CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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LOCOS Y HOSPITALES
«... ¿Qué hizo la Iglesia de positivo por esos hermanos enfermos?> (A. F.—Roma.)
Debo decirle ante todo, sin embargo, señor A. F., que su grata pregunta no está bien planteada. O es el problema de la caridad y de las iniciativas de la Iglesia en favor de los enfermos el que se plantea, o el de su saber psiquiátrico. Pero este segundo se refiere a la ciencia médica y no a la Iglesia.
En cuanto al primero, la Iglesia ha sido siempre el portaestandarte de todas las obras de caridad y de socorro. Para ceñirnos a la estricta Edad Media, si al principio la labor de asistencia social principalmente la realizaban los obispos y los monasterios, al alborear el siglo VII se multiplicaron las instituciones hospitalarias y florecieron numerosas comunidades religiosas de legos para curación de los enfermos de todas clases, incluso los temidísimos leprosos. Se pensó en los ciegos, en los huérfanos, en los presos. Y, cuando San Vicente llamó la atención sobre la miserable ruina de las prostitutas, surgieron instituciones especiales incluso para ellas. Todo esto en la Edad Media, que no fue sino el preludio del esplendor caritativo de la época moderna.
En cambio es sumamente verdad que las iniciativas en favor de los enfermos mentales vinieron bastante tarde. Pero no era falta de amor a los enfermos, dado que ese amor lo habían suscitado, por ejemplo, los más repugnantes leprosas. Era la falta de valoración científica suficiente de semejante mal. La Iglesia no podía valorar las enfermedades sino según el juicio científico de la época.
Efectivamente, el primer hospicio reservado a los locos que se recuerde no surgió hasta el 1400 en Mirándola (Módena). Luego se tuvo Santa María de la Piedad en Roma. Es también sumamente verdad que el régimen de esos hospicios conservó largo tiempo el tipo carcelario: cosa también prácticamente explicable hasta lo sumo, por faltar todavía la distinción entre criminales y no criminales y entre los varios tipos de enfermedad, así que sólo la enérgica separación y reclusión podía garantizar el orden.
El concepto de cura psiquiátrica se desconocía casi por completo.
A falta de estudios sistemáticos adecuados, se puede también admitir que hubo a veces cierta resistencia a admitir la irresponsabilidad de los enfermos mentales. Pero esto no era en el fondo sino la expresión de la elevada estimación que se tenía del alma y del espíritu, y, por tanto, de la personalidad humana. Entre el positivismo criminológico de Lombroso, que anuló la responsabilidad humana —hiriendo en el corazón la dignidad del hombre—, y la mentalidad de quien a veces quizá pretendía que la había incluso donde no existía, era inmensamente más explicable y más noble el segundo error.
Hablo, se entiende, de error eventual práctico en los casos particulares. En cuanto al principio de que el enfermo mental sea asimilable al niño y, como a tal, se le trate incluso en lo tocante a los Sacramentos, la doctrina había sido siempre clara y bien fundada. Quien quiera puede hallarla, por ejemplo, en Santo Tomás, III, 68, 12, y en otros varios lugares de la Suma Teológica.
Es gloria de todos modos de la sensibilidad cristiana italiana el comienzo de la gran dulcificación y de la adecuada transformación del régimen de los manicomios.
Fue Vicente Chiarugi (1759-1820) quien imprimió en Florencia uno de los primeros tratados de Psiquiatría (1793), encareciendo una más correcta asistencia de los enfermos, lo que llevó a cabo con el Hospital de la Caridad de Florencia. Sólo algunos años después se hizo pregonero de las mismas ideas en Francia Philippe Pinel, intentando una tímida aplicación de ellas en el hospital de Bicétre.
BIBLIOGRAFIA
M. Scaduto: Storia della caritá, EC., III, págs. 810-34. En especial para los manicomios, ibidem, pág. 825, d.; asimismo, Ospedale («Enc Ital.», XXV, págs. 674 y sigs.), donde se trata de los manicomios, página 678.
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