Tendrás, pues, amigos, hijo mío; pero no olvides que la amistad te impone deberes que no puedes violar sin traición.
Debes ser fiel a tus amigos, delicado, sacrificado para con ellos. El que no tiene en sus amistades estas tres virtudes: fidelidad, delicadeza y sacrificio, no es más que un egoísta, y no es digno de la dulzura de ser amado.
Sé fiel a tus amigos: no les rehuses el servicio que te pidan; no faltes a la sincera confianza que ellos te demuestran; no los abandones a la hora de la desgracia; cuando se les ataque o se les maltrate, defiéndelos.
Sé delicado para con tus amigos: la delicadeza es el más suave perfume de la amistad cristiana; sacrifica tus gustos personales al buen placer de tus amigos; esfuérzate en adivinar sus deseos; aprende para ellos el arte de las amables cortesías; vuélveles el servicio sin darte importancia; no te fijes en sus desatenciones y perdónales las pequeñas ofensas que te hagan alguna vez.
Sé sacrificado para con tus amigos: dales tu tiempo, tu talento, tu dinero si es necesario; visítalos cuando se enfermen; consuélalos cuando tengan penas; no te arredres ante cualquier sacrificio.
Da sin contar y no reclames un pago de tus cuidados sino lo menos posible. No seas el amigo que parece no tener amigos más que para servirse de ellos; no seas el amigo indiscreto que cuenta a todo el que encuentra, los secretos de la intimidad; no seas el amigo parásito y especulador que explota las generosas ternuras del corazón.
Hasta en las más puras manifestaciones de tu abnegación, sabe guardar el tacto y la mesura: jamás noticias Inoportunas, jamás consejos ásperos e hirientes; jamás una censura que no sea iluminada por una sonrisa.
Tales son, hijo mío, las santas leyes de la amistad. Así comprendida y practicada, esa dulzura llega a ser una virtud; llega a ser la forma más hermosa de la divina caridad.
Debes ser fiel a tus amigos, delicado, sacrificado para con ellos. El que no tiene en sus amistades estas tres virtudes: fidelidad, delicadeza y sacrificio, no es más que un egoísta, y no es digno de la dulzura de ser amado.
Sé fiel a tus amigos: no les rehuses el servicio que te pidan; no faltes a la sincera confianza que ellos te demuestran; no los abandones a la hora de la desgracia; cuando se les ataque o se les maltrate, defiéndelos.
Sé delicado para con tus amigos: la delicadeza es el más suave perfume de la amistad cristiana; sacrifica tus gustos personales al buen placer de tus amigos; esfuérzate en adivinar sus deseos; aprende para ellos el arte de las amables cortesías; vuélveles el servicio sin darte importancia; no te fijes en sus desatenciones y perdónales las pequeñas ofensas que te hagan alguna vez.
Sé sacrificado para con tus amigos: dales tu tiempo, tu talento, tu dinero si es necesario; visítalos cuando se enfermen; consuélalos cuando tengan penas; no te arredres ante cualquier sacrificio.
Da sin contar y no reclames un pago de tus cuidados sino lo menos posible. No seas el amigo que parece no tener amigos más que para servirse de ellos; no seas el amigo indiscreto que cuenta a todo el que encuentra, los secretos de la intimidad; no seas el amigo parásito y especulador que explota las generosas ternuras del corazón.
Hasta en las más puras manifestaciones de tu abnegación, sabe guardar el tacto y la mesura: jamás noticias Inoportunas, jamás consejos ásperos e hirientes; jamás una censura que no sea iluminada por una sonrisa.
Tales son, hijo mío, las santas leyes de la amistad. Así comprendida y practicada, esa dulzura llega a ser una virtud; llega a ser la forma más hermosa de la divina caridad.
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