón (1274), const. 25, que prohibe e. o. publica parlamenta (Mansi, XXIV, 99 A); una disposición acerca del canto (quod... ars cantus melius docerctur) se encuentra en los apéndices III, 1 (1. c., XXIV, 130 B). Más claro habla una decretal de Juan XXII de 1324-25 que, sin reprobar enteramente la polifonía, prohibe que las melodías gregorianas se acompañen triplis et motetis vulgaribus Corpus lur. Can., Extrav. comm., III, 1; Friedserg, II, 1256). Cf. Ursprung, 138s. >29 Ursprung, 141s. i'» L. c., 163s.).
Primeros principios de la polifonía
Efectivamente,
el arte musical eclesiástico volvió en los últimos siglos de la Edad
Media a limites más sobrios, contentándose, sobre todo en Alemania, con
revestir los días festivos las sencillas melodías del gregoriano y las
de los textos del ordinario con una polifonía sencilla a modo del falso
bordone, como se usaba en la salmodia y todavía se practica hoy en
varias iglesias. Hacia el siglo XIV, el órgano estaba lo
suficientemente perfeccionado como para poder usarlo en las iglesias
mayores de acompañamiento del canto, siempre que no se opusieran a ello
decisiones más severas. En Francia aparecieron ya en el siglo XIV
los primeros ejemplos de composiciones polifónicas, en el sentido
moderno, para las partes del ordinario desde el Kyrie hasta el Agnus
Dei, y ya no se sujetan a las melodías gregorianas, aunque les gusta
incluirlas. Cuando bajo Gregorio XI volvió de Aviñón a Roma
la curia pontificia en 1377, trajeron los cantores del coro papal a
Italia la polifonía, propagándose de allí a todas las naciones. No
encontró en todos los sitios la misma acogida entusiasta; en los
monasterios suecos, por ejemplo, fue rechazada y en San Galo quedó
excluida del culto divino hasta 1560. Pero podemos afirmar que se
había inaugurado un nuevo periodo en la historia de la música
eclesiástica y con ello en el ornato externo de la liturgia de la misa.Lo profundo que fue este cambio se nota también en la substitución de los antiguos patronos por otros. Durante el florecimiento del canto gregoriano se tenía por patrono a San Gregorio; al principio de la época de la polifonía, a San Juan Bautista (que en su nacimiento devolvió la voz a su padre;; ahora pasa el patrocinio a Santa Cecilia, por las palabras del oficio cantantibus organis. Cf. B. Ebel, Die Kirchenmusik ais sinnoiiaucner Ausaruck. aer Gemeinschajt der Heiligen im Wandel der Zeiten: «Lilurg. Leben», 5 (1938) 223-233, especialmente 230ss.
Valoración de la polifonía
170.
Para épocas siguientes hay que decir que, mientras se adornaban con
toda pompa de la polifonía las frases sencillas de carácter aclamatorio
en las que el pueblo había expresado originariamente sus súplicas y
alabanzas, o los cantos entonados por el celebrante y continuados por el
pueblo —función en que le podía substituir el clero—, los cantos del
propio con sus textos, formados por trozos líricos de los salmos, y que
habían sido insertados en la misa para rellenar artísticamente sus
pausas, seguían conservando la majestuosa sencillez arcaica de las
melodías gregorianas tradicionales. Es verdad que, con excepción del
Credo, introducido en el culto como consecuencia de las controversias
sostenidas en Oriente contra la herejía y compuesto en su mayor parte de
afirmaciones dogmáticas sencillas y sobrias, los demás textos del
ordinario, por las expresiones solemnes de su estilo hímnico, se
prestaban a la creación artística. Llevaban, con todo, un peligro: el
alejarse de su función principal precisamente por su elevación
artística, que impide la participación del pueblo. Por otra parte, por
estar redactada la liturgia en lengua extraña, y como no se podia pensar
en la creación de textos nuevos, el ponerlos en música fué una
buena solución. La existencia de diversas melodías gregorianas para los mismos textos
facilitó la formación de otras nuevas, aun cuando en ellas se
abandonara el estilo antiguo. La invariabilidad de los textos no
solamente los hacía más accesibles al pueblo, que no sabia
latín, sino que justificó al mismo tiempo la
preponderancia que precisamente por la música habían adquirido
sobre los demás. Todas estas causas facilitaban su ejecución. Y la
circunstancia de que el Sanctus y el Benedictus se extendían cantando a
lo largo del canon, pudo hacer creer, por lo menos al oído de la comunidad, que se restablecia el carácter originario de la Eucaristía como acción de gracias, cuando pareció haber desaparecido definitivamente, desde que el canon se recitó en voz baja y se añadieron otras oraciones en forma de súplica.
P. Jungmann S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA
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