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viernes, 13 de septiembre de 2013

¿FRACASÓ LA REDENCION?

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE     
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FRACASO DE LA REDENCION
 
     Jesucristo se encarnó para llevar a cabo la redención de los hombres, que es universal. Sin embargo, en su realización práctica la dejó condicionada a las tan escasas posibilidades de los hombres, que no pueden cumplir plenamente el mandato de Dios. ¿Por qué? Como consecuencia de este hecho, vemos en realidad que la mayor parte del mundo no es todavía cristiana, y aun en los países cristianos son pocos los que viven totalmente de acuerdo con la fe.
     ¿No es esto un fracaso, que recae, por consiguiente, sobre la verdad del cristianismo? (S. G.—Roma.)

     Estamos en tiempos de democracia y lo que importa es el número. En términos actuales puede, por tanto, la objeción expresarse así: el gobierno de Dios es atacado por falta de... mayoría. Y además en su caso no podría bastar una mayoría cualquiera, sino que se necesitaría una digna y, por tanto, aplastante mayoría. Y, entre los votos favorables, adhesiones de verdaderos convencidos. En cambio...
     Supongamos que las cosas marchasen mucho mejor, que los rebeldes al divino mensaje se contasen con los dedos. Entonces, señor S. G. y vosotros todos, ilustres lectores, no encontraríais ya ninguna dificultad, ¿verdad? Incluso...
     Pero os engañaríais. La dificultad la encontraría yo. ¿Por qué -preguntaría— no triunfó Dios omnipotente aun de aquellos poquísimos, aun de Judas? ¿Por qué permitió esta mancha en el gran cuadro casi totalmente luminoso de la redención triunfante?
     Diréis que aquéllas son almas que obstinadamente resistieron a la gracia divina. Pero entonces lo que es admisible en pocos puede serlo también en muchos. Si el misterio y el hecho indiscutible de la libertad human —que Dios no quiere destruir, para no suprimir el mérito, e incluso quiere subrayar— explica la prevaricación de pocos, puede igualmente explicar la prevaricación de muchos, y ojalá de la misma mayoría numérica.
     Debéis tener la bondad de considerar hondamente que el misterioso encuentro de la gracia divina santificadora con la libertad humana se realiza idénticamente en toda alma, como si estuviese sola ante Dios y ante el misterio salvífico de la cruz. El número no modifica esta relación esencial entre el alma y Dios. Lo cual vale tanto para la pura salvación como para la realización íntegra del divino mensaje, o sea para la santidad perfecta.
     Tanto para uno como para muchos, tanto para poca como para mucha virtud, es un problema de correspondencia o no correspondencia a la divina gracia. Y sean pocos o muchos los que corresponden, se salvan y se justifican, cada uno constituye un triunfo de la redención.
     Y guardémonos bien de confundir la dificultad y no realización de esa correspondencia con la imposibilidad.
     Jamás dijo Jesús que había venido a traer al mundo un mensaje fácil (
Pues aunque su yugo es suave y su carga ligera, al fin es yugo t irga. Nota del traductor), sino un elevado y, por tanto, arduo mensaje: lo cual debería entusiasmar, en lugar de descorazonar; entusiasmar en el sentido de multiplicar la buena voluntad y los esfuerzos de la virtud. Dijo: «Entrad por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino espacioso son los que conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él. ¡Oh, qué angosta es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida! ¡Y qué pocos son los que atinan con ella!» (Mateo, VII, 13-14).
     Es la dificultad de las cosas grandes y bellas.
     Vencible sin embargo por todos: con tal que correspondan a las gracias proporcionadas, merecidas por el Redentor para todos. En ese sentido es potencial, o sea de posibilidad, que la muerte de Jesús determinó ya su triunfo universal: «Y cuando yo seré levantado en la tierra (crucificado), todo lo atraeré a mí» (Juan, XII, 32).
     Con esto no debemos sostener que, dada la falta de correspondencia de muchos, los saldos totales de la gracia son, de hecho, pasivos.
     El elemento cualitativo es el que los modifica de golpe. Basta la muchedumbre, constantemente renovada en los siglos, de los mártires y de los santos—hombres como nosotros, vencedores por completo—para crear el triunfo de Cristo. Incluso, absolutamente hablando, habría bastado asimismo sólo la Reina de los Santos, María, la «llena de gracia», fruto anticipado y rebosante de la Pasión redentora de Jesús. Basta un diamante precioso para superar el valor de millones de peñascos.
     Pero tampoco debemos reducir el número.
     No son santos sólo los canonizados solemnemente por la Iglesia. ¡Cuántas almas santas desconocidas encuentra el sacerdote en su ministerio! ¡Cuántos mártires de las persecuciones de los que jamás se sabrá el nombre!
     Es preciso tener muy presente que la santidad tiende a esconderse y el pecado a armar ruido.
     Y —en lo tocante a la pura salvación— ¡cuántos, no obstante las apariencias en contra, pueden ser triunfalmente rescatados, en el momento mismo de la muerte, por la divina misericordia! Su debilidad y vileza en vida no habrá servido sino para hacer resaltar más esa misericordia divina final.
     ¿Después de tantos siglos estamos todavía en este punto?
     Y ¿qué son, para el cristianismo, destinado a empapar la masa de los hombres hasta el fin del mundo, dos mil años? Volvamos a la comparación del principio. ¿Queréis una aplastante mayoría? Esperad al final de la lucha electoral...
     La importante y gozosa certidumbre es de todos modos que cada cual, incluso hoy, puede hacerse santo, si de veras lo quiere; es más: hoy, más que ayer, con la mayor vida sacramental, litúrgica, jurídica, teológica y ascética de la Iglesia.
     Y con el mérito mayor de las persecuciones y de las tentaciones que vencer.

BIBLIOGRAFIA
Bibliografía de las consultas 5 y 15. Sobre la esencia y eficacia de la redención en general
Santo Tomás: Summa Theol., III, 48-49; 
J. Riviere: Le dogme de la Rédemption, París, 1931; 
M. Cordovani: Il Salvatore, Roma, 1945.

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