Carta encíclica de S.S. Pío XI
sobre la educación cristiana de la
juventud
1.
Representante, en la tierra, de aquel Divino Maestro que, sin dejar de abrazar
en la inmensidad de su amor a todos los hombres, aunque pecadores e indignos,
mostró, sin embargo, predilección y ternura especialísima hacia los niños y se
expresó con aquellas palabras tan conmovedoras: Dejad que los niños vengan a Mí
(1), también Nos, hemos procurado en todas las ocasiones mostrar la
predilección verdaderamente paternal que les profesamos, particularmente en los
cuidados asiduos y oportunas enseñanzas que se refieren a la educación
cristiana de la juventud.
La educación cristiana
2. Así, haciéndonos eco del Divino Maestro, hemos
dirigido palabras saludables, ya de aviso, ya de exhortación, ya de dirección,
a los jóvenes y a los educadores, y a los padres y madres de familia, sobre varios
puntos referentes a la educación cristiana, con aquella solicitud que conviene
al Padre común de todos los fieles, y con aquella insistencia oportuna y aun
importuna que el oficio pastoral requiere, inculcada por el Apóstol: Insiste
con ocasión y sin ella, reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y
doctrina (2), reclamada por nuestros tiempos, en los cuales, desgraciadamente, se
deplora una falta tan grande de principios claros y sanos, aun en los problemas
más fundamentales.
3. Pero la misma condición general ya indicada de
los tiempos, el diverso modo con que hoy se plantea el problema escolar y
pedagógico en los diferentes países, y el consiguiente deseo manifestado a Nos,
con filial confianza por muchos de vosotros y de vuestros fieles, Venerables
Hermanos, y Nuestro afecto tan intenso, como dijimos, hacia la juventud, Nos
mueven a volver más de propósito sobre la misma materia, si no para tratarla
con toda su amplitud, casi inagotable en la teoría y en la práctica, a lo menos
para resumir sus principios supremos, establecer con toda claridad sus
principales conclusiones e indicar sus aplicaciones prácticas.
Sea éste el recuerdo que de Nuestro jubileo
sacerdotal, con intención y afecto muy particular, dedicamos a los amados
jóvenes y recomendamos a cuantos tienen la misión y el deber de ocuparse de su
educación.
4. En verdad que nunca como en los tiempos presentes
se ha hablado tanto de educación; por esto se multiplican los maestros de
nuevas teorías pedagógicas, se inventan, proponen y discuten métodos y medios, no
sólo para facilitar, sino para crear una educación nueva de infalible eficacia,
capaz de formar las nuevas generaciones para la ansiada felicidad en la tierra.
Y es que los hombres, creados por Dios a su imagen
y semejanza, y destinados para Dios, perfección infinita, al advertir, hoy más
que nunca en medio de la abundancia del moderno progreso material, la
insuficiencia de los bienes terrenos para la verdadera felicidad de los
individuos y de los pueblos, sienten por lo mismo en sí más vivo el estímulo
hacia una perfección más alta, arraigado en su misma naturaleza racional por el
Creador, y quieren conseguirla principalmente por la educación. Sólo que muchos
de entre ellos, como insistiendo con exceso en el sentido etimológico de la
palabra, pretenden sacarla de la misma naturaleza humana y realizarla con solas
sus fuerzas. Y en esto ciertamente yerran, pues en vez de dirigir la mirada a
Dios, primer principio y último fin de todo el universo, se repliegan y
descansan en sí mismos, apegándose exclusivamente a lo terreno y temporal; por
eso será continua e incesante su agitación mientras no dirijan sus pensamientos
y sus obras a la única meta de la perfección, a Dios, según la profunda
sentencia de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti (3).
Su esencia e importancia
5. Es, por lo tanto, de suma importancia no errar
en la educación, como no errar en la dirección hacia el fin último, con el cual
está íntima y necesariamente ligada toda la obra de la educación. En efecto,
puesto que la educación esencialmente consiste en la formación del hombre tal cual
debe ser y como debe portarse en esta vida terrenal, a fin de conseguir el fin
sublime para el cual fue creado, es evidente que, como no puede existir educación
verdadera que no esté totalmente ordenada al fin último, así, en el orden
actual de la Providencia, o sea después que Dios se nos ha revelado en su
Unigénito Hijo, único que es camino, verdad y vida, no puede existir educación
completa y perfecta si la educación no es cristiana.
6. De donde queda manifiesta la importancia suprema
de la educación cristiana, no sólo para los individuos, sino también para las
familias y toda la sociedad humana, pues la perfección de ésta no puede menos
de resultar de la perfección de los elementos que la componen. E igualmente de
los principios indicados resulta clara y manifiesta la excelencia, que puede
con verdad llamarse insuperable, de la causa de la educación cristiana, pues,
bien examinada, tiende a asegurar la consecución del Bien Sumo, Dios, para las
almas de los educandos y el máximo bienestar posible en esta tierra para la
sociedad humana. Y esto en la mejor manera realizable por parte del hombre,
cooperando con Dios al perfeccionamiento de los individuos y de la sociedad,
pues la educación imprime en los ánimos la primera, la más potente y la más
duradera dirección de la vida, según la conocidísima sentencia del sabio: La senda por la cual comenzó el joven a andar desde
un principio, esa misma seguirá también cuando viejo (4). Por eso decía con razón
San Juan Crisóstomo: ¿Qué cosa hay mayor que dirigir las almas, que moldear las costumbres
de los jovencitos? (5).
7. Pero no hay
palabra que tanto nos revele la grandeza, belleza y excelencia sobrenatural de
la obra de la educación cristiana como la sublime expresión de amor con que
Jesús, Señor nuestro, identificándose con los niños, declara: Cualquiera que
acogiere a uno de estos niños por amor mío, a Mí me acoge (6).
División del asunto
8. Así, pues,
para no errar en esta obra de suma importancia y encaminarla del mejor modo que
sea posible con la ayuda de la gracia divina, es menester tener una idea clara
y recta de la educación cristiana en sus puntos esenciales, a saber: a quién
toca la misión de educar, cuál es el sujeto de la educación, cuáles las circunstancias
necesarias del ambiente y cuál es el fin y la forma propia de la educación
cristiana, según el orden establecido por Dios en la economía de su
Providencia.
I. LA MISIÓN DE EDUCAR
En general
9. La educación es obra necesariamente social, no
solitaria. Ahora bien, tres son las sociedades necesarias, distintas, pero
armónicamente unidas por Dios, en el seno de las cuales nace el hombre: dos
sociedades de orden natural, es decir, la familia y la sociedad civil; la
tercera, la Iglesia, de orden sobrenatural.
Ante todo, la familia, instituida inmediatamente
por Dios para un fin suyo propio, que es la procreación y educación de la
prole, sociedad que por esto tiene prioridad de naturaleza y,
consiguientemente, cierta prioridad de derechos respecto a la sociedad civil.
Sin embargo, la familia es sociedad imperfecta,
porque no tiene en sí todos los medios para su propio perfeccionamiento;
mientras la sociedad civil es sociedad perfecta, pues encierra en sí todos los
medios para su propio fin, que es el bien común temporal; de donde se sigue que
bajo este respecto, o sea en orden al bien común, la sociedad civil tiene preminencia
sobre la familia, que alcanza precisamente en aquélla su conveniente perfección
temporal.
La tercera sociedad, en la cual nace el hombre, por
medio del Bautismo, a la vida divina de la Gracia, es la Iglesia, sociedad de
orden sobrenatural y universal, sociedad perfecta, porque contiene en sí todos
los medios para su fin, que es la salvación eterna de los hombres; y, por lo
tanto, es suprema en su orden.
Por
consiguiente, la educación que abarca a todo el hombre, individual y
socialmente, en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, pertenece a
estas tres sociedades necesarias, en una medida proporcional y correspondiente
a la coordinación de sus respectivos fines, según el orden actual de la
providencia establecido por Dios.
En particular, a la Iglesia
10. Y, ante
todo, pertenece de un modo supereminente a la Iglesia la educación, por dos títulos
de orden sobrenatural, exclusivamente concedidos a Ella por el mismo Dios, y
por esto absolutamente superiores a cualquier otro título de orden natural.
a) De un modo supereminente
Expresa misión
y autoridad suprema del magisterio que le dio su Divino Fundador: A Mí se me ha
dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, e instruid a todas las
naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad
ciertos que yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos (7).
Y Cristo a este Magisterio confirió la infalibilidad junto con el mandato de
enseñar su doctrina; por lo tanto, la Iglesia ha sido constituida, por su
Divino Autor, columna y fundamento de la verdad para que enseñe a todos los
hombres la fe divina, y custodie íntegro e inviolable su depósito a ella
confiado, y dirija e informe a los hombres y a sus asociaciones y acciones en
honestidad de costumbres e integridad de vida, según la norma de la doctrina revelada (8).
b) Por su maternidad sobrenatural
11. El segundo título es la maternidad sobrenatural
con que la Iglesia, Esposa Inmaculada de Cristo, engendra, alimenta y educa las
almas en la vida divina de la Gracia, con sus Sacramentos y su enseñanza. Con
razón, pues, afirma San Agustín: No tendrá a Dios por padre el que rehusare
tener a la Iglesia por madre (9).
Por lo tanto,
en el objeto propio de su misión educativa, es decir, en la fe e institución de
costumbres, el mismo Dios ha hecho a la Iglesia partícipe del divino magisterio
y, por beneficio divino, inmune del error; por lo cual es maestra, suprema y
segurísima, de los hombres y lleva en sí misma arraigado el derecho inviolable
a la libertad de magisterio (10). Así, por necesaria consecuencia, la Iglesia es
independiente de cualquier potestad terrena, tanto en el origen como en el
ejercicio de su misión educativa, no sólo respecto a su objeto propio, sino
también respecto a los medios necesarios y convenientes para cumplirla. Por
esto, con relación a toda otra disciplina y enseñanza humana, que en sí
considerada es patrimonio de todos, individuos y sociedades, la Iglesia tiene
derecho independiente de emplearlas y principalmente de juzgarlas en todo cuanto
pueda ser provechoso o contrario a la educación cristiana. Y esto, ya porque la
Iglesia, como sociedad perfecta, tiene derecho independiente a los medios que
emplea para su fin, ya porque toda enseñanza, lo mismo que toda acción humana,
tiene necesaria relación de dependencia con el fin último del hombre, y, por lo
tanto, no puede sustraerse a las normas de la ley divina, de la cual es guarda,
intérprete y maestra infalible la Iglesia.
Lo cual, con luminosas palabras, declara Pío X, de
s. m.: En cualquier cosa que haga el cristiano, aun en el orden de las cosas
terrenas no le es lícito descuidar los bienes sobrenaturales, antes al
contrario, según los preceptos de la sabiduría cristiana, debe dirigir todas
las cosas al bien supremo como a un último fin; además, todas sus acciones, en
cuanto son buenas o malas en orden a las costumbres, o sea en cuanto están conformes
o no con el derecho natural y divino, están sometidas al juicio y jurisdicción
de la Iglesia (11).
Y es digno de
notarse cuán bien ha sabido entender y expresar esta doctrina católica
fundamental un seglar, tan admirable escritor como profundo y concienzudo
pensador: La Iglesia no dice que la moral pertenezca puramente (en el sentido
de exclusivamente) a ella, sino que pertenece a ella totalmente. Jamás ha pretendido
que, fuera de su seno, y sin su enseñanza, el hombre no pueda conocer verdad
alguna moral; antes bien, ha reprobado tal opinión más de una vez, porque ha
aparecido en más de una forma. Dice, por cierto, como ha dicho y dirá siempre,
que, por la institución recibida de Jesucristo y por el Espíritu Santo que el
Padre le envió en su nombre, ella sola posee originaria e inadmisiblemente la
verdad moral toda entera (omnem veritatem), en la cual todas las verdades
particulares de la moral están comprendidas, tanto las que el hombre puede
alcanzar con el simple medio de la razón, como las que forman parte de la
revelación, o se pueden deducir de ésta (12).
c) Con derecho inalienable
12. Así, pues, con pleno derecho, la Iglesia
promueve las letras, las ciencias y las artes en cuanto son necesarias o útiles
para la educación cristiana y además para toda su obra de la salvación de las
almas, aun fundando y manteniendo escuelas e instituciones propias en toda
disciplina y en todo grado de cultura (13). Ni se ha de estimar como ajena a su
Magisterio maternal la misma educación, que llaman física, precisamente porque
ésta tiene razón de medio que puede ayudar o dañar a la educación cristiana.
Esta obra de la Iglesia en todo género de cultura,
así como cede en inmenso provecho de las familias y de las naciones, que sin
Cristo se pierden, pues justamente observa San Hilario: ¿Qué hay más peligroso
para el mundo que no acoger a Cristo? (14), así no causa el menor inconveniente a
las ordenaciones civiles, porque la Iglesia, con su maternal prudencia, no se
opone a que sus escuelas e instituciones educativas para seglares se conformen
en cada nación con las legítimas disposiciones de la autoridad civil, y aun
está en todo caso dispuesta a ponerse de acuerdo con ésta y a resolver
amistosamente las dificultades que pudieran surgir.
13. Además, es derecho inalienable de la Iglesia, y a la vez deber suyo
indispensable, vigilar toda la educación de sus hijos, los fieles, en cualquier
institución, pública o privada, no sólo en lo referente a la enseñanza
religiosa allí dada, sino también en toda otra disciplina y en todo plan
cualquiera, en cuanto se refieren a la religión y a la moral (15).
Ni el ejercicio de este derecho podrá estimarse
como injerencia indebida, sino como preciosa providencia maternal de la
Iglesia, para preservar a sus hijos de los graves peligros de todo veneno
doctrinal y moral.
Además, esta vigilancia de la Iglesia, como no
puede crear ningún inconveniente verdadero, tampoco dejará de reportar eficaz
auxilio al orden y bienestar de las familias y de la sociedad civil,
manteniendo a la juventud alejada de aquel veneno moral, que en esa edad
inexperta y tornadiza suele tener más fácil entrada y pasar más rápidamente a
la práctica.
Pues sin una recta formación religiosa y moral
—como sabiamente advierte León XIII— toda la cultura de las almas será malsana:
los jóvenes, no habituados al respeto de Dios, no podrán soportar norma alguna
de honesto vivir, y sin ánimo para negar nada a sus deseos, fácilmente se verán
inducidos a trastornar los Estados (16).
14. En cuanto a la extensión de la misión educativa
de la Iglesia, ella comprende a todas las gentes, sin límite alguno, según el
mandato de Cristo: Enseñad a todas las gentes (17); y no hay potestad terrena que
pueda legítimamente disputar o impedir su derecho. Primeramente se extiende a
todos los fieles, cuyo cuidado tiene solícita como Madre la más tierna. Por
esta razón, para ellos ha creado y fomentado en todos los siglos una ingente
muchedumbre de escuelas e instituciones en todos los ramos del saber: porque
-como dijimos en ocasión reciente- "hasta en aquel lejano tiempo medieval,
en el que eran tan numerosos (alguno ha llegado a decir que hasta excesivamente
numerosos) los monasterios, los conventos, las iglesias, las colegiatas, los cabildos
catedrales y no catedrales, junto a cada una de esas instituciones había un
hogar escolar, un hogar de instrucción y educación cristiana. Y a todo esto hay
que añadir las Universidades todas, Universidades esparcidas por todos los
países y siempre por iniciativa y bajo la vigilancia de la Santa Sede y de la
Iglesia.
Aquel magnífico espectáculo que ahora vemos mejor,
porque está más cerca de nosotros y en condiciones más cerca de nosotros y en
condiciones más grandiosas, como lo permiten las condiciones del siglo, fue el espectáculo
de todos los tiempos, y los que estudian y confrontan los hechos, quedan maravillados
de cuanto supo hacer la Iglesia en este orden de cosas; maravillados del modo
con que la Iglesia logró corresponder a la misión que Dios le había confiado de
educar a las generaciones humanas en la vida cristiana, y alcanzar tantos y tan
magníficos frutos y resultados. Pero si causa admiración que la Iglesia haya
sabido en todo tiempo reunir alrededor de sí centenares, millares y millones de
alumnos de su misión educadora, no es menor la que deberá sobrecogernos cuando
reflexionemos sobre lo que ha llegado a hacer, no sólo en el campo de la educación,
sino también en el de la instrucción verdadera y propiamente tal. Porque si
tantos tesoros de cultura, civilización y literatura han podido ser
conservados, se debe a la actitud de la Iglesia que, aun en los tiempos más
remotos y bárbaros, ha sabido hacer brillar tanta luz en el campo de las
letras, de la filosofía, del arte y particularmente de la arquitectura" (18).
Tanto ha podido y ha sabido hacer la Iglesia,
porque su misión educativa se extiende aun a los no fieles, por ser todos los
hombres llamados a entrar en el reino de Dios y a conseguir la eterna
salvación. Como en nuestros días, con sus Misiones esparce a millares las
escuelas en todas las regiones y países aun no cristianos, desde las orillas
del Ganges hasta el río Amarillo y las grandes islas y archipiélagos del
Océano, desde el Continente negro hasta la Tierra del Fuego y la glacial
Alaska, así, en todos los tiempos, la Iglesia con sus misioneros ha educado en
la vida cristiana y en la civilización a las diversas gentes que ahora forman las
naciones cristianas del mundo civilizado.
Con lo cual queda con evidencia asentado, cómo de
derecho, y aun de hecho, pertenece de manera supereminente a la Iglesia la
misión educativa, y cómo a ningún entendimiento libre de prejuicios se le puede
ocurrir motivo alguno racional para disputar o impedir a la Iglesia una obra de
cuyos benéficos frutos goza ahora el mundo.
15. Tanto más cuanto que con tal supereminencia de
la Iglesia no sólo no están en oposición, sino antes bien en perfecta armonía
los derechos, ya de la familia, ya del Estado, y aun los derechos de cada uno
de los individuos respecto a la justa libertad de la ciencia, de los métodos
científicos y de toda cultura profana en general. Puesto que para apuntar, ya
desde el primer momento, la razón fundamental de tal armonía, el orden sobrenatural
al cual pertenecen los derechos de la Iglesia, no sólo no destruye ni merma el
orden natural, al cual pertenecen los otros derechos mencionados, sino que lo
eleva y perfecciona, y ambos órdenes se prestan mutua ayuda y como complemento
respectivamente proporcionado a la naturaleza y dignidad de cada uno, precisamente
porque uno y otro proceden de Dios, el cual no se puede contradecir: perfectas
son las obras de Dios, y rectos todos sus caminos (19).
Lo mismo se
verá más claramente considerando por separado y más de cerca la misión
educativa de la familia y del Estado.
A la familia
16.
Primeramente, con la misión educativa de la Iglesia concuerda admirablemente la
misión educativa de la familia, porque ambas proceden de Dios de una manera muy
semejante. En efecto, a la familia, en el orden natural, le comunica Dios
inmediatamente la fecundidad, principio de vida y consiguientemente principio
de educación para la vida, junto con la autoridad, principio de orden.
a) Derecho anterior al Estado
Su acostumbrada nitidez de pensamiento y precisión
de estilo: El padre carnal participa singularmente de la razón de principio,
que de un modo universal se encuentra en Dios... El padre es principio de la
generación, educación y disciplina, y de todo cuanto se refiere al
perfeccionamiento de la vida humana (20).
La familia,
pues, tiene inmediatamente del Creador la misión, y, por lo tanto, el derecho
de educar a la prole, derecho inalienable por estar inseparablemente unido con
una estricta obligación, derecho anterior a cualquier otro derecho de la
sociedad civil y del Estado, y por lo mismo inviolable por parte de toda
potestad terrena.
b) Inviolable
17. Acerca de la inviolabilidad de este derecho da
la razón el Angélico: En efecto, el hijo naturalmente es algo del padre...;
así, pues, es de derecho natural que el hijo, antes del uso de la razón, esté
bajo el cuidado del padre. Sería, pues, contra la justicia natural que el niño
antes del uso de la razón fuese sustraído al cuidado de los padres o de alguna
manera se dispusiera de él contra la voluntad de los padres (21). Y como la obligación
del cuidado de los padres continúa hasta que la prole esté en condición de proveerse
a sí misma, perdura también el mismo inviolable derecho educativo de los
padres. Porque la naturaleza no pretende solamente la generación de la prole,
sino también su desarrollo y progreso hasta el perfecto estado del hombre en
cuanto es hombre, o sea el estado de virtud (22), dice el mismo Angélico Doctor.
Por esto la sabiduría jurídica de la Iglesia se
expresa así en esta materia, con precisión y claridad comprensiva en el Código
de derecho canónico, en el can. 1113: Los padres tienen gravísima obligación de
procurar con todo empeño la educación de sus hijos, tanto la religiosa y moral
como la física y la cívica, y de proveer también a su bienestar temporal (23).
En este punto es tan concorde el sentir común del
género humano, que se pondrían en abierta contradicción con él cuantos se
atreviesen a sostener que la prole, antes que a la familia, pertenece al Estado
y que el Estado tiene sobre la educación absoluto derecho.
Es, además, insubsistente la razón, que los tales
aducen, de que el hombre nace ciudadano y que por ello pertenece primariamente
al Estado, sin atender a que, antes de ser ciudadano, el hombre debe existir, y
la existencia no la recibe del Estado, sino de los padres, como sabiamente
declara León XIII: Los hijos son como algo del padre, una extensión, en cierto
modo, de su persona: y, si queremos hablar con propiedad, los hijos no entran a
formar parte de la sociedad civil por sí mismos, sino a través de la familia,
dentro de la cual han nacido (24). Por lo tanto: La patria potestad es de tal
naturaleza, que no puede ser extinguida ni absorbida por el Estado, como
derivada que es de la misma fuente que la vida de los hombres (25), afirma en la
misma encíclica León XIII. De lo cual, sin embargo, no se sigue que el derecho
educativo de los padres sea absoluto o despótico, porque está inseparablemente
subordinado al fin último y a la ley natural y divina, como lo declara el mismo
León XIII en otra memorable encíclica suya, de los principales deberes de los
ciudadanos cristianos, donde expone así en resumen el conjunto de los derechos
y deberes de los padres, a quienes la misma naturaleza da el derecho de educar
a sus hijos, imponiéndoles al mismo tiempo el deber de que la educación y
enseñanza de la niñez corresponda y diga bien con el fin para el cual el Cielo
les dio los hijos. A los padres toca, por lo tanto, tratar con todas sus
fuerzas de rechazar todo atentado en este particular, y de conseguir a toda
costa que en su mano quede el educar cristianamente, cual conviene, a sus
hijos, y apartarlos cuanto más lejos puedan de las escuelas donde corren
peligro de que se les propine el veneno de la impiedad (26).
Obsérvese,
además, que el deber educativo de la familia comprende no sólo la educación
religiosa y moral, sino también la física y civil (27), principalmente en cuanto
tienen relación con la religión y la moral.
c) Reconocido
18. Este incontrastable derecho de la familia ha
sido varias veces reconocido jurídicamente por las naciones que se cuidan de
respetar el derecho natural en las disposiciones civiles.
Así, para
citar un ejemplo de los más recientes, el Tribunal Supremo de la República
Federal de los Estados Unidos de la América del Norte, al resolver una
importantísima controversia, declaró que no compete al Estado ninguna potestad
general de establecer un tipo uniforme de educación en la juventud, obligándola
a recibir la instrucción de las escuelas públicas solamente, y añadió la razón
de derecho natural: El niño no es una mera criatura del Estado; quienes lo
alimentan y lo dirigen tienen el derecho, junto con el alto deber, de educarlo
y prepararlo para el cumplimiento de sus deberes (28).
d) Amparado
19. La historia testifica cómo, particularmente en
los tiempos modernos, ha habido y hay de parte del Estado violación de los
derechos conferidos por el Creador a la familia, y a la vez demuestra
espléndidamente cómo la Iglesia los ha tutelado siempre y defendido; y de hecho
la mejor prueba está en la especial confianza que las familias han puesto en
las escuelas de la Iglesia, como escribimos en Nuestra reciente Carta al
Cardenal Secretario de Estado: "La familia ha caído pronto en la cuenta de
que es así, y desde los primeros tiempos del cristianismo hasta nuestros días,
padres y madres, aun poco o nada creyentes, mandan y llevan por millones a sus
propios hijos a los institutos educativos fundados y dirigidos por la
Iglesia" (29).
20. Es que el
instinto paterno, que viene de Dios, se orienta confiadamente hacia la Iglesia,
seguro de encontrar en ella la tutela de los derechos de la familia, es decir,
la concordia que Dios ha puesto en el orden de las cosas. La Iglesia, en
efecto, aunque consciente como es de su divina misión universal y de la obligación
que todos los hombres tienen de seguir la única religión verdadera, no se cansa
de reivindicar para sí el derecho -y de recordar a los padres el deber- de
hacer bautizar y educar cristianamente a los hijos de padres católicos: con
todo, es tan celosa de la inviolabilidad del derecho natural educativo de la
familia, que no consiente, a no ser con determinadas condiciones y cautelas,
que se bautice a los hijos de los infieles, o se disponga como quiera de su
educación contra la voluntad de sus padres, mientras los hijos no puedan determinarse
por sí, abrazando libremente la fe (30).
21. Tenemos, pues, como lo
declaramos en Nuestro discurso ya citado, dos hechos de altísima importancia: "La Iglesia, que pone a
disposición de las familias su oficio de maestra y educadora, y las familias
que acuden presurosas para aprovecharse de
él, y confían sus propios hijos a la Iglesia, por centenares y millares, y
estos dos hechos recuerdan y proclaman
una gran verdad, importantísima en el orden moral y social, a saber: que la misión de la educación
corresponde, ante todo y sobre todo, en primer lugar a la Iglesia y a la
familia, y que les corresponde por derecho
natural y divino, y, por lo tanto, de manera inderogable, ineluctable, insubrogable" (31).
Al Estado
22. De esta primacía de la misión
educativa de la Iglesia y de la familia, así como resultan grandísimas ventajas, según hemos visto, para
toda la sociedad, así también ningún daño puede seguirse a los verdaderos y propios derechos del Estado
respecto a la educación de los ciudadanos, conforme al orden por Dios establecido.
a) En orden al bien común
A la sociedad civil el mismo
autor de la Naturaleza, no a título de paternidad, como a la Iglesia y a la
familia, pero sí por la autoridad que le
compete para promover el bien común temporal, que es precisamente su fin propio. Por consiguiente, la
educación no puede pertenecer a la sociedad civil del mismo modo que pertenece a la Iglesia y a la
familia, sino de manera diversa, correspondiente a su fin propio.
b) Dos funciones
El bien común de orden temporal,
consiste en la paz y seguridad de que las familias y cada uno de los individuos puedan gozar en el
ejercicio de sus derechos, y a la vez en el mayor bienestar espiritual y
material que sea posible en la vida presente,
mediante la unión y la coordinación de la actividad de todos. Doble es, pues, la función de la autoridad
civil que reside en el Estado: proteger y promover, pero no absorber a la familia y al individuo, o
suplantarlos.
23. Por lo tanto, en orden a la
educación, es derecho o, por mejor decir, deber del Estado proteger en sus leyes el derecho anterior -que
arriba dejamos descrito- de la familia en la educación cristiana de la prole,
y, por consiguiente, respetar el
derecho sobrenatural de la Iglesia sobre tal educación cristiana.
Igualmente toca al Estado
proteger el mismo derecho en la prole, cuando llegare a faltar, física o
moralmente, a obra de los padres por
defecto, incapacidad o indignidad, ya que el derecho educativo de ellos, como arriba declaramos, no es absoluto
o despótico, sino dependiente de la ley natural y divina, y, por lo tanto, sometido a la autoridad y juicio
de la Iglesia, y también a la vigilancia y tutela jurídica del Estado en orden
al bien común, y además la familia
no es sociedad perfecta que tenga en sí todos los medios necesarios para su perfeccionamiento. En tal caso,
por lo demás excepcional, el Estado no suplanta ya a la familia, sino que suple el defecto y lo remedia con
medios idóneos, siempre en conformidad con los derechos naturales de la prole y los derechos
sobrenaturales de la Iglesia.
Además, en general, es derecho y
deber del Estado proteger, según las normas de la recta razón y de la fe, la educación moral y religiosa de la
juventud, removiendo de ella las causas públicas que le sean contrarias.
24. Principalmente pertenece al
Estado, en orden al bien común, promover de muchas maneras la misma educación e instrucción de la
juventud. Ante todo y directamente, favoreciendo y ayudando a la iniciativa y acción de la Iglesia y de las
familias, cuya grande eficacia demuestran la historia y la experiencia. Luego, completando esta obra, donde ella
no alcanza o no basta, aun por medio de escuelas e instituciones propias, porque el Estado más que ningún
otro está provisto de medios, puestos a su disposición para las necesidades de todos, y es justo que los
emplee para provecho de aquellos mismos de quienes proceden (32).
Además, el Estado puede exigir y,
por lo tanto, procurar que todos los ciudadanos tengan el conocimiento necesario de sus deberes civiles
y nacionales, y cierto grado de cultura intelectual, moral y física que el bien común, atendidas las condiciones
de nuestros tiempos, verdaderamente exija.
Sin embargo, claro es que en
todos estos modos de promover la educación y la instrucción pública y privada, el Estado debe respetar los
derechos innatos de la Iglesia y de la familia a la educación cristiana, además
de observar la justicia
distributiva. Por lo tanto, es injusto e ilícito todo monopolio educativo o
escolar, que
fuerce física o moralmente a las
familias a acudir a las escuelas del Estado contra los deberes de la conciencia cristiana, o aun contra sus
legítimas preferencias.
c) Educación reservada
25. Pero esto no quita que para
la recta administración de la cosa pública y para la defensa interna y externa de la paz, cosas tan necesarias
para el bien común, y que exigen especiales aptitudes y especial preparación, el Estado se reserve la institución
y dirección de escuelas preparatorias para algunos de sus cargos, y señaladamente para la milicia,
con tal que tenga cuidado de no violar los derechos de la Iglesia y de la
familia en lo que a ellas concierne. No
es inútil repetir aquí en particular esta advertencia, porque en nuestros tiempos (en los que se va
difundiendo un nacionalismo tan exagerado y falso como enemigo de la verdadera paz y prosperidad) se suele pasar
más allá de los justos límites al ordenar militarmente la educación que llaman física de los jóvenes (y a
veces de las jóvenes, contra la naturaleza misma de las cosas humanas), y aun, con frecuencia, usurpando
más de lo justo, en el día del Señor, el tiempo que debe dedicarse a los deberes religiosos y al santuario
de la vida familiar. No queremos, por lo demás, censurar lo que puede haber de bueno en el espíritu de
disciplina y de legítimo valor en tales métodos, sino solamente el exceso,
como, por ejemplo, el espíritu de
violencia, que no hay que confundir con el espíritu de fortaleza ni con el
noble sentimiento del valor militar en
defensa de la patria y del orden público; como también la exaltación del atletismo, que aun para la edad
clásica pagana señaló la degeneración y decadencia de la verdadera educación física.
26. En general, pues, no sólo
para la juventud, sino para todas las edades y condiciones, pertenece a la sociedad civil y al Estado la
educación que puede llamarse cívica, la cual consiste en el arte de presentar públicamente a los individuos
asociados tales objetos de conocimiento racional, de imaginación y de sensación que inviten a las
voluntades hacia lo honesto y las muevan con una necesidad moral ya sea en la parte positiva que presenta tales
objetos, ya sea en la negativa, que impide los contrarios (33).
Esta educación cívica, tan amplia
y múltiple que comprende casi toda la obra del Estado en favor del bien común, así como debe conformarse
con las normas de la rectitud, así no puede contradecir a la doctrina de la Iglesia, divinamente constituida
Maestra de dichas normas.
Relaciones entre la Iglesia y el
Estado
27. Cuanto hemos dicho hasta aquí
acerca de la intervención del Estado en orden a la educación, descansa sobre el fundamento solidísimo e
inmutable de la doctrina católica De civitatum constitutione christiana, tan egregiamente expuesta por Nuestro
predecesor León XIII, particularmente en las encíclicas Immortale Dei y Sapientiae christianae, a saber: Dios ha hecho copartícipes del
gobierno de todo el linaje humano a dos potestades: la eclesiástica y la civil; ésta, que cuida directamente de
los intereses humanos y terrenales; aquélla, de los celestiales y divinos.
Ambas potestades son supremas,
cada una en su género; ambas tienen sus propios límites dentro de los cuales actúan, definidos por la
naturaleza y fin próximo de cada una; por lo tanto, en torno a ellas, se describe como una esfera, dentro
de la cual cada una dispone iure proprio. Mas como el sujeto sobre que recaen ambas potestades soberanas
es uno mismo, y como, por otra parte, suele acontecer que una misma cosa pertenezca, si bien bajo
diferente aspecto, a una y otra jurisdicción, claro está que Dios,
providentísimo, no estableció aquellas dos
potestades, sino después de haberlas ordenado convenientemente entre sí.
"Y aquéllas (las potestades), que
son, están ordenadas por Dios" (34).
28. Ahora bien: la educación de
la juventud es precisamente una de esas cosas que pertenecen a la Iglesia y al Estado, aunque de diversa
manera, como arriba hemos expuesto. Necesaria es, por lo tanto -prosigue León XIII-, que las dos potestades
estén coordinadas entre sí; coordinación no sin razón comparada a la del alma y el cuerpo en el hombre. La
cualidad y el alcance de dichas relaciones no se puede precisar, si no se
atiende a la naturaleza de cada una de las
dos soberanías, relacionadas así como es dicho, teniendo buena cuenta de la excelencia y nobleza de sus
respectivos fines, pues la una atiende directa y principalmente al cuidado de las cosas temporales, y la otra a
la adquisición de los bienes sobrenaturales y eternos.
Así que todo cuanto en las cosas
y personas, de cualquier modo que sea, tenga razón de sagrado; todo lo que pertenece a la salvación de
las almas y al culto de Dios, bien sea tal por su propia naturaleza o bien lo sea en razón del fin a que se
refiere, todo ello cae bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia; pero las demás cosas que el régimen civil y
político, como tal, abraza y comprende, justo es que estén sujetas a éste, pues Jesucristo mandó expresamente que
se dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (35).
29. Quienquiera que rehúse
admitir estos principios, y consiguientemente el aplicarlos a la educación,
vendrá necesariamente a negar que Cristo
ha fundado la Iglesia para la salvación eterna de los hombres, y a sostener que la sociedad civil y el Estado
no están sujetos a Dios y a su ley natural y divina. Lo cual es evidentemente impío, contrario a la sana razón
y, de un modo particular, en materia de educación, extremadamente pernicioso para la recta
formación de la juventud y seguramente ruinoso para la misma sociedad civil y
el verdadero bienestar de la
sociedad humana. Al contrario, de la aplicación de estos principios no puede menos de provenir una utilidad
grandísima para la recta formación de los ciudadanos. Los sucesos de todas las edades lo demuestran
sobradamente; por eso como Tertuliano, para los primeros tiempos del Cristianismo, en su Apologético,
así San Agustín, para los suyos, podía desafiar a todos los adversarios de la Iglesia Católica -y nosotros, en
nuestros tiempos, podemos repetir con él: Por cierto, los que dicen que la doctrina de Cristo es enemiga del
Estado, que presenten un ejército tal como la doctrina de Cristo enseña que deben ser los soldados; que
presenten tales súbditos, tales maridos, tales cónyuges, tales padres, tales hijos, tales señores, tales
siervos, tales reyes, tales jueces y, finalmente, tales contribuyentes y
exactores del fisco, cuales la doctrina
cristiana manda que sean, y atrévanse luego a llamarla nociva al Estado: mas no duden un instante en proclamarla,
donde ella se observe, la gran salvación del Estado (36).
Y tratándose de educación, viene
aquí a propósito hacer notar cuán bien ha expresado esta verdad católica, confirmada por los hechos, para
los tiempos más recientes, en el periodo del Renacimiento, un escritor eclesiástico muy benemérito de la
educación cristiana, el piísimo y docto Cardenal Silvio Antoniano,discípulo del admirable educador
San Felipe de Neri, maestro y secretario para las cartas latinas de San Carlos Borromeo, a cuya instancia y bajo
cuya inspiración escribió el áureo tratado De la educación cristiana de los hijos, en que él razona así:
Ventajas de la armonía con la
Iglesia
30. Cuanto el gobierno temporal
más se armoniza con el espiritual, y más lo favorece y promueve, tanto más concurre a la conservación de la
república. Porque, mientras el jefe eclesiástico procura formar un buen cristiano con su autoridad y
medios espirituales, conforme a su fin, al mismo tiempo procura por consecuencia necesaria hacer un
buen ciudadano, tal cual debe ser bajo el gobierno político. Ocurre así, porque en la Santa Iglesia
Católica Romana, ciudad de Dios, una misma cosa es absolutamente el buen ciudadano y el hombre honrado.
Por esto, yerran gravemente los que separan cosas tan unidas, y piensan poder tener buenos ciudadanos con
otras reglas y por otras vías distintas de las que contribuyen a formar el buen cristiano. Diga y hable la
prudencia humana cuanto le plazca, no es posible que produzca verdadera paz ni verdadera tranquilidad
temporal nada de cuanto sea enemigo y se aparte de la paz y eterna felicidad (37).
31. Como el Estado, tampoco la
ciencia, el método científico y la investigación científica tienen nada que temer del pleno y perfecto
mandato educativo de la Iglesia. Los institutos católicos, sea cualquiera el
grado a que pertenezcan en la enseñanza y
en la ciencia, no tienen necesidad de apología. El favor de que gozan, las
alabanzas que reciben, las
producciones científicas que promueven y multiplican, y más que nada los
sujetos plena y exquisitamente preparados
que proporcionan a la gobernación, a las profesiones, a la enseñanza, a la vida en todas sus
manifestaciones, deponen más que suficientemente en su favor (38).
32. Hechos que, por lo demás, no
son sino una espléndida confirmación de la doctrina católica, definida por el Concilio Vaticano: La fe y la
razón no sólo no pueden jamás contradecirse, sino que se prestan recíproca ayuda porque la recta razón
demuestra las bases de la fe, e iluminada con la luz de ésta cultiva la ciencia
de las cosas divinas; a su vez, la
fe libra y protege de errores a la razón y la enriquece con variados conocimientos. Tan lejos está,
pues, la Iglesia de oponerse al cultivo de las artes y de las disciplinas humanas, que de mil maneras lo
ayuda y lo promueve. Porque ni ignora ni desprecia las ventajas que de ellas provienen para la vida de
la humanidad; antes bien, confiesa que ellas, como vienen de Dios, Señor de las ciencias, así, rectamente
tratadas, conducen a Dios con la ayuda de su gracia. Y de ninguna manera prohíbe que semejantes
disciplinas, cada una dentro de su esfera, usen principios propios y propio
método; pero, una vez reconocida esta
justa libertad, cuidadosamente atiende a que, oponiéndose por ventura a la doctrina divina, no caigan en
errores o, traspasando sus propios límites, ocupen y perturben el campo de la fe (39).
33. Esta norma de la justa
libertad científica es, a la vez, norma inviolable de la justa libertad
didáctica o libertad de enseñanza rectamente
entendida; y debe ser observada en cualquier manifestación doctrinal a los demás, y, con obligación mucho
más grave de justicia en la enseñanza dada a la juventud, ya porque respecto a ésta ningún maestro
público o privado tiene derecho educativo absoluto, sino participado, ya porque todo niño o joven
cristiano tiene estricto derecho a una enseñanza conforme a la doctrina de la Iglesia, columna y fundamento de
la verdad, y le causaría grave injusticia quienquiera que turbase su fe, abusando de la confianza de los
jóvenes para con los maestros y de su natural inexperiencia y desordenada inclinación a una libertad
absoluta, ilusoria y falsa.
II. SUJETO DE LA EDUCACIÓN
Todo el hombre, pero redimido
34. Efectivamente, nunca se ha de
perder de vista que el sujeto de la educación cristiana es el hombre todo entero, espíritu unido al cuerpo
en unidad de naturaleza, con todas sus facultades naturales y sobrenaturales, cual nos lo hacen conocer la
recta razón y la revelación; por lo tanto, el hombre, caído de su estado originario, pero redimido por
Cristo y reintegrado en la condición sobrenatural de hijo adoptivo de Dios, aunque no en los privilegios
preternaturales de la inmortalidad del cuerpo y de la integridad o equilibrio
de sus inclinaciones. Quedan, pues,
en la naturaleza humana los efectos del pecado original, particularmente la debilidad de la voluntad y las
tendencias desordenadas.
35. La necedad está ligada al
corazón del joven; la vara de la corrección la alejará de él (40). Es, por lo
tanto, preciso corregir las
inclinaciones desordenadas, fomentar y ordenar las buenas, desde la más tierna
infancia y, sobre todo, hay que iluminar el
entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la Gracia, sin la cual
no es posible dominar las perversas inclinaciones ni alcanzar la debida perfección moral. En la cual obra
se manifiesta la soberana misión educativa de la Iglesia, perfecta y completamente dotada por Cristo,
y de la doctrina divina y de los sacramentos, medios eficaces de la Gracia.
36. Por lo mismo, es falso todo
naturalismo pedagógico que de cualquier modo excluya o aminore la formación sobrenatural cristiana
en la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se funde, en todo o en parte,
sobre la negación u olvido del pecado original y de la Gracia y, por lo tanto, sobre las fuerzas solas de la
naturaleza humana. Tales son, generalmente, esos sistemas actuales de varios nombres, que apelan a una
pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño y que disminuyen o aun suprimen la autoridad y la obra
del educador, atribuyendo al niño una preeminencia exclusiva de iniciativas y una actividad independiente de
toda ley superior natural y divina, en la obra de su educación.
37. Mas si con alguno de esos
términos se quisiese indicar, bien que impropiamente, la necesidad de la cooperación activa, a cada paso
más consciente, del alumno a su educación; si se pretendiese apartar de ésta el despotismo y la violencia
(diversa, por cierto, de la justa corrección), esta idea sería verdadera, pero
no habría en ella nada nuevo, que no
hubiese la Iglesia enseñado y la educación cristiana tradicional ejercitado en la práctica, a semejanza del
modo que el mismo Dios guarda respecto de las criaturas, a las que Él llama a la cooperación activa, según la
naturaleza propia de cada una, ya que su sabiduría abarca de un extremo a otro vigorosamente, y lo gobierna
todo con suavidad (41).
38. Pero, desgraciadamente, con
el significado obvio de los términos y con los hechos mismos, intentan no pocos sustraer la educación a
toda dependencia de la ley divina. Así que en nuestros días se da el caso, a la verdad bien extraño, de
educadores y filósofos que se afanan por descubrir un código moral universal de educación, como si no existiera
ni el Decálogo, ni la ley evangélica, ni siquiera la ley natural, esculpida por Dios en el corazón del hombre,
promulgada por la recta razón y codificada, con revelación positiva, por el mismo Dios en el Decálogo.
Asimismo tales innovadores suelen denominar, como por desprecio, a la educación cristiana heterónoma,
pasiva, anticuada, porque se funda en la autoridad divina y en su santa ley.
39. Miserablemente se engañan
éstos en su pretensión de libertar, como ellos dicen, al niño, mientras lo hacen más bien esclavo de su
ciego orgullo y de sus desordenadas pasiones, porque éstas, por consecuencia lógica de aquellos falsos
sistemas, vienen a quedar justificadas como legítimas exigencias de la
naturaleza que se proclama autónoma.
40. Pero mucho peor es la
pretensión falsa, de querer someter a investigaciones, experimentos y juicios
de orden natural y profano, los
hechos del orden sobrenatural tocantes a la educación, como, por ejemplo, la vocación sacerdotal o religiosa,
y en general las arcanas operaciones de la Gracia que, aun elevando las fuerzas naturales, con todo las
sobrepuja infinitamente y no puede en manera alguna someterse a las leyes físicas, porque el Espíritu sopla
donde quiere (42).
Educación "sexual"
41. Peligroso en grado extremo
es, además, ese naturalismo que en nuestros tiempos invade el campo de la educación en materia
delicadísima, cual es la de la honestidad de las costumbres. Está muy difundido
el error de los que, con pretensión
peligrosa y con feo nombre, promueven la llamada educación sexual, estimando falsamente que podrán inmunizar a
los jóvenes contra los peligros de la concupiscencia con medios puramente naturales, cual es una
temeraria iniciación e instrucción preventiva para todos indistintamente y hasta públicamente, y, lo que es
aun peor, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones para acostumbrarlos, según dicen
ellos, y como para curtir su espíritu contra aquellos peligros.
Yerran estos tales gravemente, al
no querer reconocer la nativa fragilidad de la naturaleza humana y la ley de que habla el Apóstol contraria a
la ley de la mente (43), y al desconocer aun la experiencia misma de los hechos, los cuales nos demuestran que,
singularmente en los jóvenes, las culpas contra las buenas costumbres son efecto, no tanto de la ignorancia
intelectual, cuanto principalmente de la débil voluntad expuesta a las ocasiones y no sostenida por los
medios de la Gracia.
En este delicadísimo asunto, si,
atendidas todas las circunstancias, se hace necesaria alguna instrucción individual en el tiempo oportuno,
dada por quien ha recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado, han de observarse todas
las cautelas, conocidísimas en la educación cristiana tradicional, que el
citado Antoniano suficientemente
describe, cuando dice: Es tal y tanta nuestra miseria y
la inclinación al pecado, que muchas veces de las mismas cosas que se dicen para remedio de los pecados, se
toma ocasión e incitamento para el mismo pecado. Importa, pues, sumamente que el buen padre,
mientras hable con su hijo de materia tan lúbrica, esté muy sobre aviso y no descienda a particularidades y a
los diversos modos con que esta hidra infernal envenena tan gran parte del mundo, a fin de que no suceda que
en vez de apagar este fuego, lo excite y lo reavive imprudentemente en el pecho sencillo y tierno del
niño. Generalmente hablando, mientras dura la niñez, bastará usar de losremedios que con un mismo influjo
fomentan la virtud de la castidad y cierran la entrada al vicio (44).
Coeducación
42. Igualmente erróneo y
pernicioso a la educación cristiana es el método llamado de la coeducación, fundado también, según muchos, en
el naturalismo negador del pecado original, y, además, según todos los sostenedores de este método, en
una deplorable confusión de ideas que trueca la legítima convivencia humana en una promiscuidad e
igualdad niveladora. El Creador ha ordenado y dispuesto la convivencia perfecta de los dos sexos
solamente en la unidad del matrimonio, y gradualmente separada en la familia y
en la sociedad. Además, no hay en la
naturaleza misma, que los hace diversos en el organismo, en las inclinaciones y en las aptitudes,
ningún motivo para que pueda o deba haber promiscuidad y mucho menos igualdad de formación para ambos
sexos. Estos, conforme a los admirables designios del Creador, están destinados a completarse
recíprocamente en la familia y en la sociedad precisamente por su diversidad,
la cual, por lo mismo, debe
mantenerse y fomentarse en la formación educativa con la necesaria distinción y correspondiente separación,
proporcionada a las varias edades y circunstancias. Principios que han de ser aplicados a su tiempo y lugar,
según las normas de la prudencia cristiana, en todas las escuelas, particularmente en el periodo más
delicado y decisivo de la formación, cual es el de la adolescencia, y en los ejercicios gimnásticos y de
deporte, con particular atención a la modestia cristiana en la juventud
femenina, de la que gravemente desdice
cualquier exhibición y publicidad.
Recordando las tremendas palabras
del Divino Maestro: ¡Ay del mundo por razón de los escándalos! (45), estimulamos vivamente vuestra
solicitud y vigilancia, Venerables Hermanos, sobre estos perniciosísimos errores que con sobrada difusión
se van extendiendo entre el pueblo cristiano con inmenso daño de la juventud.
III. AMBIENTE
43. Para obtener una educación
perfecta es de suma importancia velar por que las condiciones de todo lo que rodea al educando durante el
periodo de su formación, es decir, el conjunto de todas las circunstancias, que suele denominarse ambiente,
corresponda bien al fin que se pretende.
Familia cristiana
44. El primer ambiente natural y
necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. De modo que,
regularmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en la
familia cristiana bien ordenada y
disciplinada, tanto más eficaz cuanto resplandezca en ella más claro y
constante el buen ejemplo de los padres, sobre
todos, y de los demás miembros de la familia.
No es Nuestra intención tratar
aquí de propósito, aun tocando sólo los puntos principales, de la educación doméstica -tan amplia es la
materia-, acerca de la cuál, por lo demás, no faltan tratados especiales
antiguos y modernos de autores de sana
doctrina católica, entre los que merece especial mención el ya citado áureo libro de Antoniano De la
educación cristiana de los hijos, que San Carlos Borromeo hacía leer
públicamente a los padres reunidos en las
iglesias.
Queremos, con todo, llamar de
manera especial vuestra atención, Venerables Hermanos y amados hijos, sobre el deplorable decaimiento
actual de la educación familiar. A los oficios y profesiones de la vida temporal y terrena -ciertamente
de menor importancia- preceden largos estudios y cuidadosa preparación, mientras que para el oficio y
deber fundamental de la educación de los hijos están hoy poco o nada preparados muchos de los padres,
demasiado absorbidos por cuidados temporales. A debilitar el influjo del ambiente familiar contribuye hoy
el hecho de que casi en todas partes se tiende a alejar cada vez más de la familia a los niños desde sus más
tiernos años, con varios pretextos, ora económicos, de la industria o del comercio, ora políticos; y hay
países donde se arranca a los niños del seno de la familia para formarlos (o
por decirlo con mayor verdad, para
deformarlos y desviarlos) en asociaciones y escuelas sin Dios, en la irreligiosidad y en el odio,
según las teorías socialistas extremas, renovándose una verdadera y más
horrenda matanza de niños inocentes.
45. Conjuramos, pues, en nombre
de Jesucristo, a los Pastores de almas para que empleen toda clase de medios, en las instrucciones y
catequesis, de palabra y por escritos profusamente divulgados, a fin de
recordar a los padres cristianos sus
gravísimos deberes, y no tanto teórica o genéricamente cuanto prácticamente, y
en particular, cada uno de sus
deberes en materia de educación religiosa, moral y cívica de los hijos y de los métodos más convenientes para
realizarla eficazmente, previo, además, el ejemplo de su vida. A semejantes instrucciones prácticas no se
desdeñó de bajar el Apóstol de las Gentes, en sus epístolas, particularmente en la dirigida a los de Éfeso,
donde, entre otros, da este consejo: Padres, no irritéis a vuestros hijos (46), lo
cual es efecto, no tanto de la excesiva
severidad cuanto principalmente de la impaciencia, de la ignorancia de los medios más aptos para la
corrección fructuosa, y aun de la relajación, hoy día demasiado común, de la disciplina familiar, en medio de
la cual crecen en los jóvenes las pasiones indómitas. Atiendan, pues, los padres, y con ellos todos los
educadores, a usar rectamente de la autoridad que Dios les ha dado, y de quien son con toda propiedad vicarios,
no para su propio provecho, sino para la recta educación de los hijos en el santo y filial temor de Dios,
principio de la sabiduría, en el cual solamente se apoya con solidez el respeto
a la autoridad, sin la cual no puede
subsistir ni orden, ni tranquilidad, ni bienestar alguno en la familia y en la sociedad.
La Iglesia
46. A la debilidad de las fuerzas
de la naturaleza humana decaída ha provisto la divina bondad con los abundantes auxilios de su Gracia
y los múltiples medios de que está enriquecida la Iglesia, la gran familia de Cristo, que por lo mismo es el
ambiente educativo más estrecha y armoniosamente unido con el de la familia cristiana.
Este ambiente educativo de la
Iglesia no comprende solamente sus sacramentos, medios divinamente eficaces de la Gracia y sus ritos, todos
de manera maravillosa educativos, ni sólo el recinto material del templo cristiano, asimismo
admirablemente educativo en el lenguaje de la liturgia y del arte, sino también
la gran abundancia y variedad de
escuelas, asociaciones y toda clase de instituciones dedicadas a formar la
juventud en la piedad religiosa, junto con
el estudio de las letras y el de las ciencias, y aun con la misma recreación y cultura física. En esta
inagotable fecundidad de obras educativas es tan admirable e insuperable la
maternal providencia de la Iglesia, como
admirable es la armonía antes indicada, que ella sabe mantener con la familia cristiana, hasta el punto de que
se puede con verdad decir que la Iglesia y la familia constituyen un solo templo de educación cristiana.
Escuela
47. Siendo necesario que las
nuevas generaciones sean instruidas en las artes y disciplinas, con que se beneficia y prospera la sociedad
civil, y siendo para este trabajo, por sí sola, insuficiente la familia, nació
la institución social de la escuela,
ya en un principio, nótese bien, por iniciativa de la familia y de la Iglesia, mucho tiempo antes que por obra
del Estado. De suerte que la escuela -considerada aun en su orígenes históricos- es por su naturaleza
institución subsidiaria y complementaria de la familia y de la Iglesia; y así,
por lógica necesidad moral, debe no
solamente no contradecir, sino positivamente armonizarse con los otros dos ambientes en la unidad moral lo
más perfecta posible, hasta poder constituir, junto con la familia y la
Iglesia, un solo santuario, consagrado a
la educación cristiana, bajo pena de faltar a su cometido, y de trocarse en obra de destrucción.
Esto, hasta lo ha reconocido
manifiestamente un hombre seglar, tan celebrado por sus escritos pedagógicos (no del todo laudables porque
están influidos por el liberalismo), el cual profirió esta sentencia: La
escuela, si no es templo, es guarida; y aun
esta otra: Cuando la educación literaria, social, doméstica y religiosa no van todas de acuerdo, el hombre es
infeliz, impotente (47).
a) Neutra, laica, mixta
48. De aquí precisamente se sigue
que es contraria a los principios fundamentales de la educación la escuela llamada neutra o laica, de la que
está excluida la religión. Tal escuela, además, no es prácticamente posible, porque de hecho viene a hacerse
irreligiosa. No es menester repetir cuanto acerca de este asunto han declarado Nuestros Predecesores,
señaladamente Pío IX y León XIII, en cuyos tiempos particularmente comenzó el laicismo a predominar
en la escuela pública. Nos renovamos y confirmamos sus declaraciones (48), y al mismo tiempo las
prescripciones de los Sagrados Cánones en que la asistencia a las escuelas
acatólicas, neutras o mixtas, es decir, las
abiertas indiferentemente a los católicos y a los no católicos sin distinción,
está prohibida a los niños católicos,
y sólo puede tolerarse, únicamente a juicio del Ordinario, en determinadas circunstancias de lugar y tiempo
y con especiales cautelas (49). Y no puede ni siquiera admitirse para los católicos la escuela mixta (peor
si, siendo única, es obligatoria para todos), en la cual, aun dándoles, aparte,
la instrucción religiosa, reciben la
restante enseñanza de maestros no católicos junto con los alumnos acatólicos.
b) Católica
49. Ya que no basta el solo hecho
de que en ella se dé instrucción religiosa (frecuentemente con excesiva parsimonia), para que una escuela
resulte conforme a los derechos de la Iglesia y de la familia cristiana y digna de ser frecuentada por
alumnos católicos. Para ello es necesario que toda la enseñanza y toda la organización de la escuela
—maestros, programas y libros, en cada disciplina— estén imbuidas de espíritu cristiano bajo la dirección y
vigilancia maternal de la Iglesia, de suerte que la religión sea verdaderamente fundamento y corona de toda la
instrucción, en todos los grados, no sólo en el elemental, sino también en el medio y superior.
Es necesario —para emplear las
palabras de León XIII— que no sólo en horas determinadas se enseñe a los jóvenes la religión, sino que
toda la formación restante exhale fragancia de piedad cristiana. Que si esto
falta, si este hálito sagrado no penetra
y no calienta las almas de maestros y discípulos, bien poca utilidad podrá sacarse de cualquier doctrina:
frecuentemente, se seguirán más bien daños no leves (50).
50. Y no se diga que es imposible
al Estado, en una nación dividida en varias creencias, proveer a la instrucción pública, si no es con
la escuela neutra o con la escuela mixta, debiendo el Estado más racionalmente y pudiendo hasta
más fácilmente proveer al caso dejando libre y favoreciendo con justos subsidios la iniciativa y la obra
de la Iglesia y de las familias. Que esto sea factible con gozo de las familias
y con provecho de la instrucción y
de la paz y tranquilidad pública, lo demuestra el hecho de naciones divididas en varias confesiones
religiosas, en las cuales el plan escolar corresponde al derecho educativo de las familias, no sólo en cuanto a
la enseñanza total -particularmente con la escuela enteramente católica para los católicos-, sino también en
cuanto a la justicia distributiva con la ayuda financiera, por parte del Estado,
a cada una de las escuelas
escogidas por las familias.
51. En otros países de religión
mixta se hace de otra manera, con no ligera carga de los católicos, que, bajo
el auspicio y guía del Episcopado y
con el empeño incesante del clero secular y regular, sostienen totalmente a sus expensas la escuela católica
para sus hijos, cual su gravísima obligación de conciencia la requiere, y con generosidad y constancia laudable
perseveran en el propósito de asegurar enteramente, como ellos a manera de santo y seña lo proclaman, la
educación católica, para toda la juventud católica, en las escuelas católicas.
Lo cuál, aunque no esté
subvencionado por el Erario público -según de por sí lo exige la justicia
distributivano puede ser impedido por la
potestad civil, que tiene conciencia de los derechos de la familia y de las condiciones indispensables de la
libertad legítima.
Y donde aun esta libertad
elemental se halla impedida o de diversas maneras dificultada, los católicos no trabajarán nunca lo bastante, aun
a precio de grandes sacrificios, en sostener y defender sus escuelas y en procurar que se establezcan leyes
escolares justas.
La Acción Católica
52.Todo cuanto hacen los fieles
promoviendo y defendiendo la escuela católica para sus hijos es obra genuinamente religiosa, y por lo
mismo tarea principalísima de la Acción Católica; por lo cual son
particularmente amadas de Nuestro
corazón paterno y dignas de gran alabanza todas las asociaciones especiales, que en varias naciones
trabajan con tanto celo en obra tan necesaria.
Así que, al procurar la escuela
católica para sus hijos, se proclame muy alto, y de todos sea entendido y reconocido, que los católicos de
cualquier nación del mundo no hacen obra política de partido, sino obra religiosa indispensable a su
conciencia; y pretenden no ya separar a sus hijos del cuerpo ni del espíritu nacional, sino antes bien
educarlos en él del modo más perfecto y más conducente a la prosperidad de la nación, puesto que el buen
católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el
mejor ciudadano, amante de su patria y
lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno.
53. En esta escuela, en armonía
con la Iglesia y con la familia cristiana, no sucederá que en las varias enseñanzas se contradiga, con
evidente daño de la educación, a lo que los alumnos aprenden en la instrucción religiosa; y, si hay
necesidad de hacerles conocer, por escrupulosa responsabilidad de magisterio, las obras erróneas para
refutarlas, esto se hará con tal preparación y con tal antídoto de sana
doctrina, que la formación cristiana de la
juventud no reciba de ello daño, antes provecho.
54. Asimismo, en esta escuela, el
estudio de la lengua patria y de la literatura clásica jamás será en menoscabo de la santidad de las
costumbres; ya que el maestro cristiano seguirá el ejemplo de las abejas: las cuales toman la parte más pura de
las flores y dejan lo demás, como enseña San Basilio en su homilía a los jóvenes acerca de la lectura de
los clásicos (51). Esta necesaria cautela -sugerida por el mismo pagano Quintiliano (52) no impide de
ninguna manera que el maestro cristiano tome y aproveche cuanto de verdaderamente bueno en las
disciplinas y métodos ofrecen nuestros tiempos, acordándose de lo que dice el Apóstol: Examinad, sí, todas las
cosas y ateneos a lo bueno (53). Por esto, al tomar lo nuevo, él se guardará de abandonar fácilmente lo antiguo
que la experiencia de varios siglos ha comprobado ser bueno y eficaz, señaladamente en los estudios de
latinidad, que en nuestros días estamos viendo cómo sin cesar decaen, precisamente por el injustificado
abandono de los métodos tan fructuosamente empleados por el sano humanismo, que tanto floreció,
sobre todo, en las escuelas de la Iglesia. Estas nobles tradiciones reclaman que la juventud confiada a las
escuelas católicas sea, sí, instruida en las letras y en las ciencias
plenamente según las exigencias de nuestros
tiempos, pero a la vez sólida y profundamente, de manera especial en la sana filosofía, lejos de la
farragosa superficialidad de aquellos que hubieran tal vez encontrado lo
necesario, si no hubiesen buscado lo
superfluo (54). Por lo cuál todo maestro cristiano debe tener presente cuanto dice León XIII en compendiosa
sentencia: Con mayor empeño conviene esforzarse en que no sólo se aplique un método de enseñanza apto y
sólido, sino más aún en que la enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la fe
católica, y sobre todo la de la filosofía, de la cual en gran parte depende la recta dirección de las demás
ciencias (55).
Buenos maestros
55. Las buenas escuelas son fruto
no tanto de las buenas legislaciones cuanto principalmente de los buenos maestros, que, egregiamente
preparados e instruidos, cada uno en la disciplina que debe enseñar, y adornados de las cualidades
intelectuales y morales que su importantísimo oficio reclama, arden en puro y divino amor hacia los jóvenes a
ellos confiados, precisamente porque aman a Jesucristo y su Iglesia, de quien aquellos son hijos predilectos, y
por lo mismo buscan con todo empeño el verdadero bien de las familias y de su patria. Por esto Nos llena el
alma de consuelo y de gratitud hacia la bondad divina el ver cómo, juntamente con religiosos y
religiosas dedicados a la enseñanza, un tan gran número de maestros y maestros excelentes -aun organizados, a
veces, en Congregaciones y Asociaciones especiales para cultivar mucho mejor su espíritu, las cuáles por
esto son de alabar y promover como nobilísimos y potentes auxiliares de la Acción Católica- trabajan con
desinterés, celo y constancia en la que San Gregorio Nacianceno llama arte de las artes y ciencia de las
ciencias (56), de regir y formar a la juventud. Y, con todo, también a ellos se
aplica el dicho del Divino Maestro: La mies
es verdaderamente mucha, mas los obreros pocos (57). Supliquemos, pues, al Señor de la mies que mande aún
muchos más de tales operarios de la educación cristiana, cuya formación deben tener muy en el corazón los
Pastores de las almas y los supremos moderadores de las Órdenes religiosas.
Es también necesario dirigir y
vigilar la educación del joven, blando como cera para doblegarse al vicio (58), en cualquier otro ambiente en que
venga a encontrarse, apartándolo de las malas ocasiones y procurándole la oportunidad de las buenas, en las
recreaciones y reuniones, ya que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres (59).
Mundo: sus peligros
56. Sólo que, en nuestros
tiempos, hay que tener una vigilancia tanto más general y cuidadosa, cuanto más han aumentado las ocasiones de
naufragio moral y religioso que la juventud inexperta encuentra, particularmente en los libros
impíos o licenciosos, muchos de ellos diabólicamente difundidos, a vil precio, en los espectáculos del
cinematógrafo y ahora aun en las audiciones radiofónicas, que multiplican y
facilitan, por decirlo así, toda clase de
lecturas, como el cinematógrafo toda clase de espectáculos. Estos medios tan potentísimos de divulgación, que
pueden servir, si van regidos por sanos principios, de gran utilidad para la instrucción y educación, se
subordinan, desgraciadamente, muchas veces tan sólo al incentivo de las malas pasiones y a la codicia de
sórdidas ganancias. San Agustín se lamentaba al ver la pasión que arrastraba
aun a los cristianos de su tiempo a los
espectáculos del circo, y cuenta con viveza dramática la perversión, felizmente pasajera, de su alumno
y amigo Alipio (60). ¡Cuántos extravíos juveniles a causa de los espectáculos de hoy día, sin contar las
malvadas lecturas, tienen que llorar ahora los padres y educadores!
57. Por esto se han de alabar y
promover todas las obras educativas que, con espíritu sinceramente cristiano de celo por las almas de los
jóvenes, atienden, con oportunos libros y publicaciones periódicas, a dar a conocer, particularmente a los
padres y a los educadores, los peligros morales y religiosos, con frecuencia fraudulentamente insinuados, en
libros y espectáculos, y se industrian para difundir las buenas lecturas y promover espectáculos
verdaderamente educativos, creando, aun con grandes sacrificios, teatros y cinematógrafos, en los cuales la
virtud no sólo nada tenga que perder, antes mucho que ganar.
De esta necesaria vigilancia
nadie deduzca, sin embargo, que la juventud tenga que estar segregada de la sociedad en la que debe vivir y
salvar su alma, sino que hoy, más que nunca, debe estar armada y fortalecida cristianamente contra las
seducciones y los errores del mundo, el cual, como advierte una sentencia
divina, es todo concupiscencia de la carne,
concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida (61); de manera que, como decía Tertuliano de los primeros
cristianos, sean como deben ser los verdaderos cristianos de todos los tiempos: coposesores del mundo,
no del error (62).
Con esta sentencia de Tertuliano
hemos venido a tocar lo que Nos hemos propuesto tratar en último término, aunque de grandísima importancia,
como que es la verdadera sustancia de la educación cristiana, cual se desprende de su fin propio, en
cuya consideración brilla mucho más clara, como en pleno mediodía, la supereminente misión educativa de
la Iglesia.
IV. FIN Y FORMA
58. Fin propio e inmediato de la
educación cristiana es cooperar con la Gracia divina a formar el verdadero y perfecto cristiano, es decir, al
mismo Cristo, en los regenerados con el Bautismo, según la viva expresión del Apóstol: Hijitos míos, por
quienes segunda vez padezco dolores de parto hasta formar a Cristo en
vosotros (63).
Ya que el verdadero cristiano
debe vivir la vida sobrenatural en Cristo: Cristo, que es nuestra vida (64), y manifestarla en todas sus
operaciones: Para que la vida de Jesús se manifieste asimismo en nuestra carne mortal (65).
El verdadero cristiano
59. Por esto precisamente la
educación cristiana comprende todo el ámbito de la vida humana sensible y espiritual, intelectual y moral,
individual, doméstica y social, no para menoscabarla en manera alguna, sino para elevarla, regularla y
perfeccionarla según los ejemplos y la doctrina de Cristo.
De suerte que el verdadero
cristiano, fruto de la educación cristiana, es el hombre sobrenatural, que
piensa, juzga y obra constante y
coherentemente, según la recta razón iluminada por la luz sobrenatural de los ejemplos y de la doctrina de
Cristo, o, por decirlo con el lenguaje ahora en uso, el verdadero y completo hombre de carácter. Pues no es
cualquier coherencia y tenacidad de conducta, según principios subjetivos, lo que constituye el verdadero
carácter, sino solamente la constancia en seguir los principios eternos de la justicia, como lo reconoce hasta
el poeta pagano, cuando alaba, inseparablemente, al hombre justo y constante en su propósito (66), y,
por otra parte, no puede existir completa justicia sino dando a Dios lo que se debe a Dios, como lo hace el
verdadero cristiano.
60. Tal meta y término de la
educación cristiana parece a los profanos como una abstracción, o más bien como una cosa irrealizable, sin
arrancar o menoscabar las facultades naturales y sin renunciar a las obras de la vida terrenal; por lo tanto,
ajena a la vida social y a la prosperidad temporal, contraria a todo progreso
en las letras, en las ciencias, en
las artes y en toda otra obra de civilización. A semejante objeción, movida por
la ignorancia y el prejuicio de los
paganos, aun eruditos, de aquel tiempo -repetida, desgraciadamente, con más frecuencia e insistencia en
tiempos modernos- había ya respondido Tertuliano: No vivimos fuera de este mundo.
Bien nos acordamos de que debemos agradecimiento a Dios, Señor Creador: no rechazamos fruto
alguno de sus obras; solamente nos refrenamos, para no usar de ellas desmesurada o viciosamente. Así
que no habitamos en este mundo sin foro, sin mercado, sin baños, casas, tiendas, caballerizas, sin
vuestras ferias y demás suertes de comercio. También nosotros navegamos y militamos con vosotros,
cultivamos los campos y negociamos, y por eso trocamos nuestros trabajos y ponemos a vuestra disposición
nuestras obras. Cómo podamos, pues, pareceros inútiles para vuestros negocios, con los cuales y de los
cuales vivimos, francamente no lo veo (67).
Por lo tanto, el verdadero
cristiano, lejos de renunciar a las obras de la vida terrena o amenguar sus
facultades naturales, más bien las
desarrolla y perfecciona coordinándo las con la vida sobrenatural, hasta el
punto de ennoblecer la misma vida natural
y de procurarla un auxilio más eficaz, no sólo en orden espiritual y terreno, sino también material y temporal.
El mejor ciudadano
61. Lo dicho se ve claro en toda
la historia del cristianismo y de sus instituciones, que se identifica con la historia de la verdadera
civilización y del genuino progreso hasta nuestros días; y particularmente en
los Santos, de que es fecundísima la
Iglesia y solamente ella, los cuales han alcanzado en grado perfectísimo la meta de la educación cristiana, y
han ennoblecido y aprovechado a la sociedad civil en todo género de bienes. Efectivamente, los Santos
han sido, son y serán siempre los más grandes bienhechores de la sociedad humana, como también los más
perfectos modelos de toda clase y profesión, en todo estado y condición de vida, desde el campesino sencillo
y rústico hasta el hombre de ciencias y letras, desde el humilde artesano hasta el que capitanea ejércitos,
desde el oscuro padre de familia hasta el monarca que gobierna pueblos y naciones, desde las sencillas
niñas y mujeres del hogar doméstico hasta las reinas y emperatrices. Y ¿qué decir de la inmensa labor, aun en
pro del bienestar temporal, de los misioneros evangélicos, que junto con la luz de la Fe han llevado y llevan
a los pueblos bárbaros los bienes de la civilización; de los fundadores de múltiples obras de caridad y
asistencia social, y de la interminable falange de santos educadores y santas educadoras, que han perpetuado y
multiplicado su propia obra en sus fecundas instituciones de educación cristiana para bien de las
familias y con inestimable beneficio de las naciones?
JESÚS, MAESTRO DIVINO
62. Estos son los frutos, sobre
manera benéficos, de la educación cristiana, precisamente a causa de la vida y virtud sobrenatural de Cristo,
que ella desarrolla y forma en el hombre; ya que Cristo nuestro Señor, Maestro Divino, es también fuente y dador
de tal vida y virtud, y a la vez modelo universal y accesible, con su ejemplo, a todos los hombres,
cualquiera que sea su condición, particularmente a la juventud, en el periodo de su vida escondida, laboriosa,
obediente, adornada de todas las virtudes individuales, domésticas y sociales, delante de Dios y
delante de los hombres.
LA IGLESIA, MADRE EDUCADORA
63. Todo el cúmulo de los tesoros
educativos de infinito valor, que hasta ahora hemos venido indicando apenas en parte, es de tal modo
propio de la Iglesia, que constituye su misma sustancia, siendo ella el Cuerpo místico de Cristo, la Esposa
inmaculada de Cristo, y por esto mismo Madre fecundísima y educadora soberana
y perfecta.
Por eso el grande y genial San
Agustín —de cuya dichosa muerte vamos a celebrar el décimoquinto centenario— prorrumpía, lleno de
santo afecto, para con tal Madre, en estos acentos: ¡Oh Iglesia Católica, Madre muy verdadera de los
cristianos, con razón no solamente prédicas que hay que honrar purísima y castísimamente al mismo Dios,
cuya posesión es dichosísima vida, sino que también haces de tal manera tuyo el amor y la caridad del
prójimo, que en ti hallamos toda medicina, potentemente eficaz para los muchos males que, por causa de
los pecados, aquejan a las almas! Tú adiestras y amaestras puerilmente a los niños, con fortaleza a los
jóvenes, con delicadeza a los ancianos, según las exigencias de su cuerpo y de
su espíritu: Tú, con una, estoy por
decir, libre servidumbre, sometes los hijos a los padres y pones a las madres delante de los hijos con dominio
de piedad. Tú, con vínculo de religión más fuerte y más estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con
hermanos... Tú, no sólo con vínculo de sociedad, sino también de una cierta fraternidad, ligas a ciudadanos
con ciudadanos, a naciones con naciones: en una palabra, a todos los hombres con el recuerdo de los
primeros padres. A los Reyes enseñas a mirar por los pueblos: a los pueblos amonestas que obedezcan a los
Reyes. Enseñas con diligencia a quien se debe honor, a quién afecto, a quién respeto, a quién temor, a quién
consuelo, a quién amonestación, a quién exhortación, a quién corrección, a quién reprensión, a quién
castigo: mostrando cómo no se debe todo a todos, pero sí a todos la caridad, a ninguno la ofensa (68).
Levantemos al Cielo, Venerables
Hermanos y amados hijos, los corazones y manos suplicantes, al Pastor y Obispo de nuestras almas, al Rey
Divino, que da leyes a los gobernantes, para que Él, con su virtud omnipotente, haga de modo que
estos sabrosos frutos de la educación cristiana se recojan y multipliquen en todo el mundo con provecho
siempre creciente de los individuos y de las naciones.
Como prenda de estas gracias
celestiales, con paternal afecto, a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo damos la
Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro,
el 31 de diciembre de 1929, año octavo de Nuestro Pontificado.
Pio XI
1 Mc 10, 14.
2 2 Tim 4, 2.
3 Conf. 1, 1.
4 Rev. 22, 6.
5 Hom. 60 in c. 18 Mat.
6 Mc 9, 36.
7 Mt 28, 18-20.
8 PIUS IX, enc. Quam non sine 14
iul. 1864.
9 De Symbolo ad cateh. 13.
10 Enc. Libertas 20 iun. 1888.
11 Enc. Singulari quadam 24 sep.
1912.
12 A. MANZONI, Osservazioni sulla
Morale Cattolica c. 3.
13 C.I.C. c. 1375.
14 Comment. in Mat. c. 18.
15 C.I.C. cc. 1381, 1382.
16 Enc. Nobilissima Gallorum gens
8 febr. 1874.
17 Mt 28, 19.
18 Oratio habita ad alumnos
Tusculani Conlegii, vulgo di Mondragone, 14 maii 1929.
19 Dt 32, 4.
20 S. Th. 2. 2ae., 102, 1.
21 Ibid. 10, 12.
22 Suppl. 3a., 41, 1.
23 C.I.C. c. 1153.
24 Enc. Rerum novarum 15 maii
1891.
25 Ibid.
26 Enc. Sapientiae christianae 10
ian. 1890.
27 C.I.C. c. 113.
28 «The fundamental theory of
liberty upon which all governments in this union repose excludes any general
power of the State to standardize its
children by forcing them to accept instruction from public teachers only. The
child is not the mere creature of the
State, those who nurture him and direct his destiny have the right coupled with
the high duty, to reorganize, and
prepare him for additional duties». U. S. Supreme Court Decision in the Oregon School Cases, June 1, 1925.
29 Ep. ad Card. a publicis
Ecclesiae negotiis, 30 maii 1929.
30 C.I.C. 750, § 2; S. Th. 2.
2ae., 10, 12.
31 Oratio habita ad alumnos
Tusculani Conlegii, vulgo di Mondragone, 14 maii 1929.
32 Ibíd.
33 33. L. TAPARELLI, Saggio
teorico di Diritto Naturale n. 922. «Obra nunca bastante alabada y recomendada
a los estudiosos universitarios». (Cf.
Nuestro discurso del 18 de diciembre de 1929).
34 Enc. Immortale Dei 1 nov.
1885.
35 Ibid.
36 Ep. 138.
37 Dell'educazione cristiana dei
figliuoli 1, 43.
38 Ep. ad Card. a publicis
Ecclesiae negotiis, 30 maii 1929.
39 CONC. VAT. I sess. 3, c. 4.
40 Rov. 22, 15.
41 Sab 8, 1.
42 Jn 3, 8.
43 Rom 7, 23.
44 Dell'educazione cristiana dei
figliuoli 2, 88.
45 Mt 18, 1.
46 Ef 6, 4.
47 NIC. TOMMASEO, Pensieri
sull'educazione 1, 3, 6.
48 PIUS IX, E. Quam non sine 14
iul. 1864. Syllabus, pr. 48. -Leo XIII, Alloc. Summi Pontificatus 20 aug. 1880.
Enc.Nobilissima 8 febr. 1884. Enc.
Quod multum 22 aug. 1886. Ep. Officio sanctissimo 22 dec. 1887. Enc. Caritatis
19 mart. 1894, etc. -Cf. C.I.C. cum
fontium annot., c. 1374.
49 C.I.C. c. 1374.
50 Enc. Militantis Ecclesiae 1
aug. 1897.
51 G 31, 570.
52 Inst. Or. 1, 8.
53 1 Tes 5, 21.
54 SÉNECA, Epist. 45.
55 LEO XIII, Enc. Inscrutabili 21
april. 1878.
56 Oratio 2 G 35, 426.
57 Mt 9, 37.
58 HORAT. Art. poet. 163.
59 1 Cor 15, 33.
60 Conf. 6, 8.
61 1 Jn 2, 16.
62 De Idololatría 14.
63 Gal 4, 19.
64 Col 3, 4.
65 2 Cor 4, 11.
66 HORAT. Od. 3, 3, 1.
67 Apol. 42.
68 De moribus Ecclesiae
catholicae 1, 30.
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