Vayamos a Belén
¿Cómo no ir con los pastorcillos a Belén?
Son ellos, las almas sencillas, humildes, pobres, los primeros invitados a contemplar al Verbo hecho carne, al Hijo de Dios hecho hombre, al Salvador que acaba de nacer.
Confundido con ellos, yo, soberbio y falto de todas las virtudes, puedo llegarme hasta el pesebre.
Y con ellos, acercarme para besar los pies del recién nacido, que descansa en los brazos de María.
¡No me rechazará!
Allí, postrado, contemplo aquel cuadro lleno de encanto y de misterio, preñado de enseñanzas.
Videamus hoc verbum, quod factum est, quod Dominus ostendit nobis.
Un Niño: tierno y pobrecito, envuelto en blancos pañales; débil todavía, no se vale por Sí mismo...; aún no abre su boquita para hablar.
Y ese Niño es el Omnipotente, Dios verdadero, por el cual han sido hechas todas las cosas, y en el cual todas las cosas se sostienen...
Y ese Niño es el Verbo del Padre, la palabra eterna, la eterna verdad. La verdad, que es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
¡Como los pastorcitos, Señor, creo y adoro!
¿Qué importa que mis ojos de carne no vean más que un tierno Niño?
Las voces de los ángeles que cantan: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad»; el anuncio del ángel que evangeliza a los pastores un gran gozo: Quia natus est vobis Salvator: por que ha nacido hoy para vosotros el Salvador; esas voces, que no son más que el eco de la voz del Padre que me muestra a su Hijo muy amado, en el cual tiene todas sus complacencias:
despiertan mi fe, la fortalecen, la confirman.
¡Creo, Señor, creo!
¡Creo que Tú, hecho hombre por mi amor, eres mi Salvador!
¡Creo que no hay ningún otro nombre, a excepción del tuyo, en el cual pueda yo ser salvo! ¡En el cual pueda yo librarme del pecado y de la muerte eterna!
¡Creo en tu amor para conmigo y para con todos los hombres, que para redimirnos te ha traído a tomar nuestra propia forma!
¡Postrado a tus pies, que beso reverente con los pastorcitos de Belén, te adoro y te reconozco por mi Dios y mi Señor.
Con los pastorcitos quiero yo también glorificar y alabar a Dios por las maravillas de este Niño, envuelto entre pañales y reclinado en un pesebre.
¿Cómo no ir con los pastorcillos a Belén?
Son ellos, las almas sencillas, humildes, pobres, los primeros invitados a contemplar al Verbo hecho carne, al Hijo de Dios hecho hombre, al Salvador que acaba de nacer.
Confundido con ellos, yo, soberbio y falto de todas las virtudes, puedo llegarme hasta el pesebre.
Y con ellos, acercarme para besar los pies del recién nacido, que descansa en los brazos de María.
¡No me rechazará!
Allí, postrado, contemplo aquel cuadro lleno de encanto y de misterio, preñado de enseñanzas.
Videamus hoc verbum, quod factum est, quod Dominus ostendit nobis.
Un Niño: tierno y pobrecito, envuelto en blancos pañales; débil todavía, no se vale por Sí mismo...; aún no abre su boquita para hablar.
Y ese Niño es el Omnipotente, Dios verdadero, por el cual han sido hechas todas las cosas, y en el cual todas las cosas se sostienen...
Y ese Niño es el Verbo del Padre, la palabra eterna, la eterna verdad. La verdad, que es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
¡Como los pastorcitos, Señor, creo y adoro!
¿Qué importa que mis ojos de carne no vean más que un tierno Niño?
Las voces de los ángeles que cantan: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad»; el anuncio del ángel que evangeliza a los pastores un gran gozo: Quia natus est vobis Salvator: por que ha nacido hoy para vosotros el Salvador; esas voces, que no son más que el eco de la voz del Padre que me muestra a su Hijo muy amado, en el cual tiene todas sus complacencias:
despiertan mi fe, la fortalecen, la confirman.
¡Creo, Señor, creo!
¡Creo que Tú, hecho hombre por mi amor, eres mi Salvador!
¡Creo que no hay ningún otro nombre, a excepción del tuyo, en el cual pueda yo ser salvo! ¡En el cual pueda yo librarme del pecado y de la muerte eterna!
¡Creo en tu amor para conmigo y para con todos los hombres, que para redimirnos te ha traído a tomar nuestra propia forma!
¡Postrado a tus pies, que beso reverente con los pastorcitos de Belén, te adoro y te reconozco por mi Dios y mi Señor.
Con los pastorcitos quiero yo también glorificar y alabar a Dios por las maravillas de este Niño, envuelto entre pañales y reclinado en un pesebre.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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