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lunes, 15 de abril de 2013

TRATADO DE VIDA ESPIRITUAL (4)

CAPITULO VIII
Del modo que se debe guardar en regular 
el cuerpo en el comer y beber

     Si quisieres llevar bien regulado tu cuerpo, lo primero en que te has de ejercitar es en mortificar el apetito de la gula. Porque si de ella no alcanzas victoria, de balde trabajas en adquirir las demás virtudes. Para lo cual debes guardar con cuidado el orden siguiente. Lo primero, no te procures para comer cosa alguna particular, sino que tan solamente estés contento con la comida que comúnmente se sirve a los demás religiosos. Y si acaso algunas personas seglares te enviaren algunos regalos o presentes, de ninguna manera los admitas para tu persona en particular, salvo si los quieren enviar a todo el convento en general, que en tal caso bien podrán. Convites de otros religiosos fuera del refectorio de ninguna suerte aceptes, sino continuamente lleva la secuela del refectorio, guardando con rigor todos los ayunos de la Orden. Y esto has de entender mientras Cristo te diere salud y fuerzas para ello. Cuando no, según las necesidades de la enfermedad, te has de dejar regir, según que lo pidiere tu indisposición. Y no te procures regalo alguno, mas tan solamente te contenta con lo que te diere el convento, con hacimiento de gracias.
     Empero para que no excedas en el comer o beber, con mucha diligencia has de examinar tu complexión y naturaleza, para que eches de ver qué tanto te basta para tu sustento, y asi puedas juzgar lo que te fuere necesario o superfluo y dañoso.
     Item, por regla general aquesta, que a lo menos del pan comas suficientemente, cuanto tu naturaleza pide, especialmente cuando ayunas. Ni jamás te dejes vencer por el demonio, dándole crédito cuando te persuadiere interiormente hagas abstinencia del pan.
     Podrás experimentar qué tanta comida pide tu naturaleza, y cuál sea demasiada y excesiva, de esta manera: en el tiempo que se come dos veces al día, como es en el verano, si después de nona te sintieres algo pesado y torpe, y en el estómago tal ardor y encendimiento, que no puedas tener oración ni escribir, ni leer quietamente, y lo mismo sintieres después de maitines, cuando cenares, o después de completas cuando ayunares, advierte que acontece eso ordinariamente por haber excedido algún tanto en la comida o cena. Asi que comerás suficientemente del pan. Empero de tal suerte que después de comer te halles ágil y dispuesto para leer, escribir o tener oración, si quieres. Mas si acaso alguna vez a tal hora no te hallases tan dispuesto y ágil como a las demás horas (con tal que no sintieses la pesadumbre y torpeza dicha) no hay que pensar es por haber excedido en el comer.
     Toma, pues, el tiento de tu complexión y naturaleza por el orden sobredicho, o con el que el Altísimo te inspirare, al cual lo debes ahincadamente pedir. Lleva muy grande cuenta de guardar el orden dicho. Y sentado a la mesa, considera con atención lo que comes. Y si alguna vez por tu negligencia en algo te excedieres, no lo dejes pasar sin hacer por ello digna penitencia.

Del modo de beber templadamente
     Acerca de la bebida no te puedo dar otra regla mejor que guardes, sino que poco a poco te andes refrenando, bebiendo cada día menos. Mas sea de tal manera que no padezcas demasiada sed, así de día como de noche. Especialmente cuando comieres escudilla de potaje con mayor facilidad te podrás pasar con beber poco, con que baste para ayudar a la digestión de la comida.
     De ninguna manera fuera de la comida bebas, si ya no fuese el día que ayunas, allá por la tarde, o si caminares, por su trabajo, o por ocasión de otro cualquier cansancio, y en semejantes casos bebe muy templadamente.
     De ordinario debes beber el vino tan aguado que pierda su fuerza, y si le quedare alguna, añadirás más o menos agua, como el Señor te inspirare.

CAPITULO IX
De la composición, así interior como exterior, 
que se ha de guardar en la mesa

     Tañido el címbalo y hecha la señal para comer, lavándote primero las manos, te sentarás en el De profundis con toda composición, y aguardarás haga señal el prelado para entrar en el refectorio. El cual hecho y entonada la bendición de la mesa, no perdones a tu voz, antes esforzándola con modestia bendice al Señor. Luego te sentarás según tu antigüedad. Y considera con temeroso corazón que te sientas a comer los pecados del pueblo. Asimismo, prepárate para oír con atención la lección que en la mesa se leyere. Y si no hubiere lección, previénete con una santa meditación, para que no entregues todos tus sentidos a la comida, sino que, dando al cuerpo su mantenimiento corporal, goce también el alma del espiritual.
     Sentado, pues, a la mesa, compon el hábito sobre las rodillas que esté decentemente. Y de ninguna manera y por ninguna causa levantes los ojos a mirar a los demás que comen, mas tan solamente tendrás cuenta en lo que pusieren delante. Cuando te sientes, no luego eches mano al pan para cortarlo; mas detente algún tanto sobre ti, por lo menos cuando reces un Pater noster y una Ave María por las almas del purgatorio,las que más necesidad de socorro tuvieren. Esto guardarás perpetuamente: que cualquier cosa o movimiento del cuerpo que hicieres lo hagas con modestia y gravedad santa.
     Si tuvieres delante de ti diferencia de pan, es a saber, duro y blando, blanco y negro, o cualquier otro, tomarás del que hacia ti estuviere más cerca, sea el que fuere; y más presto eches mano de aquel que más rehusare tu sensualidad y apetito. Jamás en la mesa pidas cosa alguna, sino aguarda la pida otro para ti, y si se descuida de pedirlo, tómalo en paciencia. No asientes los codos sobre la mesa, sino las manos solamente, ni tengas abiertas las piernas, ni pongas un pie sobre otro. No tomes dos escudillas o alguna otra cosa doble, sino conténtate con lo que ordinariamente a todos los demás se da. Cuando aconteciere enviarte el prior, o cualquier otro, alguna ración, no la comas; mas déjala disimuladamente y como mejor pudieres que no se advierta, desmenuzándola en pedacitos y escondiéndolos en la escudilla.
     Advierte es ésta una buena costumbre, muy grata a Dios, dejar siempre algo en la escudilla, para que los pobrecitos de Cristo coman. Y, por consiguiente, algunos pedacitos de pan. No las cortezas, que tú desechas, antes bien, ésas debes tú comer y mortificarte, y el buen pan dejar para Cristo. No hagas caso si de esto sintieres que murmuran los demás, mientras el prelado no te mandare que no lo hagas. Así que generalmente de todo lo que comieres deja una partecita para Cristo pobre, y apártala a una parte diciendo: "Esto para Cristo". Y siempre de los bocados mejores, y no de lo que tú no quieres comer.
     Porque hay algunos tan mal mirados, que lo peor que comen dejan para Cristo, como si lo dejaran para el marranchón.
     Cuando se dieren dos potajes por escudilla, y con el uno puedes comer bastantemente pan, en el segundo potaje echa algunos pedazos de él y déjalo para Cristo. De esta manera, comunicándote el Señor su espíritu, harás estas y otras admirables abstinencias agradables a Dios y ocultas a los ojos de los hombres.
     Si aconteciere estar el manjar desabrido por faltarle sal o por cualquier otra causa, no se la eches tú, ni otra cosa alguna para adobarlo, considerando la hiél y vinagre que Cristo gustó por ti, y así resiste y haz fuerza a la sensualidad. Lo mismo digo de otras cualesquier salsillas, que no valen para otro que para despertar el goloso apetito, déjalas disimuladamente y no las comas. Siempre que al fin de la comida te sirvieren algo que te diere gusto, déjalo por amor de Dios y no lo comas. Asimismo, el queso, fruta y otras cosillas semejantes, las cuales para la salud del cuerpo humano no son necesarias; antes bien, las más veces son dañosas, o a lo menos no son de provecho alguno, aunque sepan bien y deleiten el gusto. Si estas cosas dejares de comer por Cristo, no hay que dudar sino que Él te concederá una comida de consuelo espiritual de inefable dulzura en aquellos pobres manjares con los cuales te contentaste por su amor.
     Y para que mucho mejor te puedas abstener de todo lo que quisieres y con mayor facilidad, cuando vas a comer considera en tu corazón que por tus muchos pecados debieras ayunar a pan y agua. Y así sólo pan sea tu comida, y al potaje o escudilla no tomes por tal, sino tan solamente para que sirva de acompañar el pan y poderlo comer mejor mojándolo en él. Si esto tuvieres delante los ojos, te parecerá muy grande ración tener un poco de potaje en donde mojes el pan Y guárdate no hagas muchas sopas en la escudilla, sino solamente te contentes de mojar el pan, y eso basta. Cuando no te dieren potaje, podrás comer pan y medio en una comida, o poco más: lo que te bastare. Y si dos veces has de comer al dia, come menos, es a saber, aquello que es necesario para satisfacer a la naturaleza, aunque no tuvieses cosas semejantes.
     Si te llegares a Cristo de todo corazón y en Él pusieres toda tu confianza, Él te enseñará otras muchas cosas particulares, que yo aquí no puedo expresar. Porque, ¿quién podrá decir por menudo los innumerables modos y trazas que te revelará Dios?
     Lleva siempre mucha cuenta no seas de los postreros en el acabar de comer. Mas sea con diligencia, acompañada con modestia y honestidad, para que con atención puedas escuchar la lección de la mesa. Cuando te levantares de ella, da gracias de corazón al altísimo Dios, que te ha dado de sus bienes virtud y esfuerzo para que no prevaleciese en ti la sensualidad. Y no perdones a tu voz, sino según pudieres, dalas infinitas al supremo dador de todo el bien. Y considera, carísimo, que innumerables pobrecitos tendrían por muy grande regalo si tan solamente tuviesen el pan que a ti el Señor, por su misericordia, con los demás manjares te ha dado. Y así, a la verdad, lo has de pensar: que Cristo es el que te lo dió; y más, que Él propio te lo ha servido a la mesa por sus manos.
     Mira, pues, con cuánta composición, con cuánta reverencia, con cuánta gravedad y temor, has de estar en la mesa, donde consideras a Dios presente y que por su persona propia te sirve. ¡Oh, cuán dichoso serías si el Señor te hiciese tan señaladas mercedes, que vieses esto con los ojos del alma! Porque si Él te los abriese, echarías de ver grande multitud de santos que, en compañía de Cristo, andan discurriendo por todo el refectorio.

CAPITULO X
Del modo cómo se ha de perseverar en la abstinencia
     Para que perseveres en la abstinencia vive siempre con temor, y reconoce que todo lo que tienes te viene de la piadosa mano de Dios, y así a Él le debes pedir perseverancia. Y si no quisieres caer, no juzgues a los otros ni te indignes contra ellos si vieres que no guardan el orden debido en el comer; antes bien, debes muy de corazón compadecerte de ellos y rogar a Dios por ellos, excusándolos en ti mismo cuanto pudieres. Considerando que tampoco tú eres poderoso, cuanto es de tu parte, para hacer cosa buena alguna, ni ellos tampoco lo son, sino en cuanto Cristo, dándote la mano, te da fuerzas y valor para ello, no llevando cuenta con tus cortos merecimientos, sino con su franca y liberal voluntad. Si esto consideras atentamente, tendrás perseverancia en la virtud. Porque no hallo yo otra causa de empezar algunos muchas abstinencias y otros ejercicios espirituales, en los cuales no perseveran, antes se les hace pesado y perezoso el cuerpo, y entibia la devoción. Y todo les viene de su altivez y presunción, que presumiendo de sí mismos desdeñan a los otros, juzgándoles en sus corazones. Por tanto les quita Dios la merced que les hacía, y se enfrían, o permite su Majestad caigan en el vicio de indiscreción haciendo más penitencia de la que pueden llevar sus sujetos, y así caen en enfermedad. Por donde, para volver a cobrar la salud, se regalan demasiado y se hacen más tragones que los que ellos antes juzgaban y notaban, según que yo he conocido algunos. Y ordinariamente acontece que cuando alguno nota al otro de algún defecto, permite Dios que caiga el tal en aquel propio y muchas veces en otro mayor. Por tanto, sirve al Señor con temor. Y siempre que sintieres en ti alguna presunción o vanagloria acordándote de los beneficios que te hace el Altísimo, echa mano de la disciplina de la reprensión riñéndote a ti mismo, antes que se enoje el Señor contra ti y te derribe del camino perfecto y justo que llevas. Si así lo hicieres, permanecerás firme en el servicio de Dios.
     Hasta aquí te he enseñado el modo agradable al Altísimo, que has de guardar contra el señorío de la gula, a la cual pocos saben sujetar, que en algo no excedan, o pecando por carta de más o por carta de menos, comiendo más de lo necesario o quitándose de lo que han menester; o, finalmente, no guardando las circunstancias debidas así en lo uno como en lo otro.


CAPITULO XI 
Del orden que se ha de tener en el 
dormir, velar, estudio y coro

     Después que te hubieres ejercitado en lo sobredicho, trabaja con mucho cuidado guardar un orden debido en dormir y velar. En lo cual es cosa muy dificultosa tener medida y que no haya ningún exceso. Para lo cual es de notar que hay dos cosas en las cuales especialmente corre riesgo muy grande el cuerpo y, por consiguiente, el alma, traspasando los términos de la discreción. Esto es: en la mucha abstinencia y en el desordenado velar. En los otros santos ejercicios no hay que temer tanto peligro en el exceso. Y por eso el demonio guarda esta astucia, que si ve un alma con espíritu fervoroso la acomete con solapadas razones, persuadiéndola haga muchas abstinencias y largas vigilias, para por áquí traerla a tanta flaqueza y debilitación de cuerpo que haya de enfermar, y venga a debilitarse e imposibilitarse para todo lo bueno en tanta manera, que de ahí adelante no aproveche para cosa, sino como arriba dijimos, para que coma y duerma más que todos los otros. Entonces este tal nunca más se atreve a volver a sus pasados y santos ejercicios de vigilias y abstinencias, escarmentado de que por semejantes cosas enfermó. Con lo cual el demonio le está persuadiendo y diciendo: No hagas eso. ¿No sabes que por ello enfermaste? Y a la verdad, no te vino el mal de velar ni ayunar, sino de no haber guardado el modo debido en semejantes obras. Mas el hombre simple no entiende las astucias y engaños del demonio, por el cual de una manera y otra es engañado. Y así, otras veces, so color y apariencia de bien, le persuade haga excesiva penitencia y le dice: Tú que hiciste tantos y tan grandes pecados, ¿cuándo podrás satisfacer por ellos? Y si no, le trae a la memoria las enormes ofensas que ha hecho contra Dios nuestro Señor, y le dice: ¿No miras cuánto padecieron los santos mártires y el rigor grande de la penitencia de aquellos ermitaños antiguos? Y piensa el hombre simple cómo estas cosas llevan en si rebozo y apariencia de bondad y santa virtud, que no pueden ser sino de Dios.
     Esto suele acontecer, permitiéndolo Dios, especialmente cuando la tal persona no acude luego a Él con cuidado, grande humildad, temor y continuas oraciones, para que merezca del Señor ser alumbrada y encaminada cuando no hallase maestro que la enseñase. Porque quien está debajo de santa obediencia y continuamente es enderezado por el nivel de la discreción, vive muy seguro de semejantes engaños. Que aunque su maestro y padre espiritual alguna vez errare, en tal caso Dios, por la humildad y merecimiento de la obediencia, todo lo encamina para su bien espiritual, como lo pudiera probar con muchas autoridades de la Escritura sagrada y ejemplos de santos.
     De manera que acerca del dormir y velar se ha de guardar aqueste orden, es a saber, que en tiempo de verano, después de comer, tañido a silencio, reposes y duermas un poquito. Porque, a la verdad, aquella hora es muy desacomodada para cualquier ejercicio espiritual. Y de aquesta suerte mejor podrás después a la noche velar algo más. Empero, esto debes guardargeneralmente todas las veces que quisieres dormir: que medites antes alguna cosa de los Salmos, o cualquier otra espiritual, a la cual sobreviniendo el sueño, se te represente durmiendo, y así mismo cuando despiertes.
     A la primera noche, tendrás siempre cuidado de no velar mucho. Porque de no dormir a esa hora lo que es necesario, se pierde la debida atención y devoción que allá a la media noche en los maitines conviene tener, y ordinariamente el tal se halla en ellos cargado de sueño, pesado e indevoto, y acóntécele por haber velado demasiado a prima noche. Y muchas veces le es forzoso quedarse de maitines durmiendo, sin poderse despertar. Pues, por tanto, procurarás tener algunas breves oraciones, o leer un pedazo de un libro bueno, o alguna meditación santa, en que contemples cuando te vas a acostar y antes que cierres los ojos. Y entre las tales meditaciones, si tu devoción te moviere a ello, te puedes ocupar en contemplar de la pasión del Señor lo que particularmente en aquella hora padeció, y asimismo lo puedes hacer en las demás horas del dia y de la noche, según que enseña San Bernardo, o como mejor el Señor inspirare tu alma. Porque no es la devoción de una misma manera en todos, sino en unos más fervorosa que en otros. A otros bástales con su simplicidad morar en los agujeros de la piedra, que son las llagas de Cristo.
     Nadie por buen juicio que tenga y agudo, ha de menospreciar lo que le puede mover a devoción, antes bien, lo que lee y estudia debe enderezar y reducir a Cristo, hablando con Él y pidiéndole la verdadera inteligencia y sentido de ello. Muchas veces, cuando está estudiando, debe apartar los ojos del libro por algún espacio, y cerrados, esconderse en las preciosas llagas de Cristo nuestro bien, y después volverlos otra vez al libro.
     Y cuando de estudiar se levantare, puesto de rodillas delante nuestro Señor, haga alguna breve y muy fervorosa oración.
     Y lo propio cuando entrare en la celda o en la iglesia, anduviere por el claustro o capítulo. Esto hará, según el ímpetu del espíritu que le moviere y la devoción le incitare. Y algunas veces haga aquesto teniendo oración de propósito, entera o breve, con algún suspiro o gemido salido del corazón. Pidiendo el auxilio y favor divinos, presentando al Altísimo sus santos propósitos y buenos deseos, tomando por medianeros a los santos.
     Aqueste modo de oración algunas veces se hace sin rezar salmos, y sin oración vocal, sino solamente mental, aunque al principio de ella se haya tomado ocasión de un verso de un salmo o de un paso de la Escritura sagrada o de algún santo particular o de cualquier otra consideración inspirada de Dios interiormente. Empero, pasado aquel fervor de espíritu, el cual ordinariamente dura poco, puedes volver a hacer memoria de todo lo que antes estudiabas. Y entonces te será dado claro entendimiento y más perfecta inteligencia de todo ello.
     Así que, después de un rato de oración, volverás al estudio otra vez, y así andarás de lo uno a lo otro trocando y variando. Porque con semejantes retrueques hallarás en la oración mayor devoción, y con más facilidad y claridad entenderás lo que estudiares. Este fervor de devoción que viene después de un rato de estudio, aunque acuda en cualquier hora indiferentemente, según la voluntad de Aquel que con grande suavidad dispone todas las cosas, con todo eso, lo más ordinario acostumbra acudir ese fervor más encendido después de maitines. Y así, créeme, toma mi consejo, a prima noche vela poco, para que puedas ocuparte todo después de maitines en estudio y oración y contemplación.
     Oído, pues, a la media noche el reloj de las doce o la señal de maitines, levántate de la cama sin dilación alguna, sacudiendo de ti toda pereza, con la diligencia que te levantaras si vieras arder la cama en llamas de fuego. Y luego, hincadas en tierra las rodillas, harás con devoción alguna breve oración, por lo menos un Ave María, o cualquier otra, con que echas de ver tu espíritu más se inflama. Para que, sin pesadumbre, antes con mucha alegría te levantes, importa mucho duermas vestido y sobre alguna cosa dura. Esto debe de guardar generalmente el siervo de Dios, que huya toda blandura y regalo en su cama, con tal que no exceda los límites de la discreción. Para lo cual, tu cama sea un jergón de pajas, y cuanto más apretadas y duras, más agradable te ha de ser. Una manta tan solamente tendrás para cobijar las pajas, y otra para cubrirte y repararte del frío, o dos, según el tiempo y la necesidad lo pidiere. Por cabecera te sirva un costal también de pajas. Aparta de ti toda cosa blanda, como almohada de pluma y otros semejantes regalos. Ni sudario tengas de lienzo para la cara, cuello o cintura, si ya no fuere que en tiempo del verano lo uses de noche por respecto del sudor y limpieza. Porque de semejantes regalos no necesita la naturaleza, sino tan solamente son costumbres o abusos mal introducidos en el mundo. Duerme también vestido, así como andas de día, quitándose solos los zapatos y aflojando un tanto la correa. En tiempo de verano, si hicere grande calor, podrás quitarte la capa y dormir solo con el escapulario. Si aquesta costumbre guardares en tu dormir, no sentirás dificultad ni pena alguna en levantarte, antes con gran presteza y alegría te levantarás de noche.

BIOGRAFIA Y ESCRITOS DE SAN VICENTE FERRER

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