Ama a tu patria como amas a tu familia, porque la patria, en suma, no es otra cosa que la familia en grande.
Ama a tu patria. "La patria y la Iglesia, el sentimiento nacional y el sentimiento religioso, lejos de excluirse, se fortifican el uno al otro y se elevan el uno por el otro".
No es verdad que los cristianos no tengan patria aquí abajo, y que todo lo que es de la tierra es extranjero en el corazón ansioso de la eternidad.
Creemos que todos los hombres son hermanos y los amamos como hermanos; pero creemos que es una fraternidad más estrecha y más sagrada todavia, la que nos liga a los hijos del suelo donde nosotros mismos hemos visto la luz.
Para nosotros la patria es la historia del pasado de nuestra raza, es el recuerdo enternecedor de nuestra propia existencia nacida en su seno, es la tierra bendita donde Dios colocó nuestra cuna, donde El querrá que nos durmamos al morir al lado de nuestros antepasados.
La patria es la madre común; es el centro invisible y sin embargo viviente, al que se atan todos nuestros recuerdos, todos nuestros intereses, todas nuestras esperanzas; es el nombre bendito que expresa la fusión de todas las vidas en una sola: la vida nacional.
Sin patria, el hombre no es más que un nómada, un ser sin raíces; no puede ni siquiera llamarse ciudadano de la humanidad, porque está fuera de la humanidad.
Y tenemos razón de amarte, oh patria, porque Cristo, cuando su ternura lloró sobre Jerusalén, nos dió un ejemplo de ese noble amor, y con razón el poeta dijo: "¡El amor de la patria es el primer amor después del amor de Dios!"
Está, además, en la naturaleza de las cosas: tiene por fundamento eterno el orden, la paz del mundo y la caridad.
No escuches a aquellos que afirman que llegará el día "en que la voluntad de los hombres, operando sobre la naturaleza, los unirá, como ella ha fundido en una sola patria todas los países; que los pueblos convergerán en el sentimiento de una fraternidad unánime y que harán de sus banderas un montón para quemarlas respetuosamente como dioses por mucho tiempo adorados".
Es un sueño grandioso y generoso, pero es sueño, y los que lo propagan son falsos profetas.
¡La patria es inmortal!
Pues ama a tu patria con el más valiente y el más indestructible amor: Dios quiere que amemos a la patria, y que con todas nuestras fuerzas trabajemos por su prosperidad y su grandeza.
Si en todo lo que haces, debes proponerte la gloria de Dios, en todo lo que haces debes también proponerte el bien de tu país.
Trabaja por cooperar en su prosperidad material; perfecciona tu alma para cooperar en su progreso moral; afirma tu fe en la dignidad de tu vida cristiana para cooperar en su sálvación.
Ama a tu patria en su símbolo inmortal, en esa bandera tricolor, verde como los prados, blanca como los lirios, roja como la sangre.
Amala hasta sacrificarte por ella. Di como el héroe de una canción anónima: "Si es preciso por la patria luchar, lucharé; si es preciso morir, libre y feliz moriré!"
¡A la patria todo lo que tú eres, todo lo que tengas: tu corazón, tus brazos, tus desvelos, tus bienes, tu vida!
Un verdadero cristiano hace del amor de la patria un deber inviolable y como una segunda religión.
Ama a tu patria. "La patria y la Iglesia, el sentimiento nacional y el sentimiento religioso, lejos de excluirse, se fortifican el uno al otro y se elevan el uno por el otro".
No es verdad que los cristianos no tengan patria aquí abajo, y que todo lo que es de la tierra es extranjero en el corazón ansioso de la eternidad.
Creemos que todos los hombres son hermanos y los amamos como hermanos; pero creemos que es una fraternidad más estrecha y más sagrada todavia, la que nos liga a los hijos del suelo donde nosotros mismos hemos visto la luz.
Para nosotros la patria es la historia del pasado de nuestra raza, es el recuerdo enternecedor de nuestra propia existencia nacida en su seno, es la tierra bendita donde Dios colocó nuestra cuna, donde El querrá que nos durmamos al morir al lado de nuestros antepasados.
La patria es la madre común; es el centro invisible y sin embargo viviente, al que se atan todos nuestros recuerdos, todos nuestros intereses, todas nuestras esperanzas; es el nombre bendito que expresa la fusión de todas las vidas en una sola: la vida nacional.
Sin patria, el hombre no es más que un nómada, un ser sin raíces; no puede ni siquiera llamarse ciudadano de la humanidad, porque está fuera de la humanidad.
Y tenemos razón de amarte, oh patria, porque Cristo, cuando su ternura lloró sobre Jerusalén, nos dió un ejemplo de ese noble amor, y con razón el poeta dijo: "¡El amor de la patria es el primer amor después del amor de Dios!"
Está, además, en la naturaleza de las cosas: tiene por fundamento eterno el orden, la paz del mundo y la caridad.
No escuches a aquellos que afirman que llegará el día "en que la voluntad de los hombres, operando sobre la naturaleza, los unirá, como ella ha fundido en una sola patria todas los países; que los pueblos convergerán en el sentimiento de una fraternidad unánime y que harán de sus banderas un montón para quemarlas respetuosamente como dioses por mucho tiempo adorados".
Es un sueño grandioso y generoso, pero es sueño, y los que lo propagan son falsos profetas.
¡La patria es inmortal!
Pues ama a tu patria con el más valiente y el más indestructible amor: Dios quiere que amemos a la patria, y que con todas nuestras fuerzas trabajemos por su prosperidad y su grandeza.
Si en todo lo que haces, debes proponerte la gloria de Dios, en todo lo que haces debes también proponerte el bien de tu país.
Trabaja por cooperar en su prosperidad material; perfecciona tu alma para cooperar en su progreso moral; afirma tu fe en la dignidad de tu vida cristiana para cooperar en su sálvación.
Ama a tu patria en su símbolo inmortal, en esa bandera tricolor, verde como los prados, blanca como los lirios, roja como la sangre.
Amala hasta sacrificarte por ella. Di como el héroe de una canción anónima: "Si es preciso por la patria luchar, lucharé; si es preciso morir, libre y feliz moriré!"
¡A la patria todo lo que tú eres, todo lo que tengas: tu corazón, tus brazos, tus desvelos, tus bienes, tu vida!
Un verdadero cristiano hace del amor de la patria un deber inviolable y como una segunda religión.
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