El mes de diciembre, mes de la gloriosa aparición guadalupana, debe ser para los miembros de la Cruzada el mes en que demos a nuestra Madre la prueba más agradable de la devoción filial que le profesamos. Cada mes del año debería ser para los socios de la Cruzada una preparación para éste; cada acción propia de la Cruzada que en corporación o en particular hacemos, un paso que nos aproxime al principal del año, que en cuanto fuere posible debería realizarse durante este mes, durante los días que Ella se dignó consagrar a su memoria.
Que la consagración sea de la familia.
Compréndase bien que cumplimos con nuestras obligaciones de la Cruzada si cada uno de nosotros particularmente se consagra a la devoción y a la causa de Nuestra Señora de Guadalupe en México. La restauración de México, su reintroducción en los dominios donde completa y verdaderamente reina el Sagrado Corazón, debe empezar en la familia, y seguir en número creciente con las familias hasta que habiendo llegado a un número suficiente pueda conseguirse la dedicación y consagración completa de la nación. Si la familia es realmente la célula de la organización social, como la enfermedad, así la curación radical debe empezar en la familia. La conducta individual es solamente preparatoria, y para facilitar la primera acción social que es la de la familia. En nuestro caso, las familias han dejado de cumplir con sus deberes sociales y cristianos, y por tanto las familias como familias tienen mayor obligación de trabajar.
Que la consagración sea de toda la familia.
No es verdaderamente consagración de la familia si toda ella no entra en el espíritu y voluntariamente se consagra. Que la madre y las hijas, y quizá algunos de los varones se reúnan para el acto religioso de la familia, algo es; pero, hablemos con franqueza: ¿Podrá decirse con verdad que la familia se ha consagrado si el padre no ocupa el lugar que le pertenece? Si el padre ve con indiferencia o con mal velado desprecio (claras manifestaciones de su insensatez religiosa o corrupción moral) lo que en sí es un acto religioso de la familia que tendrá consecuencias de grandísimo momento para ella y para la nación, ¿qué valor tendrá el acto ante los hijos? Si algunos padres no lo entienden que se les explique. Si después no lo comprenden o no tienen el valor moral de tomar sobre sus hombros la responsabilidad de dirigir la familia como virreyes de Nuestra Señora de Guadalupe, que abdiquen, tomen el lugar que según sus méritos les corresponda, después del último de los hijos, donde empieza la fila de los criados y sigan aunque sólo sea como San Pedro de lejos y por curiosidad.
Que sea una verdadera consagración.
No es menester que gastemos nuestro tiempo ni el reducido espacio de esta hojita en probar y convencer a nuestros consocios que es conveniente o ventajoso o indispensable que se consagren a Nuestra Señora de Guadalupe las familias que se precian de ser mexicanas, y son herederas de las que con la bendita imagen recibieron también la verdadera, filial y tiernísima devoción que gracias a Dios hasta nuestros días dura. Más importante es que gastemos el tiempo y nuestras energías en convencernos de que la consagración debe ser verdadera.
No basta, pues, la entronización de la augusta imagen junto al Sagrado Corazón, entronizado también en el aposento principal de la casa; ni son suficientes las oraciones, ni aún la recitación del acto de consagración de la familia entera, si todos esos actos no van acompañados de un convencimiento íntimo de parte de cada uno de la familia, pero más especialmente de los jefes de ella, que con eso quedan obligados, cada uno en particular y la familia en conjunto, a servir a la causa de la Santísima Virgen de Guadalupe en México, con todas las fuerzas de su alma y su cuerpo.
Sírvanos de modelo la dedicación completa de un artista a su arte; de un científico a las ciencias; de un buen padre, de una cristiana madre a la causa de sus hijos; de un valeroso militar a la causa que defiende, y por la cual si es menester muere. Todo eso y más mil veces más merece nuestra Madre y nuestra Patria. ¿Será posible que nos conformemos con menos? ¡No! ¡Dios nos libre de tal bajeza!
No basta, pues, la entronización de la augusta imagen junto al Sagrado Corazón, entronizado también en el aposento principal de la casa; ni son suficientes las oraciones, ni aún la recitación del acto de consagración de la familia entera, si todos esos actos no van acompañados de un convencimiento íntimo de parte de cada uno de la familia, pero más especialmente de los jefes de ella, que con eso quedan obligados, cada uno en particular y la familia en conjunto, a servir a la causa de la Santísima Virgen de Guadalupe en México, con todas las fuerzas de su alma y su cuerpo.
Sírvanos de modelo la dedicación completa de un artista a su arte; de un científico a las ciencias; de un buen padre, de una cristiana madre a la causa de sus hijos; de un valeroso militar a la causa que defiende, y por la cual si es menester muere. Todo eso y más mil veces más merece nuestra Madre y nuestra Patria. ¿Será posible que nos conformemos con menos? ¡No! ¡Dios nos libre de tal bajeza!
Que la consagración sea permanente.
Tenga este acto la misma permanencia que los derechos de nuestra Madre sobre nosotros, a cuya honra lo dedicamos; tenga la duración de la necesidad de nuestra Patria, a cuyo remedio lo aplicamos. De lo contrario ni cumplimos con nuestro deber, ni haremos el bien que nos proponemos.
Acto de Consagración.
Dulcísima Reina y Madre nuestra: aquí tenéis, postrados ante vuestras virginales plantas, a todos los miembros de este hogar, deseosos de daros una prueba del amor que os profesamos y de encontrar en vuestro maternal regazo la fortaleza que necesitamos.
Vos, Inmaculada Madre de Dios, os proclamásteis en el Tepeyac, Reina de vuestra nación escogida, y tierna Madre de todos sus habitantes; mas algunos hijos ingratos y traidores, han pretendido con todas sus fuerzas arrojaros de vuestro reino y extirpar para siempre, del corazón de todos los mexicanos, el amor a vuestro Divino Hijo, y la fe que vuestra consoladora aparición hizo nacer en nuestras almas.
Viendo, pues, con grandísimo dolor nuestro, los desdenes con que muchos pagan vuestras finezas, y los desesperados conatos que hacen para arrancarnos la joya más preciada que poseemos, y queriendo por otra parte reparar tan negros ultrajes; os elegimos y juramos por Reina, Señora y Madre de esta familia, de la misma manera que nuestros antepasados os reconocieron por Soberana de toda la nación, para que en compañía del Corazón Divinísimo dispongáis a vuestro beneplácito de nosotros y cuanto nos pertenece.
Recibid, pues, Soberana Madre, la total donación de nuestras cosas y personas: a Vos acudiremos confiados, en nuestros peligros, en nuestras tristezas y también en nuestras alegrías, en nuestros proyectos y esperanzas para que jamás nos apartemos un ápice de la voluntad divina.
Sí, todos y cada uno de los que estamos aquí presentes y de los que la amorosa Providencia de vuestro Hijo tiene apartados de nuestro lado, nos entregamos enteramente en vuestras manos durante la vida, para que en el trance de la muerte podamos contemplar vuestro angelical semblante, y escuchar aquellas regaladas palabras: "Hijo mío, a quien amo tiernamente como a pequeñito y delicado, ven a recibir el premio del amor que me tuviste." Amén.
Vos, Inmaculada Madre de Dios, os proclamásteis en el Tepeyac, Reina de vuestra nación escogida, y tierna Madre de todos sus habitantes; mas algunos hijos ingratos y traidores, han pretendido con todas sus fuerzas arrojaros de vuestro reino y extirpar para siempre, del corazón de todos los mexicanos, el amor a vuestro Divino Hijo, y la fe que vuestra consoladora aparición hizo nacer en nuestras almas.
Viendo, pues, con grandísimo dolor nuestro, los desdenes con que muchos pagan vuestras finezas, y los desesperados conatos que hacen para arrancarnos la joya más preciada que poseemos, y queriendo por otra parte reparar tan negros ultrajes; os elegimos y juramos por Reina, Señora y Madre de esta familia, de la misma manera que nuestros antepasados os reconocieron por Soberana de toda la nación, para que en compañía del Corazón Divinísimo dispongáis a vuestro beneplácito de nosotros y cuanto nos pertenece.
Recibid, pues, Soberana Madre, la total donación de nuestras cosas y personas: a Vos acudiremos confiados, en nuestros peligros, en nuestras tristezas y también en nuestras alegrías, en nuestros proyectos y esperanzas para que jamás nos apartemos un ápice de la voluntad divina.
Sí, todos y cada uno de los que estamos aquí presentes y de los que la amorosa Providencia de vuestro Hijo tiene apartados de nuestro lado, nos entregamos enteramente en vuestras manos durante la vida, para que en el trance de la muerte podamos contemplar vuestro angelical semblante, y escuchar aquellas regaladas palabras: "Hijo mío, a quien amo tiernamente como a pequeñito y delicado, ven a recibir el premio del amor que me tuviste." Amén.
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