PORQUE ERES TIBIO...
Ni frío. Ni caliente. Tibio.
El agua tibia provoca náuseas.
La tibieza espiritual provoca náuseas a Dios mismo.
¿No es esto suficiente para hacerme entender lo que es esa tibieza?
Pecado venial habitual sin esfuerzo para librarme de él: una voluntad que conserva ese apego, ese afecto culpable...
Oración floja, distraída, soñolienta...
Examen de mi conciencia superficial, sin atreverme a entrar en esos fondos, donde anidan reptiles pequeños, pero que causan asco...
Vida espiritual lánguida, moribunda, casi como la lamparita ya próxima a extinguirse...
Complacencias turbias, que dejan al alma inquieta y desasosegada...
Abnegación sin resortes...
Paz sin verdadera paz: ficticia, hipócrita, estudiada...
¿Y es ésa la vida a que yo aspiraba?
¿Y es ésa la vida que esperan de mí las almas que tengo que salvar?
¿Y es ésa la vida que Dios me pide? ¿Es ésa mi correspondencia a su amor, al beneficio de mi vocación?
Alma mía, reflexiona.
No dejes que los deseos de santidad mueran en ti, sofocados por la tibieza.
No permitas que las ansias de servir a tu Dios con fidelidad se ahoguen en ese charco de aguas turbias...
No. Por la misericordia de Dios, creo no encontrarme en la tibieza. Así lo espero. Pero, ¿no he andado al borde de ella?
Y eso, ¿por qué?
Por mi falta de esfuerzo y de constancia.
Por mi imprudencia y por mi debilidad.
Por mi respeto humano y por la flojedad en la resistencia a los primeros ataques del enemigo.
Por mi falta de recurso pronto a la oración, al amparo de mi Madre, María.
Por mi negligencia en la guarda de los sentidos...
Tengo que estar alerta.
La tibieza va entrando en el alma cuando la vigilancia se abandona.
Cuando la confianza en sí mismo nos hace incautos.
Cuando la oración se va haciendo negligente y superficial.
Cuando el pecado venial cometido va dejando de suscitar remordimiento.
Y cuando la tibieza entra, ¡qué difícil hacerla salir!
Se instala cómodamente y hace morada, como si allí hubiera de vivir siempre...
Y si al agua tibia no se le pone fuego, ¡qué pronto se enfría!
Y si al alma que comienza a entibiarse no se le pone el fuego de la oración que la enfervorice de nuevo, ¡qué pronto se apodera de ella el frío de la muerte, que es el pecado grave!
Y el alma tibia no quiere ese fuego; lo rechaza.
Entonces, ¿cómo se la volverá a calentar?
Y si persevera tibia, provoca las náuseas que la arrojan lejos de Dios.
¡Infeliz!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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