INTRODUCCION
Génesis y significación de esta festividad.
Un decreto de Alejandro VII, de 28 de julio de 1656, instituyó para España la fiesta del Patrocinio de la Virgen, en memoria de todas las victorias y triunfos alcanzados por los Reyes de España sobre los moros, los herejes y demás enemigos, desde el siglo VIII hasta el reinado de Felipe IV. Después, otras regiones de la cristiandad obtuvieron también autorización para celebrar el Patrocinio del cual se glorían así las naciones como los Institutos religiosos. Una festividad semejante se celebró durante muchos siglos entre los griegos, y aun hoy la celebran los rusos, los rutenos y los servios, el 1.° de octubre (Précis histeriques, 1858, pág. 337-38., julio, y Cathol Encycl. S. Patronage of our Lady).
Plan de la meditación.
El Patrocinio sugiere a la la idea de debilidad y de peligro, y la de fuerza y de garantía. La fiesta de un Patrocinio indica una protección tan eficaz y tan manifiesta, que atrae la mirada y el corazón: la mirada para maravillarse; el corazón para celebrarla con el entusiasmo propio de la gratitud. Dispondremos, pues, la meditación conforme a estas ideas. La necesidad e indigencia, la fuerza caritativa y la fiesta serán el objeto de los tres puntos.
MEDITACIÓN
«Beatus vir cujus est auxilum abs te»
Dichoso el que tiene tu auxilio.
(Ps. LXXX11I, 6)
1°. Preludio. Representémonos a la Madre de Dios en la gloria del cielo, junto al trono de su divino Hijo, resplandeciente de dicha y de bondad.
2°. Preludio. Pidamos la gracia de tener en María una confianza siempre creciente.
I. LA INDIGENCIA
I. Convenzámonos bien de nuestra indigencia. Físicamente, por todas partes estamos rodeados de peligros que de ningún modo podemos conjurar. ¿Conocemos los enemigos cuyos golpes nos amenazan? Pueden ser casos fortuitos, malévolas intenciones. ¿Qué digo? Hasta una voluntad enteramente adicta causa, a las veces, inmensos daños; los bienhechores se engañan, y se recibe el golpe fatal de una mano que se nos tiende como protectora. El pobre pescador, expuesto en su débil barquilla a todos los caprichos y furores del Océano, nos pinta a todos muy al vivo la realidad de nuestra situación. Y en el orden moral no ocurre otra cosa. Dentro de nosotros ¡qué debilidades y qué tentaciones! Fuera de nosotros ¡qué ejemplos y qué seducciones! La carrera es breve, pero es larga para nuestra perseverancia. Y si la dificultad o el peligro nos desalentasen, este desaliento sería, de suyo, una grave derrota. ¡Con cuánta razón el gran San Agustín confesaba que debía dar gracias a Dios así por el mal que había evitado como por el bien que había hecho! (Confesiones, 1, 2, s. 7, n. 15) Perversión de una inteligencia que fácilmente se ciega; perversión de un corazón fácilmente seducido; audacia y abatimiento: todo es de temer.
II. ¡Cuántas razones de humildad y de completa desconfianza de nosotros misinos!
II. ¡Cuántas razones de humildad y de completa desconfianza de nosotros misinos!
II. PATROCINIO DE MARIA
I. Hemos de resolver aquí dos cuestiones muy importantes: ¿Puede María y quiere protegernos con un patrocino especial? ¡Cuán fácil es dar la respuesta!
1. Puede. ¿Hay, en efecto, debilidad alguna que Ella no pueda fortalecer, pobreza que no pueda enriquecer, peligro que no pueda alejar, cuerpo que no pueda curar, alma que no pueda transformar? Esta sencilla razón basta para demostrar el poder sin límites de María: todo mal, todo peligro presente proceden históricamente del pecado; todo socorro, toda salvación deben emanar de la sangre de Cristo, de esta gracia que el Apóstol ensalza como infinitamente superior al pecado (Rom. V, 15-21, y XI, 32-36). Ahora bien, María dispone de toda la gracia de Jesucristo. A los méritos, a la dignidad de su Madre concede Jesucristo un inagotable poder de intercesión.
2. Quiere. Para persuadirnos de ello ¿no será bastante recordar que es nuestra Madre? ¿Qué hijo puede dudar de una buena madre? Y no vamos a reducir este lenguaje al simple valor de una figura vulgar a fuerza de ser repetida. Dios mismo ha provisto a la completa indigencia del niño, derramando en el corazón de las madres inagotable ternura. He aquí cómo ha cuidado del bien físico y exterior del hombre. ¿Sería posible que este mismo Dios permita en el orden moral una desdicha tan grande cual sería la de proporcionarnos una Madre, pero negándole las cualidades del corazón?
II. ¡Cuánto nos importa fortalecer en nosotros la persuasión del poder y de la bondad de nuestra Madre, a fin de que nos dé confianza y nos inspire el recurso a ella, el cual nos valdrá el ser escuchados!
No creamos, en efecto, que baste el poder y la bondad de María para que sintamos la influencia de su socorro. Dios, en su sabiduría, no quiere salvarnos sin nosotros. Hay, es cierto, en el orden sobrenatural, causas de una energía verdaderamente admirable; pero a nosotros toca cumplir las condiciones que nos coloquen bajo la acción de su virtud. La condición de que depende la protección de María, es el recurso humilde y confiado a Ella.
1. Puede. ¿Hay, en efecto, debilidad alguna que Ella no pueda fortalecer, pobreza que no pueda enriquecer, peligro que no pueda alejar, cuerpo que no pueda curar, alma que no pueda transformar? Esta sencilla razón basta para demostrar el poder sin límites de María: todo mal, todo peligro presente proceden históricamente del pecado; todo socorro, toda salvación deben emanar de la sangre de Cristo, de esta gracia que el Apóstol ensalza como infinitamente superior al pecado (Rom. V, 15-21, y XI, 32-36). Ahora bien, María dispone de toda la gracia de Jesucristo. A los méritos, a la dignidad de su Madre concede Jesucristo un inagotable poder de intercesión.
2. Quiere. Para persuadirnos de ello ¿no será bastante recordar que es nuestra Madre? ¿Qué hijo puede dudar de una buena madre? Y no vamos a reducir este lenguaje al simple valor de una figura vulgar a fuerza de ser repetida. Dios mismo ha provisto a la completa indigencia del niño, derramando en el corazón de las madres inagotable ternura. He aquí cómo ha cuidado del bien físico y exterior del hombre. ¿Sería posible que este mismo Dios permita en el orden moral una desdicha tan grande cual sería la de proporcionarnos una Madre, pero negándole las cualidades del corazón?
II. ¡Cuánto nos importa fortalecer en nosotros la persuasión del poder y de la bondad de nuestra Madre, a fin de que nos dé confianza y nos inspire el recurso a ella, el cual nos valdrá el ser escuchados!
No creamos, en efecto, que baste el poder y la bondad de María para que sintamos la influencia de su socorro. Dios, en su sabiduría, no quiere salvarnos sin nosotros. Hay, es cierto, en el orden sobrenatural, causas de una energía verdaderamente admirable; pero a nosotros toca cumplir las condiciones que nos coloquen bajo la acción de su virtud. La condición de que depende la protección de María, es el recurso humilde y confiado a Ella.
III. LA FIESTA DEL PATROCINIO
La fiesta del Patrocinio de la Santísima Virgen es la fiesta de la admiración agradecida, provocada por las maravillas de la bondad de María. Y a la verdad:
I. Ved cuántos corren a refugiarse bajo su tutela. Aldeas, ciudades, reinos están dedicados a María. El Nuevo Mundo no cede en manera alguna al antiguo en piedad para con la Madre de Dios. Los Institutos religiosos se confiesan a porfia hijos suyos: ¡cuántos entre ellos han introducido en su titulo el nombre de su celestial Patrona! ¡Cuántas piadosas leyendas reflejan la especial confianza que en Ella ponen los religiosos! ¿Qué fundador ha dejado de poner a sus hijos bajo el manto de la Reina del cielo y no ha dejado consigna da esta devoción en su espiritual testamento? Grandes nombres de santos brillan en la historia eclesiástica. ¿Hay alguno que no recuerde el culto de María? La devoción a María es de todas las edades. «Extendida ya en los primeros siglos (Revllout, Revue biblique, art. cit., p. 349), permanece como una nota constante de la Iglesia católica». La liturgia oriental, como la de occidente, está llena de invocaciones a María y no duda en llamarla con los dulces nombres de vida, de dulzura y de esperanza. ¡Qué brillantes testimonios no se hallan también en las Encíclicas, en los escritos, en las actas de muchísimos Papas!
II. Añadid a esta unanimidad de plegarias las acciones de gracias de que son testigos los edificios sagrados, las inscripciones que en ellos se leen, las ofrendas que allí se hacen, tantas fiestas instituidas en memoria de los beneneficios de la Virgen Santísima, tantos contemporáneos nuestros que deben a María la salud de sus almas o de sus cuerpos.
Estos hombres de todo estado y condición, que se felicitan de haber recurrido a María, demuestran que la Iglesia ha obedecido a un sentimiento irresistible al festejar, no sólo a la Virgen, sino también su Patrocinio.
I. Ved cuántos corren a refugiarse bajo su tutela. Aldeas, ciudades, reinos están dedicados a María. El Nuevo Mundo no cede en manera alguna al antiguo en piedad para con la Madre de Dios. Los Institutos religiosos se confiesan a porfia hijos suyos: ¡cuántos entre ellos han introducido en su titulo el nombre de su celestial Patrona! ¡Cuántas piadosas leyendas reflejan la especial confianza que en Ella ponen los religiosos! ¿Qué fundador ha dejado de poner a sus hijos bajo el manto de la Reina del cielo y no ha dejado consigna da esta devoción en su espiritual testamento? Grandes nombres de santos brillan en la historia eclesiástica. ¿Hay alguno que no recuerde el culto de María? La devoción a María es de todas las edades. «Extendida ya en los primeros siglos (Revllout, Revue biblique, art. cit., p. 349), permanece como una nota constante de la Iglesia católica». La liturgia oriental, como la de occidente, está llena de invocaciones a María y no duda en llamarla con los dulces nombres de vida, de dulzura y de esperanza. ¡Qué brillantes testimonios no se hallan también en las Encíclicas, en los escritos, en las actas de muchísimos Papas!
II. Añadid a esta unanimidad de plegarias las acciones de gracias de que son testigos los edificios sagrados, las inscripciones que en ellos se leen, las ofrendas que allí se hacen, tantas fiestas instituidas en memoria de los beneneficios de la Virgen Santísima, tantos contemporáneos nuestros que deben a María la salud de sus almas o de sus cuerpos.
Estos hombres de todo estado y condición, que se felicitan de haber recurrido a María, demuestran que la Iglesia ha obedecido a un sentimiento irresistible al festejar, no sólo a la Virgen, sino también su Patrocinio.
COLOQUIO
En este día, nosotros, hijos de la Iglesia, confesemos nuestras múltiples necesidades y recurramos confiadamente a María. Digamos, penetrándonos de la verdad de cada palabra:
Sub tuum praesidium. Baja tu Patrocinio: Consideremos cuánto vale esta salvaguardia,
Confugimus. Nos acogemos, impulsados por nuestra inmensa desdicha,
Sancta Dei Genitrix. Santa Madre de Dios: título que nos recuerda y explica tu poder.
Nostras deprecationes. Nuestras súplicas, confiadas, ardientes y perseverantes,
Ne despicias. No las desprecies: humildemente reconocemos nuestra indignidad,
In necessitatibus nostris. En nuestras necesidades, que piadosa y particularmente te recomendamos.
Sed a periculis cunctis. Mas de todos los peligros, tan graves y numerosos,
Libera nos semper. Líbranos siempre, por una continua isistencia (Refiriendo el adverbio semper a las palabras siguientes, tal ver diríamos mejor: «Tú que, siempre Virgen, eres gloriosa y liendita.»),
Virgo gloriosa. Oh Virgen gloriosa, acuérdate de la fama de tus beneficios,
Et benedicta. Y bendita: los favores que de ti llevamos ya recibidos exigen nuestra gratitud.
Al pedirte nuevas gracias, no olvidamos lo que te debemos.
Confugimus. Nos acogemos, impulsados por nuestra inmensa desdicha,
Sancta Dei Genitrix. Santa Madre de Dios: título que nos recuerda y explica tu poder.
Nostras deprecationes. Nuestras súplicas, confiadas, ardientes y perseverantes,
Ne despicias. No las desprecies: humildemente reconocemos nuestra indignidad,
In necessitatibus nostris. En nuestras necesidades, que piadosa y particularmente te recomendamos.
Sed a periculis cunctis. Mas de todos los peligros, tan graves y numerosos,
Libera nos semper. Líbranos siempre, por una continua isistencia (Refiriendo el adverbio semper a las palabras siguientes, tal ver diríamos mejor: «Tú que, siempre Virgen, eres gloriosa y liendita.»),
Virgo gloriosa. Oh Virgen gloriosa, acuérdate de la fama de tus beneficios,
Et benedicta. Y bendita: los favores que de ti llevamos ya recibidos exigen nuestra gratitud.
Al pedirte nuevas gracias, no olvidamos lo que te debemos.
Según el decreto de la S. G. de Ritos, de 28 de octubre de 1913, las
fiestas fijadas anteriormente en domingo, se celebran ahora el primer
día del mes en que dicho domingo puede recaer. Como que el domingo
escogido para la fiesta del Patrocinio variaba en el decurso del mes de
noviembre, la fecha actual puede diferir según las localidades. Hemos
indicado la fecha que nos ha parecido la principal. La fiesta del
Corazón de María es una excepción de la regla. Por un decreto especial
se celebra el sábado que sigue a la fiesta del Sagrado Corazón.
A. Vermeersch
MEDITACIONES SOBRE LA VIRGEN MARÍA
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