DUNKEROS O TUNKEROS
Sectarios, cuyo nombre viene del alemán tunken, que significa empapar, sumergir; porque bautizan a los adultos por inmersión total, como se practica en algunas otras sectas bautistas. Su fundador es Conrado Reysel que en 1721 se retiró a una soledad. Tuvo asociados, y de su reunión resultó la pequeña ciudad de Eufrata, situada en un sitio pintoresco a veinte leguas de Filadelfia. En el día se halla cubierto de moreras gigantescas, que protegen una multitud de pequeñas casas de madera, habitadas por los dunkeros. Estas casas están dispuestas en dos lineas paralelas, viviendo separados los hombres y mujeres. Eufrata no contaba en 1777 mas que 500 cabañas; en nuestros días, la colonia se compone de 30,000 sectarios por lo menos. Los dunkeros profesan la comunidad de bienes. Llevan siempre un habito largo arrastrando con cintura y capuchón. Se dejan crecer los cabellos y barba. No comen carne sino en las ocasiones raras de sus festines en común, únicas reuniones en que se encuentran los dos sexos. Su alimento habitual se compone de raíces y vegetales. Habitan celdas, y se acuestan sobre el suelo. Los dunkeros son solteros: el matrimonio los separa de la colonia, sin romper los lazos de la comunidad espiritual. No bautizan mas que a los adultos, niegan la trasmisión hereditaria del pecado Original, no admiten tampoco la eternidad de las penas del infierno, y creen que la recompensa de las almas de los justos después de la muerte consistirá en anunciar el Evangelio en el cielo a los que no han podido verlo en la tierra. Renunciaban del todo a la guerra, a los pleitos, a la defensa personal, y a toda propiedad de esclavos. Los dunkeros de América son en cierto sentido religiosos protestantes.
EBIONITAS
Herejes del primero o segundo siglo de la Iglesia Los sabios no están acordes ni en el origen del nombre de estos sectarios, ni en la fecha de su nacimiento. San Epifanio, Haer. 30, ha creído que eran así llamados, porque tenían por autor a un judío nombrado Ebion; otros han juzgado que este personaje no existió nunca; que como Ebion en hebreo significa pobre, se llamó ebionitas a una secta de cristianos judaizantes, cuya mayor parte eran pobres o tenían poca inteligencia. Muchos críticos han estado persuadidos que estos sectarios aparecieron en el primer siglo, hacia el año 72 de Jesucristo; que San Juan los designó en su primera epístola, c. 4 y 5, y que son los mismos que los nazarenos; parece, en efecto, que algunos antiguos los han confundido. Otros juzgan con mas verosimilitud que los ebionitas no comenzaron a ser conocidos hasta el segundo siglo, hacia el año 103, o aun mas tarde, bajo el reinado de Adriano, después de la completa destrucción de Jerusalen, el año 119; que así los ebionitas y los nazarenos son dos sectas diferentes: este es el sentir de Mosheim, (Hist. crist., secc. 1, 58; sec. 2, 39); parece ser el mas conforme al de San Epifanio y al de otros PP. mas antiguos que han hablado de esta secta.
Conjetura este historiador que, después de la completa ruina de Jerusalen, una parte considerable de los judíos que habían abrazado el cristianismo, y que habían observado hasta entonces las ceremonias judaicas renunciaron por fin a ellas, cuando hubieron perdido la esperanza de volver a ver reedificado el templo, y a fin de no ser envueltos en el odio que los romanos habían concebido contra los judíos. Eusebio lo atestigua, (Hist. ecclés., lib.3, cap. 35). Los que continuaron judaizando formaron dos partidos: los unos permanecieron apegados a sus ceremonias, sin imponer empero la obligación de ellas a los gentiles convertidos al cristianismo; se les toleró como cristianos débiles en la fe, que por otra parte no incurrían en ningún error; retuvieron el nombre de nazarenos, que hasta entonces había sido común a todos los judíos hechos cristianos: los otros, mas obstinados, sostuvieron que las ceremonias mosaicas eran necesarias a todo el mundo; hicieron un cisma y llegaron a ser una secta herética: estos son los Ebionitas.
Los primeros admitían el Evangelio de San Mateo todo entero; confesaban la divinidad de Jesucristo y la virginidad de María, respetaban a San Pablo como un verdadero apóstol y no estaban apegados a las tradiciones de los fariseos; los segundos habían cercenado los dos primeros capítulos de San Mateo, y no habían formado un Evangelio particular; habían forjado muchos libros bajo el nombre de los apóstoles; miraban a Jesucristo como un puro hombre nacido de José y María; estaban apegados a las tradiciones de los fariseos, y detestaban a San Pablo como un judío apóstata y desertor de la ley. Estas diferencias son esenciales. Más como jamás hubo uniformidad entre los herejes, no se puede asegurar que todos los que pasaban por ebionitas pensasen del mismo modo.
Además de estos errores, los acusa también San Epifanio de haber sostenido que Dios había dado el imperio de todas las cosas a dos personajes, a Cristo y al diablo; que este tenia todo el poder sobre el mundo presente, y Cristo sobre el siglo futuro; que Cristo era como uno de los ángeles, pero con mucho mayores prerrogativas: error que tiene mucha semejanza con los de los marcionitas y maniqueos. Consagraban la Eucaristía con agua sola en el cálíz; cercenaban muchas cosas de las santas Escrituras; desechaban todos los profetas desde Josué; miraban con horror a David, Salomon, Isaías, Jeremías, etc.; y no comían carne, porque la creían impura. Se dice, en fin, que adoraban a Jerusalen como la casa de Dios, que obligaban a todos sus sectarios a casarse aun antes de la edad de pubertad, que permitían la poligamia, etc., (Fleury, Hist. ecclés 1.1, lib. 2, tít. 42). Mas la mayor parte de estos cargos están puestos en duda por los críticos modernos. En efecto, San Epifanio no atribuye todos estos errores a todos los ebionitas, sino a algunos de ellos.
Le Clerc, que, en su Historia eclesiástica de los dos primeros siglos, sostiene que los ebionitas y los nazarenos han sido siempre la misma secta, distingue los que aparecieron el año de 72 de los que hicieron ruido el año 103; cree haber descubierto las opiniones de estos últimos en las Clementinas, cuyo autor, dice él, era ebionita. Mas este desecha el Pantateuco, pretendiendo que no fue escrito por Moisés, sino por un autor mucho mas reciente. 2° Dice que nada hay verdadero en el antiguo Testamento mas que lo que es conforme a la doctrina de Jesucristo. 3° Que este divino Maestro es el único verdadero profeta. 4° Cita no solamente el Evangelio de San Mateo, sino también los otros. 5° Habla algunas veces de Dios, de una manera ortodoxa; pero sostiene por otra parte que Dios es corporal, revestido de una forma humana y visible. 6° No ordena la observancia de la Ley de Moisés.
Añadamos que este impostor no creía en la divinidad de Jesucristo, y que habla de él como de un puro hombre; mas Le Clerc, sociniano disfrazado, no ha querido advertir esto; censura con acritud a San Epifanio de no haber sabido distinguir los antiguos ebionitas de los nuevos. (Hist. ecclés., pág. 417, 535 y siguientes).
Mosheim ha refutado completamente esta opinión, (Dissert de túrbata per recentiores platonicos Ecclesia. 34 y siguientes). Atribuye las Clementinas a un platónico de Alejandría, que propiamente hablando no era ni pagano, ni judío, ni cristiano, sino que quería, como los demás filósofos de esta escuela, conciliar las tres religiones, y refutar a la vez a los judíos, a los paganos y a los gnósticos. Opina que esta obra fue escrita al principio del siglo III, y que es útil para conocer las opiniones de los sectarios de aquel tiempo. Por consiguiente insiste en distinguir los ebionitas de los nazarenos, como hemos visto mas arriba; observa con razón que no bastan simples conjeturas para contradecir el testimonio expreso de los antiguos respecto a un hecho histórico, seria de desear que él mismo no hubiese olvidado tan frecuentemente esta máxima.
Beausobre, (Hist. del Maniq., lib. 2, c. 4, § 1), compara los ebionitas a los Docetas, y muestra la diferencia que hay entre ellos; los primeros negaban la divinidad de Jesucristo, los segundos su humanidad. El ebionismo fue abrazado principalmente por judíos convertidos al cristianismo; educados en la fe de la unidad de Dios, no quisieron creer que hubiese en Dios tres Personas, y que el Hijo fuese Dios como su Padre; sostuvieron que el Salvador era un puro hombre, y que había llegado a ser Hijo de Dios en su bautismo por una plena y entera comunicación de los dones del Espíritu Santo: esta de consiguiente no era mas que una filiación de adopción. El docetismo, al contrario, reinó principalmente entre los gentiles que habían recibido el Evangelio; estos no tuvieron dificultad en reconocer la divinidad del Salvador, más no quisieron creer que una Persona divina hubiese podido anonadarse hasta revestirse de un cuerpo y de las debilidades de la humanidad; pretendieron que no había tomado mas que las apariencias.
Pero se pueden sacar consecuencias importantes del error mismo de los ebionitas. 1° Aunque judíos obstinados reconocían sin embargo a Jesucristo por el Mesías, por lo tanto veían en él los caracteres con que había sido anunciado por los profetas. 2° Aun aquellos que no confesaban hubiese nacido de una virgen, pretendían que era hijo de José y de María; de consiguiente su nacimiento era reconocido universalmente por legítimo. 3° No se les acusa de haber puesto en duda los milagros de Jesucristo, ni su muerte, ni su resurrección. San Epifanio asegura por el contrario, que admitían todos estos hechos esenciales; ellos, sin embargo, habían nacido en la Judea antes de la destrucción de Jerusalen; muchos habían estado en el lugar en que habían pasado estos hechos y habían tenido facilidad de comprobarlos.
Algunos incrédulos han escrito que los ebionitas y los nazarenos eran los verdaderos cristianos, los fieles discípulos de los apóstoles, en vez de que sus adversarios han abrazado un nuevo cristianismo forjado por San Pablo, y han venido por fin a quedar los dueños. Esta calumnia será refutada en el artículo Pablo, §12.
EICETAS
Herejes del siglo VII que profesaban la vida monástica, y creían que no podían honrar a Dios mejor que ejercitándose en el baile. Se fundaban en el ejemplo de los israelitas que, después del paso del mar Rojo, manifestaron a Dios su reconocimiento por medio de cánticos y bailes.
ELCESAITAS O HELCESAITAS.
Herejes del siglo II que aparecieron en la Arabia, en las cercanías de Palestina. Elcesai o Exail su jefe, vivía en tiempo De Trajano y era judío de nación, aunque no observaba la ley judaica. Se daba por inspirado, no admitía mas que una parte del antiguo y nuevo Testamento, y precisaba a sus sectarios a contraer matrimonio. Sostenía que se podía ceder a la persecución, disimular su fe y adorar los ídolos sin pecado, con tal que no consintiese en ello el corazón. Decía que Cristo era un gran rey; pero no se sabe si por el nombre de Cristo entendía a Jesucristo u otro personaje. Condenaba los sacrificios, el fuego sagrado, los altares y la costumbre de comer la carne de las víctimas, sosteniendo que todo esto no estaba mandado por la ley, ni autorizado por el ejemplo de los patriarcas. Algunos dicen, sin embargo, que sus discípulos se unieron a los ebionitas, y sostenían la necesidad de la circuncisión y de las ceremonias judaicas. Elxai atribuía al Espíritu Santo el sexo femenino, porque la palabra rouack, espíritu, es femenina en hebreo. También enseñaba a sus discípulos oraciones, fórmulas y juramentos absurdos.
San Epifanio, Eusebio y Orígenes hablan de los elcesaitas: el 1° los llama también samseanos de la palabra hebrea sames o schesmech, que significa el sol; mas no parece que estos herejes hubiesen adorado a este planeta. Otros los llamaron osseanos y ossenianos; sin embargo no se deben confundir con los essenios, como lo hizo Escaligero.
Se conoce por qué los santos Padres del siglo II elogiaron tanto el martirio, la continencia, la virginidad, sentando sobre esta materia algunas máximas que en el día parecen exageradas. Todo era necesario para prevenir a los fieles contra los horrores de los elcesaitas y otros herejes.
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