CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
38
EVOLUCIONISMO TENTADOR
El que el hombre proceda de los simios es ciertamente un hecho poco atractivo. Se da de hecho, sin embargo, que la estructura orgánica, anatómica y fisiológica del hombre, en sus grandes líneas, es indiscutiblemente la misma que en los mamíferos superiores y constituye un indicio grande en favor de la evolución. En la hipótesis contraria creacionista, aun sin querer juzgar lo hecho por el Creador, parece natural pensar que Él, omnipotente, así como ha puesto un abismo entre la psique de los brutos y el alma intelectual del hombre, debería, correspondiendo a esa separación radical, dar al hombre asimismo un cuerpo organizado de un modo al menos muy diverso del de los brutos, para que se diese así cierta analogía con la diversidad esencial en el terreno del espíritu. (F. C.—Belluno.)
Querido y desconocido amigo, me toca usted precisamente en lo vivo. Pero aqui me es imposible complacerle con una breve respuesta. En el libro que ha publicado la Pro Civitate Christiana, El misterio del alma humana, he desarrollado en su aspecto general el tema, que ya había tocado en el estudio sobre la existencia de Dios. Allí podrá encontrar en una respuesta más satisfactoria a su duda, en el capitulo «El escarnio de los monos». Sin embargo, también en la consulta 119 del presente libro volveré más intrínsecamente sobre este problema.
Plantea usted, sin embargo, la objeción en términos tan simpáticos, recogiendo un aspecto tan característico, y diría que original, de la cuestión, que no puedo dejar de decirle aquí una palabra, seguro de hacer cosa grata a todos los lectores, palabra que se referirá exclusivamente al paralelismo que usted supone entre la disparidad psíquica y corpórea y el consiguiente indicio que parecería pudiera deducirse en favor de la evolución.
Ese paralelo entre el terreno psíquico —donde hay un abismo de separación— y el terreno corporal, no lo exige en absoluto la realidad, y si se diese no habría correspondido a una sabia economía constructiva del Universo.
Realmente, desde el punto de vista corporal, el hombre está encuadrado en la materia y no puede dejar de participar de los reflejos materiales del mismo suelo, del mismo aire, de los mismos elementos con los que está en contacto, precisamente como los demás animales. En el terreno corporal, pues, es natural la semejanza somática y funcional con los brutos —extendida gradualmente a toda la escala de los vivientes— aun sin poder deducir lógicamente de ello la procedencia por evolución, como no se puede deducir que un automóvil proceda de una motocicleta, etc., aun teniendo semejanzas graduales —mientras debe,darse el abismo respecto al psiquismo humano, que depende de la infusión de un elemento heterogéneo, como es el alma espiritual.
Sin embargo, también por esto la maravillosa armonía del plan constructivo exigía esa colaboración entre alma y cuerpo para el proceso del conocimiento intelectual, que admirablemente se comprueba en el hombre, necesitado de los fantasmas, y, por tanto, del cerebro corporal para razonar, lo cual crea, a su vez, un abismo entre el hombre y el ángel.
Considérese, por ejemplo, un hecho sencillísimo: el trasladarse de un punto a otro de la tierra. Antes de la transformación sobrenatural del cuerpo humano terrenal en cuerpo glorioso, esto no podía, evidentemente, suceder sino, o arrastrándose como los reptiles, o rodando como ciertos animales marinos inferiores, o desplazando aquellas palancas de apoyo y de impulso que son las piernas, prescindiendo del modo especial de desplazamiento en el agua o en el aire.
Entre esos modos, el más noble por separar más de la tierra es el tercero; ése debía ser, por tanto, y es el sistema del animal superior hombre y con dos piernas solas para darle la más noble y significativa posición erecta. ¿Veis, lectores amigos, cómo las cosas han sido bien hechas?
¿Qué se diría de quien se maravillase de que una radio portátil esté contenida en un recipiente en forma de caja, que podría contener también, por su capacidad, una buena cantidad de patatas? Si el recipiente dimensivamente es igual, lo que se diferencia es el contenido. Y el recipiente no puede dejar de ser igual desde el momento en que debe realizar la misma función de contener algo corporal.
Así, el recipiente humano, al tener que contener los órganos corporales, será semejante a otros recipientes animales, aunque dentro exista la preciosidad de una estructura superior y del alma espiritual que la informa.
Plantea usted, sin embargo, la objeción en términos tan simpáticos, recogiendo un aspecto tan característico, y diría que original, de la cuestión, que no puedo dejar de decirle aquí una palabra, seguro de hacer cosa grata a todos los lectores, palabra que se referirá exclusivamente al paralelismo que usted supone entre la disparidad psíquica y corpórea y el consiguiente indicio que parecería pudiera deducirse en favor de la evolución.
Ese paralelo entre el terreno psíquico —donde hay un abismo de separación— y el terreno corporal, no lo exige en absoluto la realidad, y si se diese no habría correspondido a una sabia economía constructiva del Universo.
Realmente, desde el punto de vista corporal, el hombre está encuadrado en la materia y no puede dejar de participar de los reflejos materiales del mismo suelo, del mismo aire, de los mismos elementos con los que está en contacto, precisamente como los demás animales. En el terreno corporal, pues, es natural la semejanza somática y funcional con los brutos —extendida gradualmente a toda la escala de los vivientes— aun sin poder deducir lógicamente de ello la procedencia por evolución, como no se puede deducir que un automóvil proceda de una motocicleta, etc., aun teniendo semejanzas graduales —mientras debe,darse el abismo respecto al psiquismo humano, que depende de la infusión de un elemento heterogéneo, como es el alma espiritual.
Sin embargo, también por esto la maravillosa armonía del plan constructivo exigía esa colaboración entre alma y cuerpo para el proceso del conocimiento intelectual, que admirablemente se comprueba en el hombre, necesitado de los fantasmas, y, por tanto, del cerebro corporal para razonar, lo cual crea, a su vez, un abismo entre el hombre y el ángel.
Considérese, por ejemplo, un hecho sencillísimo: el trasladarse de un punto a otro de la tierra. Antes de la transformación sobrenatural del cuerpo humano terrenal en cuerpo glorioso, esto no podía, evidentemente, suceder sino, o arrastrándose como los reptiles, o rodando como ciertos animales marinos inferiores, o desplazando aquellas palancas de apoyo y de impulso que son las piernas, prescindiendo del modo especial de desplazamiento en el agua o en el aire.
Entre esos modos, el más noble por separar más de la tierra es el tercero; ése debía ser, por tanto, y es el sistema del animal superior hombre y con dos piernas solas para darle la más noble y significativa posición erecta. ¿Veis, lectores amigos, cómo las cosas han sido bien hechas?
¿Qué se diría de quien se maravillase de que una radio portátil esté contenida en un recipiente en forma de caja, que podría contener también, por su capacidad, una buena cantidad de patatas? Si el recipiente dimensivamente es igual, lo que se diferencia es el contenido. Y el recipiente no puede dejar de ser igual desde el momento en que debe realizar la misma función de contener algo corporal.
Así, el recipiente humano, al tener que contener los órganos corporales, será semejante a otros recipientes animales, aunque dentro exista la preciosidad de una estructura superior y del alma espiritual que la informa.
Haced también esta observación más intrínseca.
Al estar el hombre compuesto de alma y organismo, debe en él haber armonía entre estos dos elementos. Pero esto no puede darse haciendo que el organismo se supere a sí mismo, porque nadie puede dar más de lo que tiene. El organismo, por tanto, debe seguir siendo organismo con todas sus características fundamentales. Podrá, en cambio, y deberá el alma inclinarse hacia el organismo y elevarlo a instrumento de la intelección misma, porque quien es superior puede inclinarse hacia lo inferior y servirse de él para sus actividades más elevadas.
Como ocurre en el hombre.
Pero, ¿no podría haber, al menos, una mayor separación somática entre el hombre y el simio, como hay, por ejemplo, entre el simio y la araña?
Ciertamente que podía haberla. Pero habría sido una falta de armonía en el plan constructivo de la vida animal. Esto es, habría habido un organismo animal —como realmente lo tiene el hombre— separado de la línea ascendente de la perfección animal. Habría habido una laguna.
Era natural, en cambio, que el grupo del hombre ennoblecido por el espíritu fuese parecido a las formas animales superiores, como realmente lo es. Parecido, entiéndase bien, con las diferencias estructurales patentísimas que descubre la ciencia, pero que si constituyen un grado de alejamiento en relación con los grados inferiores no constituyen, sin embargo, una laguna.
Al estar el hombre compuesto de alma y organismo, debe en él haber armonía entre estos dos elementos. Pero esto no puede darse haciendo que el organismo se supere a sí mismo, porque nadie puede dar más de lo que tiene. El organismo, por tanto, debe seguir siendo organismo con todas sus características fundamentales. Podrá, en cambio, y deberá el alma inclinarse hacia el organismo y elevarlo a instrumento de la intelección misma, porque quien es superior puede inclinarse hacia lo inferior y servirse de él para sus actividades más elevadas.
Como ocurre en el hombre.
Pero, ¿no podría haber, al menos, una mayor separación somática entre el hombre y el simio, como hay, por ejemplo, entre el simio y la araña?
Ciertamente que podía haberla. Pero habría sido una falta de armonía en el plan constructivo de la vida animal. Esto es, habría habido un organismo animal —como realmente lo tiene el hombre— separado de la línea ascendente de la perfección animal. Habría habido una laguna.
Era natural, en cambio, que el grupo del hombre ennoblecido por el espíritu fuese parecido a las formas animales superiores, como realmente lo es. Parecido, entiéndase bien, con las diferencias estructurales patentísimas que descubre la ciencia, pero que si constituyen un grado de alejamiento en relación con los grados inferiores no constituyen, sin embargo, una laguna.
BIBLIOGRAFIA
Pío XII: Encíclica Humani generis, 12 de agosto de 1950 («Acta Apostolicae Sedis», 42 (1950), págs. 561-78);
D. de Sinety: Le transformisme et l'origine de l'homme, DAFC., TV, págs. 1.836-46;
G. B. Alfano: Sguardo storico scientifico sulle ipotesi sulla origine delle specie, Nápoles, 1929;
L. Vialleton: L'origine degli esseri viventi. L'illusione transformista, trad. Matthei, Milán, 1935;
V. Marcozzi: La vita e l'uomo, Milán, 1946, caps. VII y VIII;
V. Marcozzi: Poligenesi ed evoluzione nelle origini dell'uomo;
M. Flick: L'origine del corpo del primo uomo alia luce della filosofía e della teología (conferencias de la Semana Teológica de la Universidad Gregoriana, 1948, reunidas en: De hominis creatione, etc., Roma, 1949)";
E. Card. Ruffini: La teoría dell' evoluzione, secondo la scienza e la fede, Roma, 1948;
P. C. Landucci: El misterio del alma humana, Madrid, 1954, págs. 17-52;
C. Bosio: Evoluzione, EC., V, págs. 897-906:
P. Leonardi: L'evoluzione dei viventi, Brescia, 1950;
V. Marcozzi: Los orígenes del hombre. Versión española por don Antonio Alvarez de Linera, Ediciones «Stvdivm», Madrid, 1958.
No hay comentarios:
Publicar un comentario