Todas las puertas se cerraron.
Para ellos no había sitio. Ni aun en la posada pública.
Repulsa dolorosa que debió herir hasta lo más profundo el corazón de José y de María.
Y el Corazón del Niño, que latía en el seno de su Madre, venía a los suyos, y los suyos no le recibían.
El Evangelista no dice: no había sitio, sino «no había sitio para ellos»: eis.
Porque no eran ni los amigos, ni los parientes, ni el dueño del albergue público los que cerraban así las puertas; ellos eran los instrumentos del Padre celestial, que quería que su Hijo naciera en un establo.
¡Misterio insondable! ¡Misterio adorable!
El Padre ama al Hijo. ¡Y, sin embargo..., le depara aquella mísera cuna!
El Padre ama al Hijo. ¡Y, sin embargo..., permite que no encuentre un albergue donde nacer!
El Padre ama al Hijo. Le dará todo el mundo como herencia. ¡Pero ahora... deja que el mundo le rechace y le obligue a buscar refugio en una desnuda y miserable cueva!
Jesús viene al mundo para salvarme y para ser mi Modelo.
Y ya desde el primer momento de su aparición en la tierra comienza su oficio de Redentor—con el sufrimiento—y su oficio de Modelo—en la humillación y en la pobreza.
Por ello no encuentra dónde albergarse, ni aun en la posada pública.
No había sitio para ellos.
¿Esta frase no sigue siendo todavía una dolorosa realidad?
¡A cuántos corazones llama Jesús y no responden!
¡A cuántas almas toca y se le niega la entrada!
¿En mi propio corazón ha encontrado siempre abrigo?... ¡Ay! ¡Cuántas veces, Señor, has llamado en vano! El sitio estaba ocupado. ¡Y las puertas se cerraron para Ti!
Mi corazón, que es tantas veces como una posada pública, en la que entran y salen sin pedir permiso mil preocupaciones vanas, en la que se albergan y acomodan afectos desordenados que no tienen ningún derecho a ocupar un sitio que no les pertenece, ese corazón se cierra a tus inspiraciones, a tus voces.
Y ese corazón es tuyo. ¡Y por tantos títulos!
Hoy el mundo no tiene lugar para Cristo.
Quiere cerrarle todas las puertas.
Arrojarle de todas las moradas.
Desterrarle lejos, muy lejos, porque no quiere ni aun oír hablar de Él.
Pero Cristo encuentra siempre una cueva de Belén.
Y hacia ella volverá a atraer a los pastorcitos, humildes y sencillos, y a los Magos, obedientes y sinceros.
¡Señor! Aquí tienes mi corazón. Yo quiero que sea tuyo. Tuyo por completo y para siempre.
Que en él encuentres siempre tu sitio.
Es pobre y miserable, más que la gruta de Belén; ¡ pero... es tuyo!
Que jamás vuelvan a cerrarse las puertas de ese pobre albergue cuando Tú te dignes llamar a ellas. ¡ Para Ti estarán siempre abiertas!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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