21 DE NOVIEMBRE
INTRODUCCIÓN
Génesis y significado de esta fiesta.
Admitía la ley antigua que las niñas se consagrasen a Dios para servirle en su templo, en el cual moraban, y según una antigua tradición, también María fué muy pronto consagrada a Dios. Un Evangelio apócrifo (Evang. de la Natividad de María, c. 9, y véase de la Broise, S. I., 1. c.1) precisa el tiempo, la edad de tres años, en que se hizo esta ofrenda.
La Presentación de María en el templo es objeto de una festividad que los Griegos y los Armenios celebran, a la par de los Latinos, el 21 de noviembre. En la Iglesia griega esta solemnidad se llama la entrada de la Madre de Dios en el templo. Simeón Metafraste dice se celebraba en Constantinopla el año 730. En 1143 el Emperador Manuel. Comneno la coloca en el número de las fiestas conocidas en toda la Iglesia. Las diligencias del embajador del Rey de Chipre cerca de Gregorio XI (residente en Aviñón) lograron que fuese aceptada por la curia pontificia en 1372. Habiendo pasado de allí a diversos reinos o Iglesias, la fiesta fué introducida en el breviario romano por Sixto IV, suprimida por S. Pío V y luego restablecida por Sixto V gracias principalmente a los esfuerzos del P. Torres (Turriano) de la Compañía de Jesús. Clemente VIII aprobó su oficio en su forma actual, en que la Presentación sólo se nombra en la oración, en una lección sacada de San Juan Damasceno y en el responsorio del nocturno octavo.
Plan de la meditación.
Piadosos y santos autores y aun un gran número de teólogos (Suarez, In 3 p., t. 2, d. 4, s. 7. Véase también Terrien, La Madre de Dios y de los hombres, t. 2, p. 10 ss.), suponen que María recibió por privilegio el uso anticipado de la razón. Según esto la presente festividad nos recordaría la emisión de su voto de virginidad, comprendido en la ofrenda total de sí misma, o la ratificación solemne de esta consagración. Muchas comunidades religiosas se han sentido movidas por esta persuasión a pronunciar, en este día, los votos religiosos o su renovación. Es, con todo, indudable que María, al primer asomo de la razón, se entregó completamente a Dios. Tres puntos, pues, son naturalmente indicados para esta meditación: María hizo de sí mísma una oblación gozosamente pronta, completa y constante.
MEDITACIÓN
"¡Deus cordis mei et pars mea Deus in acternum!"
(Ps. LXXII, 26).
Dios de mi corazón, Dios herencia mía por toda la eternidad.
1.er Preludio. Imaginémonos a María, tierna doncellita, entrando en el templo para consagrarse al Señor.
2.° Preludio. Pidamos la gracia de tributar a la total entrega de María, una fructuosa admiración que, acrecentando en nosotros la estima por nuestra Madre, nos mueva también a mejor imitarla.
1.er Preludio. Imaginémonos a María, tierna doncellita, entrando en el templo para consagrarse al Señor.
2.° Preludio. Pidamos la gracia de tributar a la total entrega de María, una fructuosa admiración que, acrecentando en nosotros la estima por nuestra Madre, nos mueva también a mejor imitarla.
I. ALEGRE PRONTITUD DE LA OFRENDA DE MARIA
I. La ofrenda de María fué pronta y asimismo alegre.
1. Pronta. Apenas María conoció a Dios a través de la niebla de sus primeras ideas, corrió a Él con el santo ímpetu de un indecible fervor. Venida de Dios, se lanza a Él, para luego terminar en Él. ¿Y hacia qué otro bien podía tender y precipitarse? ¡ Qué bello es este comienzo de la existencia de nuestra Madre y qué consuelo durante toda su vida por haber sido de Dios desde su aurora!
2. Gozosamente pronta. Dióse, y dióse de buena voluntad. Su corazón rebosaba de alegría, se sentía feliz y santamente orgullosa de verse aceptada por un Dios infinitamente bueno y generoso.
1. Pronta. Apenas María conoció a Dios a través de la niebla de sus primeras ideas, corrió a Él con el santo ímpetu de un indecible fervor. Venida de Dios, se lanza a Él, para luego terminar en Él. ¿Y hacia qué otro bien podía tender y precipitarse? ¡ Qué bello es este comienzo de la existencia de nuestra Madre y qué consuelo durante toda su vida por haber sido de Dios desde su aurora!
2. Gozosamente pronta. Dióse, y dióse de buena voluntad. Su corazón rebosaba de alegría, se sentía feliz y santamente orgullosa de verse aceptada por un Dios infinitamente bueno y generoso.
II. - 1. ¿Hemos comprendido nosotros, en nuestras relaciones con Dios, aquel proverbio: «Quien da pronto da dos veces» (Bis dat qui cito dat), y aquella palabra santa: «Dios quiere al que da de buena gana»? (II Cor. IX, 7. Antes el Eclesiástico había dicho (XXXV, 11): «Dad vuestros dones con alegre rostro»). Tal vez durante un largo período de vida culpable hemos permanecido alejados de Dios. Y después, solicitados por la gracia ¡cuántas resistencias y demoras! ¡Cuántas vacilaciones y deseos contrarios! ¡Cuántos regateos con Dios y cuántas ansias secretas para que se digne contentarse con menos! ¿No hemos ido tal vez a Él casi forzados y un poco a pesar nuestro?
2. Este tiempo perdido de nuestra vida, estas vergonzosas resistencias a Nuestro Señor y Bienhechor, mientras merecen ser lloradas, ¿no exigen, además, el santo desquite de que cumplamos con perfecta prontitud cuanto sea en servicio de Dios? Tal vez nuestra vida es, ahora en su conjunto, de Dios ; pero cuidemos de renovar frecuente y gozosamente esta oblación, y a fin de mostrarnos sinceros, suprimamos aun en los pormenores de nuestros actos, toda perplejidad y lentitud.
2. Este tiempo perdido de nuestra vida, estas vergonzosas resistencias a Nuestro Señor y Bienhechor, mientras merecen ser lloradas, ¿no exigen, además, el santo desquite de que cumplamos con perfecta prontitud cuanto sea en servicio de Dios? Tal vez nuestra vida es, ahora en su conjunto, de Dios ; pero cuidemos de renovar frecuente y gozosamente esta oblación, y a fin de mostrarnos sinceros, suprimamos aun en los pormenores de nuestros actos, toda perplejidad y lentitud.
II. TOTAL OFRENDA DE MARIA
I. María fué de Dios prontamente; mas también lo fué perfectamente. Ni pecado venial, ni positiva imperfección empañaron jamás la integridad de su ofrenda. Así como ninguna criatura la contuvo tu su vuelo hacia Dios, tampoco jamás logró encantarla y seducirla para apartarla un punto del Creador. Al contrario, no hacían todas otra cosa que impulsarla hacia aquel Señor tan amado, ofreciéndole nuevos medios y nuevas razones para ello. La Virgen, enteramente del Señor, vió reinar en su vida una magnífica unidad que hacía de ella algo completo y acabado.
II. ¡Cuántas rapiñas tal vez en nuestro holocausto! ¡Cuántas y cuán continuas distracciones dividen nuestra vida! Considerad bien los términos de las consagraciones que se proponen a los fieles. ¿Osaríamos repetirlas con sinceridad? ¿Somos nosotros, sacerdotes o religiosos, tan completamente de Dios, que suscribamos de buena fe estas fórmulas? Una ofrenda verdaderamente total implica renunciar a todos los bienes exteriores, y en cambio nos sorprendemos solícitos por nuestras comodidades difíciles y delicadas; exige asimismo la ruptura de afectos demasiado naturales que impiden el vuelo hacia la perfección, y rehusamos las separaciones que exigiría el servicio de Dios; importa la abnegación de sí mismo, de las satisfacciones interiores, y fomentamos el inquieto cuidado de una dicha, de una satisfacción sensible y nos dejamos abatir por la menor desolación.
Sin embargo, al dividir así nuestro corazón somos inconsecuentes con nosotros mismos y creamos en nosotros un manantial de turbacione y enojos. Un corazón dividido es frecuentemente un corazón desgarrado.
II. ¡Cuántas rapiñas tal vez en nuestro holocausto! ¡Cuántas y cuán continuas distracciones dividen nuestra vida! Considerad bien los términos de las consagraciones que se proponen a los fieles. ¿Osaríamos repetirlas con sinceridad? ¿Somos nosotros, sacerdotes o religiosos, tan completamente de Dios, que suscribamos de buena fe estas fórmulas? Una ofrenda verdaderamente total implica renunciar a todos los bienes exteriores, y en cambio nos sorprendemos solícitos por nuestras comodidades difíciles y delicadas; exige asimismo la ruptura de afectos demasiado naturales que impiden el vuelo hacia la perfección, y rehusamos las separaciones que exigiría el servicio de Dios; importa la abnegación de sí mismo, de las satisfacciones interiores, y fomentamos el inquieto cuidado de una dicha, de una satisfacción sensible y nos dejamos abatir por la menor desolación.
Sin embargo, al dividir así nuestro corazón somos inconsecuentes con nosotros mismos y creamos en nosotros un manantial de turbacione y enojos. Un corazón dividido es frecuentemente un corazón desgarrado.
II. PERPETUIDAD DE LA OFRENDA
I. María fué irrevocablemente de Dios. Ni el tiempo, ni los accidentes de la vida pudieron por un momento conmover su constancia. Su ofrenda, pronta y completa, no solamente fué jamás retractada, sino que fué positivamente continuada con una voluntad pronta a repetir el sacrificio ya una vez ofrecido.
II. - 1. ¡Cuán hermosa cualidad es la constancia en el bien! ¡Qué prueba de carácter y qué triunfo! El hombre que de esta suerte persevera, parece pertenecer ya a la eternidad: ¿Acaso no es superior al tiempo, como lo es a las fluctuaciones de la vida?
Si bien nosotros no liemos retractado nuestra ofrenda o nuestra promesa, ¿hemos fijado bastante la atención sobre lo que supone una entera constancia? No le basta la aceptación resignada de un estado definitivo, sino exige que estemos dispuestos a repetir, si preciso fuere, el acto irrevocable de nuestra entrega. ¿Por ventura las dificultades y las pruebas no nos han hecho mirar atrás con consideraciones, cuyo sola consecuencia práctica es enervar la voluntad y disminuir el mérito? Estos disgustos son el gusano roedor de nuestras buenas obras.
2. Esforcémonos por lograr esta perfecta constancia, renovando frecuentemente la intención y ejercitando en ello nuestra voluntad.
Si bien nosotros no liemos retractado nuestra ofrenda o nuestra promesa, ¿hemos fijado bastante la atención sobre lo que supone una entera constancia? No le basta la aceptación resignada de un estado definitivo, sino exige que estemos dispuestos a repetir, si preciso fuere, el acto irrevocable de nuestra entrega. ¿Por ventura las dificultades y las pruebas no nos han hecho mirar atrás con consideraciones, cuyo sola consecuencia práctica es enervar la voluntad y disminuir el mérito? Estos disgustos son el gusano roedor de nuestras buenas obras.
2. Esforcémonos por lograr esta perfecta constancia, renovando frecuentemente la intención y ejercitando en ello nuestra voluntad.
COLOQUIO
Al felicitar a nuestra Madre, pidámosle que nos obtenga la gracia de imitarla, y dando de nuevo a Dios cuanto le tenemos ofrecido, digámosle con San Ignacio (Ejercicios espirituales. Contemplación del Reino de Cristo): «Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, delante de vuestra infinita bondad, y delante de vuestra Madre gloriosa, y de todos los Santos y Santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado».
A. Vermeersch
MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN
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