Sobre
los Ejercicios Espirituales
20
de diciembre de 1929
INTRODUCCIÓN
a)
El fin del jubileo anunciado
1.
Motivo: Bodas de Oro sacerdotales del Papa. Estímulo de fe y de piedad
A
ninguno de vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue nuestra intención
o nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al orbe católico un
jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo aniversario de aquel día
en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos por vez primera el santo
sacrificio del altar.
Porque,
como solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus
Nobis, promulgada el día 6 de enero de 1929 [i],
con dicha celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran
familia cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón
Divino, participasen en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen
gracias al Supremo Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos
la dulce esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros
celestiales de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles
dichosa oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección
cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres públicas
y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total pacificación de
cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua pacificación de
las almas y de los pueblos.
b)
Los frutos del jubileo celebrado
2.Frutos
del año jubilar
No
fue vana nuestra esperanza. Porque aquel encendido ardor de devoción, con que
fue acogida la promulgación del jubileo, lejos de menguar con el transcurso del
tiempo, ha ido creciendo cada vez más, ayudando a ello el Señor con memorables
acontecimientos que harán imperecedera la memoria de este año, verdaderamente
de salud.
Con
indecible consuelo hemos podido ver, en gran parte con nuestros propios ojos,
este magnífico aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos hemos
complacido en contemplar tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a los
cuales pudimos recibir en nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con
paternal afecto contra nuestro corazón.
c)
De cómo se pueden conservar esos frutos
3.
Medios para asegurar estos frutos
Hoy,
mientras desde lo más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia un
ardiente himno de gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se dignó
producir, madurar y cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra
pastoral solicitud nos mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos
comienzos resulten en lo sucesivo grandes y permanentes beneficios para la
felicidad y salvación de los individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.
Y
meditando Nos cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro predecesor,
de feliz memoria, León XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo,
con palabras gravísimas, que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus
Nobis [ii],
exhortaba a todos los fieles a recogerse algún tiempo para poner en cosas
mejores sus pensamientos apegados a la tierra [iii],
y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m., Pío X, tan celoso
promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar en el año jubilar
de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al clero católico [iv],
daba enseñanzas preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de
la vida espiritual.
d)
La práctica de los ejercicios espirituales se recomienda para ello
4.
Los ejercicios espirituales.
Siguiendo,
pues, las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado oportuno hacer también
Nos algo, aconsejando una práctica excelente, de la cual esperamos que el
pueblo cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho. Nos referimos a
la práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos ardientemente se
promueva y difunda más y más cada día, no sólo en ambos cleros, sino también
entre las agrupaciones de seglares católicos, y que nos complacemos en dejar a
nuestros amados hijos como recuerdo de nuestro Año Jubilar.
Lo
cual hacemos con tanto mayor gusto, al declinar ya el año del quincuagésimo
aniversario de nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede ser más grato
que recordar las celestiales gracias e inefables consolaciones que muchas veces
hemos experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con cuya práctica
asidua hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas etapas de
nuestra vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y cumplir el
divino beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar cuanto en
todo el transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por instruir al
prójimo en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios, con tanto
fruto y tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos que los
Ejercicios espirituales son y constituyen un especial medio para alcanzar la
eterna salvación.
I.
LA IMPORTANCIA, OPORTUNIDAD Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
a)
Especialmente para nuestros tiempos.
5.
Los ejercicios, remedios de los males de los presentes tiempos.
Y
en verdad, venerables hermanos, que al considerar, siquiera sea de paso, los
tiempos que vivimos, se verá por más de una razón la importancia, utilidad y
oportunidad de los santos retiros. La más grave enfermedad que aflige a nuestra
época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata lamenta, es
la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres. De ahí la
disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de ahí la insaciable
codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y extingue en las almas
el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las enreda en las cosas
exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la consideración de las
verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del mismo Dios, único
principio y fin de todo el universo creado; el cual, no obstante, por su
infinita bondad y misericordia, en nuestros mismos días y a pesar de la
corrupción de costumbres que todo lo invade, no deja de atraer a los hombres
hacia Sí con abundantísimas gracias.
Pues
para curar esta enfermedad que tan reciamente aflige hoy a los hombres, ¿qué
remedio y qué alivio mejor podríamos proponer que invitar al piadoso retiro de
los Ejercicios espirituales a estas almas débiles y descuidadas de las cosas
eternas? Y, ciertamente, aunque los Ejercicios espirituales no fuesen sino un
corto retiro de algunos días, durante los cuales el hombre, apartado del trato
ordinario de los demás y de la baraúnda de preocupaciones halla oportunidad,
no para emplear dicho tiempo en una quietud ociosa, sino para meditar en los
gravísimos problemas que siempre han preocupado profundamente al género
humano, los problemas de su origen y de su fin, de dónde viene el hombre y adónde
va; aunque sólo esto fuesen los Ejercicios espirituales, nadie dejaría de ver
que de ellos pueden sacarse beneficios no pequeños.
b)
Para formar al hombre.
6.
Los ejercicios espirituales son palestra del espíritu.
Pero
todavía sirven para mucho más. Porque al obligar al hombre al trabajo interior
de examinar más atentamente sus pensamientos, palabras y acciones, considerándolo
todo con mayor diligencia y penetración, es admirable cuánto ayudan a las
humanas facultades; de suerte que en esta insigne palestra del espíritu, el
entendimiento se acostumbra a pensar con madurez y a ponderar justamente las
cosas, la voluntad se fortalece en extremo, las pasiones se sujetan al dominio
de la razón, la actividad toda del hombre, unida a la reflexión, se ajusta a
una norma y regla fija, y el alma, finalmente, se eleva a su nativa nobleza y
excelencia, según lo declara con una hermosa comparación el Papa San Gregorio
en su libro Pastoral: «El alma humana, a la manera del agua, sí
va encerrada, sube hacia la alto, volviendo a la misma altura de donde baja;
pero si se la deja libre, se pierde, porque se derrama inútilmente en lo más
bajo» [v].
Además,
al ejercitarse en las meditaciones espirituales, la mente, gozosa en su Señor,
no sólo es avivada como por ciertos estímulos del silencio y fortalecida con
inefables raptos, como advierte sabiamente San Euquerio, obispo de Lyón [vi],
sino que es invitada por la divina liberalidad a aquel alimento celestial, del
que dice Lactancio: Ningún manjar es más sabroso para el alma que el
conocimiento de la verdad [vii],
y es admitida a aquella escuela de celestial doctrina y palestra de artes
divinas [viii],
como la llama un antiguo autor (que largo tiempo se creyó fuese San Basilio
Magno), donde es Dios todo lo que se aprende, el camino por donde se va, todo
aquello por donde se llega al conocimiento de la suprema verdad [ix].
7.
Los ejercicios espirituales forman al cristiano.
De
donde se sigue claramente que los Ejercicios espirituales tienen un maravilloso
poder, así para perfeccionar las facultades naturales del individuo como
principalmente para formar al hombre sobrenatural o cristiano. Ciertamente que
en estos tiempos, cuando el genuino sentido de Cristo, el espíritu
sobrenatural, esencia de nuestra santa religión, vive cercado por tantos
estorbos e impedimentos, cuando por todas partes domina el naturalismo, que
debilita la firmeza de la fe y extingue las llamas de la caridad cristiana,
importa sobre toda ponderación que el hombre se sustraiga a esa fascinación de
la vanidad que obnubila lo bueno [x],
y se esconda en aquella bienaventurada soledad, donde, alumbrado por celestial
magisterio, aprenda a conocer el verdadero valor y precio de la vida humana para
ponerla al servicio de sólo Dios; tenga horror a la fealdad del pecado; conciba
el santo temor de Dios; vea claramente, como si se le rasgase un velo, la
vanidad de las cosas terrenas, y, advertido por los avisos y ejemplos de Aquel
que es el camino, la verdad y la vida [xi],
se despoje del hombre viejo [xii],
se niegue a sí mismo, y acompañado por la humildad, la obediencia y la
voluntaria mortificación de sí mismo, se revista de Cristo y se esfuerce en
llegar a ser varón perfecto, y se afane por conseguir la completa medida de la
edad perfecta según Cristo, de la que habla el Apóstol [xiii];
y más aún, se empeñe con toda su alma en que también él pueda repetir con
el mismo Apóstol: «Yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que
Cristo vive en mí» [xiv].
Estos son los grados por los que sube el alma a la consumada perfección, y se
une suavemente con Dios, mediante el auxilio de la gracia divina, lograda más
copiosamente durante esos días de retiro, por más fervorosas oraciones y por
la participación más frecuente de los sagrados misterios.
8.
En los ejercicios espirituales se halla la paz del alma.
Cosas
son éstas, venerables hermanos, verdaderamente singulares y excelentísimas,
que exceden con mucho a la naturaleza. En su feliz consecución se hallan, y
solamente en ella, el descanso, la felicidad, la verdadera paz, que con tanta
sed apetece el alma humana, y que la sociedad actual, arrebatada por la fiebre
de placeres, busca inútilmente en el ansia de los bienes inciertos y caducos,
en el tumulto y agitación de la vida. En cambio, vemos muy bien por experiencia
cómo en los Ejercicios espirituales hay una fuerza admirable para devolver la
paz a los hombres y elevarlos a la santidad de la vida; lo cual también se
prueba por la larga práctica de los siglos pasados, y quizá más claramente
por la de nuestros días, cuando una multitud casi innumerable de almas, que
bien se han ejercitado en el sagrado retiro de los Ejercicios, salen de ellos
arraigadas en Cristo y edificadas sobre El como sobre fundamento [xv],
llenas de luz, saturadas de gozo e inundadas por aquella paz que supera a todo
sentido [xvi].
c)
Para formar al apóstol
9.
Los ejercicios espirituales son fragua de apóstoles
Pero
de esta plenitud de vida cristiana, que a todas luces producen los Ejercicios
espirituales, además de la paz interior, brota como espontáneamente otro fruto
muy exquisito, que redunda egregiamente en no escaso provecho social: el ansia
de ganar almas para Cristo, o lo que llamamos espíritu apostólico. Porque
natural efecto de la caridad es que el alma justa, donde Dios mora por la
gracia, se encienda maravillosamente en deseos de comunicar a las demás almas
aquel conocimiento y aquel amor del Bien infinito que ella misma ha alcanzado y
posee. Ahora bien: en estos tiempos en que la sociedad humana tiene tanta
necesidad de auxilios espirituales, cuando las lejanas tierras de las Misiones
blanquean ya para la siega [xvii]
y reclaman cada vez más numerosos operarios, cuando nuestros mismos países
exigen escogidísimas legiones de sacerdotes de ambos cleros que sean idóneos
dispensadores de los misterios divinos y numerosos ejércitos de piadosos
seglares que, unidos estrechamente con el apostolado jerárquico, le ayuden con
celosa actividad, consagrándose a las múltiples obras y trabajos de la Acción
Católica, Nos, venerables hermanos, enseñados por el magisterio de la
historia, consideramos y celebramos los sagrados retiros de los Ejercicios como
Cenáculos alzados como por inspiración divina donde los corazones generosos,
fortalecidos por la gracia, ilustrados por las verdades eternas y alentados por
los ejemplos de Cristo, no sólo conocerán claramente el valor de las almas y
se encenderán en deseos de salvarlas en cualquier estado de vida en que, después
de diligente examen, crean que deben servir a su Creador, sino que, además,
aprenderán plenamente el celo, los medios, los trabajos y las arduas empresas
del apostolado cristiano.
II.
LOS EJERCICIOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
a)
En los principios de la Iglesia
10.
El mismo Jesucristo empleó este medio de formación.
Por
lo demás, éste fue el procedimiento y método que nuestro Señor empleó
muchas veces para formar los pregoneros del Evangelio. Porque el mismo divino
Maestro, no satisfecho con permanecer largos años en su retiro de Nazaret,
antes de brillar a plena luz ante las gentes e instruirlas con su palabra para
las cosas del cielo, quiso pasar cuarenta días enteros en la mayor soledad del
desierto. Y más aún, en medio de las fatigas de la predicación evangélica,
acostumbraba asimismo a invitar a los apóstoles al amable silencio del retiro: Venid
aparte a un lugar desierto y reposad un poco [xviii];
y, vuelto ya al cielo desde este mundo de trabajos, quiso que sus apóstoles y
discípulos recibieran su última formación y perfección en el Cenáculo de
Jerusalén, donde por espacio de diez días perseverando unánimes en la
oración [xix],
se hicieron dignos de recibir al Espíritu Santo: memorable retiro, a la verdad,
el primero que bosquejó los Ejercicios espirituales, del que la Iglesia salió
dotada de perenne vigor y pujanza, y en el que, con la presencia y poderosísimo
patrocinio de la Virgen María, Madre de Dios, se formaron junto con los apóstoles
aquellos que justamente podríamos llamar los precursores de la Acción Católica.
11.
Práctica constante de la Iglesia.
Desde
aquel día, la práctica de los Ejercicios espirituales, si no con el nombre y método
que hoy se usa, por lo menos en cuanto a la cosa misma, se hizo familiar entre
los antiguos cristianos [xx],
como enseña San Francisco de Sales y como lo dan a entender los indicios
manifiestos que se encuentran en las obras de los Santos Padres. Así, San Jerónimo
exhortaba a la noble matrona Celancia: «Elígete un lugar conveniente y
apartado del tráfago familiar, en el cual te refugies como en un puerto. Lee
allí tanto la Sagrada Escritura, sea tu oración tan asidua, tan sólido y
concentrado el pensamiento sobre todo el futuro, que con esa vacación fácilmente
compenses todas las ocupaciones del tiempo restante. Y no decimos esto por
apartarte de los tuyos; más bien lo hacemos así, para que allí aprendas y
medites cómo habrás de portarte con los tuyos» [xxi].
Y el contemporáneo de San Jerónimo, San Pedro Crisólogo, obispo de Rávena,
dirigía a sus fieles esta conocidísima invitación: «Hemos dado al cuerpo un
año, concedamos al alma unos días... Vivamos un poco para Dios, ya que el
resto del tiempo lo hemos dedicado al siglo... Resuene en nuestros oídos la voz
divina, no ensordezca nuestro oído el tráfago familiar... Armados ya así,
hermanos, ordenados así para el combate, declaremos la guerra a los pecados...
contando segura nuestra victoria» [xxii].
a)
En la Edad Media
En
el decurso de los siglos, los hombres han experimentado siempre en su interior
este deseo de la apacible soledad, en la cual, sin testigos, el alma se dedique
a las cosas de Dios. Más todavía: es cosa averiguada que cuanto más
borrascosos son los tiempos por que atraviesa la sociedad humana, con tanta
mayor fuerza los hombres sedientos de justicia y verdad son impulsados por el
Espíritu Santo al retiro, «para que, libres de los apetitos del cuerpo, puedan
entregarse más a menudo a la divina sabiduría, en el aula de su corazón, y
allí, enmudecido el estrépito de los cuidados terrenos, se alegren con
meditaciones santas y delicias eternas» [xxiii].
a)
San Ignacio de Loyola
12.
Antecedente de los ejercicios de San Ignacio.
Y
habiendo Dios suscitado providencialmente en su Iglesia muchos varones, dotados
de abundantes dones sobrenaturales y conspicuos por el magisterio de la vida
espiritual los cuales dieron sabias normas y métodos de ascética aprobadísimos,
sacados ora de la divina revelación, ora de la propia experiencia, ya también
de la práctica de los siglos anteriores-,
por disposición de la divina Providencia y por obra de su insigne siervo
Ignacio de Loyola nacieron los Ejercicios espirituales, propiamente dichos:
Tesoro como los llamaba aquel venerable varón de la ínclita Orden de San
Benito, Ludovico Blosio, citado por San Alfonso María de Ligorio en cierta bellísima
carta «Sobre los Ejercicios en la soledad»-,
«tesoro que Dios ha manifestado a su Iglesia en estos últimos tiempos, por
razón del cual se le deben dar muy rendidas acciones de gracias» [xxiv].
a)
San Carlos Borromeo
De
estos Ejercicios espirituales, cuya fama se extendió muy pronto por toda la
Iglesia, sacó nuevos estímulos para correr más animosamente por el camino de
la santidad, entre otros muchos, el venerable y por tantos títulos carísimo
para Nos, San Carlos Borromeo, quien, como en otra ocasión recordamos, divulgó
su uso entre el clero y el pueblo [xxv],
no sólo con su continuo trabajo y autoridad, sino también con aptísimas
normas y directorios, hasta el punto de fundar una casa con el fin exclusivo de
que en ella se practicasen los Ejercicios ignacianos. Esta casa, que el mismo
santo cardenal denominó Asceterium, viene a ser, en nuestra opinión, la
primera de cuantas más tarde, como feliz copia, han florecido por doquier.
b)
Casas especiales para los ejercicios espirituales
13.
Incremento de los ejercicios en los tiempos modernos.
Pues
como de día en día creciera en la Iglesia la estima de los Ejercicios,
vinieron también a multiplicarse por singular manera las casas a ellos
reservadas, verdaderos oasis felizmente colocados en el árido desierto de esta
vida, en los que con alimento espiritual se reaniman y confortan a su vez los
fieles de uno y otro sexo. Realmente, después del enorme desastre de la guerra,
que tan acerbamente perturbó a la gran familia humana; después de tantas
heridas como han lastimado la prosperidad espiritual y civil de los pueblos, ¿quién
será capaz de enumerar la ingente cifra de los que, viendo cómo se extenuaban
y desvanecían las engañosas esperanzas que antes habían alimentado,
entendieron claramente cómo habían de posponer las cosas terrenas a las
celestiales y, empujados por secreta inspiración del Espíritu Santo, volaron a
la conquista de la verdadera paz en el sagrado retiro? Prueba clarísima son
todos aquellos que, enamorados de la belleza de una vida más perfecta y santa,
o combatidos por las crudelísimas tempestades del siglo o conmovidos por las
inquietudes de la vida, o envueltos en los fraudes y sofismas del mundo, o
atacados por la terrible pestilencia del racionalismo, o seducidos por los
placeres de los sentidos, enderezaron un día sus pasos hacia aquellas santas
casas y gozaron del descanso de la soledad, tanto más dulcemente cuanto mayores
fueron las pasadas tribulaciones; y con el recuerdo de las cosas del cielo
dieron a su vida una orientación sobrenatural.
III.
EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA LAS DIFERENTES CLASES DE HOMBRES
Por
nuestra parte, mientras de lo íntimo de nuestro corazón agradecido nos
alegramos de esos comienzos de excelente piedad, en cuyo acrecentamiento tenemos
por cierto que se halla un eficacísimo remedio y auxilio contra los males que
amenazan, nos disponemos a secundar con todas nuestras fuerzas los suavísimos
designios de la divina bondad, a fin de que esta secreta inspiración, suscitada
por el Espíritu Santo en las mentes de los hombres, no quede privada de la
deseada abundancia de los dones celestiales.
a)
Para la Curia Pontificia
14.
Los ejercicios en el Vaticano.
Y
esto lo hacemos con tanto mayor gusto cuanto que ya lo vemos hecho por nuestros
predecesores. Largo tiempo hace ya que esta Sede Apostólica, que muchas veces
había recomendado los Ejercicios espirituales, enseñaba también a los fieles
con su ejemplo y autoridad, convirtiendo los augustos palacios vaticanos,
durante unos días, en Cenáculo de la oración y la meditación; costumbre que
Nos mismo hemos adoptado espontáneamente con no pequeño gozo y consuelo de
nuestra alma. Y para procurar este gozo y consuelo a Nos y a los que cerca de
Nos viven, satisfaciendo sus comunes deseos, hemos ordenado ya que se dispongan
todas las cosas para que cada año se practiquen los Ejercicios espirituales en
nuestros palacios.
b)
Para los obispos
15.
Exhortación. ejercicios para los prelados de la Iglesia.
Y
bien manifiesta está la gran estima que vosotros, venerables hermanos, tenéis
a los Ejercicios espirituales: los practicasteis antes de vuestra ordenación
sacerdotal y os dedicasteis a ellos antes de recibir la plenitud del orden
sacerdotal; más tarde, y no pocas veces, presidiendo vosotros mismos a vuestros
sacerdotes, oportunamente convocados, acudís a los mismos para alimentar
vuestro espíritu con la contemplación de las verdades eternas. Vuestra
conducta a este respecto es tan preclara y meritoria, que Nos no podemos menos
de citarla con público elogio. Y no juzgamos dignos de menor recomendación a
aquellos obispos de la Iglesia, tanto oriental como occidental, que, junto con
el Metropolitano o Patriarca, se han reunido a veces en piadoso retiro,
acomodado a sus oficios y cargos. Ejemplo por cierto muy luminoso que esperamos
sea imitado con celosa emulación cuando lo consienta la naturaleza de las
cosas. Y no habrá, acaso, gran dificultad en esto si tales retiros se hacen con
ocasión de aquellas reuniones que celebran por oficio todos los prelados de
alguna provincia eclesiástica, ya para atender al bien común de las almas, ya
para deliberar sobre lo que más reclame la condición de los tiempos. Esto es
lo que Nos pensábamos hacer con todos los obispos de la región lombarda en
aquel brevísimo tiempo en que gobernamos la Iglesia de Milán, y sin duda lo
habríamos realizado en aquel primer año de pontificado si la Providencia no
hubiese tenido otros secretos designios sobre nuestra humilde persona.
c)
Para sacerdotes y religiosos
Clero
religioso y secular.
Con
razón, pues, estamos convencidos de que los sacerdotes y religiosos que,
anticipándose a la ley de la Iglesia, con laudable empeño practicaban con
frecuencia los Ejercicios espirituales, en lo futuro emplearán con tanta mayor
diligencia este medio de santificación cuanto más gravemente les obliga a ello
la autoridad de los sagrados cánones.
Por
lo cual exhortamos insistentemente a los sacerdotes del clero secular a que sean
fieles en practicar los Ejercicios espirituales, al menos en aquella módica
medida que el Código del Derecho Canónico les prescribe [xxvi],
de suerte que los emprendan y lleven adelante con ardiente deseo de su perfección,
para que adquieran aquella abundancia de espíritu sobrenatural, que les es
sumamente necesaria para procurar el provecho espiritual de la grey a ellos
encomendada y para conquistar muchas almas para Cristo. Ese es el camino que han
seguido siempre todos los sacerdotes que, ardiendo en celo de las almas, más se
han distinguido en dirigir al prójimo por la senda de la santidad y en formar
al clero, como, por citar un ejemplo moderno, el beato José Cafasso,
recientemente elevado por Nos al honor de los altares. Pues siempre fue cosa
ordinaria en aquel varón santísimo el dedicarse asiduamente a los Ejercicios
espirituales, con los cuales se santificara más eficazmente a sí propio y a
los otros ministros de Cristo y conociera los celestiales designios; siendo al
salir de uno de esos sagrados retiros cuando, enriquecido con luz divina, indicó
claramente a un sacerdote joven, penitente suyo, que siguiera aquel camino que
le condujo a él al sumo grado de la virtud: nos referimos al beato Juan Bosco,
cuyo solo nombre es su mayor elogio.
Los
religiosos, que están obligados a practicar cada año los santos Ejercicios [xxvii],
cualquiera que sea la regla en que militen, hallarán sin duda en estos sagrados
retiros una rica e inagotable mina de bienes celestiales, que todos pueden
alcanzar según la necesidad de cada uno, para progresar más y más en la
perfección y andar con más aliento el camino de los consejos evangélicos.
Porque los Ejercicios anuales son un místico Arbol de vida [xxviii],
con cuyos frutos tanto los individuos como las comunidades crecerán en aquella
laudable santidad con que debe florecer toda familia religiosa.
16.
¿Qué aprovecha el resto?
Y
no crean los sacerdotes de uno y otro clero que el tiempo dedicado a los
Ejercicios espirituales cede en detrimento del ministerio apostólico. Conviene
a este propósito oír a San Bernardo, quien no dudaba en escribir al Sumo Pontífice
beato Eugenio III, de quien había sido maestro, estas palabras: «Si quieres
ser todo para todos, a imitación de Aquel que se hizo todo para todos, alabo tu
humanidad, con tal que sea completa. Mas ¿cómo será completa si te excluyes a
ti mismo? También tú eres hombre; luego para que tu humanidad sea completa e
íntegra, debe acoger en su seno a ti y a todos los demás; porque de otro modo,
¿de qué te sirve ganar todo el mundo si tú te pierdes? Por lo cual, cuando
todos te posean, poséete tú también. Acuérdate, no digo siempre, no digo a
menudo, sino a lo menos algunas veces, de volverte a ti mismo» [xxix].
d)
Para los seglares de la Acción Católica
17.
La Acción católica.
Con
no menor solicitud, venerables hermanos, aconsejamos que con los Ejercicios
espirituales se formen convenientemente las múltiples legiones de la Acción
Católica; la cual no desistimos ni desistiremos nunca de fomentar y recomendar
con todas nuestras fuerzas, porque tenemos por utilísima (por no decir
necesaria) la participación de los seglares en el apostolado jerárquico. No
tenemos ciertamente palabras bastantes con que poder expresar la singular alegría
que nos ha inundado al saber que casi en todas partes se han organizado tandas
especiales de santos Ejercicios en que se ejercitan estos pacíficos y valerosos
soldados de Cristo, y principalmente los grupos de los jóvenes. Los cuales, al
acudir frecuentemente a ellos a fin de estar cada vez más preparados y prontos
para pelear las sagradas batallas del Señor, en ellos no sólo hallan medios
para imprimir en sí más perfectamente el sello de la vida cristiana, sino que
tampoco es raro que oigan en su corazón la secreta voz de Dios, que los llama a
los sagrados ministerios y a promover la salud de las almas, y hasta los impulsa
a ejercitar plenamente el apostolado. Espléndida es, en verdad, esta aurora de
bienes celestiales, a la que seguirá y coronará en breve un día pleno con tal
que la práctica de los Ejercicios espirituales se propague más extensamente y
se difunda con inteligencia y prudencia entre las varias asociaciones de católicos,
en especial de jóvenes [xxx].
e)
Para toda clase de hombres
18.
Los retiros para obreros.
Y
como en nuestros tiempos los bienes temporales y las comodidades a ellos
consiguientes, juntamente con cierto grado de bienestar, han alcanzado, y no
poco, a los obreros y demás personas que viven de un sueldo, alzándolos a un
plano mejor de vida, se ha de atribuir a la bondad de Dios misericordioso y próvido
el que también se reparta entre el común de los fieles este celestial tesoro
de los Ejercicios espirituales, que, a manera de contrapeso, contenga a los
hombres, no sea que, oprimidos por el peso de las cosas perecederas y hundiéndose
en las comodidades y atractivos de esta vida, caigan miserablemente en las
doctrinas y costumbres del materialismo. Por esto, con razón favorecemos con
ardiente celo las Obras «en pro de los Ejercicios» que en algunas regiones van
creciendo, y, sobre todo, los fructíferos y oportunos «Ejercicios de Obreros»
con las anejas «Asociaciones de Perseverancia»; y todas estas cosas,
venerables hermanos, deseamos recomendar a vuestra actividad y solicitud
pastorales.
IV.
MODO DE HACER LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
19.
El Modo.
Mas
para que los frutos que hemos enumerado se sigan de los santos Ejercicios, es
preciso hacerlos con la debida diligencia; porque, si sólo por rutina o
perezosa y negligentemente se practican estos Ejercicios, poco o ningún
provecho se obtendrá ciertamente de ellos.
a)
Soledad y quietud sin preocupaciones exteriores
Por
lo tanto, es preciso, ante todo, que en la soledad el alma se entregue a las
sagradas meditaciones, alejando todos los cuidados y preocupaciones de la vida
ordinaria; pues, como claramente enseña el áureo librito «De la Imitación de
Cristo»: En el silencio y la soledad aprovecha el alma devota [xxxi].
Así, pues, aunque pensamos que las santas meditaciones, con que públicamente
se ejercitan las masas, son de alabar y se han de promover con toda pastoral
solicitud, como enriquecidas por Dios con múltiples bendiciones, sin embargo,
recomendamos principalmente los Ejercicios espirituales practicados en secreto,
los que llaman «cerrados», en los que el hombre se aparta con más facilidad
del trato con las criaturas y recoge las distraídas facultades de su alma para
dedicarse sólo a sí mismo y a Dios, por medio de la contemplación de las
verdades eternas.
b)
Correspondiente lapso de tiempo
Cierta
duración.
Además,
los Ejercicios espirituales genuinos requieren que se invierta en ellos cierto
espacio de tiempo. Y aunque, según las circunstancias de las cosas y de las
personas, pueden reducirse a pocos días o extenderse a todo un mes, no se han
de abreviar demasiado, si se quieren obtener todos los beneficios que prometen
los Ejercicios. Porque así como la salubridad de un lugar sólo favorece a la
salud del cuerpo cuando se vive allí durante algún tiempo, así el saludable
arte de las sagradas meditaciones no ayuda eficazmente al alma si no se ejercita
durante cierto tiempo.
c)
El mejor método debe emplearse
Método
óptimo
Finalmente,
interesa en sumo grado, para hacer bien los Ejercicios espirituales y sacar de
ellos el debido fruto, que se practiquen con un método bueno y apropiado.
20.
Los ejercicios del método ignaciano.
Y
es cosa averiguada que, entre todos los métodos de Ejercicios espirituales que
muy laudablemente se fundan en los principios de la sana ascética católica,
uno principalmente ha obtenido siempre la primacía. El cual, adornado con
plenas y reiteradas aprobaciones de la Santa Sede, y ensalzado con las alabanzas
de varones preclaros en santidad y ciencia del espíritu, ha producido en el
espacio de casi cuatro siglos grandes frutos de santidad. Nos referimos al método
introducido por San Ignacio de Loyola, al que cumple llamar especial y principal
Maestro de los Ejercicios espirituales, cuyo admirable libro de los
Ejercicios [xxxii],
pequeño ciertamente en volumen, pero repleto de celestial sabiduría, desde que
fue solemnemente aprobado, alabado y recomendado por nuestro predecesor, de
feliz recordación, Paulo III [xxxiii],
ya desde entonces, repetiremos las palabras empleadas en cierta ocasión por
Nos, antes de que fuésemos elevado a la cátedra de Pedro, «sobresalió y
resplandeció como código sapientísímo y completamente universal de normas
para dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección; como
fuente inexhausta de piedad muy eximia a la vez que muy sólida, y como fortísimo
estímulo y peritísimo maestro para procurar la reforma de las costumbres y
alcanzar la cima de la vida espiritual» [xxxiv].
Y cuando, al comienzo de nuestro pontificado, «correspondiendo a los ardentísimos
deseos y votos» de los Prelados de casi todo el orbe católico y de uno y otro
rito» por la constitución apostólica Summorum Pontificum, fechada el día
25 de julio de 1922, «declaramos y constituimos a San Ignacio de Loyola
celestial Patrono de todos los Ejercicios espirituales y, por consiguiente, de
todos los institutos, asociaciones y congregaciones de cualquier clase que
ayudan y atienden a los que practican Ejercicios espirituales» [xxxv],
casi no hicimos más que sancionar con nuestra suprema autoridad lo que estaba
en el común sentir de los pastores y de los fieles: lo cual habían dicho implícitamente,
junto con el citado Paulo III, nuestros insignes predecesores Alejandro VII [xxxvi],
Benedicto XIV [xxxvii]
y León XIII [xxxviii],
al tributar repetidos elogios a los Ejercicios ignacianos; los cuales
enaltecieron con grandes encomios y aun con el mismo ejemplo de las virtudes que
en esta palestra habían adquirido o aumentado todos aquellos que —para
decirlo como el mismo León XIII—
florecieron más en la doctrina ascética o en santidad de vida [xxxix],
en los cuatro últimos siglos.
Sana
doctrina sin falsos misticismo.
Y,
ciertamente, la excelencia de la doctrina espiritual, enteramente apartada de
los peligros y errores del falso misticismo, la admirable facilidad de acomodar
estos Ejercicios a cualquier clase y estado de personas, ya se dediquen a la
contemplación en los claustros, ya lleven una vida activa en negocios
seculares; la unidad orgánica de sus partes; el orden claro y admirable con que
se suceden las verdades que se meditan; los documentos espirituales, finalmente,
que, una vez sacudido el yugo de los pecados y desterradas las enfermedades que
atacan a las costumbres, llevan al hombre por las sendas seguras de la abnegación
y de la extirpación de los malos hábitos [xl],
a las más elevadas cumbres de la oración y del amor divino: sin duda alguna,
tales son todas estas cosas que muestran suficiente y sobradamente la naturaleza
y fuerza eficaz del método ignaciano y recomiendan elocuentemente sus
Ejercicios.
d)
Retiros mensuales
21.
Los días de retiro.
Resta,
venerables hermanos, que para conservar y defender el fruto de los Ejercicios
espirituales, que con tantas alabanzas hemos encomiado, y renovar su saludable
recuerdo, recomendemos encarecidamente una piadosa costumbre que bien puede
llamarse breve repetición de los mismos Ejercicios, esto es, el retiro mensual
o a lo menos trimestral. Esta costumbre, que —usando
las mismas palabras de nuestro predecesor, de s. m., Pío X—
vemos
gustosos introducirse en muchos lugares [xli]
y que está en vigor principalmente entre las comunidades religiosas y los
sacerdotes piadosos del clero secular, deseamos vehementemente que se introduzca
entre los mismos seglares, pues realmente cede en no pequeña utilidad de los
mismos; sobre todo entre los que, absorbidos por los cuidados de la familia o
enredados en negocios, estén impedidos de hacer Ejercicios espirituales; porque
con estos retiros podrán suplir, al menos en parte, los deseados provechos de
los mismos Ejercicios.
EPÍLOGO
22.
Fruto de los ejercicios.
De
este modo, venerables hermanos, si por todas partes y por todas las clases de la
sociedad cristiana se difundieren y diligentemente se practicaren los Ejercicios
espirituales, seguirá una regeneración espiritual; se fomentará la piedad, se
robustecerán las energías religiosas, se extenderá el fructífero ministerio
apostólico y, finalmente, reinará la paz en los individuos y en la sociedad.
23.
La Navidad y la paz.
Mientras,
sereno el cielo y callada la tierra, la noche alcanzaba la mitad de su curso, en
el retiro, lejos del concurso de hombres, el Verbo eterno del Padre, hecho
carne, apareció a los mortales y en las regiones etéreas resonó el himno
celestial: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad [xlii].
Este pregón de la paz cristiana —la
paz de Cristo en el reino de Cristo—,
manifestación del deseo mayor de nuestro corazón apostólico, al que
intensamente se dirigen nuestras intenciones y trabajos, herirá profundamente
las almas de los cristianos que, apartados del tumulto y de las vanidades del
siglo, repasaren en profunda y escondida soledad las verdades de la fe y los
ejemplos de Aquel que trajo la paz al mundo y se la dejó como herencia: Mi
paz os doy [xliii].
Deseo
y Bendición
Esta
verdadera paz, venerables hermanos, anhelamos de corazón para vosotros en este
mismo día en que, por favor de Dios, se cumple el quincuagésimo año de
nuestro sacerdocio; y la misma con fervorosas oraciones pedimos a Aquel que es
saludado como Príncipe de la paz, al aproximarse la dulcísima fiesta del
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que puede llamarse misterio de paz.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de diciembre de 1929, octavo de nuestro
pontificado.
Pío XI
.
[i]
AAS 21 (19291) 5.
[ii]
Ibíd., 6.
[iii]
Enc. Quod
auctoritate (22 dic. 1885): AL 2,175ss
[iv]
Exhort.
al clero cat. Haerent animo (4 ag. 1908): ASS 41,555-577.
[v]
S. Greg. M.,
Pastoral 1,3: PL 77,73.
[vi]
S. Euquerio,
De laude eremi 37; PL 50,709.
[vii]
Lactanc., De
falsa relig. 1,1; PL 6,118.
[viii]
S. Basil.
M., De laude solit. vitae, en Opera omnia (Venecia 1751) 2,379.
[ix]
(9) Ibíd..
[x]
Sab 4,12
[xi]
Jn 14,6
[xii]
Rom
13,14.
[xiii]
Ef
4,13.
[xiv]
Gál
2,20.
[xv]
Col
2,7.
[xvi]
Flp
4,7.
[xvii]
Jn
4,35.
[xviii]
Mc 6,31.
[xix]
Hech 1,14.
[xx]
S. Franc. de
Sales, Traité de l'amour de Dieu 12,8.
[xxi]S.
Jerón., Ep. 148 ad Celant., 24: PL 22,1216.
[xxii]
S. Pedro
Crisól., serm.12: PL 52,186.
[xxiii]
S. León M.,
serm.19: PL 54,186.
[xxiv]
)
Opere ascet. (Marietti 1847) 3,616.
[xxv]
Const.
ap. Summorum Pontificum (20 jul. 1922): AAS 14,421.
[xxvi]
CIC (1917) c.126.
[xxvii]
Ibíd., c.595 § 1.
[xxviii]
Gén 2,9.
[xxix]
S. Bern., De consider. 1,5: PL 1-2,734.
[xxx]
Cf. Ordine del giorno di Mons. Radini-Tedeschi:
«Congr. Catol. Ital.» (1895).
[xxxi]
De
imit. Chr. 1,20,6.
[xxxii]
Brev.
Rom. in festo S. Ign. (31 jul.) 4,4.
[xxxiii]
Let.
ap. Pastoralis officii 31 jul. 1548.
[xxxiv]
S. Carlo e gli Esercizi spirituali di S. Ignacio: «S. Carlo Borromeo nel 3.°
Centenario dalla Ganonizzazione» n.23 (sept. 1910) 488.
[xxxv]
Const.
ap. Summorum Pontificum (25 jul. 1922): AAS 14,420.
[xxxvi]
Let,
ap. Cum sicut (12 oct. 1647).
[xxxvii]
Let.
ap. Quantum secessus (20 marzo 1753); Let. ap. Dedimus
sane (16 mayo 1753).
[xxxviii]
Ep.
Ignatianae commentationes (8 febr. 1900): AL 7,373.
[xxxix]
Ibíd.
[xl]
Ep.
ap. Pío XI, Nous avons appris (29 marzo 1929) ad Card. Dubois.
[xli]
Exhort.
ad cler. cath. Haerent animo (4 agosto 1908): ASS 41,575.
[xlii]
Lc
2,14.
[xliii]
Jn
14,27.
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