Nada iguala al poder del buen ejemplo: es la viviente predicación de la verdad, el victorioso inspirador de las buenas acciones.
El buen ejemplo enseña que la virtud es posible, y aún más: que es dulce, porque los que practican el bien son y parecen felices.
Cuando hayas hecho mil hermosos razonamientos para probar el Evangelio y vengar tu fe, no siempre habrás convencido a alguien.
Prueba con tu vida que el joven debe ser casto sin dejar de ser amable; temperante y regulado sin perder nada de sus alegrías ni de su fuego natural; tú no habrás sin duda destruido las pasiones que se agitan en tu derredor, pero más de una vez las habrás forzado a enrojecerse de si mismas.
Tú habrás inducido a los malvados a crer en en la verdad, en su posibilidad, en sus atractivos, en su dicha, y no estarán entonces muy lejos de tenerte envidia y de querer marchar sobre tus pasos.
¡Que mentís daríamos a las falsas teorias de nuestros tiempos con el ejemplo de una moralidad irreprochable, aun en la edad en que fermentan las pasiones!
¡Que remedio en esta debilidad del carácter cristiano, con el espectáculo de una pureza que se conserva intacta a través de todas las seducciones de nuestra época!
¡Que elocuente y atrayente protesta ante esas doctrinas desoladoras que minan la moral cristiana, representándola como un ideal quimérico colocado por encima de las fuerzas humanas; ante esos desalientos de las almas que desesperan de la virtud, y que en cambio toleran como una imperiosa necesidad las más deplorables debilidades!
El buen ejemplo enseña que la virtud es posible, y aún más: que es dulce, porque los que practican el bien son y parecen felices.
Cuando hayas hecho mil hermosos razonamientos para probar el Evangelio y vengar tu fe, no siempre habrás convencido a alguien.
Prueba con tu vida que el joven debe ser casto sin dejar de ser amable; temperante y regulado sin perder nada de sus alegrías ni de su fuego natural; tú no habrás sin duda destruido las pasiones que se agitan en tu derredor, pero más de una vez las habrás forzado a enrojecerse de si mismas.
Tú habrás inducido a los malvados a crer en en la verdad, en su posibilidad, en sus atractivos, en su dicha, y no estarán entonces muy lejos de tenerte envidia y de querer marchar sobre tus pasos.
¡Que mentís daríamos a las falsas teorias de nuestros tiempos con el ejemplo de una moralidad irreprochable, aun en la edad en que fermentan las pasiones!
¡Que remedio en esta debilidad del carácter cristiano, con el espectáculo de una pureza que se conserva intacta a través de todas las seducciones de nuestra época!
¡Que elocuente y atrayente protesta ante esas doctrinas desoladoras que minan la moral cristiana, representándola como un ideal quimérico colocado por encima de las fuerzas humanas; ante esos desalientos de las almas que desesperan de la virtud, y que en cambio toleran como una imperiosa necesidad las más deplorables debilidades!
Cuando una juventud compacta y numerosa presente en todas partes el cuadro admirable de una fe que progresa en presencia de las negociaciones, de una vida que subsiste sin mancha en el seno mismo de la corrupción del mundo, ¿quién podrá explicar la acción de esta predicación, muda, es cierto, pero mil veces más elocuente que todos los discursos?
¡Nada de prejuicios que no desaparezcan, nada de incredulidad que no deba por lo tanto quedar reducida al silencio!
¡Feliz el pueblo que tenga en su seno estos elementos de vida, y que vea abrirse ante sus ojos esas magníficas esperanzas!
¡Nada de prejuicios que no desaparezcan, nada de incredulidad que no deba por lo tanto quedar reducida al silencio!
¡Feliz el pueblo que tenga en su seno estos elementos de vida, y que vea abrirse ante sus ojos esas magníficas esperanzas!
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