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lunes, 8 de julio de 2013

Tienes otra hermana.

     Treinta de mayo de 1920. La monumental basílica de San Pedro, en el Vaticano, está llena de gentes venidas de todos los países. Se celebra una beatificación. La persona que hoy es aclamada por sus virtudes heroicas y recibe el culto de los altares es una pobre criada, Ana María Taigi.
     Una criada, la doncella de la señora de Serra, objeto de veneración; los fieles se arrodillan ante su imagen e imploran su intercesión ante la Omnipotencia divina.
     ¿Te das cuenta de lo que esto supone?
     Pues supone que las criadas no son seres inferiores, de más baja naturaleza, sino que están dotadas de un alma espiritual, lo mismo que sus señoritas, y como ellas redimidas por la sangre preciosa de Cristo y destinadas al cielo.
     Supone que ante Dios son lo mismo el ama de casa y su sirvienta, y lo mismo la una que la otra recibirán del Señor el día del juicio el premio o castigo que con sus obras merecieron.
     La vida es como una comedia, en la que cada uno representa diverso papel. A ti te ha tocado hacer de señorita y a tu criada de sirvienta. Pero con la muerte terminará la comedia; y, como en el teatro, los artistas fuera de escena son iguales, y no existen entre ellos las diferencias exigidas por los papeles representados en las tablas, así también, fuera del escenario de este mundo, todos seremos iguales y no habrá diferencia entre amos y criados.
     Lo interesante es que cada uno represente bien su papel, pues en ello le va su felicidad eterna.
     Por tanto, a ti te interesa cumplir bien tu papel de señorita y a tu criada el suyo como tal. En esta forma las dos conseguiréis santificaros y ganar el cielo.
     Así aparece bien claro lo disparatado que resulta la conducta de algunas muchachas que consideran a su criada como a una máquina y le tratan como si no se cansase, ni necesitase dormir, sentarse, comer tranquila, etcétera, ni tuviese sensibilidad.
     Le mandan mil cosas a la vez, sin fijarse si puede hacerlas; le riñen con aspereza si no tiene las cosas a tiempo, aun cuando la falta haya sido involuntaria y acaso fruto del desorden de quien se lo ha mandado; le gritan, le dicen mil impertinencias, pagan con ella su mal humor y le hacen víctima de sus nervios sobreexcitados.
     El papel de la señorita es aparecer como señora de sí misma; en esto estriba la principal razón de su señorío, y aquí se ha de fundamentar su prestigio.
     La muchacha que deja a los nervios desatarse se permite explosiones de mal genio y no recata sus palabras intemperantes, por muy ilustre que sea su abolengo y muy brillante su posición, no es más que una esclava de sus pasiones. La esclava en la escala social está por debajo de la criada.
     Y no es que vaya a creer que las criadas son ángeles sin faltas ni defectos. Nada de eso.
     Entre las criadas hay de todo. Más aún; en los momentos actuales, el servicio doméstico atraviesa una crisis profunda que tiene alarmadas a las señoras. Es posible que hayas oído quejarse de esto no pocas veces a tu mamá.
     Hay criadas que representan bien su papel, y merecen aplausos, y otras que lo representan, y son dignas de censura. Ellas responderán ante Dios.
     Pero, como tú has de responder del tuyo, tienes que ser verdadera señorita, dueña de ti misma, y has de tratar a la criada como a una hermana menor.
     ¿Te extraña esta afirmación? ¿No habías reparado en que sois hermanas? Las dos rezáis todos los días: «Padre nuestro...» Dios es vuestro Padre y vosotras sus hijas, y, por consiguiente, hermanas.
     Como ella tiene menos cultura y menos ventajas económicas y sociales, resulta inferior a ti, y, por tanto, dentro de la fraternidad humana, es come una menor.
     Tiene que servirte, y tú puedes mandarle y exigirle atenciones. Pero, a su vez, ella tiene derecho a la manutención, a una paga y a ciertos cuidados y atenciones que dicta la caridad cristiana.
     Para eso le pago, suelen exhibir como argumento supremo algunas chicas, queriendo justificar el trato arbitrario de que hacen objeto a su doncella o a su cocinera.
     Con una máquina se cumple pagando sus servicios; a una bestia de carga hay que mantenerla; a una persona humana, además, hay que quererla, porque es hermana.
     Tienes que tratar con caridad cristiana a tu criada. Amabilidad, buen trato, cierta dulzura.
     Tienes que preocuparte de su alma. Jesús se ha sacrificado por ella y ha derramado generosamente su sangre en una cruz para redimirla; y tú, que amas a Cristo, te has de sacrificar, si es necesario, para que el sacrificio de Jesús no sea estéril respecto a esta alma.
     Hazla participante de la cultura y ventajas de que por tu posición disfrutas. ¡Qué simpática aparece Teresa de Cepeda, como nos la presentan sus biógrafos, enseñando el Catecismo a sus doncellas en las largas veladas invernales! Durante siglos enteros ha sido ésta una costumbre muy corriente en las casonas aristocráticas españolas.
     Aun en el día de hoy se encuentran señoras y señoritas que cumplen con este deber de instruir a su servicio; y en no pocos casos sobre la instrucción religiosa les dan la profana, enseñándoles a leer, a escribir, cuentas y ciertas labores de costura.
     En cambio, otras no se preocupan de esto. No tienen tiempo. ¿Cómo han de tenerlo, si para sus atenciones personales y sus diversiones necesitan muchas horas? No tienen tiempo para dedicar un cuarto de hora a enseñar el Catecismo a su criada; pero lo tienen abundante para leer novelas, cuyo mayor beneficio es que no les hagan perjuicio.
     Si eres muy joven, salvo caso en que tu mamá te indique otra conducta, no intimes mucho con tu criada. Su diversa educación, su diferencia de delicadeza, su ingenuidad, sencillez y bastedad de conceptos, puede resultarte nociva. No intimes; pero sé asequible a ella, agradable y dispuesta a ayudarle y favorecerle.
     Pero si ya te has adentrado en la veintena, acércate a ella en plan de ganarla, y, si en ello no ves peligro, de recibir sus confidencias.
     También ella es muchacha, y tiene problemas juveniles parecidos a los tuyos; pero carece de la brújula de que a ti te han provisto en tu hogar y en el colegio. Suple la mengua de su educación; sé luz de Cristo para su alma; derrama con tus consejos y orientaciones destellos del Evangelio sobre sus pasos inciertos por la vida.
     Huyendo de la conducta de tantas desgraciadas que hacen cómplice de sus locuras y frivolidades a su doncella, y la incitan al pecado o a la mundanalidad con su mal ejemplo, induce a la tuya a vivir a Cristo en su juventud, ilusiones, amores e ideales.
     Felices Santa Vibia Perpetua, dama cartaginesa, que en el martirio unió su sangre con la de su criada Santa Felicitas; y aquella aristocrática señora gala que supo infundir en el pecho de su doncella. Santa Blandina el heroísmo de la mártir.
     Hacen una pareja muy simpática la distinguida muchachita Santa Inés y Santa Emerenciana, hija de su nodriza.
     No me extraña que una chica de la sensibilidad cristiana de Catalina Valens, flor tronchada a la vida a los veintidós años en Felanitx, anotase con pena en su cuaderno de examen como una falta de consideración: «Enfadada con la criada.»
     Su biógrafo nos cuenta cómo se esforzaba en ayudar a ésta y descargarla de sus trabajos, y cuando estaba enferma la cuidaba con cariño y solicitud.
   Había comprendido bien que la señorita,- además de los hermanos de sangre, tiene otra hermana que no puede olvidar: la criada.

Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR. 

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