El Joven cristiano de nuestros días, hijo mío, no debe únicamente procurar ser un creyente sincero, sin miedo y sin tacha, fiel a Dios, amable y servicial al prójimo; es un deber también para él interesarse en todo aquello que se refiere a la sociedad, y mezclarse en todo movimiento de ideas de acción que tiene por objeto su progreso y su felicidad.
Estudiarás, pues, tu época; buscarás el modo de forjarte una convicción sobre los serios problemas que la agitan; darás tu generoso concurso en todo lo bueno y útil que se haga.
Que ninguna cuestión digna de interés común en tu tiempo, te sea extraño; no olvides que todos debemos trabajar por el triunfo final de la justicia y de la caridad; contribuye con tu piedra en el edificio siempre en peligro del bien social.
El mal es tan grande en nuestra época, que ante el repugnante espectáculo de tantas miserias, las almas débiles pierden la esperanza. Se repliegan sobre sí mismas, se encierran en una inacción doliente y egoísta, y se contentan con quejarse sobre los malos tiempos.
Con lamentos o quejas no se hace nada, sólo se debilita uno a sí mismo y se desanima, a los demás. Trabaja, actúa; es la acción la que cimienta las cosas duraderas.
Lo que Dios reclama de ti, es trabajar por afianzamiento de los espíritus por medio de la restauración de las verdades esenciales.
Lo que los reclama de ti, es trabajar por el progreso de la justicia en la sociedad, por la supresión de las iniquidades reinantes.
Lo que Dios reclama de ti, es trabajar por todas tus fuerzas al restablecimiento de la paz en las almas y en el mundo.
Lo que Dios reclama de ti, es dar a conocer, como puedas, a Jesucristo y su Evangelio —fuentes de toda civilización— a los que los ignoran o desconocen.
Encontrarás en la Iglesia tus guías naturales; hay católicos eminentes, los sacerdotes y obispos que van por delante; está sobre todo, para indicarte el camino a seguir.
Entra en ese movimiento salvador que lleva a los hombres generosos a una acción común, y harás más por la sociedad que muchos sabios y políticos ilustres.
Ve ¡Haz tu parte en esta gran obra!
Que todos los católicos sean como tú, hombres de corazón y voluntad resuelta, que todos trabajen, y con el fervor de Dios, cambiarán la faz del mundo.
La Iglesia perseguida volverá a tomar su lugar; la honestidad perdida reaparecerá; el orden se restablecerá por todas partes y en todo, y si el bien no puede reinar definitivamente, a lo menos terminará por prevalecer.
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