Piensan mal los que creen que el cristiano debe aborrecer, odiar todas las ideas modernas. Un cristiano instruido aborrece todo lo que es falso y corruptor; ama todo lo que es verdadero, sano, justo y bueno.
Los hombres de nuestro tiempo se apasionan por la ciencia; el cristiano también, al igual que ellos y tal vez más.
Los hombres de nuestro tiempo colocan en el primer término de sus cuidados, los más queridos intereses de la patria, su grandeza, su regeneración, su prosperidad material y moral; el cristiano ama a su patria tanto como ellos, más que ellos tal vez.
Todo lo que los demás piensan, dicen y hacen de bueno, el cristiano lo piensá, lo dice y lo hace; pero lo hace más completo, más puro, más perfecto, con vistas más altas, con una generosidad más ardiente, con una delicadeza más exquisita.
El cristiano instruido no se separa, pues, de los demás hombres, sus hermanos, que sean cristianos como él, o que no lo sean; de ahí que está en la verdad y está en el bien.
El cristiano se une a ellos, marcha con ellos, está con ellos. Acepta, aún busca el concurso de todos los hombres esclarecidos y rectos, de todos los hombres de sentido, de todos los hombres honestos. Respeta a los que tienen inteligencia y saber, que tienen honestidad, probidad, rectitud; los ama por eso, mantiene con ellos cordiales relaciones, aprovecha sus luces, su experiencia y ofrece en común sus esfuerzos con los demás.
Otra debe ser su actitud, es verdad, puesto que se trata de la religión y de la moral: son parte de una sola cosa; de aqui que toda componenda seria una cobardía y una apostasía. Pero aquí también el cristiano debe mostrarse tolerante, no para las ideas ciertamente, sino para aquellos que las profesan.
Opuesto a todo falso principio, indulgente con todos los hombres, el verdadero cristiano es a la vez íntegro y muy conciliador y nadie sabrá sin calumnia acusarlo de intolerancia.
Hijo mío, persigue este ideal del cristiano esclarecido instruido. No temas otorgar tu simpatía a todas las ideas justas y generosas; acoge con celo a todos los hombres, tus hermanos; busca en todas las cosas la concordia y la unión.
Nada de suaves complacencias para lo que hiera o comprometa tu fe; pero a la vez nada de acritud, nada de cóleras. Sé el discípulo amante de Jesús. Es preciso, parecerse a El tanto en esto como en lo demás, porque es nuestro deber y nuestra honra imitarlo en todo.
Los hombres de nuestro tiempo se apasionan por la ciencia; el cristiano también, al igual que ellos y tal vez más.
Los hombres de nuestro tiempo colocan en el primer término de sus cuidados, los más queridos intereses de la patria, su grandeza, su regeneración, su prosperidad material y moral; el cristiano ama a su patria tanto como ellos, más que ellos tal vez.
Todo lo que los demás piensan, dicen y hacen de bueno, el cristiano lo piensá, lo dice y lo hace; pero lo hace más completo, más puro, más perfecto, con vistas más altas, con una generosidad más ardiente, con una delicadeza más exquisita.
El cristiano instruido no se separa, pues, de los demás hombres, sus hermanos, que sean cristianos como él, o que no lo sean; de ahí que está en la verdad y está en el bien.
El cristiano se une a ellos, marcha con ellos, está con ellos. Acepta, aún busca el concurso de todos los hombres esclarecidos y rectos, de todos los hombres de sentido, de todos los hombres honestos. Respeta a los que tienen inteligencia y saber, que tienen honestidad, probidad, rectitud; los ama por eso, mantiene con ellos cordiales relaciones, aprovecha sus luces, su experiencia y ofrece en común sus esfuerzos con los demás.
Otra debe ser su actitud, es verdad, puesto que se trata de la religión y de la moral: son parte de una sola cosa; de aqui que toda componenda seria una cobardía y una apostasía. Pero aquí también el cristiano debe mostrarse tolerante, no para las ideas ciertamente, sino para aquellos que las profesan.
Opuesto a todo falso principio, indulgente con todos los hombres, el verdadero cristiano es a la vez íntegro y muy conciliador y nadie sabrá sin calumnia acusarlo de intolerancia.
Hijo mío, persigue este ideal del cristiano esclarecido instruido. No temas otorgar tu simpatía a todas las ideas justas y generosas; acoge con celo a todos los hombres, tus hermanos; busca en todas las cosas la concordia y la unión.
Nada de suaves complacencias para lo que hiera o comprometa tu fe; pero a la vez nada de acritud, nada de cóleras. Sé el discípulo amante de Jesús. Es preciso, parecerse a El tanto en esto como en lo demás, porque es nuestro deber y nuestra honra imitarlo en todo.
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